¡Habla memoria!

Hungría subcampeón 1954

Los Magiares mágicos perdieron la final del Mundial de Suiza ante Alemania, pero son recordados como uno de los mejores equipos de todos los tiempos. Conocé su historia y sus semejanzas con el actual Barcelona.

Por Redacción EG ·

31 de mayo de 2012
Resulta difícil limitar en palabras algo que siempre exige, o permite, un nuevo análisis, otra lectura que se impone a las anteriores. Es cómodo estancarse en lo que ya se dijo, merodear las miles y miles de frases y apuntes y citas que fueron escritas sobre un equipo de fútbol. Entonces, esta y cualquier otra nota sobre la histórica selección húngara de finales de los 40 y mediados de los 50 corren el riesgo de no estirar el concepto más allá de lo que ya existe. Tal vez una buena forma de, al menos, no aburrir amontonando repeticiones vacías sea trazando un paralelo de esa Hungría con el presente más actual. Jugar con la imaginación. Hacer a un lado la variable infranqueable del tiempo para entrecruzar los paradigmas y compararlos al trasluz de la historia.

Si hablamos de presente, hablamos del Barcelona. El equipo de Josep Guardiola y Lionel Messi irrumpió con su fútbol de juego por bajo, yapa simbólica, para darle un relieve de calidad a este deporte. Para reducir a una sola idea el prospecto sobre cómo conseguir un triunfo con la mayor eficacia posible. Hungría, al igual que su congénere catalán, también surgió para aunar los conceptos en el reflejo de su juego. La construcción de su camino, al igual que la del Barça, habla de canteras, goleadores, esencia y épica.

Imagen EL MILAGRO DE BERNA, la final que Alemania remonta contra Hungría y se consagra campeón por primera vez. Terminó 3 a 2 a favor de los teutones. Aquí, el descuento alemán tras ir abajo 2 a 0.
EL MILAGRO DE BERNA, la final que Alemania remonta contra Hungría y se consagra campeón por primera vez. Terminó 3 a 2 a favor de los teutones. Aquí, el descuento alemán tras ir abajo 2 a 0.

LA MASIA HUNGARA Y EL PARTIDO DEL SIGLO


Ferenc Puskás padre, un cerrajero del distrito obrero de Kispest, al sur de la capital Budapest, recorría los terrenos baldíos donde se juntaban los jóvenes a jugar a la pelota. Buscaba a los mejores de aquel lugar, había sido jugador y era uno de los encargados de las divisiones menores del Kispest Honvéd (hoy Budapest Honvéd FC), club fundado en 1909, cuyas juveniles proveyeron de talentos al equipo nacional subcampeón del 54. Doce años tenía su hijo homónimo cuando se integró a las filas del club. “Mi infancia fue como la de cualquier hijo de obrero, con la diferencia que mi padre, obrero cerrajero, era un gran deportista aficionado y practicaba el fútbol”, contaría el propio Puskás, estrella de la selección y compañero de Alfredo Di Stéfano en el Real Madrid multicapeón de los cincuenta y sesenta. La Segunda Guerra había devastado a la sociedad y la cultura de Hungría, que tras la caída de Adolf Hitler fue ocupada por tropas rusas y se sumó al Bloque del Este. El Consejo de Ayuda Económica Mutua (CAME), un plan de cooperación entre los países del régimen soviético promovido por el Stalinismo en 1949, le dio impulso para sanar las heridas de la guerra, cuyos costurones más visibles eran la pobreza y el hambre en los barrios bajos de Budapest.

Puskás, junto al resto de las luminarias de su generación, llevaron a su país a la cima del fútbol mundial. József Bozsik, amigo de la infancia y vecino del Kispest, fue su compañero dentro y fuera de la cancha. Juntos se enlistaron en el ejército húngaro cuando su equipo pasó a ser el equipo de las fuerzas armadas, juntos lograron la hazaña que abundó las páginas de los diarios de Europa y el resto del mundo. Eso que ningún equipo externo a la isla de Gran Bretaña había conseguido: ganarle a Inglaterra en el mítico Estadio Wembley, los húngaros lo consiguieron en un nivel que sugirió el nacimiento de un suceso. El 25 de noviembre de 1953, ante 100.000 fanáticos, golearon a los inventores del fútbol por 6-3. Ese triunfo fue la credencial de ingreso al altar de los mejores, el párrafo aparte en la racha de 32 partidos invictos que le dieron su fama, marca que ninguna selección pudo igualar, y que incluye también la medalla dorada en los Juegos Olímpicos Helsinki 1952. Así, entre goleadas y exhibiciones a cancha llena, los Magiares mágicos o Equipo de oro le fueron poniendo pincelazos al fresco de su historia, probablemente mucho más masiva si hubiera sido bendecida con la contemporaneidad del marketing televisivo. Su técnico, Gusztav Sebes, había optado por formar el equipo únicamente con jugadores del Hovést y el MTK Budapest FC para consolidar rápidamente un estilo e identidad de juego.

