Las Crónicas de El Gráfico

Disparador: Teatro de revistas

Ya no hacen falta demasiados méritos para subirse al gran escenario nacional. Como si no alcanzara con la andanada de mediáticos, los muchachos del fútbol también se perfilan como candidatos.

Por Elías Perugino ·

06 de enero de 2012
Nota publicada en la edición diciembre 2011 de la Revista El Gráfico

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Santiago Solari escribe un blog muy recomendable, delicioso de leer en la sección Deportes de la versión digital del diario español El País (www.elpais.com). El espacio donde reflexiona el exjugador de River, Real Madrid, Inter y la Selección se llama El Charco. En una de sus últimas entregas, analizó la relación entre los futbolistas y los periodistas, bajo el título de “Enemigos íntimos”. Y entonces tecleó, surfeando entre ambos lados del mostrador: “El futbolista ve en el periodista a un extranjero. Un intruso con camisa y zapatos limpios que pretende pisar con su librito de teoría bajo el brazo su lodoso territorio de la práctica. Un charlatán sospechoso que, solo por hablar, puede influir sobre su futuro.

Ve a alguien que juzga sin hacer, que no corre, no suda, no siente cansancio o dolor, no escucha los silbidos del público ni los saludos afectuosos a su puta madre pero que, concluido el partido, con una tacita de té de tilo a mano y el aire acondicionado encendido, dice todo aquello que debió haberse hecho y no se hizo y todo aquello que se debería hacer para corregirlo. Para el periodista deportivo, en cambio, el jugador es otro objeto de estudio. Un tipo con una habilidad puntual. Un poco consentido y caprichoso, sensible a los pequeños cambios de rutina. Ve un ser que lleva una existencia monótona en su sencillo mundo verde, rectangular y perfecto. Lo mira, quizás, hasta con condescendencia; sabedor de una verdad que el futbolista, en el trajín de su rutina, ignora: que el fútbol se termina y la vida sigue, sin autógrafos ni flashes”.

Matiz más, desacuerdo menos, la pintura que regala el Indiecito desde su pluma pulcra y amigable describe una relación de fuerzas en constante ebullición. Un ida y vuelta que, a semejanza del frenético andar de los carrileros del fútbol moderno, no siempre amarra la relación a un buen puerto.

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En su laberinto de enfoques, el periodismo deportivo sobrevuela las alternativas del juego, pero su barniz fiscalizador también embadurna las alternativas colaterales, carne de análisis e investigación como nunca antes. Entonces el oficio va y viene al ritmo de la diversidad. De los constantes cambios de sistema de Sabella en la Selección, al destino de los jugadores argentinos freezados por el conflicto de la NBA. Del salto de calidad del deporte nacional en los Panamericanos de Guadalajara, a escarbar en el mapa delictivo de las barras bravas. De calibrar las responsabilidades de un accidente como el que le costó la vida al piloto Guido Falaschi en el circuito de Balcarce, al “teatro de revistas” detonado por Teo Gutiérrez en Racing.

A propósito: qué destino infame el del teatro de revistas. Dicen que el género debió acostumbrarse a convivir con el desprecio desde el amanecer del siglo pasado, cuando los franceses lo idearon como una aspirina de distracción para los soldados condenados a protagonizar la Primera Guerra Mundial. Nadie vinculado a las artes reparaba en los decorados fastuosos, ni en las mujeres bellísimas de andar glamoroso, ni en la picardía envenenada de los cómicos que metían el dedo en la llaga de la realidad con una profundidad que ni siquiera figuraba en los planes del sumiso periodismo de entonces. Vaya si fue bastardeado y ninguneado el teatro de revistas. Hasta los propios miembros de la inodora colonia artística lo consideraban un subgénero teatral, una cuerda que no debían tocar los actores de carácter, abanderados de una supuesta sensibilidad superior.

