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Viaje a la mente del arquero

Con el suicidio de Héctor Larroque, la lista de arqueros que se quitaron la vida llegó a 10 en los últimos años, una cifra muy alta comparada con los jugadores de campo. Especialistas y entrenadores intentan desentrañar el particular perfil psicológico de los dueños del arco.

Por Redacción EG ·

02 de agosto de 2011
Nota publicada en la edición julio 2011 de la Revista El Gráfico

Imagen MOACIR BARBOSA es el ejemplo emblemático de cómo un arquero carga con exclusividad la cruz de la derrota. Barbosa fue el 1 de Brasil en 1950, víctima de Uruguay en el recordado Maracanazo. Su pecado fue descuidar su palo en el segundo gol.
MOACIR BARBOSA es el ejemplo emblemático de cómo un arquero carga con exclusividad la cruz de la derrota. Barbosa fue el 1 de Brasil en 1950, víctima de Uruguay en el recordado Maracanazo. Su pecado fue descuidar su palo en el segundo gol.
Dixon Acosta, lector de El Gráfico, escribió desde Colombia preguntándose “¿por qué se suicidan los arqueros?”, justo mientras diseccionábamos el asunto. Su visión aguda se complementa con una exquisita pintura de calidad literaria digna de García Márquez.

“Cavilando sobre el tema, uno puede fijarse en la figura solitaria del arquero. En efecto, este personaje parece solista en medio de una orquesta. El portero es un hombre solo rodeado de la multitud expectante. Mientras los demás jugadores pueden ocultarse en diversos rincones del césped, este ermitaño cubierto por la vergüenza y los guantes, debe permanecer atento a la espera de algún ataque fulminante, un balonazo hiriente, sin contar los insultos, ofensas y burlas que el público vocifera a sus espaldas.


El guardameta es una especie de prisionero, un reo sin derecho a juicio en una pequeña cárcel con tres grandes barrotes y una red de la cual no puede escapar. Este prisionero de la naturaleza imprevisible del fútbol será condenado sin remedio en caso de la derrota de su equipo, sobre todo si el infausto resultado se coló entre sus piernas cuando el tiempo del partido estaba a punto de expirar. En esas condiciones, resulta explicable que de vez en cuando algún guardavalla termine suicidándose, el único gol que quizás pueda hacer en su vida”.

@ContRelI@Presentado el peculiar perfil del ocupante del arco, ahora la serie de indicios que motivó la nota. No hay una relación directa arquero-suicidio. Sería demasiado simplista e irresponsable plantearla como causa-efecto. Pero con el balazo que se pegó en febrero de este año Martín Cabrera, guardameta de Cerro Porteño, la lista de casos conocidos en los últimos tiempo strepó hasta diez (ver contenido relacionado), mientras que para los jugadores de campo alcanza la tercera parte (Mirko Saric, Raimundo Tupper, Ramiro Castillo). Los valores tan disímiles invitan a reflexionar e indagar en la particular mente de los arqueros de fútbol. De eso se trata este viaje: tratar de entender a estos hombres que poseen un perfil psicológico muy diferente al resto de sus compañeros.

EL SOLITARIO

“Desde temprano tuvo miedo al fracaso cuando jugaba ante compañeros mayores. Estaba atrapado en su elevada autoexigencia. Muchas veces quise hablarle de padre a hijo, no como un especialista”, contó Dirk Enke, padre de Robert, el arquero que iba a atajar para Alemania en Sudáfrica 2010 y se arrojó a las vías del tren. Dirk es psicólogo deportivo, exatleta de elite, y unos días antes del suicidio de su hijo, le aconsejó que se internara. No quiso hacerlo porque temía que la Oficina de Familia le retirara la custodia de su hija adoptiva y que una internación psiquiátrica lo marcara en un ambiente tan cruel como el del fútbol. “El suicidio de Enke abre un debate sobre los tabúes del fútbol”, tituló Deutsche Well-World.de. Homosexualidad y depresión son dos de ellos. “Ninguna de esas dos palabras existe en el mundo de los hombres duros”, destacó la revista Kicker.

