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Matías Almeyda: Paz interior

Consiguió el objetivo por el que daba la vida y hoy es el momento para disfrutar y relajarse, aunque sea por unos días. El Pelado Almeyda en su cancha privada, para conocerlo un poquito más en la intimidad y entender por qué hasta los que no son hinchas de River lo respetan y admiran.

Por Redacción EG ·

22 de julio de 2012
 Nota publicada en la edición de julio de 2012 de El Gráfico 

Imagen EN SU CAMPO de Azul, con los nombres de sus tres hijas tatuados cerca del corazón.
EN SU CAMPO de Azul, con los nombres de sus tres hijas tatuados cerca del corazón.
 A Matías le encanta que lo rasquen. En los pies, en la cabeza, en el cuerpo. No porque le pique ni tenga sarna. Es un vicio. Lo adoptó de pequeño, en Azul, cuando iba a la casa de su abuelo Luis. Tirados en la cama, los dos nonos tenían la costumbre de rascarse los pies. Matías miraba, se metió alguna vez pidiendo permiso y desde entonces, cuando tiene un tiempito para relajarse, se tira en un sillón o en el pasto de su jardín y les pide a una de sus tres hijas, a alguno de sus seis sobrinos, de sus dos hermanas o si es necesario a su propia madre, que lo rasquen un rato. En los pies, en la cabeza, en el cuerpo.

El último día del padre, el domingo posterior a la caída con Patronato, Matías llegó a su casa pasadas las 3 de la madrugada, tras el viaje en micro con todo el plantel. Estaba descorazonado, preocupado y algunos “ados” más. Luciana y sus hijas le llevaron los regalos y dibujitos a la cama. Sus cuatro mujeres intentaron levantarle el ánimo. Puso la mejor cara, pretendió olvidarse de que en unos minutos ya estaría jugando Central con Chacarita y dio por descontado el triunfo Canalla.

-Yo me había desenchufado del partido de Central: mis hijas merecían que estuviera con ellas. Y que estuviera bien. En un momento prendí la tele, siempre desde la cama, iban 0-0. Al rato, tuc, meto de nuevo con el control y Chacarita ganaba 1-0. Me dio taquicardia. “¿Para qué mierda lo puse?”, pensé. Entonces agarré y les pedí a mis hijas, como regalo extra, que me rascaran un poco. Bueno, me trajeron cremas, una me masajeaba los pies, otra la espalda, otra me rascaba la cabeza, la iba llevando. En el minuto 25 del segundo tiempo clavé la tele en National Geographic y no quise ver más. Calculé el tiempo y prendí para cuando debía estar terminando el partido. Puse y justo Chaca metió el 3-1. Ahí sí me desahogué con un “¡Vamos, carajo!”.

Imagen MI PAPA es un ídolo, dicen con un gesto las tres hijas de Matías. Sofía (11), a más futbolera, junto a Azul (9) y Serena (6), en su casa.
MI PAPA es un ídolo, dicen con un gesto las tres hijas de Matías. Sofía (11), a más futbolera, junto a Azul (9) y Serena (6), en su casa.
 Es domingo a la nochecita, domingo de resurrección Día 1. Matías aún conserva un par de ojeras que le llegan hasta la pera. Es un hombre pasado por la máquina de hacer pasta, un hombre hecho amasijo, aplastado entre esos dos rodillos gigantes que lo dejaron reducido a su mínima expresión. Imaginemos el sábado, después del llanto y el desahogo, de la fiesta en la Costanera con los jugadores y las familias, imaginemos a Passarella tomando con dos dedos a Matías de la parte superior del saco y diciéndole a Luciana: “Estimada, aquí le dejo a su hombre”. A lo que queda de su hombre.

