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Carlos Sánchez: Hambre de gol

A los 8 años su papá lo abandonó y lo dejó en la calle. Se curtió en picados en los que la pelota se iba al lateral y le mostraban un revólver. Creció en un Fuerte Apache uruguayo, con un vaso de leche como única cena. En una familia de 10 hermanos de cuatro padres distintos, Carlitos le puso el pecho y salió a pelearle al destino.

Por Diego Borinsky ·

03 de noviembre de 2011
Nota publicada en la edición octubre 2011 de la Revista El Gráfico

Imagen SANCHEZ, 26 años,  debutó en Liverpool de Uruguay.
SANCHEZ, 26 años, debutó en Liverpool de Uruguay.
La de 8 años no es particularmente una edad crítica, una de esas etapas en la que suelen ocurrir muchas cosas.

Carlos Andrés Sánchez Arcosa viene a desmentir un poco esa lógica. A los 8 años le pasaron tres cosas, o al menos tres cosas que recuerda remarcadas con rojo, tres cosas demasiado fuertes para que no significaran un quiebre en su por entonces incipiente y frágil vida.
A los 8 años mamá Nelly lo llevó a Nueva Juventud, su primer club de fútbol.
A los 8 años decidió cortarse el pelo casi al ras porque no soportaba las cargadas.
A los 8 años, y aquí la decisión que determinó las otras dos, Carlitos Sánchez entendió definitivamente que su infancia no sería un lecho de rosas, cuando su papá lo echó de la casa junto a sus cuatro hermanos y su madre.

-Nos dejó en la calle, así de simple. Nunca se lo perdoné. Por suerte mi tío, el hermano de mi mamá, nos hizo un lugar en su casa y tá, ahí fuimos a acomodarnos apretados con él. Se vivía medio incómodo, pero siempre dio una mano para todo.

-¿Nunca pudiste hablarlo con tu papá?
-No, no, no lo vi nunca más. Desde los 8 años que no lo veo más.

El futbol suele nutrirse de este tipo de historias, maceradas en la escasez y las privaciones. Uno no se sorprende al comprobar que el fútbol es hijo de la miseria, aunque algunas de esas historias provienen de un subsuelo demasiado profundo y denso, y se hace difícil entender que puedan tirar paredes con estas sonrisas que ahora regala a repetición durante la entrevista Carlos Sánchez, una de las firmes esperanzas de resurrección con las que transita River Plate este subsuelo tan profundo y denso. Vaya coincidencia. Los Sánchez son diez hermanos de cuatro padres distintos. Y ese solo dato ayuda a imaginarlo todo.

-Fue complicado, sí, muchas veces no teníamos para comer. Yo comía bien al mediodía, en el colegio, y después me arreglaba con lo que se podía. Mi madre trabajaba como empleada doméstica. Salía a las 8 de la mañana y volvía a la noche, tarde. Allá no se paga por jornada, y había días en que no teníamos plata, entonces se hacía difícil.

-¿Quién los cuidaba?
-Mi tío hacía revoques, demolía paredes, casi nunca estaba en casa tampoco, así que andábamos solos y el hermano mayor cuidaba a los demás. Tratábamos de ayudarnos entre todos. Yo jugaba en el barrio, todo el día pasaba en la calle detrás de la pelota, en realidad cuando había para comer tampoco me enteraba porque yo estaba jugando al fútbol en la calle, el fútbol me salvaba de todo eso (risas).

-¿Qué hacían cuando no tenías para comer?
-Y... siempre había compañeros, amigos del barrio que nos invitaban a comer a distintas casas sabiendo cómo era la cosa, nos repartíamos. Más de una vez, cuando no nos invitaban, agarraba el vaso, le ponía la leche en polvo, el agua, y me iba a dormir con ese vaso de leche. Y acompañaba con algún pedacito de pan… si había. Con eso me llenaba la panza. La situación fue mejorando cuando mi madre comenzó a hacer trabajos cortados, por ahí de 6 horas, y volvía a casa, y mis hermanos ya trabajaban para ayudar, éramos más grandes y ahí se fue complementando todo. Yo ayudaba a un panadero del barrio repartiendo los pedidos. Lo que quedaba, pan o bizcochos, me lo llevaba para casa.

