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Falcioni en su laberinto

Cambió el torneo, pero la chatura de Boca se mantiene inalterable. A veinte partidos de haber iniciado su tarea, el DT no ha logrado dotarlo de una clara identidad futbolera.

Por Elías Perugino ·

09 de agosto de 2011
Mejor pensar en positivo. Mejor creer que los equipos recién se están acomodando, que todavía no soltaron los músculos después de la pretemporada, que los refuerzos aún no engancharon la onda de sus nuevos compañeros. Mejor pensar así, mejor no desesperarse, porque lo visto en la primera fecha del torneo fue tan burdo, frenético y especulativo que, por momentos, pareció otro deporte. Algo muy distinto a lo que se denomina fútbol.
 
Hace rato que el miedo a perder es más fuerte que la ambición por ganar. Hace tiempo que el cero en el arco propio, conseguido a cualquier precio, es un tesoro que calma la tempestad interna de los entrenadores, víctimas en primera fila del exitismo intoxicante que supimos construir. Antes, no hace tanto, la primera tabla que miraba el hincha era la de posiciones. Hoy, acaso por los coletazos del síndrome River, se arranca por la de los promedios. Se suma y se divide por la de los promedios. Se pierde el sueño por la de los promedios. El objetivo no es el título, sino llegar a los 30 puntitos, salvar la ropa, salir indemne de esas batallas de pelotazos envenenados y suelas afiladas en que se han transformado los partidos. Y si después de los 30 puntitos pinta el título, mejor. Pero el objetivo son los 30.
 
Boca también cayó en la telaraña. Boca y Falcioni. Al insulso punto conseguido en Bahía Blanca se le describieron sabores que no tiene, proyecciones alentadoras que no se adivinan. Con veinte partidos oficiales y varios amistosos sobre el lomo, la mano de Julio César solo se advierte en los temores y las inseguridades del equipo. Lejos de haber formateado una base de jugadores y una identidad de fútbol, Boca es una expresión atomizada y divagante, un equipo al que la pelota le hierve, que parece deleitarse con enviar pelotazos a la estratósfera en vez de asociarse en el toque y la circulación, que padece y quiere herir con la pelota parada. Un equipo que no exprime la potencialidad de sus individualidades, sino que apuesta a las pequeñeces tácticas, a los recursos accesorios.
 
“Falcioni dirige a Boca con la mentalidad de Banfield”, suele graficar la tribuna, entendiéndose por “mentalidad de Banfield” a una postura sin tantas urgencias de protagonismo. Puede ser. Por momentos rompe los ojos que Falcioni se está debatiendo en su laberinto. Porque su sistema predilecto es el 4-4-2 y no lo puede implementar en un equipo donde el abanderado es Riquelme. Porque su pollo es Erviti, un doble cinco de juego que debe moverse siempre de frente a la jugada, al que liquida al exponerlo como carrilero. Porque en esa búsqueda del equipo ideal posterga a quienes mejor le han rendido: Chávez, Colazzo y Mouche. Porque le bajó la autoestima a Viatri, el heredero natural de Palermo, al reclamar de una y mil manera las compra de Santiago Silva. Porque un equipo como Boca, que será esperado atrás por los rivales en 15 de los 19 partidos, necesita laterales con salida y mucho juego por afuera, cosa que no ha podido cristalizar desde que asumió el cargo.
 
Es verdad: la función recién comienza, apenas si se ejecutó el primer acto. Pero las urgencias de Boca asfixian cada vez más. Reclaman otros resultados, pero también otras formas, ese condimento insoslayable que se llama audacia. Falcioni está en su laberinto. ¿Querrá y podrá encaminarse hacia la salida? No sea cosa que la salida lo encuentre primero a él.    

Twitter: @PeruginoElias