¿Es casual que se produzcan tantos suicidios entre los arqueros?
“Lo primero que hay que decir es que no cualquiera se suicida –enfatiza Marcelo Roffé, expsicólogo de las Selecciones Juveniles en la era Pekerman, que atendió a unos cuantos arqueros profesionales-. Tiene que haber causas que lo hagan sufrir de manera tal que entienda que la muerte es una salida posible. Ahora, que la estadística esté engrosada en los arqueros no es casual y tiene que ver con el rol que cumple, con la percepción de fracaso, con la soledad y la ingratitud del puesto. El perfil psicológico del arquero es particular. Se trata de un puesto individual de un deporte en equipo: es el que viste distinto, el que entrena diferenciado, el único que puede utilizar las manos, al que a veces le cuesta integrarse al grupo, y aquel al que le ponen la etiqueta de boludo o de loco. El mismo arquero a veces lo asume”.

Autor de 7 libros sobre psicología y deporte, Roffe prosigue con su disección: “Es un rol muy narcisista y también lo ponen en ese lugar. El arquero es el que te salva y el que te hunde. Tiene 9 atajadas buenísimas pero le pifia en un centro y pasa a ser el responsable de la derrota, el chivo expiatorio. Y son muchos más los partidos en que va a ser etiquetado más de culpable que de salvador, por eso la fortaleza anímica debe estar muy desarrollada para bancarse los sinsabores del puesto, las críticas del periodismo, de la gente y de los compañeros. El arquero, en síntesis, debe tener un mayor grado de concentración, de asunción de la responsabilidad, de tolerancia a la frustración y de manejo de las presiones. Y debe aprender una lección: no existen las pelotas fáciles. No es bueno tener mucha confianza ni tampoco muy baja. Es como el León, que no subestima a su presa y persigue con la misma fiereza al rinoceronte y a la liebre”.

En el fútbol siempre se buscan culpables: el árbitro siempre está a mano. Y un pasito atrás, el arquero. La Selección de Maradona se comió 6 goles en Bolivia y Juan Pablo Carrizo no atajó más, aunque apenas tuvo responsabilidad en un tanto y salvó otros 5. Recién dos años después volvió al predio de AFA.

¿El arquero sufre las derrotas más que el jugador de campo?
El que da su visión ahora es Miguel Angel Santoro, exgloria del arco de Independiente y formador de los excelentes valores que sacó el club en los últimos años: “Puede ser, el jugador de campo se equivoca y siempre uno lo puede salvar. Y, además, al menos se descarga corriendo. El arquero comete un error y atrás tiene la red, no puede reivindicarse. El arquero es distinto , porque debe absorber muy pronto las situaciones, analizar con frialdad y sobreponerse a los reveses lo más rápido posible”.
El Ruso Norberto Verea, mejor comentarista del fútbol que arquero en sus épocas de cabellera tupida, coincide con Pepé: “Desde el arco hay menos descarga, te meten un gol y tenés 15 minutos para soportar la sorna de los hinchas, las caras de tus compañeros y pensás ¿son mis compañeros o mis enemigos?”.

Imagen ROBERT ENKE, candidato a ocupar la valla de Alemania en Sudáfrica 2010, se suicidó a los 32 años arrojándose a las vías del tren. Había perdido a su hija de 2 años por problemas de corazón.
ROBERT ENKE, candidato a ocupar la valla de Alemania en Sudáfrica 2010, se suicidó a los 32 años arrojándose a las vías del tren. Había perdido a su hija de 2 años por problemas de corazón.
La mirada del Ruso, al mismo tiempo, va más allá. “Hay una carga muy fuerte sobre el arquero –razona-, pero también la conoce desde chico y se prepara para eso. Para mí ha cambiado mucho la responsabilidad por perder o ganar, los mensajes nefastos de que ‘el que pierde no existe’ entristecieron al fútbol. Ya no hay placer por jugar. A los 15 años, hoy los pibes dejan el fútbol porque se aburren, porque no toleran la presión. En mi época, a los 14 años cabeceábamos los palos, de las ganas que teníamos”.

El caso de Luis Landaburu es curioso. Debutó en la Primera de Defensores de Belgrano con 15 años, a los 16 lo compró River y durante casi 10 años fue el suplente del Pato Fillol. En 1981 pasó a Vélez y le llegó la hora de demostrar como titular las cualidades que lo destacaban, al punto de que Angel Labruna llegó a declararlo intransferible. “En River era reconocido, mimado –cuenta La Foca, hoy ayudante de Mario Finarolli en Nueva Chicago-, fui a Vélez con unos pergaminos bárbaros y no rendí para nada. En un partido contra Sarmiento, mis propios hinchas me tiraron de la tribuna una mano ortopédica. Me quería morir. Llegué a sentir tal presión que no lo soporté, me vinieron a buscar de México y sin saber a qué club iba, dije que sí, sólo me quería evadir. Pisé México y volví a ser el Landaburu de siempre”.