-¿Cómo se arreglaban para dormir los 10?
-Nos repartíamos, nunca hubo problemas con eso. Había varias camas cuchetas y, si no, se tiraban colchones sobre el piso. Yo siempre dormía con tres. Era bastante rezongón y me peleaba mucho con mi hermano más grande, el que es de mi mismo padre.

Imagen ANTES de jugar en el club de Núñez,  jugó en Godoy Cruz de Mendoza.
ANTES de jugar en el club de Núñez, jugó en Godoy Cruz de Mendoza.
-¿Te acordás los nombres de todos tus hermanos?
-Sí, más bien (se ríe y pasa lista como si estuviera presentando un equipo por tv): Sandra, Fabián, Alejandro, Sebastián, yo, Lorena, Jimena, Stefani, Antonella y Nicolás. La más grande tiene 38 y el más chico, 13. Todos viven en Montevideo, en el barrio Colón. El más chico es el único que juega al fútbol. Está en Liverpool. Dice que quiere ser como yo. Mis otros hermanos también jugaban bien, pero no se animaron.

-¿Y de los cumpleaños de todos, te acordás?
-Sí, sí, me acuerdo. Se me complica un poco con los sobrinos, ya perdí la cuenta de cuántos somos, creo que más de 10.

Casi 19 años después de aquel curso acelerado de maduración, hoy Carlos Sánchez vive en La Recoleta, una de las zonas más coquetas de Buenos Aires. El contraste de paisajes entre aquello que relata del ayer y esto que vive en el hoy ayuda a comprender un poco por qué, ante la primera oferta europea, el futbolista sale disparado a asegurarse su futuro.

Carlos camina de la mano de Máximo, su clon de 2 años, y al ritmo cansino de Selene, su mujer uruguaya, que lleva una panza de cuatro meses debajo de la remera. Vienen por la avenida Callao, terminado el horario de jardín, soportando estoicos el concierto de bocinazos de colectiveros histéricos. En Montevideo y en Mendoza esto no pasaba. Hace un par de semanas, mientras charlaba con un amigo sobre esa misma Callao, escuchó el “pip pip” repetido un par de ocasiones y demoró en reconocerse como destinatario. “Carlos, Carlos”, le gritaron. Y ahí sí reaccionó. “Era el Enzo, estaba en su auto, hizo que iba a parar pero no pudo porque era un quilombo y se fue, me saludó a los gritos. Fue chocante que el Enzo me tocara bocina, tiene que ser al revés”, destaca, al son de otra sonrisa.
Las señales riverplatenses ya venían desde hacía tiempo alumbrando la existencia de Carlitos. Desde que se anotó sin suerte en la escuelita de fútbol de River Plate de Montevideo. Y más atrás: desde cuando festejaba los goles en el potrero, clavando una rodilla en tierra y levantando el dedo índice de su mano opuesta. “Jugábamos campeonatos en el campito –recuerda-, éramos cinco equipos y cada uno se ponía el nombre de un jugador. Yo jugaba adelante y me puse Salas, porque lo veía por la tele y me gustaba. Entonces festejaba los goles como él”.

Imagen EL NUEVO CRACK.  Su hijo ya patea. Muchas veces se lo ha visto en la práctica junto a la número 5.
EL NUEVO CRACK. Su hijo ya patea. Muchas veces se lo ha visto en la práctica junto a la número 5.
Con la última edición de El Gráfico en sus manos, mete la carcajada más sonora de la tarde. Jamás había visto a su compañero y amigo Martín Aguirre con pelo. “De mí es imposible que encuentres una foto así, porque ya a los 8 años me lo corté casi al ras, debe haber una sola foto perdida donde aparezco con pelo, de esas del colegio. Fue por decisión mía. Tenía mucho pelo, rulos, y en su momento empezaban las cargadas en el colegio, que era motudo, y todo eso. Entonces pedí que me lo cortaran. A partir de ahí siempre lo tuve cortito, casi como me ves hoy”, describe, y ahora la sonrisa que lo acompaña está teñida de cierta melancolía.

