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Ezequiel Schelotto, a pura velocidad

Rápido para las decisiones fuera y dentro de la cancha, el argentino del Atalanta confiesa por qué adoptó a Italia como su lugar en el mundo y por qué los italianos lo adoptaron a él como propio.

Por Alejandra Altamirano Halle ·

04 de junio de 2012

De pequeño corría para escaparse de su mamá Stella cuando hacía alguna travesura. Corría a la salida del colegio para llegar a tiempo a los entrenamientos con Banfield. Y corría como un atleta dentro de la cancha, en cada partido de fútbol. Ezequiel Schelotto está acostumbrado a las corridas.

Así de rápido, casi corriendo, tuvo que tomar decisiones complejas que marcaron su carrera. Decidió probar suerte en Europa, casi sin tener tiempo para meditarlo. Debutó en el fútbol italiano, logró ascensos en los que fue clave, integró el seleccionado juvenil de Italia y fue preseleccionado para representar a la Azzurra en la Eurocopa 2012, aunque no quedó en la lista definitiva. El 15 de agosto debutó con la Selección Mayor de Italia, aunque jugo pocos minutos (solo 7, como el número de su camiseta desde hace muchos años), contra Inglaterra. Este año fue elegido como el mejor jugador juvenil y el mejor jugador absoluto, premio que otorga el sitio tuttoatalanta.com. El grupo Wyscout, formado por observadores, scouters y ojeadores de Europa, le entregó el Premio del Joven con más proyección en el fútbol. Hizo un comercial para Puma y un especial para la revista Vogue Uomo de Italia. Entre premios y distinciones, Ezequiel hace una pausa para contar quién es el hombre, detrás de El Galgo.
Imagen Con la camiseta de Italia, Schelotto jugó con la SUB 21 y también fue convocado a la selección mayor por el DT Cesare Prandelli.
Con la camiseta de Italia, Schelotto jugó con la SUB 21 y también fue convocado a la selección mayor por el DT Cesare Prandelli.

En Bérgamo, ciudad vecina a Milán, son las 9 de la noche cuando Ezequiel recibe el llamado de esta periodista de El Gráfico. Arranca contando anécdotas de su llegada a Italia, de la crisis que atraviesa Europa y hace las comparaciones con nuestro fatídico 2001. Justo mientras habla de la Argentina y comienza a relatar con nostalgia todo lo que extraña de nuestro país –que también es el suyo avisa que tiene una llamada en espera. “Deben ser los italianos que invité a casa para cenar. La semana pasada estuvo el Pocho Lavezzi que viene de Nápoles cuando puede”, comenta. La casa de los Schelotto es la embajada argentina para los amigos locales que quieren probar el asado argentino. Y el Galgo oficia de embajador. Quedamos en retomar la charla cuando termine la cena.

Son las 2 de la mañana. Durante el día que acaba de terminar, se entrenó, recibió amigos, habló de fútbol y todavía tiene ganas de seguir hablando. Enérgico, conversa con la misma emoción que siente por jugar en la selección mayor de Italia. Y ahí, el volante del Atalanta se suelta a contar cómo arrancó este vínculo con la Azurra. “En 2009, Pierluigi Casiraghi me consultó si tenía interés en jugar con la selección sub 21 de Italia. Hablé con mis padres y le contesté rápidamente que sí. Jugué seis partidos. Y ahora el DT Cesare Prandelli me incluyó en la preselección de la Eurocopa 2012 de Polonia-Ucrania. Todos me decían que la oportunidad me iba a terminar llegando, pero cuando sucedió, igual fue una sorpresa”, destaca entusiasmado.

La comparación con el volante argentino Mauro Camoranesi (quien se nacionalizó y resultó campeón del mundo con la selección italiana en 2006) no le asusta para nada. Al contrario, le permite un desafío profesional. “Me gustaría conseguir todo lo que él logró, es un modelo a imitar. Sé que recién estoy arrancando pero me gustaría ganar muchos títulos con Italia”, fantaseó.

En Cogoleto, Génova (en la región de Liguria), los bisabuelos de Ezequiel fabricaban hornos de ladrillos de barro. Gracias a su bisnonno, pudo conseguir el pasaporte comunitario y nacionalizarse italiano. “En Italia es todo muy diferente y es el país que me abrió las puertas. Si me dan a elegir, yo decido quedarme a vivir acá, formar una familia en este país”, destaca.

