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Saja: "El gol me duele más que antes"

Regresó al fútbol argentino para sumarse a Racing luego de cinco años en el exterior. Enriquecido por esa experiencia, se transformó en un arquero más aplomado, confiable y autoexigente. Será por eso que, lejos de relajarse, su orgullo tiene tolerancia cero...

Por Redacción EG ·

07 de octubre de 2011
Nota publicada en la edición septiembre 2011 de la Revista El Gráfico

Imagen EN LA BOMBONERA. Con el Gremio, visitó el mítico estadio xeneize para la final de la Libertadores 2007. Fue elegido el mejor arquero del certamen.
EN LA BOMBONERA. Con el Gremio, visitó el mítico estadio xeneize para la final de la Libertadores 2007. Fue elegido el mejor arquero del certamen.
No hace falta recordarle su andar incesante por canchas remotas. El solito resume la idea: “Soy un nómade del fútbol”, se define. Y así es, nomás. Ocho clubes, cinco países y doce años engloban la trayectoria de un trotamundos de la pelota que ahora, dice él, quiere enterrar el ancla en Avellaneda. Justo allí donde se erige el Cilindro.

Sebastián Saja todavía anda en la tarea de descubrir cada metro cuadrado del remozado estadio de Racing. “A estos dos los vi jugar”, señala las fotos de Rubén Paz y Gustavo Costas, íconos del club que comparten una cartelera con otros más antiguos, como el Bocha Maschio y Corbatta, en el hall de entrada de la platea de socios. Todo es nuevo a los ojos achinados del nuevo arquero de la Academia. “Llevaba cinco años sin jugar acá, tengo que reacostumbrarme a todo. Intento que se vea reflejado lo menos posible en los partidos”, arranca.

Y enseguida ofrece la primera diferencia que nota, apoyados sus pies otra vez en la Argentina: “No es comparable la exigencia, ni la propia ni la ajena. Acá uno se exige más porque la crítica duele más. Tal vez afuera sean más duros, pero no te enterás, ni la escuchan tu familia ni tus amigos. Y hay que entender la importancia que se le da al fútbol en este país; no existe en el mundo tanta relevancia. Acá la atención mediática es única, y trasciende lo deportivo”, se larga.

-¿Y entonces qué te empujó a volver?

-Dos cosas por sobre todo: el estado del club y el empujón final que me dio Simeone con su llamado. A mi familia no la tuve en cuenta (se ríe). No tenía pensado volver en este mercado de pases, pero se nota que este Racing no es el de años atrás.

Simeone, diagnostica, “es muy claro, práctico”. Y abunda sobre el particular cuerpo técnico que encontró: “Cholo demuestra que no hace falta entrenarse cuatro horas seguidas para aprender. Se nota que tomó cosas de Bielsa. Y que esté el Mono Burgos con él es muy importante para los arqueros. Sobre todo para hacerle entender al entrenador lo que sentimos nosotros. La crítica del puesto es muy especial, no puede hacerla cualquiera”. El qué dirán, está claro, le interesa. Tanto como el quién lo dirá: “A veces te hacen un gol y sabés que está dentro de lo que te puede suceder, aunque desde afuera digan que te lo comiste; y a veces dicen ‘¡qué atajada tremenda!’, y vos sos consciente de que exageraste un poco una jugada que era sencilla. Por eso valoro la crítica específica. El Mono no participa en el día a día con nosotros, pero para nosotros serán importantes sus consejos”.

Un viejo lugar común del fútbol señala que el vestuario es sagrado. ¿Pero cuál? ¿El de la cumbia a todo volumen? ¿El multirracial de un club europeo? Saja lo tiene claro: “Muchos dicen que extrañan el folclore del fútbol, el clima de las tribunas…

Obviamente en ese sentido lo que pasa acá es incomparable, pero no me afectó tanto, más allá de que en Grecia se parecen bastante. En mi caso, lo que más extrañé fue el vestuario, la música que pone alguno, la comunicación con treinta compañeros y no sólo con cinco, los chistes. Todo el detrás de escena del fútbol”, describe. “Acá”, apunta, “los chicos ya van entrando en confianza, me van perdiendo el respeto (se ríe). Al principio me miraban, pero ahora todos se aflojaron más. Típico de cuando te empezás a conocer con una persona”.

-¿Para eso sirven las pretemporadas?

-Sí, más allá de lo obvio, que tiene que ver con el armado de un equipo, la convivencia suma un montón. Para mí fue muy bueno haber llegado con tiempo para hacer toda la pretemporada con mis nuevos compañeros, me ayudó a integrarme más rápido. Desayunás, almorzás, merendás, cenás y dormís con las mismas personas durante tres semanas; eso alimenta un grupo, lo une.

