Las Crónicas de El Gráfico

Disparador: "Tribuna caliente"

Aunque la televisación del fútbol en HD permite disfrutar los espectáculos en otra dimensión, no hay nada comparado a vivir los partidos en la cancha. Sin embargo, las autoridades parecen confabuladas para espantar al público. Tienen una responsabilidad clara y no la cumplen.

Por Elías Perugino ·

28 de julio de 2011
Nota publicada en la edición de julio 2011 de la Revista El Gráfico

Escarbar en el archivo de El Gráfico suele ser un ejercicio delicioso. Quien más, quien menos, tiene una debilidad marcada.

Algunos muchachos de la redacción podrían pasarse horas releyendo las síntesis de la década del 70. Son capaces de recitar la formación enterita de Puerto Comercial de Bahía Blanca en el Nacional 74 [1], aunque después les cueste recordar cómo salieron Tigre-Boca en el campeonato pasado.

Otros son fanáticos de las tapas extrañas [2], especialmente las de los primeros años, cuando la revista no era exclusivamente de deportes y la portada podía corresponderle a una vedette, a una actriz o a un acto público.

Y a algunos, como el autor de este texto, les encanta revisar las fotos futboleras de los años 30, 40 y 50; no solo para regodearse con los detalles increíbles en las indumentarias de los cracks de entonces, sino también para hacer foco en el “decorado”, en el segundo plano de esas fotos.

Allí, detrás de los Cherro, los Ferreira o los Pelegrina, florecen trazos entrañables como los ancestros de los que hoy llamamos utileros, desopilantes publicidades estáticas, el indescifrable tablero de la revista Alumni [3], pelotas vintage que serían las Doma de aquel tiempo, autos con destino de museo, niños cándidos admirando a sus ídolos, canchas con un piso muy parecido al de un campo minado, señoritas encorsetadas sin ánimo de botineras…

Fantásticas, también, son las panorámicas de las tribunas. Bandejas enteras de señores vestidos como para el teatro, con trajes y corbatas impecables y pulcros sombreros que parecían alineados en una coreografía armónica, perfecta. Epocas en las que los gritos de guerra no pasaban de un “La gente no come / para ver a Walter Gómez”. Donde el fútbol, evidentemente, era una fiesta. Así lo indican las caras que se recortan en los primeros planos, o los inexistentes espacios en las tribunas pobladas “de bote a bote”.

@fotoD@Sin ir más lejos, por encima de esta computadora, en el cuadro colgado en la pared, hay una foto inmortal que tiene todo lo que puede desear un editor: arco, pelota, red, palo, autor del gol, arquero derrotado, cara resignada en los defensores y una linda tribuna colmada. Es la fantástica postal del gol de Grillo a los ingleses [4], allá por 1953, con un Monumental desbordante.

Uno sabe, porque lo ha leído, porque se lo ha contado su padre o porque lo ha oído de boca de próceres del periodismo como Juvenal, Villita o Ardizzone, que entonces las canchas eran un carnaval. Que la gente desbordaba los colectivos o las cajas de los camiones para llegar a la hora señalada. Y que después solo quedaba disfrutar. O sufrir un poquito, nada más que lo lógico, para renovar el crédito de cara a la semana siguiente. Era una época más romántica, lírica si se quiere, pero fundamentalmente más sana. El germen de la violencia y los barras no figuraba en ninguna carta de futurología.

Es ahí, en ese punto exacto donde la indignación se hace úlcera, que las preguntas explotan con toda la fuerza que emerge de la impotencia: ¿qué nos pasó? ¿cómo pudimos perder ese tesoro? ¿por qué nos enroscamos en la espiral de la autodestrucción? En un puñado de décadas pasamos de la candidez a la irracionalidad, de la fraternidad al agravio.

Derrapamos a nivel sociedad y transformamos la celebración del fútbol en un espectáculo que ya no se puede gozar relajado. Por el accionar impune de los barras para agredir a los hinchas genuinos, manipular a dirigentes y protagonistas, delinquir o consumar todo tipo de negociados [5]. Por la inadmisible connivencia de los dirigentes. Y por la esterilidad exasperante de quienes deben encargarse de expulsar a los indeseables y garantizar la seguridad.

Como si los valores se hubieran distorsionado de manera demencial, los llamados “operativos de seguridad” no protegen al hincha común, sino que premian a quienes nos condujeron a este escenario inconcebible.

