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River: última vida

Ya habrá tiempo para debates y reparto de culpas. Mientras tanto, el hincha todavía puede encomendarse a una última misión.

Por Diego Borinsky ·

23 de junio de 2011
“Nos acercamos al borde del abismo, donde la esperanza y la desesperación se hermanan” (JRR Tolkien, El Señor de los Anillos)
 
 
En condiciones normales, que River le convierta dos goles a un equipo de la B Nacional en el Monumental, con su gente, no debería ser considerado una misión imposible. Hoy casi lo es. Al borde del abismo, la frase del Señor de los Anillos –que no es Grondona- refleja patéticamente el estado espiritual de la vapuleada masa de hinchas riverplatenses.
 
En las horas previas y posteriores a la caída con Belgrano se abrieron los grifos de la crítica despiadada. Sobre todo de muchísimos periodistas partidarios que hace 5 o 6 años facturaban sus ganancias gracias al aporte de la publicidad oficial. Si es 50 por ciento de culpa de Aguilar y 50 de Passarella, si faltaron refuerzos, si los socios son los que le pifiaron eligiendo a un improvisado en la materia, si Jota Jota no sabe nada o si la mayoría de estos jugadores no hubieran cortado ni el césped de la cancha auxiliar en otras épocas, de todo eso se comenzó a hablar en estos días, como anticipando un final ya cantado y definitivo.
 
Aún quedan 90 minutos. El margen de error es casi nulo. Rozaría el milagro que un equipo que en 19 fechas convirtió apenas 15 goles y que en sólo dos presentaciones consiguió gritar dos veces (2-0 a Huracán, 2-1 a Newell’s, los peores equipos del campeonato), lo consiga esta vez, pero ese 5 % de esperanzas debe servir para que la familia riverplatense se una y pugne por una última vida. Aún la tiene.
 
Desde esta columna se pidió la semana pasada la salida de Jota Jota. Y que agarre Almeyda. En realidad, lo que se viene reclamando desde hace 4 o 5 fechas es que el DT pateara el tablero, que diera vuelta el pizarrón porque el equipo no respondía, no generaba, no pudiera con su alma. Contra Belgrano lo hizo y River mejoró notablemente en relación a sus últimas presentaciones. Se puede argumentar que era un partido para hombres. Y, en sentido contrario, que a los hombres les pesa mucho más la situación y los pibes vienen con otra frescura. Se puede decir que es una barbaridad poner a Mauro Díaz cuando no jugó en todo el torneo, pero Mauro casi convierte con dos tiros libres y sobre el final del primer tiempo comenzó a agarrar la batuta. River no mereció perder, y menos por dos goles. Mostró un cambio, deja una pequeña luz de esperanza.
 
Se puede hacer una hoguera (mediática, en sentido figurado) con Passarella, con Grondona, con Jota Jota y Aguilar, y los árbitros y la mar en coche. Ya habrá tiempo para eso. Un año entero, si River se va a la B.
 
Y aunque el hincha de River entregó el alma y puso el cuerpo y hasta la salud, tiene la obligación de apostar todo a la última bola del año. Sacar fuerzas de donde le queden y no sentirse vencido antes de tiempo. Si no le clausuran el estadio por los incidentes debe reventar el Monumental y gritar los 95 minutos. No aflojar ni un segundo. Desgañitarse como nunca. El de la popu y el de la platea también. No arrancar un cantito y terminarlo al minuto. No esperar que el de al lado grite mientras uno mira absorto. No. Todos, con todo y sin respiro. Hasta que la garganta no emita más sonidos. Los de afuera son de palo, decía el gran Obdulio Varela, padre del Maracanazo. Pero el entorno tampoco genera indiferencia. Por algo no es lo mismo jugar de local que de visitante. Y el aliento masivo, el grito visceral, le puede dar un pequeño plus al jugador de River y restarle otro poquito a la cómoda seguridad del Pirata. Y entonces ese 5 % de ilusión pueda llegar a 10, y ese 5 % que reste el rival, tal vez le haga crecer las acciones al 15 %, y esa mala suerte de este miércoles en algún rincón de la justicia divina tendría que compensarse.
 
Ya habrá tiempo para los análisis, para el reparto de culpas y el juicio final. Aunque probablemente sea demasiado tarde, Passarella debería llamar a un par de dirigentes que hayan sido pilotos de tormenta para pedirles un consejo. A Alfredo Davicce, a Hugo Santilli, por ejemplo. Seguramente no lo hará. Debería llamarse de urgencia a Diego Buonanotte, aunque JJ no lo pueda ni ver y los compañeros estén re calientes con él y le hayan bajado el pulgar. Habría que darle una vez la chance a Fabián Bordagaray, que en su casi única participación, contra Independiente, en apenas tres minutos en cancha, recibió de espaldas, tiró un taco con caño y casi la mete de mediacancha. El Pelado Almeyda, ya sin chances de aplicar algún 225 perdido por Ballón, debería ser el DT. Armar el equipo y dar la charla. Casi seguramente ninguna de estas cosas pasará, pero mientras tanto, por orgullo y para sentirse partícipe de alguna manera, el hincha debe comprometerse con el último granito que puede aportar a esta causa ingrata y desquiciante. El hincha de River tiene una última misión este domingo. En Sívori esquina San Martín, allí mismo donde la esperanza y la desesperación se hermanan.