TRABAJO DIFERENCIADO

Por sus necesidades, el arquero requiere de entrenamientos específicos en la semana. Hay detalles fundamentales que el espectador no conoce y el portero debe considerar. Por ejemplo, el manejo de la comunicación con los defensores, de las voces, que deben ser cortas, fuertes y no agresivas, como explica Roffé, quien resalta: “Es importante que construya una alianza estratégica con un compañero para que no se desgañite ni se altere en el armado de la barrera y no tenga que perder energía porque nadie le da bolilla. Si falta uno en la barrera, le genera un temor importante. En los centros hay un foco atencional tremendo: 20 tipos en el área que buscan cosas distintas, y él debe atrapar la pelota con el riesgo de chocarse hasta con un compañero. Para entrenar el foco de atención se le tiran pelotas de distintos colores para que actúen como elementos de distracción, y se le pide que rechace solo las amarillas, por ejemplo”.

@ContRelD@En el campo, los psicólogos también estimulan el autodiálogo del arquero para fortalecer su autoestima y concentración cuando su equipo está en ataque. “Apuntamos a que digan en voz alta: no estoy acá de casualidad, lo estoy haciendo bien, sigo concentrado aunque la pelota esté lejos, no me debo relajar; frases de ese estilo para que estén activos aunque no les llegue la pelota”, explica Roffé, quien detalla que utiliza tests para conocer los miedos del portero y luego trabajarlos. “Al ser un puesto tan individual, existe mucho miedo a fracasar, a equivocarse, a no dar lo que se espera de él –enumera-. Primero detectás los miedos que los atormentan, después los demenuzás y los trabajás con visualizaciones, por ejemplo. Visualizar es ver con los ojos de la mente, un trabajo cognitivo que permite que llegues más optimista al partido porque psiconeuromuscularmente produce el fenómeno de ‘dejá vú’, y ya queda en la memoria”.

Landaburu, que en su época como DT de las Inferiores de River estuvo con Carles Rexach en Barcelona y con Vicente Del Bosque en Madrid en clínicas de fútbol juvenil, cree que se podrían aliviar los traumas del arquero desde la formación. “En baby juegan con una pelota de 200 kilos y si al arquero lo agarra uno que le pegue fuerte, te liquida. Después pasan a cancha grande y son unas pulguitas en un arco de 7,32. Al delantero le enseñan a pegarle arriba y es gol seguro. Es traumático para el arquero, te tiene que gustar mucho el arco para suplir esa amargura. Para mí, tendrían que hacer los arcos más chicos en Inferiores y jugar en media cancha, como hacen en Japón e Italia. Lo digo con conocimiento porque yo trabajé en Japón: once contra once en mitad de cancha y así les enseñan el ‘abc’ de cada posición”, propone la Foca.

¿Hay que estar loco para ir al arco? Echemos un vistazo a los apodos. Hay unos cuantos Locos: Gatti, Higuita, Burgos (sus compañeros le decían “Loco” antes que “Mono”), Rubén Sánchez, Fenoy, Nelson Ibáñez, Ramón Quiroga (Chupete y Loco), Migliore, Crazy Lehmann, el del machete en Alemania 06. Hay Locos para llenar un Borda, mucho más que en el resto de los puestos.
“Hay que tener un vuelo diferente en la cabeza para ser arquero –asume Verea-, yo iba a los entrenamientos con campera plateada, suecos de madera, me comía un gol y me dejaban 10 partidos en el banco. Los entrenadores entonces eran muy pacatos. El jugador de campo puede estar los 90 minutos sacándose el problema de encima, sin compromiso, y algunos dirán ‘Mirá cómo cumplió’. El arquero, no, tiene que acostumbrarse al riesgo, disfrutar del riesgo, algo de locura hay en eso”.

El Cai Aimar se muerde un poco los labios porque no se siente cómodo criticando, pero admite que algo de sustento tiene el pensamiento maradoniano. “Está en el ambiente del fútbol eso de que el arquero es especial, o medio loco o un poquito boludo, como se dice, y se los carga más que a los otros. Es algo que se da por tratarse de un puesto especial, se presta a eso”, reconoce Aimar, basado en su amplia experiencia como DT y ayudante.

