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La cabeza del campeón

El entrenador logró su segundo título al frente de Arsenal. Comenzó su carrera en Atlético de Rafaela, dirigió a San Lorenzo y Rosario Central. A pesar del éxito, confesó: "Uno se siente un técnico del ascenso".

Por Redacción EG ·

24 de junio de 2012
Imagen EL CLAUSURA 2012 fue su segunda conquista como DT de Arsenal. En 2007 había logrado la Copa Sudamericana.
EL CLAUSURA 2012 fue su segunda conquista como DT de Arsenal. En 2007 había logrado la Copa Sudamericana.
El fútbol lo transforma a Gustavo Alfaro. El tono tranquilo de su voz explota cuando tiene que pararse al ladito de la línea de cal y dar alguna indicación. Su andar ya no es sereno, va y viene del banco de suplentes a la línea con semejante energía que lo abandonará luego del partido. El contraste entre el hombre y el hombre en el fútbol sirve para asegurar que construyó su carrera como entrenador únicamente por lo hecho desde el vestuario. Porque Alfaro fue uno más de los tantos futbolistas a los que alguna vez se les acabó la vida de jugador. Y, similar a su apariencia cuando no dirige, su pasado como mediocampista de Atlético de Rafaela no llama demasiado la atención. No incluye transferencias millonarias ni convocatorias a la Selección. No le reportó ese impulso que pueden dar haber vestido la camiseta de River o Boca. Pero en silencio y "apelando al trabajo organizado" fue haciéndose un nombre como entrenador que le permitió estar al frente de varios equipos importantes.

Desde ese muchacho que recién retirado se hizo cargo del primer equipo de Atlético Rafaela a este que sus jugadores hoy alzan para dar la vuelta olímpica. En el medio, un camino de conquistas progresivas: un ascenso a Primera división con Olimpo de Bahía Blanca en 2002, otro con Quilmes al año siguiente. Los traspiés inevitables de esta lotería llamada fútbol: un paso sin gloria por San Lorenzo y otra etapa que duró menos de quince partidos en Rosario Central. La aventura de dirigir en la liga de los Emiratos Arabes.

Arsenal es su casa. En Sarandí se abrazó con la gloria y logró en poco tiempo jugar y ganar trofeos que son la cuenta pendiente de otros grandes entrenadores. La Copa Sudamericana del 2007 fue la primera, hasta hoy única, estrella del equipo del Viaducto. El partido definitorio ante América de México en la cancha de Racing es uno de los recuerdos más preciados de su carrera como entrenador.

Sus jugadores lo elogian, lo reconocen, lo estiman, le dedican el campeonato y aseguran que sin él no hubiera sido posible. El emplea su retórica medida, casi que despojada de euforia, para explicar la causa principal que hoy le permite a Arsenal pertenecer al grupo de los que alguna vez gritaron campeón. “Ganamos los partidos que teníamos que ganar. Fuimos inteligentes porque entendimos que lo primero era engrosar el promedio y escaparle a la Promoción. Sin ese temor fue más sencillo pensar en dar pelea arriba”. No en vano ese fue uno de sus primeros balances. A principio de año la disyuntiva de su equipo era dividir o no el esfuerzo entre la Copa Libertadores y el torneo Clausura. Inclusive el entrenador recibió críticas por poner en primer plano la competencia local. Y es que Arsenal no tuvo un arranque que alentara a ir en búsqueda de ese objetivo. En las primeras cuatro fechas el equipo sumó solamente un punto, tres derrotas y un empate. La baja del goleador Mauro Obolo, que pasó a Vélez, se reflejaba en las estadísticas. Luciano Leguizamón y Emilio Zelaya parecían estar enemistados con el gol, Arsenal necesitaba y se sustentaba en el aporte goleador de sus defensores y mediocampistas. Pero Alfaro confió en su libreto mesurado pese a las pruebas contrarias y a los achaques de conservador. Ratificó su intención de asegurar la permanencia del equipo en Primera antes que perder la cabeza con una epopeya continental. Casualmente después de las dos derrotas ante Boca en la zona de grupos de la copa se inició la levantada que desembocó en la tarde consagratoria de hoy.

Es difícil escuchar su mensaje en estos tiempos en los que el propio fútbol retroalimenta constantemente el ego de sus protagonistas. Tiempos en los que las comparaciones se emplean para lustrar el currículum sometiéndolo a un contraste positivo. “Uno se siente un entrenador del ascenso, que viene de abajo y sabemos que estamos de prestado acá”, dice y deja en claro que aunque el fútbol lo transforme, jamás le hará perder su humildad.