Las Crónicas de El Gráfico

Disparador: Tres tristes tigres

Un trío de hombres mayores, desconocidos entre sí, internados en la misma habitación de una clínica. Y dos televisores reproduciendo fútbol durante casi las 24 horas. Suficiente para que nazca una amistad verosímil e intensa, pero tan efímera como una pompa de jabón.

Por Elías Perugino ·

28 de octubre de 2011
Nota publicada en la edición diciembre 2010 de la revista El Gráfico

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Como en la cancion de Fito Páez, “se vieron por casualidad”. Atormentados como estaban, necesitaron el auxilio extremo de un sanatorio y cuando volvieron en sí estaban allí, juntos en la habitación triple, de cara a los dos televisores y con el suero retornándolos a la vida gota tras gota. Los tres tristes tigres tenían demasiadas cosas en común y algunas –muy pocas– diferencias irreconciliables. Diabéticos los tres. Cascarrabias los tres. Clase 1929 los tres.

Fanático de Independiente, don Héctor andaba con ganas de retirar el equipo de la cancha. “Ya comí”, decía cuando le arrimaban la bandeja del almuerzo. “Ya cené”, rechazaba el pollo con puré de la última pasada. “Mire que si no, le vamos a poner una sonda por la nariz”, lo amenazaba la nutricionista de la clínica –joven, bonita-, mientras él giraba debajo de las sábanas y le susurraba al oído, como un galán indiferente, el “Apagame la luz que quiero dormir”.

Veneno de Racing, don Víctor es fumador desde antes de la invención del cigarrillo. En su limbo indescifrable, pero con un don del equilibrio sólo visto en las grandes compañías de circo orientales, se escurrió una y mil veces de su acompañante para buscar fasos imaginarios dentro de la mesita de luz, debajo de la cama o detrás de un televisor. Educado y de buen decir, no dudó en encarar a médicos y enfermeras con un discurso tan calcado como esperanzador: “Disculpe el atrevimiento: ¿no tendría un cigarrillo?”, para aclarar en tono contemporizador luego de la lógica negativa: “Un cigarrillo, no un paquete, ¿eh?”. Antes de la medianoche, ya aprisionado por las garras de la abstinencia, no dudó en hacer funciones de mimo y se fumó varios cigarrillos invisibles, no sin antes advertirles a quienes pasaran cerca suyo: “Cuidado, no te quiero quemar”. Lo que se dice un hombre gentil.

Boquense como buen inmigrante italiano, don Pedro extraña a los dulces más que a su pueblito de Calabria. Aguijoneado por la tortura de sus pies diabéticos, sacó más bíceps que Acero Cali de tanto girar y girar las ruedas de su silla y no se le escapa un quejido, aunque algunas venas luzcan más agujeros que un colador. Rió como si viera un sketch de Los Tres Chiflados ante cada intento actoral de don Víctor por agenciarse de un cigarrillo y prefirió no escucharse cuando él mismo, en cambio, suplicó de igual modo, pero por un cafecito.

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Revueltos en sus penurias, yacen de cara a la pared de los televisores. Y a medida que el alma les retorna al cuerpo, se activa el control remoto y los tres, que jamás se habían visto en 81 años de existencia, se amigan sin verse a la cara, sólo con sintonizar los canales de deportes para ver correr la pelota aquí y allá. Don Héctor ha recuperado la conciencia luego de la derrota-hazaña del Rojo en Quito y se ilusiona con el reverdecer de quien fuera el Rey de Copas. “Garnero no sabía nada, señorita”, le indica a la hemoterapeuta que le extrae una muestra de sangre y que, a juzgar por su cara, no sabe si Garnero es un DT, un físico nuclear o un personaje imaginario. “Igual que Borghi”, agrega don Pedro a lo lejos, mientras Víctor, asomado a la ventana para mangarle un faso a un transeúnte, anuda la charla con una sentencia: “Los que fueron burros son mejores técnicos que los que fueron figuras”.

Los ocho goles del Barcelona al Almería y los cinco del Real Madrid al Bilbao causaron indignación entre los ocupantes de las camas 136, 137 y 138. “Allá no marca nadie”, grita Héctor al tiempo que arroja las galletitas de la merienda por detrás de la cama. “A Messi lo quisiera ver si lo corre el Flaco Schiavi”, vocifera Víctor, que ahora también se manifiesta fan del fernet y del vodka, y repele a la empleada de la cocina con otra sentencia: “Yo no tomé leche en mi puta vida”. “Está todo arreglado”, resume don Pedro, que siempre, pero siempre, ve manos negras en el desenlace de todos los campeonatos menos, claro, en el italiano, por más que se trate del torneo en el que más casos de soborno se hayan comprobado.