No hace falta ni consultarle sobre la Argentina que ya resalta que jamás se olvidaría de sus raíces. Sin embargo, considera que en Italia lo tuvieron en cuenta, cuando acá se sintió descartado. “Yo jugué en la Selección Argentina Sub 20 que dirigía Sergio Batista. Estaban preparándose para el Sudamericano de Venezuela 2009. Hice 3 goles en 3 amistosos. No pueden decir que me fue mal. Estaba orgulloso de que me tuvieran en cuenta, fue algo muy importante para mí. Pero de un día para otro, no me llamaron más. No pregunté motivos, nunca supe el porqué”, se despacha, aclarando que no tiene rencores pero que se sintió triste ya que siempre tuvo interés en jugar para la Selección Nacional. Así como de un día para el otro quedó afuera de la selección juvenil, también tuvo sorpresas más agradables. Es que, inesperadamente, le llegaron propuestas de Italia. Mientras jugaba en la Reserva de Banfield, el Atalanta le ofreció un buen contrato. En el Taladro, solo le ofrecían un precontrato para cubrir viáticos. Ante esta posibilidad, se la jugó y se fue a Cesena, que estaba recién descendido. “Digamos que cuando llegué tenía una mano adelante y otra atrás, no fue sencillo. Me vine con mi papá y dejamos a toda la familia allá. No fue una decisión fácil de tomar. La gente piensa que sí, pero me costó mucho. No me arrepiento de nada, lo volvería a hacer”.

 

Cuatro son los años que lleva Ezequiel en Italia. En su autoevaluación encuentra a un hombre: "Ya no soy más un chico".  Se siente maduro. Insinúa que está “listo para escalar lo más alto posible”. Atrás quedó la etapa más dura que vivió en su carrera, cuando apenas dejó Banfield, y estaba esperando con ansias el transfer que lo habilitara para poder jugar. Las recuerda como épocas difíciles, llenas de bronca e indignación. Se preguntó un millón de veces si no debió quedarse en Banfield, si no se tenía que volver a la Argentina; y siempre encontró la respuesta en sus padres: “Estás haciendo lo correcto. Tenés que esperar. Ya va a salir todo bien”. Al principio, estaba tan desilusionado que se enojaba y pensaba que no había hecho lo correcto. “Me decían eso y yo no podía terminar de creerlo, eran tantas mis ganas de volver, pero estaban en lo cierto. El tiempo les dio la razón porque yo no le había hecho daño a nadie. Simplemente, tenía la posibilidad de jugar acá con un contrato que Banfield no me ofrecía”. Después de pasar seis meses en Emilia Romagna, viviendo con su papá Néstor, llegó un alivio desde Buenos Aires. No fue el ansiado transfer: arribaron su mamá Stella y sus hermanos más chicos: Lucas (1994) y Emmanuel (1992). En la actualidad, ambos son futbolistas, el más grande está por fimar su primer contrato profesional con un equipo de tercera división, y el más chico en la Reserva de Atalanta.

Imagen Cantando el himno italiano, El Galgo es el considerado el sucesor de Mauro Camoranesi.
Cantando el himno italiano, El Galgo es el considerado el sucesor de Mauro Camoranesi.
“De un día para otro la FIFA me habilitó, faltaban 7 partidos para el final del campeonato y teníamos chances de ascender. En los primeros 3 fui como  suplente, me tocó debutar ante SPAL, un rival de la zona al que Cesena no le ganaba hacía 60 años. Me acuerdo de que hacía un calor terrible y que, cuando faltaban menos de 15 minutos para el final del partido, metí el 1 a 0 que sirvió para ascender. Miré al línea para asegurarme de que había sido gol, no saludé a nadie, me fui corriendo hasta el alambrado para festejar con mi familia. Lloré tanto, tenía tanta emoción y estaba tan cansado que tuvieron que sacarme de la cancha. Fue un día inolvidable”, rememora ese momento en que pasó de ser un anónimo a tener el reconocimiento de más de 90 mil personas.