Qué destino ingrato el del teatro de revistas. ¿Quién valoraría hoy lo que significó Florencio Parravicini, que por 1926 integró la primera compañía que llegó a Buenos Aires desde Francia, al igual que Pepe Arias? ¿Quién se va a tragar el cuento de que las primeras “bataclanas” o vedettes de aquella formación fueron Tita Merello y Gloria Guzmán? Tan inútil como sugerir que en los años posteriores se sumaron gigantes como Luis Sandrini, Niní Marshall, Dringue Farías, Alfredo Barbieri y Don Pelele. Tan estéril como recorrer el espinel de los años y chocarse con nombres como Adolfo Stray, Fidel Pintos, José Marrone, Juan Verdaguer, Alberto Olmedo y Jorge Porcel. Tan frustrante como intentar acariciar desde la imaginación las curvas sin guardarrail de Nélida Roca, creerse con chances de tomar un champagne con Amelita Vargas o engancharse en las acrobacias asombrosas de Nélida Lobato.

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Qué destino tal vil el del teatro de revistas. ¿Que paremos de exagerar porque al Maipo ya se lo considera un templo, incluso después de que Jorge Lanata encabezara la marquesina de una de sus temporadas? Sí, sí, pero no importa. Menos que menos que Nito Artaza y Miguel Angel Cheruti hayan invertido a riesgo -¿saben lo que significa eso en la Argentina?- para impactar al público en la última década. A la hora de la valoración, al teatro de revistas le cuentan más los ceros a la izquierda, esa absurda permeabilidad de sus tablas, que ahora soportan el peso de afiebrados mediáticos que, como talento esencial, enarbolan una discusión denigrante en lo de Tinelli con un artista de mayor trayectoria, una infidelidad impactante revelada en HD, un reclamo indemnizatorio a un pariente famoso de mejor pasar o un video chanchito desparramado en las redes sociales gracias a la sospechosa habilidad de un hacker que nunca, nunca aparecerá.

Si hacía falta una zancadilla más para este género noble y subvaluado, el fútbol doméstico, que apenas si puede disimular sus manchas, le asestó otro martillazo letal. “Racing parece un teatro de revistas”, disparó Gabriel Hauche, como si fuera Tato Bores en medio de un monólogo, para graficar los enredos de un plantel experto en empatar partidos en los que le sobraba soga para aplastar al rival.

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Lo descerrajó como un insulto. Como si Flop, Pepitito, Dringue, el Negro y los verdaderos Cinco Grandes se merecieran un paralelo con la insolencia de Teo Gutiérrez, un irresponsable que pelea a un compañero en una práctica, regresa cuando quiere de las convocatorias de la Selección Colombia, se baja de los partidos por decisión propia, pechea árbitros con guapeza de cotillón y desnuda los puntos débiles de un entrenador cuya vara disciplinaria no es la que era. Y el género revisteril, o los andrajos que quedan de él, deberá aceptarlo: ¿O acaso Teo ya no hizo méritos para un musical como “El baile del churrito” del padre de Jésica Cirio? Ni hablar: una base cumbianchera, tres estrofas de un guionista de medio pelo y… ¡a las tablas! Y cuando eso ocurra, que será más temprano que tarde, tal vez colapse la web de El País para ver cómo se las arregla el Indiecito para explicarlo en sus textos de El Charco.

Por Elías Perugino

1- En el blog se les explica a los lectores españoles el significado de “charco”: 1) Superficie de agua poco profunda que de no ser por los visitantes podría pasar totalmente desapercibido. 2) Coloq. Arg. Océano que separa el continente americano y el europeo.

2- En sus ocho partidos al frente de la Selección, Sabella jamás repitió el esquema de un encuentro a otro.

3- Argentina finalizó en el séptimo lugar del medallero, con 21 de oro, 19 de plata y 35 de bronce. Total: 75.

4- Sin embargo, algunos historiadores del género sostienen que podrían considerarse “revistas” a obras españolas de 1866, en las que se reflejaban situaciones de la vida cotidiana en cuadros separados.

5- Su verdadero nombre era Florencio Bartolomé Parravicini Romero Cazón (1876-1941). En 1990, el director Eduardo Mignona le dedicó una película: “Flop”.

6- La puesta se llamó “La rotativa del Maipo. Más que un diario… ¡una revista!”. Fue en 2009 y Lanata encabezó el reparto con la vedette Ximena Capristo.

7- No se habla de Boca, River, Racing, Independiente y San Lorenzo, sino de Los Cinco Grandes del Buen Humor: Juan Carlos Cambón, Rafael Carret, Zelmar Gueñol, Guillermo Rico y Jorge Luz.

8- Cuando era DT de River, Simeone castigó severamente a Ortega por sus faltas disciplinarias. En Racing y con Teo, miró para otro lado y lo consintió.