Matías apenas mantiene un resto de voz, casi no ha dormido. “Todavía no me pude relajar”, admite, en la charla final para cerrar su biografía autorizada (ver recuadro pág. 30). No se ha relajado pero camina más liviano, eso se le advierte en la mirada, en la postura. Papá Oscar y mamá Silvia están a unos metros, todos en el quincho de la casa de Matías en Nordelta. No es un quincho abierto a la vieja usanza, sino un monoambiente techado, con una gran parrilla, pool, mesa de ping pong y con más de 30 camisetas encuadradas que decoran el lugar. Relucen las que utilizó Matías, desde la pequeñita de piqué del Alumni Azuleño hasta las de River y la Selección, pasando por las de amigos: la del Valencia del Kily González, la de Ortega de la Sampdoria, la de Chamot del Atlético de Madrid, la de Sensini del Parma, la de Simeone del Inter y la del partido despedida de Maradona. También hay figuritas de las difíciles: la de Baggio del Brescia, la de Roberto Carlos del Real Madrid, Vieri del Inter, Weah del Milan y Ronaldo (no Cristiano, el auténtico) del Inter.

Los padres han venido a presenciar la consagración de River después de haber estado dos semanas en Punta Cana junto a una pareja de la infancia, todos puestos en el avión por Matías. El gran DT les pagó los pasajes, la estadía y les pidió que estuvieran lejos en las semanas cruciales, para no sufrir. Le hicieron caso pero papá Oscar no da señales de haberse relajado demasiado. Cuenta que ayer y anteayer, en la previa a Almirante Brown, sintió una puntada en el pecho pero no avisó para no preocupar a nadie. Y se queja todavía con bronca: “¡Todo el año le pegaron a River, todo el año. Dijeron que jugaba mal, que era un desastre, y fue primero o segundo todo el campeonato, nunca salió de ascenso directo!”. No es sencillo tener a un hijo sentado en el banco de suplentes de River. Para nada sencillo.

En este mismo quincho, durante más de dos años y medio, pero con mayor frecuencia en este 2012, miércoles por medio a partir de las 10 de la noche, después de que acostara a sus hijas, Matías se abrió sin condicionamientos para contar su vida, sus pensamientos, sus dudas y temores, repasó alegrías y momentos críticos. Las charlas se dieron en el quincho porque Matías no fuma en la casa propiamente dicha. Y durante las citas de dos horas, dos horas y media, se bajaba cuatro o cinco puchos. La carraspera constante es un sello que lo acompaña.

Como la mesa de trabajo, hablamos de la superficie de apoyo del grabador, libreta, birome, mate, termo y azúcar (el DT le mete dos cucharadas por vuelta, ¿cómo se mantiene tan flaco?), decíamos, como la mesa de trabajo era la mesa de ping pong, resultó imposible no tentarse con el desafío. Tener del otro lado de la red a Matías, cantándote todo el tiempo el tanteador, festejando cada punto como si fuera el último, permite conocer más a fondo al personaje, descubrir de algún modo el gen competitivo que en mayor o menor grado distingue al futbolista profesional en general. Desde que entran a un plantel, los tipos se la pasan en la concentración jugando al ping pong, metegol, pool y otros. Hablamos de la generación de Matías, las nuevas ya sabemos que van derecho a la play. Tenerlo a Matías gozando con cada pelota a favor del otro lado de la red sirve, al mismo tiempo, para poner en el tapete sus evidentes contradicciones ideológicas: así como mandó al equipo al frente durante todo el campeonato de la B Nacional, incluso a veces en forma desmesurada, a la hora de jugar al ping pong se mostró como un fiel soldado del catenaccio. Devolver, devolver y devolver hasta que se equivoque el rival. La vida está llena de contradicciones, ¿no?

La casa de los Almeyda en Azul era prácticamente de la misma superficie que este quincho. Dos cuartos: uno para los padres, y otro para los tres hijos: Silvina y Carolina, las dos hermanas mayores, y Matías. La tele, blanco y negro, en el medio del pasillo: desde cada habitación se veía lo que daba el ángulo del ojo. Un solo baño, y a esperar el turno. “Dale, ¿falta mucho?”, era la frase más pronunciada mientras hacían la cola. Matías recuerda con nostalgia que, por ser el más pequeño de la familia, antes de irse a dormir era el último de la fila. Y que agarraba la tabla del inodoro siempre calentita. Son sensaciones que se nos pegan en la piel y duran para toda la vida. La tabla calentita. Por eso se vengó y en su casa actual mandó a hacer diez baños. Ahora a la tabla, la agarra fría.

