Las Crónicas de El Gráfico

Disparador: Hablar no cuesta nada

Un rottweiler en celo puede ser un gatito mimoso si se lo compara con un Maradona enojado. De su boca pueden brotar agresiones de cualquier tipo, siempre en ejercicio de un supuesto rol de justiciero. A no quejarse por los exabruptos: a la bestia dialéctica la criamos entre todos.

Por Elías Perugino ·

28 de octubre de 2011
Nota publicada en la edición enero 2011 de la revista El Gráfico.

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Asi es Maradona: visceral, espasmódico, apasionado, querible a las 13.45 y tal vez detestable dos horas más tarde. Ni una cena glamorosa, en la que se premian a deportistas que descollaron en 2010 y que destila camaradería en cada rincón, es suficiente mordaza para que su bocota irreverente se prive de embestir cuanta humanidad haya osado no ya a incidir directamente sobre sus asuntos, sino también a aquellos objetivos que danzan plácidamente en un futuro potencial. Entonces caen en la volteada Bilardo, Batista, Grondona, Falcioni o Ameal. Entonces recibe una nueva bendición Ruggeri y una inesperada caricia Riquelme, archirrival si los hay.

Así es Maradona: se cree con derecho hasta sobre los derechos que no le asisten. Vomita lava en forma de frases que, indefectiblemente, al día siguiente estallarán en títulos de diario, zócalos de videographs o grageas de audio. Pide que sus ocasionales adversarios tengan memoria sobre sogas que alguna vez él les tiró, pero es el primero en ejercitar el olvido si esas mismas personas, en el pasado, estuvieron a su lado en situaciones pésimas y lo ayudaron a sacarse esa misma soga del cuello.

¿Quién se cree que es Maradona? Y… Maradona se cree que es Maradona. Ese futbolista genial al que todos, empezando por él mismo y siguiendo por quienes interactuamos u opinamos sobre él, contribuimos a transformar en persona lindante con la deidad. En nene caprichoso que quiere todo y lo quiere ya. En estampita intocable aunque se embarque en las peores atrocidades. En monigote al que se le festejan hasta los exabruptos.

Por cariño, carisma, agradecimiento o admiración, la mayoría de los argentinos somos maradonianos. Nos cuesta ser severos en la medida de los despropósitos que protagoniza. Le consentimos lo que no merece. Lo apañamos como no corresponde. Y esa concesión, fermentada en el correr de los tiempos, fue alimentando al monstruo sin ancestros ni molde genético, porque cuesta entender que de tan queribles don Diego y doña Tota haya germinado semejante Maradona. Fuimos todos –Maradona con su impronta y el entorno con su coro de adulación– quienes le inoculamos ese desparpajo para salpicar con impunidad. Todos fuimos. Que tire la primera piedra quien se sienta libre de no haber apañado a Maradona… y mejor que trate de no pegársela a Diego.

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En medio de semejante maremoto dialéctico, Maradona también dice verdades. En la Selección tuvo su oportunidad –tremendo salvavidas para Grondona tras la debacle basilista–, pero fue una chance incompleta. La ansiedad lo hizo ignorar sus declamaciones de ética y aceptó el cargo con una inédita hambruna de protagonismo. Esa ceguera le costó caro. Lo dejaría en off side para los dardos envenenados que recibiría luego. Pero en su gorgoteo encendido acierta al reclamar que no le dieron la posibilidad de desarrollar un ciclo de cuatro años. Lástima que no lo pensó cuando, en su beneficio, interrumpieron el ciclo de cuatro que también merecía Basile.

A pesar de los containers de críticas que se ha ganado en espantosa buena ley, si alguien no debería soportar el escarnio maradoniano, ese alguien es Bilardo. Quienes conservan memoria ochentosa y noventosa, saben que si hubo un fiel escudero de Diego ante causas de la más variada calaña, ese fue el doctor. Lo defendió hasta lo indefendible. Contra todo, contra todos y como nadie. Cuando al Narigón se le comprendía lo que decía y por qué lo decía. Y también cuando, como ahora, no se le comprende lo que dice y por qué lo dice.