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Una nueva fecha del Fútbol Para Todos les detonó los sentimientos más viscerales. “¿Cómo puede ser que un tipo se haga echar tan tontamente?”, se enojó Héctor con Maxi Velázquez. “Yo, hoy, así como estoy, con el nebulizador y todo, defino mejor que Hauche”, se indignó Víctor cuando el petiso se comió uno imposible, cara a cara con Galíndez. “Palermo no va más, se terminó, la mete cuando se la dejan abajo del arco”, reflexionó Pedro sin siquiera gritar el segundo ante Arsenal. “Y Riquelme va a fundir a Boca. Le pagan una millonada y está siempre lesionado”, bramó cuando la cámara lo tomó espiando el partido desde el túnel.

Por un momento, cada uno atendió su juego. Pero también se engancharon con Tigre, Olimpo, All Boys, Argentinos, Newell’s… Ni el sistemático recurso de los pelotazos a cualquier parte –verdadero hit del Apertura 2010- logró desequilibrarles la presión ni subirles la fiebre. Digirieron cada partido sin chistar. Disfrutaron lo indisfrutable. Y no pararon de hacer comentarios. “Ninguno de estos hubiera jugado cuarenta años atrás”, sentenció Héctor, sin molestarse por deglutir aunque sea una arveja. “Lo único que les interesa es la guita”, aportó Pedro desde su visión utilitaria. “Estos burros van a ser unos técnicos bárbaros”, cerró Víctor con esa inclinación tan suya para generar sentencias con pretensión de inapelables.

En la quietud de la noche, sólo una habitación permaneció con las luces a pleno: la de los tres tristes tigres. Impasible, don Héctor soñó en posición fetal hasta que lo despertaron al agregarle un antibiótico en el suero. “Sos peladito como Bochini”, le balbuceó al enfermero. Inclaudicable en la búsqueda de un cigarrillo, don Héctor ametrallaba a su acompañante nocturno con propuestas variadas –“Hagamos una cosa: en vez de un cigarrillo, dame una pitada”-, salpicadas con elucubraciones futboleras: “Jugadores eran los de antes, pibe: fumaban, chupaban y la rompían”.

Con la guardia baja por algún relajante muscular, don Pedro abría los faroles cada cuatro horas, pero con la habilidad suficiente como para seguir la charla que había interrumpido 240 minutos antes: “Te dije que Palermo no va más, se terminó”.

Una semana después, los diabéticos cascarrabias de la clase 1929 salieron de la clínica en libertad condicional. Pronto deberán volver para cumplir con tratamientos ambulatorios. Se fueron sin saber uno cómo se llamaba el otro. Quizás vuelvan a cruzarse en algún pasillo, tal vez no se vean nunca más. Se dijeron hasta luego en mejor estado que cuando los acomodaron en las camas sin que opusieran resistencia. Al menos se retiraron con fuerza para la próxima batalla. Los médicos, en definitiva, habían cumplido con su labor terapéutica. El fútbol, también.

Elías Perugino

1-Tramo de la canción “11 y 6”, que cuenta la historia de amor de dos chicos de la calle.

2-Los orígenes del circo se remontan a 3.000 años atrás en lo que hoy son China, Mongolia y la India, al igual que en Roma, Grecia y Egipto.

3-El actor francés Marcel Marceau (1923-2007) es considerado el mejor mimo de la historia. Su mítico personaje se llamaba Bip.

4-Boca y Milan son los equipos que ganaron más copas internacionales: 18 cada uno. Los siguen Real Madrid e Independiente, con 15.

5-Milan y Juventus son dos de los grandes de Italia que perdieron la categoría por estar involucrados en asuntos turbios.

6-Hasta el 26 de noviembre, Palermo llevaba convertidos 229 goles en los 381 partidos jugados con la camiseta de Boca.

7-En los años 70, la mayoría de los equipos contaron con “diez” de gran categoría: Alonso, Poy, Potente, Zanabria, Bochini y siguen las firmas…