Imagen SEBASTIAN SAJA, 32 años, debutó en San Lorenzo en el año 2000.
SEBASTIAN SAJA, 32 años, debutó en San Lorenzo en el año 2000.
Ese verle la cara al compañero todas las mañanas es una escena cotidiana que Saja valora. Tal vez tanto como aquellas primeras atajadas en el Club Atlético y Progreso de Brandsen. Una cosa tiene que ver con la otra. “Cuando debuté en San Lorenzo tenía intacto el espíritu amateur, pero con los años uno se lo va olvidando o lo va dejando atrás. Ahora me siento como en aquel comienzo; no se trata de ser más o menos profesional, sino de disfrutar del fútbol como uno lo hace al principio, cuando se fija más en el juego en sí que en todo lo que rodea al deporte. Pasé de estar en la tribuna a jugar, y esa sensación de disfrute es la que recuperé en esta etapa. Maduré, y haber estado tanto tiempo jugando fuera de la Argentina me hizo dar cuenta de un montón de cosas que antes no miraba”, suelta el monólogo en clave introspectiva. Y sigue: “Alcanzar metas siempre te lleva a ponerte otras nuevas. Y yo ya conseguí muchas de las cosas que quería. Entonces ahora me pongo menos presiones que antes, me puedo aflojar un poco, sin dejar de ser profesional”.

-¿A eso te referís cuando decís que estás “más estable”?

-Uno juega como vive, salvo algunas excepciones. En mi caso se cumple. Antes andaba más apresurado, era más joven. Hoy estoy más tranquilo, soy papá, tengo mi familia formada, y esa madurez se traslada a la cancha. Por eso me siento menos arrebatado, más estable.

Ese apresuramiento juvenil, tal vez, lo haya impulsado tantas veces a cambiar de geografía. A lanzarse a aventuras de las que no siempre sacó provecho. Le tocó, por caso, pisar sin hacer mucho revuelo la Segunda División de España. Pero la experiencia acumulada no se mide solo dentro de los cerrados límites de una cancha. “Me adapto muy fácil al lugar al que me toque llegar”, se define. “Me pasó en Grecia, donde tuve que acostumbrarme hasta a un alfabeto diferente. Y conmigo, mi mujer y mis hijos”, amplía. Viajar en continuado fue forjando, además, una familia que podría definirse latinoamericana. Su hija Bernardita nació en México, cuando Saja jugaba en el gigantesco América; y su hijo Mateo nació en Brasil, en los felices tiempos del Gremio. “Ahora Noelia, mi mujer, está embarazada de nuevo, y nos salvamos de que el tercero fuera griego, por poco. Por fin vamos a tener un argentino”, se sonríe. El nuevo Saja también será varón y nacerá en octubre, pero el papá no puede revelar el nombre: todavía no lo decidieron.

En Grecia, además de jugar tres años en el AEK de Atenas, el jefe de la familia se moldeó como un guía turístico avezado. Si hasta se animó a mostrar las particularidades de esa ciudad irresistible a las cámaras del programa “Clase turista”, de Telefé, el año pasado. “Acá pegó bastante, muchas personas me lo comentaron. Me encanta recorrer, y Grecia en ese sentido te ofrece todo, desde la historia hasta los paisajes. Y estando afuera te sobra el tiempo para ser turista. Acá, los compromisos con los amigos y la familia te llevan un tiempo que afuera no existe”, compara.

Vuelto a casa, las últimas vacaciones le sirvieron para seguir de cerca el andar de la Selección, esa que integró en juveniles y brevemente en tiempos de Bielsa (jugó cuatro amistosos). Ahora, cuando las esquirlas de la eliminación de la Copa América todavía hacen daño, él se para desde lejos para observar mejor. “Yo la comparo un poco con lo que le pasa al Real Madrid, sobre todo en los últimos años; compraba a los mejores jugadores y no ganaba nada. La Selección también armó planteles repletos de estrellas y después no consiguió grandes resultados. Por eso me parece que cuando tenés tantos buenos jugadores en una misma posición, que son tan figura en sus clubes, es difícil ensamblarlos en un equipo. Es lo que nos ha pasado en estos años”, se anima a analizar.
Su mirada apunta al conjunto, al “equipo por encima del individuo”, como inculca Alejandro Sabella, el nuevo bastonero: “Tal vez nos olvidamos un poco de los jugadores de rol, complementarios, que también son necesarios. Al final, pasa que por querer que jueguen todos no termina jugando ninguno. Y el poco tiempo para trabajar no es excusa: a Uruguay le pasa lo mismo e hizo un excelente Mundial y una grandísima Copa América”.