“Hay que tener cosas irracionales –se suma Landaburu-, porque si lo analizás bien, te das cuenta de que el arquero tiene actitudes de suicida. A Grissetti, un arquero de River de los años 40, le decían el suicida, porque se tiraba con todo y le pateaban la cabeza. El lo asumía con orgullo. Cuando yo entrenaba arqueros en River, me acuerdo de una práctica de la Primera en la que Medina Bello bajó a Burgos de un pelotazo en la cabeza como un muñeco de kermesse. El Loco se levantó y dijo ‘¡Qué atajada!’. Y siguió como si nada. Yo creo que debés tener un poco de loco, si no, no podés ser arquero. Estás expuesto al error, al ridículo, hay que tener algo de héroe, de salvador, un poco de inconsciencia. El que piensa un poco, el que razona las cosas, no puede ir al arco”. Contundente.

Imagen ALBERTO VIVALDA fue uno de los primeros arqueros en suicidarse. Pasó por River, Chacarita y Racing en los 70 y 80. Atajó el día en que River fue campeón tras 18 años. Se mató a los 37 años, en las vías del tren.
ALBERTO VIVALDA fue uno de los primeros arqueros en suicidarse. Pasó por River, Chacarita y Racing en los 70 y 80. Atajó el día en que River fue campeón tras 18 años. Se mató a los 37 años, en las vías del tren.
“Para mí es el mejor puesto del mundo”, sentencia José Luis Chilavert, aunque concede: “En Francia entrábamos al campo de entrenamiento y el DT nos mandaba directamente para un costado con el preparador de arqueros, te separan del rebaño, te hacen sentir distinto. Tampoco es fácil la relación con el suplente, que sabe que si no te lesionás o cometés muchos errores, no puede entrar ni 10 minutos. Ahí hay roces”.

Chila pone el foco en un sello distintivo del portero: así como el suplente de campo sabe que puede entrar 25 minutos en un partido o cambiar de puesto en caso de emergencia, para el “uno” no hay grises. En ese sentido Landaburu les baja un mensaje claro a los chicos a los que ha entrenado en estos años: “Es importante cómo tomás tu trabajo en la semana y el amor que le tengas a la profesión. Si yo hubiera estado en la cómoda de que Fillol era una fija como titular, no habría tenido este premio de ser declarado intransferible por Labruna. Yo iba a entrenarme siempre con la misma alegría y vocación que el titular. Me preparaba, soñaba. Eso lo aprendí del gran Amadeo Carrizo. El me decía: ‘Usted venga antes del entrenamiento y vaya a caminar el área, familiarícese con el habitat’, eso me ayudó a que no me faltara distancia cuando me tocó atajar.”.

Para cerrar el círculo, un par de aportes de la literatura. En su cuento “El césped” (1990), el uruguayo Mario Benedetti relata la historia de dos amigos, Benjamín Ferrés y Martín Riera, delantero y arquero respectivamente, que finaliza en tragedia, cuando Benjamín le mete un gol de caño al final de un partido ante la atenta mirada de un representante que lo estaba siguiendo para llevarlo a Europa. Su equipo pierde 2-1 y Riera decide pegarse un tiro. Benedetti no eligió a un defensor ni a un mediocampista para ocupar el rol de suicida. Se inclinó por un arquero.

Eduardo Sacheri, autor y guionista de “El secreto de sus ojos”, viajó hacia atrás en el tiempo para recordar sus días como arquero con una bella pintura: “Atajo desde que me di cuenta de que para ser arquero lo más importante no es el talento sino las agallas, la voluntad, los huevos. Por supuesto que hay que tener técnica. Volar de palo a palo. Achicar a los delanteros. Descolgar centros. Pero sobre todo, para ser arquero hay que estar dispuesto a tapar con la cara, la panza, las piernas, los dientes o la espalda, con lo que sea con tal de que la pelota no entre. Supongo que a los 17 voy al arco, entre otras cosas, porque combino cierta predilección por la soledad, una buena disposición para el sacrificio y una resignada serenidad para aceptar los golpes y la responsabilidad”.

El final es de autor anónimo y aparece citado en el capítulo especial sobre arqueros de “Fútbol De presión”, libro de Roffé: “Los errores de los cocineros se tapan con salsas; los de los arquitectos, con columnas; los de los arqueros, con insultos”.

Por Diego Borinsky / Fotos: Archivo El Gráfico y AFP