Las Crónicas de El Gráfico

Disparador: Mou no es un chiflado

El fútbol de etiqueta puede ser el que juega el Barcelona, pero la definición también cabe para el defecto de encasillar a los protagonistas en roles más discutibles. Mourinho cayó en esa oleada. Se lo cataloga como defensivo sólo por ser un enemigo deportivo de los catalanes.

Por Elías Perugino ·

27 de octubre de 2011
Nota publicada en la edición mayo 2011 de la revista El Gráfico






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Hagan la prueba. Naveguen por los sitos de los diarios deportivos Marca o As y tomen nota de cuántos títulos diariamente hacen referencia, directa o indirectamente, a José Mourinho. Algunas veces, Mou es mencionado en siete u ocho cabezales, como si fuera el sol alrededor del cual gira el planeta futbolero.

La referencia a su figuración no se remonta exclusivamente al último mes, con el cuádruple enfrentamiento Real Madrid-Barcelona dominando la agenda deportiva. Viene sucediendo desde que El Mago de Setúbal desembarcó en la Madre Patria para colonizarla con esa sabiduría imposible de ignorar, escalón imprescindible del megaplan que abarca consagrarse campeón en las principales ligas del mundo para, luego, iniciar una jubilación activa como entrenador de una selección top.

A diferencia de Diego Maradona -crack del centimil por opinar sobre fútbol, política, economía, religión, química cuántica o Gran Hermano-, el magnetismo del cotizadísimo Mou se circunscribe al mundo de la pelota. Difícil –por no escribir imposible- que su discurso se ramifique hasta enraizarse en otros temas. Como si estuviera guionado por Dios, abre y cierra la boca en los momentos indicados para que todas las marionetas se muevan y reaccionen a su antojo, liberando de presiones a los jugadores que dirige y elevando su figura a los planos estratosféricos de los que jamás desea descender.

Es difícil saber qué molesta más a quienes pagarían fortunas por verlo hundido: si su impresionante secuencia de éxitos o la devastadora impresión de que siempre, o casi siempre, tiene razón.

Al igual que Maradona, el combustible de Mourinho es la ambición propia y la descalificación ajena. Diego quería ser el más grande desde pequeño y siempre necesitó de un enemigo identificable para que esa chispa redoblara el encendido de su motor. Y cuando ese enemigo no afloraba naturalmente, se las ingeniaba para inventarlo. Este Mou sin flequillo también almacenó en el disco rígido cuanta afrenta le descerrajaron en su ascenso a la cima, desde el escozor que causó su inserción en el fútbol como traductor de Boby Robson a los “delirios de grandeza” que le endosaron como ayudante del holandés Louis Van Gaal en el Barcelona, club donde su apellido suena a insulto, pese a algunos aportes impregnados en la historia.

Mou comprendió, también como Diego, que el tránsito a la inmortalidad futbolera necesitaría una dosis amplificada de épica. Que no serían triunfos previsibles en Portugal los que catapultarían su figura al estrellato. No, nada de eso. Un imperio debe desbordar el pago chico. Y luego de levantar la Copa UEFA y la Champions League con el Porto –rompiendo 16 años sin títulos internacionales para los lusos- le hizo cosquillas a la historia: ganó la Premier League con el Chelsea luego de 50 años de frustraciones, puso en la cúspide de Europa al Inter tras 45 años de oscuridad y condujo al Real Madrid a la conquista de la Copa del Rey después de 18 años.

En ese trayecto victorioso, noqueó prejuicios varios y ninguneos precisos. ¿Jugador irrelevante? Tal vez: no parece gran cosa un pasado como zaguero central en las inferiores del Río Ave ni haberse retirado a los 25 años tras deambular como un zombie por equipos aún menores. ¿Traductor con ínfulas de entrenador? ¡Por favor! Miren si Bobby Robson iba a contratar a un traductor sin conocimientos futboleros en aquel Sporting de Lisboa de los años noventa; por algo lo sumó como ayudante plenipotenciario en Porto y Barcelona. Y punto. Lo demás, Mou y sus equipos lo dibujaron en la cancha. Los méritos de ambos quedaron expuestos en blanco sobre negro, sin margen para las dudas.
Hay un tesoro invalorable que los detractores no pueden menospreciarle a Mourinho: el amor infinito de quienes fueron sus jugadores.

