Las Entrevistas de El Gráfico

Martín Aguirre, un león sin melena

El Pelado del Pelado es un motorcito que marca y juega en el medio de River. Especialista del ascenso, llegó a un grande casi a los 30 años después de pelearla en clubes modestos durante toda su carrera.

Por Redacción EG ·

19 de octubre de 2011

Nota publicada en la edición septiembre 2011 de la Revista El Gráfico

Imagen MARTIN AGUIRRE, 30 años, dos ascensos en el lomo: con Bella Vista y Godoy Cruz.
MARTIN AGUIRRE, 30 años, dos ascensos en el lomo: con Bella Vista y Godoy Cruz.
“Pelado, más vale que jugués como contra nosotros; te traje por eso, para eso”.
A modo de bienvenida, el Pelado de las mechas al viento se la puso en el pecho al Pelado de bocha reluciente que en sus ratos libres hace de doble del Luigi Villalba. De sus últimos días desesperados como futbolista, en los que arrastraba alma y cuerpo, Matías corazón de león recuerda muy bien aquella gélida nochecita bahiense de terror: había un pelado que lo pasaba como alambre caído por izquierda y por derecha. Jamás lo pudo detener.

“Yo creo que ese partido influyó bastante en mi llegada a River, más del 50 por ciento, sobre todo porque enfrenté a Matías y Matías ahora es el técnico”, admitirá con timidez Martín Aguirre, que no tiene la prepotencia goleadora de Cavenaghi, ni la categoría del Chori, ni la presencia física y técnica de Carlos Sánchez, pero ofrece despliegue, marca, distribución, disparo de afuera y gol a pesar de su andar desgarbado. Dos partidos en River le bastaron al hincha para darse cuenta de que Aguirre será uno de los pilares de la campaña.

En realidad, River no solo padeció a Aguirre en aquel espantoso 0-0 de Bahía sino durante todo el semestre pasado porque el Gula, a quien no conocen de otro modo en sus pagos, fue el motor de Olimpo en su pelea contra el promedio, luchando y convirtiendo goles decisivos como aquel agónico ante Argentinos. Toda la familia riverplatense vivió pendiente de lo que hacía el Aurinegro. Fue una suerte para El Gula, una desgracia para River. Pero ahora ya está. Lo cierto es que aunque tenía para elegir dos opciones en la A, Aguirre se terminó inclinando por River en la B.

“Mi pase era de Godoy Cruz –se sincera– y tenía que volver, pero me quedaba un año de contrato y al terminarlo quedaba libre, por eso los dirigentes tenían intenciones de venderme. Me buscaron de Colón y estaba todo arreglado, hasta me llamó el Bichi Fuertes para hablarme, faltaban solo detalles, pero en el medio apareció River y me empezó a cambiar la ficha, ni lo dudé, enseguida me vine a Buenos Aires a firmar el contrato”.

Firmó. Pisando los 30 años, después de 13 temporadas de subibajas con equipos chicos, el Gula al fin sentirá lo que es calzarse una camiseta pesada. Un dato paradójico permite compararlo con su amigo de barrio, infancia y juventud, Rodrigo Palacio. Mientras el Pala, que es un año menor, explotó en Banfield, la descosió en Boca durante 5 años y está iniciando su tercera temporada en Italia, al Gula se le acaba de abrir la puerta del fútbol grande. Vale, entonces, repasar una carrera signada por el sacrificio, los viajes interminables y un par de huidas de canchas hostiles apretando los cachetes.

Aguirre es bahiense de Bella Vista, el mismo barrio de Palacio, el Coco Basile y Jorge Recio, un exdefensor que también jugó en Olimpo y River en los 60. A los 7 años empezó en el club Bella Vista y aunque el DT Pelito Hernández lo mandó al arco, enseguida salió porque ya mostraba aptitudes en el medio. “Aparte no me daba la altura”, confiesa Martín, al que desde chico le adosaron el sobrenombre Gula, por aquel minipersonaje de Tinelli, y no porque cayera en el pecado capital de morfarse siempre la pelota. “Era una etapa en la que todos pegaban el estirón y yo venía algo atrasado”, acepta y hace el gesto de que aún sigue esperándolo (al estirón).

Imagen EL GULA, como lo llaman los cercanos, en la marca con Toledo, de Chacarita, por el debut de River en la B Nacional.
EL GULA, como lo llaman los cercanos, en la marca con Toledo, de Chacarita, por el debut de River en la B Nacional.
Debutó con 16 años en la Liga local y luego jugó en el Argentino C. “Mis viejos me apoyaron siempre con el fútbol. Cuando empecé, mi papá me llevaba en el caño de la bici todos los días hasta el club, eran como 30 cuadras. Traté de estudiar grafología, pero duré 4 meses, no era lo mío. Después trabajé en Big Six, una cadena de comidas rápidas. Era cajero y preparaba los pedidos, también hice changas de pintor, de albañil, de lo que hubiera para ayudar en casa, donde también vivían mis tres hermanas menores”, repasa.