Ni uno ni otro respetan el pasado que edificaron ladrillo por ladrillo. Pisotean los laureles que supieron conseguir. Insultan a la historia. En aquel 1986 irrepetible, los planetas se alinearon para que se conjugaran el Bilardo en su versión más lúcida de estratega y el Maradona más genial; ese que nadie, ni Diego luego, ha podido igualar. Sin embargo, desde entonces no han hecho otra cosa que abominables esfuerzos por degradarse. ¿Cómo se pueden ametrallar tantas bajezas dos tipos que, alguna vez, estuvieron espalda contra espalda en una trinchera, repeliendo misiles?

Como esas especies submarinas que seducen a los peces con sus formas coloridas y luego se los fagocitan con un movimiento relampagueante ni bien se acercan, Maradona sonríe para la cámara con su saco de fantasía y después pulveriza el micrófono con dardos huracanados. Resentido por no haber sido elegido como DT de Boca, le clava uno al volátil presidente del club: “Creí que me iban a llamar. Pero Ameal no distingue una pelota de rugby de una de fútbol”. Herido porque la elección recayó en un Emperador al que él le bajó el pulgar tiempo atrás, la sigue con Falcioni: “Le deseo lo mejor, pero no es técnico para Boca. ¡Un arquero! Algún día me voy a sentar en ese banco”. Es en este punto donde reaparece la pregunta boomerang: ¿Quién se cree que es Maradona? Quedó dicho: como jugador, Diego es inigualable. Pero en el rol de entrenador es otro cantar. El Maradona de los técnicos podrían sentirse Pep Guardiola o José Mourinho, como en su momento un Rinus Michels, un Johan Cruyff o el siestero Carlos Bianchi. Pero Diego todavía no está para sentirse el Maradona de los técnicos.

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Por ahora, es un lateral derecho que insinúa una buena proyección. Que también fue la figura de mayor magnetismo mediático en Sudáfrica 2010 –lejos, por encima de cualquier jugador–, torneo del que salió ileso por sus intenciones ofensivas, pero herido de gravedad por la inconsistencia de varias decisiones tácticas, errores que un entrenador bien puede subsanar con el andar de la carrera. Dicho esto último, si ese técnico ejerce la autocrítica indispensable en vez de sostener que se le devolvió “la alegría a la gente” o que hay un antes y un después de su gestión. Creer eso sería de “arquerazo”.

Quizás a Maradona nada lo rebele más que la dependencia. Cuando jugador, era libre como el viento. Hacía y deshacía al ritmo de su botín zurdo. De tan imprescindible que era, el gran titiritero movía las marionetas a su antojo, fueran compañeros, técnicos, dirigentes o periodistas. Devenido en entrenador, el poder y la independencia se le han recortado hasta límites insospechados por su omnipotencia. Depende de un dirigente que lo convoque y depende de que los jugadores ejecuten en la cancha aquello que él imagina y que podía cristalizar con una naturalidad innata, sin que un “superior” se lo insinuara o se animara a sugerírselo desde el puro llano de un hombre común. Esa sumisión, para un Maradona, equivale a injuria. ¿Cuándo se ha visto un rey subordinado a tantos súbditos? Jamás, Diego. ¡Jamás!


Elías Perugino

1-En la fiesta de los Premios Clarín, Diego dijo que Bilardo es “una estatua” en la Selección. “No suma, no lo conoce nadie, no es representativo”.

2-Para reafirmar que Grondona está gagá, sostuvo que va tres veces por año a la clínica suiza La Prairie, famosa por sus costosos tratamientos revitalizantes con células frescas extraídas de fetos de carneros, que frenan el envejecimiento regenerando las células.

3-Ante la salida de Basile, Diego le vino justo a JHG para frenar a quienes postulaban a Bianchi, el candidato de mayor consenso popular.

4-Diego siempre defendió la postura de respetar los contratos de un DT. Pero cuando vio la posibilidad de ser ungido en la Selección (amén de las versiones que lo sindican como cabeza de un complot) no le importó que destituyeran al Coco.

5-Bilardo le dio la cinta de capitán de la Selección, estuvo al lado de Diego en sus crisis deportivas y de vida privada, lo llevó a Sevilla cuando no estaba en su mejor forma y lo recomendó en diferentes clubes.

6-El nombre de Falcioni había sonado en Boca antes del primer ciclo de Basile, pero Maradona se encargó de bocharlo cuando fue consultado informalmente por los dirigentes del club.

7-Técnico holandés del Ajax y de la Naranja Mecánica, creador del denominado “fútbol total”. En 2007 fue elegido mejor DT de la historia por el diario The Times.