El valor de curtirse, lo que se dice curtirse de verdad, lo adquirió jugando en el barrio.
-Me metí en cada lado para jugar al fútbol –ahora la risa es entre pícara y orgullosa-, se jugaba por plata, en cancha de tierra, patada viene, patada va, piñas, de todo. Había barrios en que si ganabas, te esperaban con revólver afuera o te cascoteaban el camión en el que te volvías. Fui a jugar un para de veces al Barrio El Borro, era uno de los más pesados. Una vez saqué un lateral y uno que estaba afuera me mostró el revólver y me dijo: “Hacete un gol en contra porque no salís de acá”, y después otro: “No jugués bien o te quemo las patas acá nomás”. Ese tipo de cosas te decían.

-¿Y qué hiciste?
-No me hice gol en contra pero tampoco toqué la pelota en el partido, por las dudas. Igual, las patadas llovían, no la podías ni tocar. Antes de terminar el partido arrancó el camión y empezamos a correrlo para subirnos en movimiento, porque si terminaba el partido se armaba.

-¿Ahí te curtiste, no?
-Sí, a partir de ahí ya no le tuve miedo a nada. Con esos partidos me recibí de hombre.

El hombre-niño vivía en un complejo de edificios con una densidad de población semejante a la de Japón. ¿Un Fuerte Apache a la uruguaya? “Sí, sí, bastante parecido, una vez vi unas imágenes de ese lugar de donde salió Tevez, y el mío era más o menos así, con muchísima gente, todos colgados de la luz y del cable. Ni un impuesto se pagaba”, asegura.

¿Nunca se le dio por salir a robar? “Nunca. Y eso que en el barrio había de todo. Mi madre me dijo muchas veces, y hasta hoy me lo repiten mis amigos: ‘¡Qué increíble, pensar que vos estabas donde había drogas y armas y nunca se te pegó nada’. No les di cabida”. Y enseguida cambia de frente y se queda prendido de una postal imborrable: “Se largaba a llover y salíamos corriendo a jugar en el campito del fondo. ‘Sale picado’, gritaba uno y todos empezaban a chiflar para convocarnos. No hay nada más lindo que jugar un picado bajo la lluvia, con la cancha resbalosa. Metíamos el gol y festejábamos deslizándonos”. ¿Si era calentón? “Mucho, me agarré varias veces a piñas, ahora me calmé. Una vez me pegaron y me dejaron una cicatriz acá”, resalta y se toca la pera.

El ingreso al fútbol organizado se le demoró a Carlitos Sánchez. Se probó en River, en Cerro, Fénix y Wanderers, y siempre la misma respuesta. “Todos me decían lo mismo –se lamenta-, que tenía buenas condiciones pero que había muchos chicos. Yo nunca perdí la fe. En el barrio me insistían, porque decían que jugaba rebien. En Peñarol entré. Me entrenaba en las Acacias y tá, me quedaba relejos, tenía que tomar dos ómnibus, eran dos horas de viaje y decidí no ir más. Tampoco me vinieron a buscar, eh”.

Pedaleando en bici de acá para allá, Carlitos está convencido de que esas horas de dale que dale le brindaron una base muscular importantísima que hoy le otorgan un plus en las canchas: Sánchez no para nunca, está en otro nivel físico.

El punto de partida finalmente se dio en Liverpool, cuando Carlos Iglesias, un DT que lo había tenido en Salus FC, se sumó a los Negriazules y lo convocó enseguida. Allí terminó las Inferiores y debutó en Primera. Una rotura de ligamentos cruzados lo tuvo parado dos años. Fue el único instante en que la cabeza casi le explota: “Por primera vez en mi vida me estaba matando con el gimnasio. Tomaba creatina y sustancias para acrecentar los músculos. Me daba a full con las pesas y tá, muchos dicen que si hacés tantas pesas quedás reduro. Desde entonces, salvo que me pidan que haga un poco como complemento, no hago más pesas. Me rompí en esa época jugando contra Nacional y lo que debió ser ocho meses de reposo terminaron siendo dos años. Estuve mal de la cabeza”.