Carencias, abundaban. “En Inferiores había una sola pelota, y nos entrenábamos en el campo municipal, debajo de un farol”, describe sin ánimo de queja. Ya con los mayores, participó del bautismo del Albiverde en el Argentino B. “El técnico, Darío Bonjour, tenía una casilla rodante y viajábamos para todos lados, a San Luis, Madryn –revive-. Era un colectivo, con una mesa grande en la que comíamos y jugábamos a las cartas y al fondo había seis cuchetas; el resto dormíamos tirados en colchones. Esos viajes te dan amistades para siempre”.

¿Si era una categoría jodida?
“El Argentino C y el B son terribles, por lo menos en esos años. Los árbitros te matan, pitan para el local, la gente poco menos que entra hasta el vestuario. La policía en vez de defenderte, te pega. Nosotros perdimos una final por penales contra Cipolletti, en Río Negro, y los hinchas estaban parados en la línea, al costado del arco. El árbitro avisó que no iba a suspender la definición. Imaginate las cosas que le decían a nuestro arquero. Y bueno, al final el arquero erró el último penal. Si ganábamos… nos mataban”.

¿Si cobró alguna vez?
“El día que ascendimos en cancha de Centenario, en Neuquén, fue tremendo. Ya nos tiraron piedras cuando llegamos. Ya dentro de la cancha nos agarramos a piñas con los jugadores rivales. La policía empezó a tirar gases, balas de goma, no podíamos entrar a nuestro vestuario porque lo habían invadido. Teníamos un utilero que pesaba 150 kilos y nosotros empujándolo al gordo para que pudiera trepar el alambrado, mientras agarrábamos las granadas de gases y las tirábamos de vuelta. Todavía no sé cómo salimos vivos de la cancha a la calle. Era una cuadra y estábamos todos tirados, ahogados por el gas, con los botines puestos. Los milicos empezaron a sacar a los hinchas para el lado del pueblo y los mismos vecinos nos ayudaron. Por suerte, Bella Vista llevaba bastante gente, unas 500 personas, unos nenes bárbaros, fueron hasta el vestuario a recuperar nuestra ropa, documentos y teléfonos. No, si te digo que era una categoría áspera, era áspera de verdad, corría peligro tu vida. No había veedor, no había control, los árbitros estaban puestos... era tierra de nadie. Ahora cambió, está más controlado todo”.

El Pelado que entonces llevaba el pelo hasta la cintura (ver foto) no se amedrentaba con esas batallas, aunque estuvo cerca de abandonar por otros motivos. Buscaba salir del pago chico y entonces se probó en Excursionistas y lo bocharon. En Aldosivi, y lo bocharon. Y hasta en el Civitanovese, en el último orejón del tarro de Italia. Siempre sopa.

Imagen SIN PHOTOSHOP. Ese chico de pelo largo que muestra la chapita con el número 3 es Martín Aguirre, quien posaba con la casaca de Bella Vista frente a un rival de Liniers, en el Argentino B.
SIN PHOTOSHOP. Ese chico de pelo largo que muestra la chapita con el número 3 es Martín Aguirre, quien posaba con la casaca de Bella Vista frente a un rival de Liniers, en el Argentino B.
“Estuvimos en Civitanova casi dos meses con otro chico de Bella Vista y un kinesiólogo. Llegamos por un conocido de Bonjour. Nos dieron casa, una playa hermosa, el lugar divino, nos pagaban la comida. Al técnico le encantamos, pero no éramos comunitarios y había solo un cupo de extranjeros. En un momento, el tipo que nos había llevado desapareció. No sabíamos hablar italiano, no teníamos ni un euro partido al medio y teníamos que ir hasta Roma para tomar el avión. Nos salvó la hermana de un conocido que nos alojó en la casa, nos dio de comer y plata para viajar en tren. Ahí tuve un pico de estrés y se me empezó a caer el pelo. En todos esos casos en que rebotaba, sinceramente pensé en largar todo”.

¿Cuándo vio la luz al final del túnel?
“El mismo día que subimos al Argentino B en Centenario, Villa Mitre, que también es de Bahía, ascendió a la B Nacional. Fabián García era el técnico, me tenía visto y me llamó. Estuve como dos semanas en una especie de prueba otra vez pero al fin quedé. Mi debut en la B Nacional fue contra Tigre en Victoria: entré y a los cinco minutos metí un gol”.