Bobby Robson, uno de los máximos referentes del fútbol inglés, sufrió a los húngaros aquella tarde de 1953: “Vimos un sistema de juego, un estilo de juego, que no había sido visto antes. Ninguno de esos jugadores significaba algo para nosotros, no conocíamos nada acerca de Puskás, ¿cómo podía ese jovencito que estaba haciendo el servicio militar venir a ganarnos a Wembley?” Las sensaciones de Robson acerca de ese partido dan el pie justo para afirmar que la selección húngara no fue solo un gran equipo que se quedó a las puertas de un primer puesto. El delantero de Inglaterra habla de un sistema de juego nunca antes visto, una lección ante las narices de los pioneros de este deporte. Es que en la famosa goleada de Wembley, los magiares exhibieron para todo el mundo un ordenamiento táctico que revolucionó los paradigmas de su tiempo. Los ingleses creían que Nándor Hidegkuti que jugaba con la 9 en su espalda, era el quinto delantero del equipo contrario. Confiados en que a nadie se le ocurriría innovar en su propia casa, confundieron las posiciones de los adversarios. Hidegkuti no era el centrodelantero que ellos pensaban,se ubicaba algunos metros más retrasado de la línea de ataque, al lado de Bozsik formando un par de mediapuntas vital en la generación de juego. Tampoco había relación entre los dorsales y las posiciones de Puskás, 10, y de Sandor Kocsis, calificado como el mejor cabeceador de la historia que usaba la 8, a quienes consideraban interiores pero eran los dos hombres de área. El 4-2-4 que diseñó el entrenador Gusztav Sebes fue una innovación atendida por el resto. Una forma de distribución de los jugadores dentro de la cancha que mandó al desván de lo vencido la vieja “W-M” (3-2-5) .Cuatro años después, el Brasil del joven Pelé se consagraría con empleando esa misma estructura.


LA GLORIA INTERRUMPIDA


Suiza era el candidato de la FIFA para albergar una Copa del Mundo en Europa por primera vez desde la Segunda Guerra. El conflicto no había resquebrajado la economía de los helvéticos, que se habían mantenido neutrales durante todo el enfrentamiento. Nada mejor para la casa madre de la pelota que festejar su cincuentenario en el país donde está su sede central. Hungría, candidata al título por goleadas como la de Wembley, llegó al Mundial con un invicto de treinta y dos partidos. Además de Puskas, Bozsik y Kocsis, tenía jugadores como Zoltán Czibor, un extremo exquisito que al igual que Kocsis tiempo después brillaría en el Barcelona. Integró el grupo B junto a Corea del Sur, Turquía y Alemania Oriental. Con el viejo sistema de disputa cada equipo jugaba un par de partidos, y en caso de que dos selecciones igualaran en puntos se enfrentaban en un desempate que no sumaba para la tabla de esa fase inicial. Un 9-0 sobre los coreanos y un humillante 8-3 sobre los alemanes, que retornaban a la competencia tras haber sido prohibidos en Brasil 1950, le dieron la clasificación a cuartos de final. En el duelo ante los alemanes, Puskás sufrió una lesión en el tobillo que no le permitió jugar los dos siguientes partidos.

