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Talento argentino (IV): Lionel Messi

Aunque no pudo alzarse con los trofeos más deseados a nivel colectivo, el genio rosarino pulverizó sus propias marcas anteriores y pisoteó récords históricos en el magnífico Barcelona de Pep Guardiola. De aquí en más tendrá que luchar contra el fantasma de su propia grandeza.

Por Redacción EG ·

03 de julio de 2012
           Nota publicada en la edición de junio de 2012 de El Gráfico  

Imagen MESSI, genio y figura del Barcelona
MESSI, genio y figura del Barcelona
Si Lionel Messi hubiera sido tenista, discóbolo o velocista, su temporada 2011/2012 habría aniquilado a su especie: 72 goles en 59 partidos son una marca sobrenatural. Ya en un juego colectivo como el fútbol, sus registros personales pulverizan a los de equipos completos: en la Liga española, 13 clubes hicieron menos goles que el argentino. Trasladar las marcas de Messi a un deporte individual implicaría un fenómeno más allá de lo conocido: un tenista que se enfrenta a un dobles y les gana, un discóbolo que lanza más lejos que tres rivales juntos o un velocista más rápido que un equipo de relevos. El fútbol, sin embargo, hace a Messi (un poco más) humano.

Salvo que el propio rosarino los supere la próxima temporada, sus récords de la 2011/2012 tienen destino de quedar protegidos por un cofre de oro durante varias décadas, hasta que el próximo genio redescubra la pócima del gol en el siglo XXI. Mientras tanto, los registros de Messi serán el Everest del fútbol: incluso un partido antes del final de la temporada (la final de la Copa del Rey ante el Athletic de Bilbao se jugará después del cierre de esta nota), el delantero del Barcelona ya había superado los 67 impactos en 55 partidos que el alemán Gerd Müller, El Bombardero, un legendario fabricante de goles, sumó en la temporada 1972/73.

Se creía que la marca del delantero del Bayern Munich como máximo goleador de una temporada en Europa sería una de esas proezas a las que un deportista accede cada tanto, como los 8,90 metros que el estadounidense Bob Beamon saltó en los Juegos Olímpicos de México 68 o los Grand Slam que el australiano Rod Laver ganó en 1962 y 1969. Pero Messi hizo 50 goles en la liga española, 14 en la Champions League (5 en una misma noche, al Bayer Leverkusen), 3 en la Supercopa de España, 2 en la Copa del Rey, 2 en el Mundial de Clubes, 1 en la Supercopa de Europa, y atravesó una frontera hacia lo desconocido: 72 goles en un año.

El rosarino rompió récords con la naturalidad de decir buen día: además superó los 47 tantos que el rumano Dudu Georgescu acreditaba para el Rapid Bucarest en la temporada 1976/77 y lo mantenían como el máximo goleador de una liga nacional, y también sobrepasó a César Rodríguez como el futbolista con más goles en la historia del Barcelona (aquel delantero de fotos en blanco y negro había hecho 232 en la década del 40, mientras que el argentino ya totaliza 252).

Messi fue tan genial desde los registros individuales que dejó relegadas las anteriores estadísticas de Messi, que ya eran sensacionales. En las cinco temporadas que pasaron desde la 2007/08 hasta la actual, la Pulga comenzó con 16 goles, luego pasó a 38, más tarde a 47, después a 53 y finalmente a 72. También Messi superó a Messi en su promedio de efectividad en relación a la cantidad de partidos jugados: arrancó con 0,40 en la temporada 2007/08, aumentó progresivamente a 0,74; 0,88; 0,96 y este año rompió la barrera del gol por fecha: 1,22. Messi fue varios en uno: el mejor volante, el mejor delantero y el mejor goleador.

Pero la Pulga corre un riesgo: tener que pagar su propia hazaña. Parafraseando al periodista español Santiago Segurola cuando escribió sobre el mítico triunfo del atleta estadounidense Michael Johnson en los 400 metros en los Juegos Olímpicos de Atlanta 96, el rosarino “desde ahora sufrirá las consecuencias destructivas de su marca. El deportista que sobrepasó los límites humanos no podrá volver a su condición de hombre. Desde ahora se lo medirá por este récord inalcanzable y tendrá que luchar contra el fantasma de su propia grandeza”. Un experto en mitología griega lo explicaría de otro modo: la venganza de los dioses contra Messi por haberlos humillado.

Sin embargo, a diferencia de los deportes individuales, el fútbol humaniza al mejor del mundo. La complejidad de este deporte lo hace posible: visto desde un prisma colectivo, el Messi de los años anteriores, aun con registros individuales más bajos, resultó más funcional a su equipo. O, al menos, el Barcelona ganó en las temporadas pasadas lo que este año no pudo: desde la asunción de Pep Guardiola, el Barça acumulaba tres Ligas y dos Champions League. Este año sumó tres títulos (Supercopas de España y Europa más Mundial de Clubes, a la espera de la final de la Copa del Rey), pero por primera vez no ganó Liga ni Champions. El Messi goleador contrastó con el Messi no campeón: superabundancia de goles y ausencia de alguna de las dos vueltas olímpicas más esperadas implica un dilema extraño. Y Messi, en definitiva, no cumplió su objetivo: perdió la causa colectiva y ganó la individual. El Messi devorador de redes llegó a la estratósfera, ¿pero el Messi más decisivo cuál fue? El fútbol acepta cientos de interpretaciones.

Más paradojas: la temporada con mayor instinto asesino de Messi (aunque tal vez no la más sabia) coincidió con la peor del Barcelona en la era Guardiola. El mundo catalán giró alrededor de Messi y, atado a ese cordón umbilical, el Barça perdió la Liga y la Champions en las dos noches más fatídicas del argentino: erró un penal contra el Chelsea, en la semifinal de la Champions League (desperdició tres en la temporada de los 16 que pateó) y fue una sombra contra el Real Madrid, el partido en el que su equipo, apagado alrededor de su inhabitual oscuridad, perdió 1-2 en el Camp Nou. El clásico español siempre había sido un partido a medida de Messi, pero ese día no hizo goles ni se asoció con Xavi ni Andrés Iniesta. “Ese partido desencadenó la ira de Messi en el vestuario”, publicó, enigmático, el diario El País algunas semanas más tarde.

También según la prensa española, Messi le llenó el celular de mensajes de texto a Guardiola para que no renunciara, pero fue en vano. Al nuevo entrenador, Tito Vilanova, le espera un desafío doble: que Messi siga siendo un destructor de arqueros, pero que además el Barça sobreviva a su dependencia química con el 10. El argentino no debe ser un muchacho feliz si él triunfa y su equipo naufraga: no es tenista, discóbolo ni velocista. Y el fútbol es más lindo si Messi sale campeón.

Por Andrés Burgo. Foto: AFP