Arquero, ese ser especial

El arquero es el boxeador al que le sacan el banquito y se queda solo, como bien decía Ringo Bonavena. Raza impar, se expone como nadie. Y, a la vez, vive cada minuto a la par del compañero con el que lucha por el mismo puesto. Amigos y rivales íntimos, los arqueros de un plantel construyen relaciones imposibles de comparar con el resto de los compañeros. “Nuestro puesto es único en todo sentido”, define. “Yo veo que dos centrales compiten por un puesto, pero de última uno de los dos puede correrse y jugar de lateral; lo mismo pasa en otras posiciones. Y sin embargo, si mirás plantel por plantel, llegás a la conclusión que los que mejor relación tienen son los arqueros, salvo algunas excepciones. Acá me está pasando eso, Dobler y De Olivera me recibieron muy bien, me ayudaron en la adaptación, y compartimos casi todo el tiempo en los entrenamientos”, reparte elogios. Se considera afortunado, también: “La del arquero debe ser de las competencias más sanas dentro del fútbol; yo he tenido suerte, nunca enfrenté maldades, al contrario. Y si no disfrutás del trabajo diario con tus pares, no vas a poder demostrar nada bueno en el partido”.

El problema, tal vez, sea el vacío que siente al que le toca ser suplente. “Alguna vez me tocó, y lo difícil es la falta de oportunidades. Es muy raro que al arquero lo cambien. Te matan durante toda la semana, al revés de los jugadores de campo, y cuando llega el día del partido no podés mostrarte. Eso es muy duro. Cuando me tocó, traté de apoyar al titular, y me di cuenta de que el que más difícil lo tiene es el suplente. Sobre él hay que estar encima”, se pone en el lugar del otro. Ese que le tocó ser las menos de las veces en su colorida carrera.

Imagen EN GREMIO. En 2007, llegó al club brasileño a préstamo y jugó 30 partidos.
EN GREMIO. En 2007, llegó al club brasileño a préstamo y jugó 30 partidos.
Disfrutar del arco también significa, en su caso, cargarse de información antes de cada partido. Un rasgo que se potencia en estos tiempos de reconocimiento de un ambiente, el argentino, que cambió muchas caras durante su ausencia. “Me encanta saber, sí. Lo primero que hago es evaluarme, para poder corregirme o afianzar lo que estoy haciendo bien. Y sobre el rival, necesito informarme; antes de los partidos nos pasan un video específico a los arqueros, con jugadas de ataque del rival. Me ayuda a conocer a chicos que han salido en este tiempo y yo no ubico todavía”, reconoce.

El ir a Europa le marcó, también, una sensación desagradable: la de enfrentarse a entrenadores que consideran que los arqueros argentinos están repletos de defectos técnicos. Algo así como toparse con una pared que hace chocar al que aterriza creyendo que se las sabe todas. Le pasó en Brescia, su primera parada en el Viejo Continente, adonde llegó con pose de crack y lo bajaron de un hondazo: “No sabés atajar”, lo atajaron. De ese golpe aprendió.

“Europa me mejoró; los arqueros argentinos tenemos potencial pero no lo sabemos trabajar. Ahora veo que se le está dando más importancia al puesto. A veces los clubes ven como un gasto contratar un entrenador de arqueros, y es todo lo contrario. Ya no quedan planteles de Primera sin uno específico, pero sería bueno que se amplíe a todas las divisiones. Yo tuve la suerte de tener a Agustín Irusta en San Lorenzo, y dio sus frutos con los arqueros de Inferiores que promovió el club; Independiente tiene a Santoro, y el resultado es que no compra arqueros. Esos ejemplos deberían copiarse más”, analiza.

-¿Ahora, a los 32 años, estás en la mejor edad para un arquero?

-Es relativo. Yo tuve un rendimiento altísimo a los 22 y a los 28, pero no tanto a los 25, por ejemplo. La experiencia ayuda un montón, pero también es verdad que a un pibe a los 20 puede ser arquero de un club grande y de la Selección. Eso se lo discuto a cualquiera. Sergio Romero es un buen ejemplo. Nos vamos a comer goles con 22 y también con 32.

-¿Te sigue doliendo el gol?

-(Suspira) Sí, el gol me duele más que antes. Cada día un poco más. Y siempre me voy con la sensación de que si hubiese hecho tal cosa lo podría haber evitado, por más que me la hayan clavado en un ángulo. Me caliento más que antes. Cuando me hacen un gol tonto, sigo jugando el partido en mi cabeza como mínimo por 48 horas. No lo exteriorizo con mis hijos, pero cuando apago la luz para dormir el gol me sigue dando vueltas en la cabeza. Y me quiero morir cuando lo veo en la tele.

Por Ezequiel Bergonzi