En cuartos de final, el Brasil de Didí y Djalma Santos sufrió la furia goleadora de Kocsis, que marcó un doblete en el triunfo 4 a 2 de su país. En la siguiente instancia, el mismo resultado ahogaría el sueño uruguayo de ser bicampeón. Esa fue la primera vez que un equipo cahrrúa perdió en una Copa del Mundo. En la final volvieron a encontrarse con Alemania, pero esta vez la fortuna no acompañó a los húngaros. El famoso partido pasó a la historia con el nombre de El Milagro de Berna, que refiere a la épica remontada de Alemania tras ser superado en el juego y en el marcador. Fritz Walter, probablemente el mejor mediocampista que haya tenido la selección germana, fue el eje del triunfo de su equipo 3-2 sobre la sensación europea. A los ocho minutos los alemanes perdían dos a cero, nadie dudaba de que Hungría daría su primera vuelta olímpica bajo el cielo nublado del estadio Wankdorf. El arquero Toni Turek evitó la goleada durante el aluvión inicial de los húngaros. El y los palos, que salvaron tres veces su arco, enderezaron el rumbo de los teutones. Minutos antes de que finalizara el primer tiempo el partido se había puesto 2 a 2.

Las conjeturas en torno a la derrota turca priorizan el mal estado físico de Puskás, quien debió ser infiltrado antes del partido y se quedó sin resto en el segundo tiempo. A Hungría le costó llevar peligro al arco alemán en el complemento. Y padeció una de las definiciones más célebres del anecdotario futbolero. A falta de ocho minutos para el final del partido, Helmut Rahn se colgó en la historia con un remate de zurda que selló el resultado.

EL INICIO DE LA DEBACLE


Después de la Copa del Mundo, ese sueño interrumpido en los últimos tramos de un partido ganable, Hungría siguió paseando su fútbol, gozando de los frutos de una camada que jamás volvería a repetirse. Tras Suiza 54 el equipo se mantuvo 18 partidos invicto. Jugó la revancha con Inglaterra, en Budapest, y volvió a golearlo, 7-1. Fue eliminado en la primera ronda de Suecia 1958, pero obtuvo la medalla de oro de los Juegos Olímpicos Tokio 1964 y México 1968. También el tercer lugar de la Eurocopa España 1964. En la década del 70 su prestigio de potencia se enterraría para siempre. No clasificó a los dos primeros mundiales de esa década, México 1970 y Alemania 1974, y se despidió en primera ronda en los tres siguientes. México 1986 fue la última vez que los húngaros dijeron presente en una Copa del Mundo. Un breve análisis político puede explicar el proceso que culminó en la debacle.

En noviembre de 1956 estalló en Budapest un movimiento de protesta contra el sometimiento político por parte de la Unión Soviética. La Revolución Húngara duró desde el 23 de octubre hasta el 10 de noviembre de ese año. Una manifestación de alcance nacional que exigía la liberación de los legados Stalinistas, en ese entonces representados por el máximo dirigente de la URSS Nikita Kruschev. El Honvéd Budapest FC había viajado a Bilbao para enfrentar al Athletic por la Copa de Europa cuando el conflicto estalló. La revuelta originó la invasión de Budapest por parte del Ejército Rojo, que movilizó más de 30.000 soldados hacia la capital húngara. Los jugadores del Honvéd, que representaban casi el total de la selección, decidieron no regresar a su país, adhiriendo con aquel gesto a la protesta de su pueblo. Disputaron la vuelta con el equipo vasco en Bruselas, quedaron eliminados del torneo pero se mantuvieron firmes en su postura de no volver. El entrenador Belá Guttmann promovió una gira por distintos países para recaudar fondos para su plantel. El equipo paseó su fútbol por Italia, Brasil, España. Recibió y rechazó el ofrecimiento de México que les brindó asilo político. La FIFA y el gobierno soviético declararon ilegal a aquel equipo. El episodio comenzó a trazar caminos distintos entre los integrantes del plantel: Puskás estuvo parado casi  dos años y en 1958 recayó en el Real Madrid; Czibor se fue a la Roma, y luego al Barcelona; Kocsis, al fútbol suizo, aunque dos años más tarde también desembarcaría en Cataluña. El Honvéd ya no tenía a la base de los Magiares, ese equipo que duró poco, pero, al igual que el de Josep Guardiola y tantos otros, sembró con su historia un espejo de referencia.

Imagen LOS MAGIARES MAGICOS lograron lo que niguna selección no británica había conseguido: ganarle a Inglaterra en Wembley. En noviembre de 1953,  vencieron a los locales por 6 a 3. En la revancha, un año después disputada en Budapest, terminó 7 a 1.
LOS MAGIARES MAGICOS lograron lo que niguna selección no británica había conseguido: ganarle a Inglaterra en Wembley. En noviembre de 1953, vencieron a los locales por 6 a 3. En la revancha, un año después disputada en Budapest, terminó 7 a 1.

Por Alfredo Merlo