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Cecilia Biagioli: Agua bendita

Quiso abandonar la natación luego de los Juegos Olímpicos de Beijing 2008, pero su hermano Claudio, que ahora la entrena, la convenció para que probara otra especialidad y hoy es la esperanza argentina en aguas abiertas. Con la motivación en alza, también sueña con clasificarse para Londres 2012 en piscina.

Por Redacción EG ·

25 de abril de 2012
Nota publicada en la edición marzo de 2012 de El Gráfico

Imagen A LOS 27 años, Cecilia Biagioli revitalizó su motivación y aspira a lo máximo en Londres. (Foto: Viviana Toranzo)
A LOS 27 años, Cecilia Biagioli revitalizó su motivación y aspira a lo máximo en Londres. (Foto: Viviana Toranzo)
LA FELICIDAD no tiene valor de mercado. Cecilia Biagioli pisoteaba su autoestima al promediar agosto de 2008. Se consideraba una jubilada del deporte de alto rendimiento a sus 23 años. Se sentía desilusionada, frustrada, sin energías para continuar. Pretendía colocarle punto final a una carrera que empezó de chica, con apenas 15 años. Jamás podía ser la reina del equilibrio. Su mente solicitaba corte y confección.

La relación junto a Daniel Garimaldi, su entrenador durante nueve años, no admitía revisión. Se había cumplido un ciclo. Su mala labor en los Juegos Olímpicos de Beijing –31o en los 800 metros libre y 34o en los 400- resultó el último peldaño de una escalera que se desmoronaba. “Pensaba que haría un papelón en los Juegos. No estaba bien de la cabeza, desconcentrada. Lo sabía antes de competir. Es más, usé una malla que no había probado. El resultado conseguido fue negativo. Quería dejar de nadar. No sé si le tenía odio a la natación, pero casi como eso. Le había perdido el gusto”, revela la cordobesa.

En consecuencia, debía encausar su camino. Sus seres queridos salieron al rescate. Claudio, su hermano mayor, acercó un salvavidas. La propuesta era tan genuina como seria: entrenarla. Sin embargo, el plan estratégico del coach contenía retoques. La apuesta trataba de correrse un tanto del circuito de la piscina y explorar una competencia distinta: aguas abiertas, que concretó su estreno olímpico hace cuatro años. Cecilia lo escuchó, le agradeció y le bajó el pulgar de modo gentil, en especial al hecho de cambiar de disciplina. Claudio, de convicciones inalterables, no descarriló, tocó en una certera fibra íntima y la convenció de retomar.

Primera batalla ganada. “Cuando empecé con Claudio estaba desmotivada. En 2009 trabajé con un psicólogo que me ayudó a encontrar el rumbo en la pileta y en otras situaciones. No tenía satisfacción por lo que más amaba: nadar. Después, Claudio me contuvo bárbaro. No me obligó a nada y me brindó su apoyo. Pero me convenció y eso me llevó a seguir nadando -se suelta-. Al principio, no quería salir de la piscina. No me gustaban los eventos de aguas abiertas, ni estaba cómoda. Pero él me alentaba a probar. Me veía condiciones para afrontar las pruebas de larga distancia por ser fondista. El observó en mí capacidad y que puedo aguantar un ritmo intenso, con cambios incluidos, en el grupo de punta”.

El laboratorio de los Biagioli experimentó vivencias nuevas. Cecilia salió a escena durante los veranos de 2009 y 2010 en aguas abiertas, más allá de no haber abandonado la pileta. “Me presenté en las carreras de Viedma y Rosario, aunque no estaba a gusto. El roce me molestaba. Además, nadás en otro ámbito, como el río o el mar, no sabés con qué te vas a encontrar, hay corriente en contra o a favor, oleaje y se siente el contacto, principalmente en la largada que es lo más crítico. A veces no veo nada y trato de meterme en un pelotón de cuatro o cinco. Me da impresión quedarme sola”, afirma.