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Para muestra alcanzan las declaraciones de sus dirigidos del Inter o el afecto genuino con que lo saludan cada vez que lo cruzan. Y si faltaba un eslabón, vale recordar cuando los del Real lo revolearon por el aire luego de obtener la Copa del Rey. Quienes lo hacían volar hasta arañar la luna de Valencia no eran futbolistas ignotos, sino especímenes con egos más desarrollados que los bíceps de un fisicoculturista: Kaká, Cristiano Ronaldo, Casillas... ¿Se puede ejecutar semejante acto de reconocimiento si Mourinho fuera la bestia egocéntrica e individualista que muchos pintan? Rotundamente no: los futbolistas regalan más fácil el dinero que el cariño. Es verdad que el portugués le ladra a cierto envoltorio de la profesión –periodistas, dirigentes, rivales insolentes, árbitros de carácter blando-, pero puertas adentro es un soldado más de la tropa. Un soldado calificado que decide y digita estrategias, pero que no se esconde en una trinchera confortable para apreciar como los demás se pulverizan el pellejo. Pelea y saca el pecho por los suyos desde la primera línea de combate. Y ese nivel de compromiso le garantiza el cielo de sus dirigidos.

El último puñal sin filo para The Special One es el intento por estacionarlo ante los ojos del mundo como un terrorista del tacticismo que, cuan Neurus o El Guasón, se encierra en su guarida a pergeñar maléficas y abominables formas para desbaratar a los equipos que nos provocan felicidad (léase el Barcelona de Guardiola). ¿Ustedes creen que se puede estar 9 años y 150 partidos invictos de local dirigiendo en cuatro ligas diferentes con el único argumento de neutralizar? ¿Qué 19 títulos se pueden conseguir solo con gran actitud defensiva y un contraataque afortunado cada veinte minutos? Ciertas veces –puntualísimas- ha tomado como referencia exclusiva al adversario para edificar un camino lícito hacia el éxito. Pero su constante han sido equipos tan sólidos como protagonistas. Y siempre con intérpretes de primerísimo nivel, cuya elección son toda una definición del paladar del entrenador. Hoy son Cristiano Ronaldo, Ozil, Di María, Higuain o Benzemá, como en Inter lo fueron Eto’o, Sneijder, Maicon, Pandev o Milito. Antes de ayer fueron Drogba, Lampard, Essien, Cole o Robben en el Chelsea, como antes habían sido Deco, Costinha, Derlei, Nuno Valente o Maniche en el Porto.

Una cosa es reconocer que el Barcelona casi siempre nos hace derretir de placer y otra, muy diferente, es situar a Mourinho y sus equipos en una vereda diametralmente opuesta, encarnando los aguijones del mal y de los métodos reñidos con la estética futbolera. No se confundan. Aunque lo vean con tortas de crema en la mano, este Mou no es un chiflado.

Por Elías Perugino






1- Mou logró títulos con el Porto (Portugal), Chelsea (Inglaterra), Inter (Italia) y Real Madrid (España). Quiere ser el primer DT en ganar la Champions con 3 clubes distintos (ya lo hizo con Porto e Inter). Y sueña con dirigir en el Mundial 2018.

2- Gana 10 millones de euro por año. Además, Real Madrid le pagó otros 8 millones al Inter por el “pase”.

3- Johan Cruyff y Arsene Wenger no pierden oportunidad para criticarlo y restarle méritos. Elípticamente, el francés lo ha calificado de “estúpido”.

4- En 2000, cuando era ayudante de Van Gaal en el Barcelona, Mou dirigió al equipo en la final de la Copa de Catalunya, vencieron 3-0 al Mataró. O sea: ¡Mou fue campeón con el Barca!

5- “Cuando llegó, pensé que que Mourinho era el técnico justo para el Inter por la personalidad y la presencia que tiene. Irradia una cosa especial, lo ves que es ganador y que sabe lo que quiere”. (Javier Zanetti).

6- El apodo se lo pusieron los medios ingleses luego de sus primeras declaraciones al llegar a Chelsea: “No me digan arrogante, pero soy campeón europeo y pienso que soy una persona especial”.

7- Dirigiendo al Porto, cayó 2-3 con el Beira-Mar el 23/2/2002 y como DT del Real volvió a caer 0-1 con el Sporting de Gijón el 2/4/2011. Nunca perdió de local con Chelsea e Inter.

8- Las batallas a los tortazos fueron un clásico de Los Tres Chiflados, la serie que encumbró a Mou, Larry y Curly.