Las zapatillas hoy son otra de sus debilidades. De pibe, sus padres le advirtieron que había un jean y un par de zapatillas que debían durar todo el año y para todas las funciones: bautismos, casamientos, fútbol. Para todo. Matías más de una vez debió andar con el dedo gordo afuera y en otras ocasiones le pedía las suyas a Carolina, que calzaba lo mismo, y se arreglaba con sus sandalias. “Las mujeres se arreglan con esas cosas, ¿viste’”, razona, y agradece a la vez. Por eso hoy, como lo ha revivido en su biografía, abre un placard en su casa y se le vienen las zapatillas encima. Una montaña de zapatillas. Baños y zapatillas, hoy, a Matías no le faltan. Qué lindo contraste ofrece a veces la vida.

Papá Oscar una vez les pintó, con crudeza, la realidad a sus tres hijos. “Si pasamos por un quiosco, no me pidan que les compre golosinas, porque no tenemos plata. Si llego a tener, se las voy a ofrecer yo”, les bajó línea. Matías llegó a levantar chicles del piso para ponerlos en su boca. Y el viaje de egresados de 7° grado se lo pagó él solo vendiendo cobre y cartón, buscando plomo por los talleres de bobinas.

-¿Adónde fuiste?
-A La Plata. Y un solo día. Pensá que ahora se van a Disney, ¡una cosa de locos! –se ríe con ganas.
Cuesta imaginarlo de cuna tan humilde. Ni hablar si uno se acerca al BAF, su impactante complejo deportivo de Benavídez. Tener tan claro el origen y no creérsela es, seguramente, la clave de toda esta historia, la característica que mejor describe a Matías. Es su esencia. Y logra transmitírselo a la gente. Allí reside su gran capital humano. Y su carisma.

Imagen "TENGO un corazón riverplatense así de grande" parece decir el DT, ya de Primera.
"TENGO un corazón riverplatense así de grande" parece decir el DT, ya de Primera.
 Pero adelantemos un poco la cinta, Gonzalito. El quincho de Matías tiene un ventanal que da a un amplio jardín. Desde este año, el pasto lo corta Matías. Una de sus flamantes adquisiciones fue un tractor. El tipo pone la música que más le gusta, desde Horacio Guarany a Jim Morrison, se sube a la cortadora de pasto y durante tres horas se desenchufa del mundo. Terapia casera que le dicen. No fue la única. A fines del año pasado, cuando terminó la competencia y River no había conseguido el objetivo de cortarse en la punta del campeonato, el DT la pasó muy mal, quizás porque tuvo tiempo de pisar la bola por primera vez y darse cuenta dónde estaba parado. Aunque siempre fue consciente de la responsabilidad que asumía, quizás la cercanía de las fiestas y las críticas exageradas que jamás había recibido como futbolista, le hicieron saltar los fusibles. Una vez, a las 2 de la madrugada bajó de la cama, se puso un short y se fue.

-¿Adónde vas? –le preguntó Luciana, entre zombie y sobresaltada.
-A remar.

Necesitaba oxigenar la cabeza. Matías jamás dejó de ir a la psicóloga, rito que cumple desde que tocó fondo en 2007, luego del famoso dibujo del león tirado con que lo retrató Sofía, su hija mayor. Tampoco dejó, desde entonces, de tomar las pastillitas todos los días para dormir más tranquilo. Antidepresivo y ansiolítico. “Son las pastillas de la bondad, porque me hacen mejor persona”, define con cierto humor. Recordemos que Matías sufrió una gran depresión tras dejar el fútbol, que era supuestamente algo que lo hacía renegar porque no toleraba las falsedades del ambiente, pero la terapia le ayudó a comprender que en realidad él no podía vivir sin el fútbol. Ahora disfruta de lo que hace, pero la lucha continúa, es de todos los días, no se puede descuidar. No le han dado el alta definitiva, y él tampoco quiere recibirla, porque así se siente bien, contenido.