Sin trayectoria en el ambiente, explotó el año pasado. Ganó la primera prueba del Grand Prix en Rosario y la Santa Fe-Coronda (clásica maratón de 57 kilómetros), competencia que una argentina no se adjudicaba hacía 23 años, cuando Silvia Galoto la consiguió en 1988. El prólogo auguraba lo que se vendría. Biagioli rompió con la estadística al culminar quinta en el Mundial de Shangai, a 14 segundos de la primera: la británica Keri Anne Payne, y sacó pasaje directo a la capital inglesa. “Me sorprendió muchísimo. La idea era estar entre las diez mejores y clasificarme a Londres. Pero superé mis propias expectativas. Fue mi primera vez entre las cinco en un Mundial (participó en ocho entre pileta corta -25 metros- y pileta larga -50 metros; distancia olímpica-). No conocía a mis rivales, ni sabía cuáles eran sus estrategias. Había como 15 en el pelotón del medio y nos pegamos bastante. Hice un sprint bárbaro en los últimos mil metros. Ahí estuvo la diferencia. Me pareció loco haber pasado a varias”, asegura. No obstante, remató un 2011 perfecto al alcanzar la medalla dorada en los Juegos Panamericanos de Guadalajara. “Cambié de rumbo y conseguí resultados que siempre soñé en pileta. Aproveché la visión de mi entrenador. No imaginaba este momento en mi vida como deportista. No me veía en otros Juegos. Pensaba que estaría alejada del deporte. El oro panamericano es importante, pero valoro más el quinto puesto en el Mundial, por el nivel de la competencia y por la clasificación olímpica. Ese resultado marcó un antes y un después. Voy a participar en cuatro Juegos. Es un sueño cumplido”, enfatiza.

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ESPECIALISTA en 400 y 800 metros libre, se inició a los seis años en el club Taborin. Sus padres pretendían que aprendiera a nadar. Sin embargo, una profesora de poco tacto la tiró de prepo. Cecilia se puso a llorar, producto del agua que le entró en los ojos y en la nariz, y no apareció durante un año por el natatorio. “Le tenía miedo al agua. No quería ir más”, admite. Una vez que empezó a amigarse con la piscina, la convocaron para ingresar en el equipo a los ocho años. A partir de ahí, recorrió una senda disciplinada que la llevó a debutar en la Selección Argentina de mayores en los Juegos Olímpicos de Sydney 2000, con apenas 15. “No le saqué provecho a esos Juegos. Extrañaba mucho a la familia, gastaba fortunas al hablar por teléfono. Era chiquita para estar en un evento tan grande”, recuerda. Dueña de récords argentinos en 200, 400, 800 y 1.500 metros libre en pileta corta, y 400, 800 y 1.500 metros libre en pileta larga, culminó 26o en los 800 de Sydney y 19o en los 400 de Atenas 2004. La historia ya es conocida en Beijing.

LA CUENTA regresiva para Londres 2012 ya se activó. La sensación de saborear las mieles de una nueva versión olímpica se posa en la garganta de la única argentina clasificada en aguas abiertas. “Estoy un poco nerviosa porque participaré en una disciplina nueva para mí. Tendré que poner motivación, concentración; demostrar lo que aprendí en el último tiempo y nadar como sé. Espero que no se note mi falta de experiencia en la especialidad. La estrategia será integrar el pelotón de punta desde el inicio, porque ahí se pegan menos que en el del medio. En la pileta, es clave la largada y uno se enfoca en hacer la marca. Acá, en cambio, debés tener en cuenta diferentes cosas. Por ejemplo, te podés quedar porque ligaste un golpe”, destaca.

-¿Tuviste que cambiar el estilo de tu nado para aguas abiertas?
-Sí. Es fundamental la técnica en la piscina, mientras que acá hay que adaptarse al río o al mar, al roce, al oleaje. Se necesita mucho trabajo de resistencia, y en la pileta se requiere más potencia y fuerza. Si venís de competir en piscina para luego hacerlo en aguas abiertas, mejor porque estás afilado en velocidad y potencia.