Desde entonces, ¡allá sí que lo conocen todos! “Si voy a comer a un restaurante, la gente se me acerca para pedirme fotos, autógrafos, me hacen preguntas sobre fútbol y me tomo el tiempo para contestarles a todos. Enumera los regalos que le hacen llegar los hinchas como muestras de agradecimiento: cartas, fotos, remeras, llaveros, chocolates –le regalaron una buena cantidad de huevos de Pascua- y hasta un trono: un sillón con baño de plata que como tapizado tiene su camiseta del Atalanta. “Me gusta estar en contacto con los hinchas, que me pregunten cosas, sacarme fotos. No tengo problemas en que me pregunten por qué no le pego de una manera y darles explicaciones. No discuto. Soy muy abierto. Por twitter me dicen muchas cosas, la mayor parte son elogios, pero siempre hay alguien que se desubica y yo le contesto con educación. Cuando salgo del entrenamiento me quedo a hacerme fotos. Si organizan una cena en el club o un evento, estoy. Voy adonde me pidan. No tengo problemas”.

Sostiene que para llegar lejos “hay que imitar a los buenos ejemplos”. Inmediatamente lo nombra a él, su ídolo: Javier Zanetti. “Me llamó para felicitarme cuando ascendimos y también tuvo un gesto grandísimo conmigo. Ficcadenti no me citó para el partido ante Inter, en el San Ciro, y tenía que ir a la tribuna. Cuando pude bajar a la cancha le dije que quería su camiseta y él me contestó con buena onda que se la había pedido uno de mis compañeros pero que, el siguiente fin de semana, cuando volviéramos para jugar contra el Milan, me mandaría una al hotel. Apenas llegué, el conserje me avisó que tenía un paquete. Ahí estaba la camiseta. Después pude interiorizarme de su Fundación, conocer lo que hace fuera de la cancha. Es una gran persona y un muy buen ejemplo para los futbolistas”.




El Galgo



Acá en la Argentina, es posible que para muchos todavía sea una figurita difícil o un rostro poco familiar. Tal vez porque solo jugó en Reserva y no pudo debutar en Primera. Por eso quizás algunos piensen que le dicen Galgo debido a un supuesto parecido físico con Jonás Gutiérrez. Nada más equivocado. A Ezequiel lo llaman así desde los 14 años, cuando en Banfield los técnicos le preguntaban si era un atleta o un jugador de fútbol, por su velocidad y sus piernas largas. También recuerda que sus primeras corridas eran para escapar de su mamá cuando se mandaba alguna macana: “Siempre fui el más quilombero. Pobre, me tenía que andar buscando para retarme. Claro, primero debía agarrarme, porque yo corro rápido”. 

Era igual de terrible a los 6 años, cuando estaba como arquero en las infantiles de Vélez. Después se fue a Juventud de Liniers donde pasó a jugar de defensor durante dos años. Regresó al Fortín donde estuvo un tiempo como defensor y luego pasó a ubicarse como delantero. Hizo 13 goles con la Prenovena de Manfredi y se consagró campeón. Se mudó a Ezeiza y se sumó al equipo del country Saint Thomas, que jugaba en la liga Intercountry. Su DT era el ex Racing, Jorge Camote Acuña, quien le consiguió una prueba en Banfield. Lo ficharon en el primer entrenamiento y allí emprendió un camino de ocho años en el Taladro. Alguna vez, este chico que la rompe en Italia también tuvo que hacer sacrificios. Cuando la familia se mudó a Guernica, tomaba el tren Roca hasta Burzaco, donde combinaba con un colectivo para llegar a Luis Guillón y allí entrenarse. Después de un largo viaje hasta el entrenamiento y hacer el trabajo del día, comía a las apuradas para llegar al colegio. Volvía a su casa cansado, con ganas de cenar y dormirse. Cuando arrancó con los dobles entrenamientos de la Reserva, negoció con Stella abandonar el colegio, porque sabía que si lo consultaba con Néstor, no tenía chances.

“A pesar de cómo se dio mi salida de Banfield, tengo un gran recuerdo de la gente del club: Pedro Yoma, Barreiro, Pico Hernández y Raúl Wensel siempre me dieron oportunidades. Estar en el club me aportó experiencias muy buenas, tengo amigos como Segovia, Delfino, Toledo, Chuky Ferreyra, Bologna, Galarza, Barrales, Gambetta, Cvitanich y un montón de chicos más con los que compartí muchos años lindos”, reconoce mientras trata de recordar el nombre de algún compañero más “para que no se enojen”.