En Liverpool jugó más de 100 partidos, surgió una posibilidad de Peñarol, también de un club de la Serie B de Italia y en un amistoso despertó el interés de Daniel Oldrá, manager de Godoy Cruz, que había ido a ver a Emiliano Alfaro y se terminó llevando a Carlitos Sánchez. En el Tomba le ganó el puesto a Aguirre. “El Pelado se lesionó, se tiró del barco, como hace siempre, con salvavidas. Se fue y le gané el lugar”, resume con ojos chispeantes. Un año y medio en Mendoza le alcanzaron para generar la unanimidad del medio futbolero argentino por lo bien que jugaba. Entre ellos, estaba Matías Almeyda, que lo padeció cada vez que lo enfrentó en esas batallas del mediocampo.

-Además de pedirme que jugara como lo venía haciendo, Matías se la pasa recordándome que lo retiré del fútbol. Fue por esa jugada en la que chocamos y él se terminó fisurando una costilla. Ayer estábamos tirando al arco, lo cargué porque le pegaba despacio y él me contestó: “Y sí, si no tengo aire desde que me fisuraste la costilla”...

Imagen EL MUNDO DEL REVES. Defendió los colores del Tomba en el Monumental. A partir de ahí entró en la consideración del Millonario.
EL MUNDO DEL REVES. Defendió los colores del Tomba en el Monumental. A partir de ahí entró en la consideración del Millonario.
-¿Qué te pide en los partidos?
-Que me despreocupe por la posición de regreso. Que salga de 8 pero que puedo ser un 8, un 10, un mediapunta, más que nada que tenga movilidad, que me trate de juntar con Martín, el Chori y Fernando, y que no me preocupe por la marca, que a la hora de recuperar me quede donde esté, que no me vuelva loco por volver a la derecha.

-¿Y por qué River? ¿No preferías seguir jugando en Primera, tenías la Sudamericana por delante?
-Me consultaron y ni lo dudé. Un equipo grande no se da todos los días, no me jodía que fuera en la B.

-Jugaste tres partidos en River y casi te compran de Francia.
-Sí, hubo algo. Es increíble, pasa por lo que es River. En la B, en la C, o donde sea, siempre va a ser River, ahí te das cuenta de lo grande que es.

-¿Qué te dice el hincha?
-Me trata muy bien, me saluda. El otro día estaba con un compañero firmando una camiseta y un loco pasó y me dijo: “Uy, mirá el jugador que rescatamos”. Me dio risa, mirá la frase que se le vino a ocurrir. Lo que no me da ninguna risa es cuando no nos salen las cosas. Me pongo muy mal cuando pierdo. Mi señora te lo puede decir, me quedo tan caliente a veces que me dan ganas de llorar. Entonces llego a casa y me pongo a jugar con Máximo, trato de salir del fútbol.

Salir. El fútbol fue la salida para Carlos Andrés Sánchez Arcosa. El vehículo que le permitió asomar la cabeza de una subsistencia azarosa. Por eso el final vuelve con naturalidad al punto inicial, cerrando así el círculo. El disparador es su necesidad de ayudar de algún modo a los que menos tienen.
-A través de mi web (www.casanchez.net) pienso sortear camisetas y entradas, entre otras cosas. Antes de venirme de Godoy Cruz había conseguido una cantidad de sponsors para jugar un partido, pero todos se iban el último día y no lo pude concretar. Ya tenía visto un comedor para llevar comida y un hospital para entregar juguetes, pero no se pudo. Ahora voy a retomar el tema. En River ya hay varios muchachos que se comprometieron a darme una mano.

-Es acordarse un poco de lo que le faltó a uno, ¿no?
-Sí, los días de reyes o del niño, en casa no había juguetes. Era beso, abrazo y un “Disculpanos que no haya regalos”.

Cerca de los 27 años, Carlos Sánchez ahora solo piensa en un regalo para los atribulados fieles riverplatenses: triunfos, triunfos y más triunfos para que el año en la B no sea un martirio interminable. Y sea solo eso, que ya es suficiente castigo: un año en la B.

Por Diego Borinsky / Fotos: Maxi Didari