En vez de custodiar a los buenos de verdad, a los que van a la cancha nada más y nada menos que por el amor a la camiseta y a sus ídolos, los operativos se digitan para facilitarles el camino a los barras [6]. Las críticas constantes a esa postura solo han logrado incrementar ese desatino. Un día, algún iluminado con la llama de un fósforo inventó los “pulmones” en las tribunas, esas bochornosas porciones de escalones desnudos para impedir que los integrantes de dos parcialidades observen un partido codo a codo. Desde entonces, los cráneos de turno resuelven cualquier contienda “de alto riesgo” incrementando los malditos pulmones. Otra no les cabe. Otra no les sale.

¿Para qué arriesgarse a que se junten 40.000 o 50.000 personas en una cancha? Mejor pulmones. ¿Para qué ensuciarse las manos combatiendo a los barras, extirpándolos de las canchas? Mejor vista gorda… y pulmones. Y si no, ¡a puertas cerradas todo el mundo!

El Clausura 2011 pasará a la historia como el torneo del Vélez fantástico, del River en penurias de descenso, de los groseros errores de un arbitraje en proceso de transición y de los insólitos bloopers de arqueros. Pero también lo recordaremos como el torneo que más les dio la espalda a los hinchas. ¿Se ha visto algo más injusto que lo padecido por los fanáticos de Vélez, a quienes se les impidió disfrutar de la consagración de su equipo por los disturbios protagonizados por los barras de otros clubes? [7] ¿Quién compensa a los hinchas de San Lorenzo que viajaron a Rosario y se tuvieron que volver masticando calentura por un problema entre los de Newell’s y la policía santafesina?

Con cierta dosis de malicia, a los de Boedo se les podría responder que eso no les pasaría si jugaran en el ascenso. Claro: en el ascenso se discontinuó la presencia de los hinchas visitantes. A propósito: ¿Nunca más van a volver los visitantes a las canchas? ¿No les da vergüenza que sigan pasando los años y su incapacidad –la de dirigentes y autoridades de seguridad- quede tan al descubierto? ¿Cómo es posible que nadie les exija la renuncia por esa falencia gigantesca y constante?

Cuanto más se mira la foto del gol de Grillo, más ganas dan de seguir mirándola. Hay gente trepada hasta en el techo de la cabina de control de la iluminación. En la otra pared cuelgan más fotos: una palomita impresionante del Charro Moreno contra Estudiantes, un Claudio Vacca atenazando la pelota en un Boca-Independiente en la Bombonera de dos bandejas... ¡Mamita, lo que son las tribunas! Revientan de público. Seguro que los cráneos de la seguridad no deben tener colgadas fotos así en sus oficinas. Ellos echan a la gente de las canchas. Arreglan todo con pulmones. Y no se dan cuenta de que un día, paradójicamente, con tantos pulmones el fútbol argentino va a dejar de respirar.

Elías Perugino

@fotoW@

[1] Romagnoli; Avendaño, Giménez, Núñez, Contardi; Rachi, Solis, Dekker; Grecco, Nani y Las Heras perdieron 0-4 con Banfield, en Bahía. La revancha fue 1-13.

[2] En la edición número 83, del 22 de enero de 1921, la tapa fue para Adrienne Bolland, notable aviadora francesa. Más portadas en nuestro navegador de tapas:
www.elgrafico.com.ar

[3] En épocas donde no había radios portátiles, la revista Alumni creó un código para que los hinchas siguieran los resultados dentro de los estadios. Con eso proporcionaban información y se aseguraban ventas.

[4] El 14 de mayo de 1953 hubo 85 mil personas en cancha de River. El gol de Grillo desde un ángulo “imposible” sirvió para igualar en uno. Luego Micheli y el propio Grillo convirtieron para el 3-1 definitivo.

[5] Entre otras yerbas, revenden entradas, lucran apretando a jugadores y dirigentes, venden sus servicios como punteros, agilizan el movimiento de drogas…

[6] La policía custodia el desplazamiento de los barras por la vía pública. Rodeados de patrulleros y motos, ingresan y egresan de los estadios con comodidad, mientras los otros hinchas padecen su impunidad.

[7] Como se trenzaron los hinchas de Huracán y Estudiantes, se determinó que el Globo jugara sus últimos partidos a puertas cerradas, perjudicando a Vélez, cuyos simpatizantes nada tenían que ver en el tema.