La importancia de la familia



Imagen Feliz en Atalanta, Schelotto tuvo una buena temporada y despertó el interés de grandes equipos europeos.
Feliz en Atalanta, Schelotto tuvo una buena temporada y despertó el interés de grandes equipos europeos.
En 1966, poco después de haber cumplido los 16 años, Néstor Schelotto -el papá de Ezequiel- se presentó a prueba en Vélez Sarsfield, el club del que era hincha desde que tenía 5 años. Era arquero. Para esa época, a los postulantes se les avisaba por telegrama si habían pasado o no. “Me enteré de que había quedado en 1997, cuando mi papá se lo contó a mi esposa, poco antes de su fallecimiento”, recuerda el papá de Ezequiel, que tenía como musa inspiradora al Loco Gatti.

Ezequiel no tiene problemas en admitir que su melena es igual a la que lucía su padre en su juventud. “Él tenía el pelo largo como yo cuando se presentó en Vélez. Lástima que mi abuelo quería que él estudiara, y se lo ocultó porque tenía otro destino para él. Lo importante es que yo estoy cumpliendo su sueño. Mi papá me enseñó todo lo que sé y quisiera ser como él. Siempre digo que es mi primer entrenador. Cuando logro algo, él se pone el doble de contento que yo. Somos todos muy futboleros, pero él es el más fanático de todos”.

Para él, no hay no hay nada más sagrado que su familia. “Mis padres son fundamentales para mí. Ellos tienen una frase que me marca siempre para mantenerme con los pies sobre la tierra: ‘Es fácil llegar, lo difícil es mantenerse’, y es así al cien por ciento. Costó mucho llegar. Porque en 2001, cuando fue la crisis en la Argentina, mi papá sufrió un infarto, perdió su trabajo y estuvo mal. Mis hermanos fueron a trabajar para que la familia saliera adelante, y yo seguí jugando a la pelota. No fue fácil. Ahora puedo ayudar, pero antes ellos hicieron que yo llegara adonde estoy ahora”, recuerda esas épocas tristes que marcaron su infancia.

Uno de los que salió a remarla cuando la crisis impactó fuertemente a la familia Schelotto, fue Ariel, el hermano mayor –es contador y se encarga de ayudarlo con los números–, también le da una mano para contestar en inglés las cartas que le mandan a Ezequiel sus fans de Japón, China, Alemania y Portugal. En Bérgamo también está su hermano Gabriel, que era defensor y alguna vez jugó de ocho en la liga Intercountry, hasta que se pasó al bando de los árbitros. Cuando llegó a Italia en 2010, le tocó dirigir a su hermano menor en un partido amistoso y no la pasó bien. “Giré adentro del área, fue una jugada rápida, apenas me rozaron hice una zambullida. Lo miré a mi hermano, y lo tuvo que cobrar. Yo no era el encargado de patearlo, pero pedí hacerlo. Me lo tapó el arquero. Se hizo justicia porque no había sido. Pobre, le metí una presión. Ahora no me lo cobraría ni loco”, asegura. Hasta el momento de esta entrevista, habrá contado esta anécdota un centenar de veces, pero no le molesta repetirla. Ezequiel siempre está gustoso de incluir detalles acerca de su familia.

Otra de sus debilidadades son sus hermanas, las dos viven en Buenos Aires, con sus maridos. Romina es la mamá de Joaquín y Francisco, y Vanesa es mamá de Tomás. Cuando le toca despedirlos en los aeropuertos, sufre: “Para mí la familia es lo más importante, porque cuando el fútbol te hace ser más reconocido, se empieza a acercar gente que dice conocerte de un millón de lugares. La frase que sale siempre es ‘¿Te acordás de mí?’, aseguran que me conocen de la escuela, del barrio, de cualquier lugar. La realidad es que nunca los crucé. Mis amigos son los de siempre, pero hay gente que busca aprovecharse cuando a uno las cosas le van bien”, fundamenta.

Y como Schelotto es alguien a quien le gusta agradecer, le agradece a su entorno más íntimo por el gran momento que le toca vivir: el interés de gigantes europeos por llevárselo del Atalanta y la convocatoria a la selección italiana. Les da las gracias a su numerosa familia y –aunque no lo haya conocido– a su bisabuelo Giovanni Battista Francesco Schelotto, quien le dejó la nacionalidad italiana y  le permite soñar con un gran futuro en la selección de Italia, el país que lo hace feliz por estos días.


Por Alejandra Altamirano Halle
Fotos: AFP y album familiar de la familia Schelotto.

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