“Diego: en respuesta a su solicitud y considerando mi admiración por Matías Almeyda, le envío lo siguiente”, escribió por mail Marcelo Bielsa, y las frases posteriores que resaltaban el entusiasmo que su exdirigido ponía en cada entrenamiento y el afecto que supo ganarse entre sus compañeros sin esforzarse por conseguirlo, viajaron directo a la contratapa del libro. Lo llamativo es que el DT del Athletic de Bilbao, muy poco propenso a expresar sus emociones, y menos en público, y menos en un contacto directo con un periodista (sabemos que Bielsa se expresa casi exclusivamente por conferencias de prensa), haya manifestado su “admiración” por Matías. Fue por “culpa“ de Matías.
Del mismo modo, pero en el otro extremo del dial, uno puede leer a Maradona, con su sello característico de desmesura, en la biografía de Matías, asegurar que le rezó a Dios “para que River ascendiera”. Y también quejarse, un poquito celoso: “En un momento, en la pieza de Dalma había más camisetas y fotos de Matías que mías”. La relación empezó justamente por la hija mayor del Diez, que sentía devoción por ese león que dejaba el alma con la camiseta de la Selección. Así se fueron sucediendo las llamadas de Claudia a Luciana, los encuentros, hasta que un día salió el tema de la carta que Matías le había escrito a Diego en 1986, unas semanas después de la consagración en el Mundial de México, una carta en la que Matías lo invitaba a ir a Azul con toda su familia para que le diera unos consejos futbolísticos (¿?) y le regalara una camiseta (siempre fue un idealista, este muchacho). Nunca mandó esa carta. Mamá Silvia la guardó y Claudia la desempolvó en La Noche del Diez, el show televisivo de Maradona en 2005.

Luego, Diego lo invitó a participar del Showbol y ahí lo conoció más en profundidad. Matías lo trata como uno más a Diego, sabiendo todo lo que significa, pero como uno más. Y eso a Maradona le gusta, quizás porque durante toda su vida estuvo rodeado mayoritariamente de gente que lo aduló hasta el cansancio pero que en el fondo, solo buscó aprovecharse de él.

Bielsa y Maradona, dos personajes tan antagónicos, nos sirven de algún modo, entonces, para seguir descubriendo a nuestro personaje de tapa.

Imagen EN LOS PUÑOS apretados y las ganas de llorar se sintetiza el sufrimiento de todo un año.
EN LOS PUÑOS apretados y las ganas de llorar se sintetiza el sufrimiento de todo un año.
 El personaje, seguimos, no titubeó en la madrugada del 26 de junio del 2011 acerca de qué decisión debía tomar. Apenas consumado el desastre ante Belgrano subió a la concentración, se tiró en su cama y lloró. Lloró mucho, aunque sea un hombre de lágrima difícil. Después pasó por las habitaciones a consolar a los más jóvenes. Fue uno de los últimos en irse del club, pasada la medianoche. Solo, en su auto, avanzando por la ciudad destruida y conmovida, se repitió una y otra vez que la única revancha posible para esa afrenta del descenso era tomar al equipo y ascenderlo.
Dos meses antes, mientras batallaba en el campo con las últimas gotitas de combustible del tanque de reserva, ya había hablado con Passarella para ser el nuevo entrenador una vez finalizado el torneo. Incluso lo charlaron a cara descubierta con Juan José López, el DT en funciones. Jota Jota ya había manifestado que no quería continuar en el cargo y se entusiasmó con la idea de ser un Director General, con Almeyda sentado en el banco que ocupaba él en ese momento. Pero todo estaba pautado para la A. La B era una letra que no existía en el diccionario del presidente del club.
Matías llegó a su casa en las primeras horas del lunes 27, se abrazó con Luciana, luego con Gaby Amato, amigo y vecino que fue especialmente a recibirlo a su casa por conocer como pocos al personaje -y temiendo para dónde podía disparar-, lloró lo que le quedaba en el alma para vaciar el tanque de lágrimas al menos por un año (hasta el 23 de junio del 2012) y se terminó de convencer. Ya lo había escuchado a Passarella responder la tarde anterior, a la pregunta de si pensaba renunciar: “Ahí me sacan de acá con los pies para adelante”.