La conexión mendocina se dio a través de Daniel Oldrá, que fue ayudante, luego DT y más tarde manager de Godoy Cruz, el gran cerebro del Tomba en los últimos años para reclutar nombres desconocidos y transformarlos en carroza al mejor estilo Cenicienta. Aguirre y Sánchez son un ejemplo.

“Daniel sabe mucho, es un hombre que mira y trabaja en silencio. A mí me llamó a mi casa para preguntarme si me interesaba sumarme al club. Fue un momento clave de mi carrera, el instante para empezar un camino nuevo”, destaca y a partir de allí se le puede seguir mejor el rumbo. La última temporada la jugó en Olimpo, un poco porque su amigo Carlos Sánchez le ganó el puesto y otro porque le ofrecían un mejor contrato.

Aun hospedado en el hotel Ramada de Vicente López mientras busca acelerar el alquiler de un departamento para hacer venir de una vez a sus tres mujeres, las mellizas Brisa y Maia de dos años y medio y su esposa Yanina, el hombre que acumula dos ascensos sobre el lomo (con Bella Vista y Godoy Cruz) intentará repetir la fórmula en Núñez.

-¿Eras el Riquelme de Bahía, es verdad?
-Jugaba de enganche, es verdad, pero no era ni ahí el Riquelme. Julio Román, un DT de Bella Vista, me cambió el chip, me convenció de que podía dar más como carrilero o doble cinco y le fui metiendo más marca, cerrar la posición y esas cosas. Te volvés más rústico con los años.

-Pero algo sabés con la pelota...
-Sí, sí, algo sé, he tenido mis facetas de tirar caños y esas cosas. No soy un improvisado.

-¿Por qué creés que te llegó tan tarde la oportunidad en un grande?
-Porque era el momento, yo creo mucho en esas cosas. Algunos dicen que si a los 18 no jugaste en Primera ya está, y no es así, no podés matarle el sueño a un pibe así.

Imagen AMISTAD. Compañeros de barrio y juventud: Aguirre y Rodrigo Palacio son amigos desde muy chicos.
AMISTAD. Compañeros de barrio y juventud: Aguirre y Rodrigo Palacio son amigos desde muy chicos.
-¿Qué fue lo que más te llamó la atención en estas primeras semanas en River?
-Lo que más me sorprendió fue la humildad del grupo, cómo se manejan Matías, el Profe, el cuerpo técnico. Son humildes, dedicados y comprometidos cien por ciento. Te soy sincero: es algo que no veía desde que estaba en Bella Vista. Hay un sentido de pertenencia al club y un amor a los colores muy fuerte.

-Y tratan de transmitírselo a los jugadores.
-Te lo transmiten, sí, a veces sin palabras sino con actitudes. Incluso parte de los mismos jugadores como el Chori, que lleva un equipo nuevo de música al vestuario o da ideas para arreglarlo, te das cuenta de que quieren realmente al club, que están más allá del dinero.

-¿Qué te pide Almeyda?
-Que juegue adelantado, ayude a la marca y genere juego, que colabore con los delanteros y que patee mucho.

-¿Todos los partidos van a ser como contra Chacarita, tan parejos?
-Todos. Estuve en equipos chicos y cuando enfrentás a un grande te jugás la vida. Es otra motivación, te preparás para que te vean, imaginate eso potenciado por 11. (Aguirre puede dar fe más que nadie).

-Pueden imponerse los jugadores de calidad.
-Sí, pero tenés que emparejar el plus que te meten los otros equipos, que es correr, no dejarte jugar. Vos tenés que hacer lo mismo y después tratar de sacar diferencia con juego.

-¿Hay diferencia entre la A y el Ascenso?
-Cada vez que bajás una categoría, hay menos espacios. Es así, matemático. No sé si porque se juega más desordenado o qué pero no paran de correr un segundo y te presionan apenas recibís. Bajás de categoría y hay menos técnica también, vuela mucho la pelota. Es más difícil hacer diferencia abajo que en la A. A mí me pasó cuando llegué al fútbol grande: tenía más espacios para recibir, podía girar sin recibir un hachazo, jugar a dos toques más tranquilo.

-¿Qué escenario ves para el año que viene?
-Yo me veo campeón, va a ser durísimo, sí, pero la mentalidad del grupo y del cuerpo técnico es ganadora. Estamos todos muy comprometidos. Y en la calle se siente el apoyo del hincha. Es como si hubieran aceptado el descenso y ahora dijeran “Todos juntos a remarla”. Ese sentimiento y esa energía flotan en el ambiente, uno los siente, los percibe.

A remarla. Martín Aguirre sabe de qué se trata. ¿O todavía queda alguna duda?

Por Diego Borinsky / Fotos: Hernán Pepe