-Ganaste la primera fecha del Grand Prix en Rosario, terminaste 12o en Santos con rivales de jerarquía y 7o en Carmen de Patagones-Viedma. ¿Cuál es la evaluación del año hasta aquí?
-Empecé bastante bien, pero me sentí agotada. Después de 20 días sin entrenarme, comenzamos rápido y lo noté, en especial en Santos. Había que aflojar un poco antes para aprovechar mejor el nivel de esa competencia, porque se encontraban las mejores del mundo. No estaba en mi mejor forma. Me hubiese gustado que fuera en abril y no en enero.

-¿La puesta a punto para los Juegos será en la altura, como ocurrió previo al Mundial?
-Sí, igual. Iremos tres semanas antes de la competencia a Sierra Nevada para entrenarme en la altura. Yo sufro la altura, pero es alto rendimiento. Ahí me falta el aire, me exijo a fondo en lo físico y debo cuidarme de no perder tanto peso. Hasta terminé llorando en algunos entrenamientos. Encima, estás lejos de tu familia. Aunque te genera confianza para lo que viene. Así tenés mayor porcentaje de que después te vaya bien.

-¿Qué sería hacer un buen papel en los Juegos Olímpicos?
-El quinto puesto mundialista me hizo creer que estoy entre las mejores del mundo. Aspiro a una medalla, pero sería un logro grande también quedar entre las cinco u ocho primeras. Nunca lo había imaginado. Intuyo una carrera ajustada en la que puede pasar cualquier cosa en el sprint final. Como se nadará en un lago cerrado, en aguas calmas, me favorecerá porque es parecido a la pileta.

-¿Es una carga o una motivación saber que podés ser la primera argentina en conseguir una medalla olímpica en aguas abiertas?
-Una motivación. Creo en mí y sé lo que puedo dar. Trato de no dejar cuestiones libradas al azar. Ojalá que ese día no pase nada raro dentro del agua, sea un golpe o lo que fuere, y pueda nadar a mi ritmo. Si me mantengo entre las diez primeras, el final es imprevisible.

-¿Qué tiene de distinto el atleta argentino respecto del resto?
-El corazón. Nosotros le metemos mucho más, lidiamos con cosas externas. El apoyo económico, por ejemplo, no es igual que en otros países. Todo es más a pulmón.

-¿Hasta cuándo vas a competir en pileta y en aguas abiertas a la vez?
-Me despido de la piscina en diciembre de este año. Ahí me enfrento a nadadoras de 20 o 22 años, por ejemplo, y me sacan ventaja porque ya tengo 27. Se nota la diferencia. Entonces, seguiré con aguas abiertas que me permite, además, planificar mi vida fuera del deporte. Existen nadadoras entre las diez del mundo que son madres y que están arriba de los 33 años. Por eso, pienso que me queda cuerda para seguir.

LA ALEGRIA desconoce los límites. Cecilia Biagioli necesitó perder lo perdido y soportar un bravo tirón para reencontrar nuevas razones de ser en el agua. Se le volvió a dibujar la sonrisa en su rostro. Tiene la banca de su familia. No solo se alista Claudio, su guía en lo deportivo, sino también Fernando Barboza, su marido, a quien le regaló el oro panamericano el día que cumplieron su primer aniversario de casados. La cordobesa ya no escribe las letras de las canciones que canta Luis Miguel para luego entonar, como lo hacía de chica. Ahora, disfruta con el cuarteto de Sabroso y La Barra. Hincha de Boca y representante de Belgrano de Córdoba a nivel clubes, aún pretende realizar la marca “A” para clasificarse directo a la capital inglesa en los 800 metros libre. De todos modos, sabe que su prioridad transcurre en aguas abiertas. Comprende que 10 kilómetros, la misma distancia que recorrió en el Mundial de Shangai y en los Juegos Panamericanos de Guadalajara, la separan de la gloria. Consciente de su reinvención, apunta alto en una disciplina que le sienta a medida por sus condiciones. Entiende que todavía nada por un sueño.

Por Darío Gurevich

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