Durmió tres horas y lo llamo a la mañana siguiente.

-Mire que si usted no se baja, yo tampoco, eh, ¿sigue queriendo que sea el técnico de River? Yo estoy con las mismas ganas.

Y fue, nomás. Agarró la papa caliente, se chamuscó los dedos un par de veces, claro, porque estaba en pleno aprendizaje. Jamás pensó que el recorrido de River por la B Nacional sería un trámite, pero encaminado en el primer tramo del torneo llegó a ilusionarse con ascender un par de fechas antes del final. Y soñó con ponerse una vez más la camiseta que tanto ama, justamente antes de finalizar el torneo, y regalarse así la despedida como futbolista profesional que Belgrano y el descenso le robaron. No olvidemos que Almeyda había llegado al límite de amonestaciones en el partido de ida por la Promoción ante Belgrano, en Córdoba, y la revancha no la pudo jugar. Esa fue su ilusión, pero desde enero de este año se dio cuenta de que quedaría en ilusión y nada más, porque la pelea por el ascenso estaba dificilísima.

Imagen ALMEYDA, ilustración de Gonza Rodríguez.
ALMEYDA, ilustración de Gonza Rodríguez.
En esta primera experiencia como entrenador, Matías se distinguió por dos líneas de acción. Por un lado, buscó nutrirse de herramientas externas para potenciar los rendimientos de sus jugadores. Tecnología. Pagó de su bolsillo un software para cargar en su i-pad las imágenes de todos los partidos y así tener el detalle de jugadas puntuales (corner, tiros libres, contraataques) para luego corregirlas delante de los jugadores, con la prueba irrefutable. También convocó a un biólogo que estudia las respuestas del cerebro para que se concentrara con el equipo los días previos al último partido. Y por otro lado, impulsó con fervor la unión grupal, piedra basal de cualquier proyecto para el DT. Organizó un par de salidas al río para pasar todo el día y que se conocieran más los compañeros entre sí. Papá Oscar era el parrillero. Y el punto culminante de su filosofía se consumó en las fechas finales, cuando directamente los concentró en un spa, alejados del ruido, en una isla del Delta del Tigre.

-Si vos no te saludás bien con tu compañero, después no te jugás el pellejo por él en la cancha. Eso pienso yo. Por eso busqué permanentemente esta unión del grupo. La idea de concentrar en una isla ya la venía amasando desde hacía un par de meses. ¿Sabés qué lindo es estar sin que venga el tipo que te manguea una entrada, el otro que te vende los compacts, el otro que te ofrece relojes? –clarifica.

Matías es un hombre sensible, que mira con lupa los comportamientos y actitudes. Y diferencia una decisión deportiva de una cuestión humana. Por eso, como futbolista, nunca entendió a los periodistas que, en un viaje, después de una muy mala actuación, le bajaban la mirada o dejaban de saludarlo porque lo habían liquidado con el puntaje. Y por esto, también, cada vez que metió un cambio durante un partido, se puso en el camino del futbolista saliente y le tiró la mano, para chocársela, y expresarle en ese simple gesto: “Te saco porque creo que es lo mejor para el equipo, pero te sigo valorando como ser humano. Tiremos juntos”. Todo con una mano estirada. Eso es poder de síntesis. Lo hizo siempre, en cada uno de los partidos, aunque pudiera estar enojado porque ese jugador saliente no hubiera cumplido la tarea solicitada.

Así es Matías, en realidad. Un tipo sensible, un idealista. El técnico con espalda más resistente del Planeta Fútbol. ¿O alguien debió ponerse en el lomo, alguna vez, una cara más pesada? 

Por Diego Borinsky. Ilustración: Gonza Rodríguez

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