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El ejemplo de Maravilla Martínez

Detrás de su victoria del sábado ante Matt Macklin, hay un profesional que trabaja en serio, y vive para el boxeo.

Por Carlos Irusta ·

19 de marzo de 2012
Maravilla Martínez se fue de la Argentina hace diez años, cansado de comer “fideos con aceite, porque no se ganaba para otra cosa”, como él mismo lo recuerda. Esto no debe sorprender a nadie, ya que las bolsas de los pugilistas argentinos, en el medio local, siempre han sido bajas. O, al menos, decimos “siempre” desde que cerró el Luna Park, en donde los boxeadores cobraban un porcentaje de la recaudación.

Lo cierto es que Maravilla, desarrollado luego en España y ahora afincado en California, la tiene muy clara. El negocio es: entrenar y vivir las 24 horas del día para el boxeo. ¿Parece fácil? Viendo la conducta de muchos de sus colegas en Argentina y el mundo, no es tan así.
Claro que hay que sumarle talento, porque con entrenamiento solo no se llega a nada. Maravilla lo tiene y por eso, este sábado, en Nueva York dio la sensación inequívoca de que definió su pelea con Maclkin cuando se lo propuso.

El equipo de Martínez supuso que el irlandés iba a atacar desde el vamos, pero se equivocaron. En realidad a Martínez le gusta que lo ataquen, porque con sus brazos bajos, su mirada alerta y su cuello de resorte, es capaz de jugar “a lo Nicolino Locche” con cualquiera. En cambio, Macklin se mostró evasivo y eso lo obligó al quilmeño a ceder la iniciativa y algunos asaltos para ver si su rival se atrevía a pelearlo.

Finalmente, cuando la pelea comenzaba casi a languidecer, Maravilla apretó ligeramente el acelerador y a partir del octavo empezó a pegar con más dedicación.
“Fue en el octavo que le metí un tremendo gancho de izquierda al plexo y ahí me di cuenta de que la pelea se terminaba, porque le dolió muchísimo”, nos dijo Martínez.
Luego, el desborde en el noveno, y la paliza en el décimo.
“Yo sabía que esta pelea no llegaba al límite de los 12 asaltos, pero para esto hay que saber tener mucha paciencia”, nos explicó.

La paciencia rindió sus frutos, porque en el 11, con una derecha extendida, derrumbó a Macklin: cuando se levantó, un primer plano de la tele nos mostró a un hombre lacerado, con el rostro cubierto de sangre, lastimado en ambos ojos, y hasta con un hilillo de sangre en un oído. Lo volvió a derribar Maravilla, con otro estiletazo de toreador experto. Y, luego a Macklin lo salvaron dos cosas: primero la campana y luego su técnico, Buddy McGuirt –ex campeón mundial- que detuvo la desigual contienda. ¿Para qué exponer a su pupilo a lo que sería un sacrificio humano televisado para todo el mundo por HBO? Perfecto.

Maravilla se enteró luego de que iba abajo en alguna tarjeta. Y hasta se sonrió recordando su caída o mejor dicho, el empellón que provocó su caída y un conteo de Eddie Cotton. Queda en la anécdota, el resultado lo dice todo. Ahora, a esperar -¿hasta el aburrimiento?- a que Julio César Chávez Junior diga el tan anhelado “Si quiero” y que la pelea se haga...

Mientras tanto, Martínez sigue entrenando, trabajando, cumpliendo, y demostrando que los boxeadores también pueden tener otra imagen.
En síntesis, un ejemplo.