Anónimos reconocidos

Un símbolo de Racing, fuera de la cancha

La historia de Daniel Bazán, un hombre que se crió en el campo, que con el tiempo se hizo guitarrero y autor. Hoy es uno de los personajes más atractivos del Racing Club de Avellaneda.

Por Redacción EG ·

29 de abril de 2011
Nota publicada en la edición abril 2011 de la revista El Gráfico

LA VIDA está llena de condicionantes. Y si no, veamos esta historia. Si la prima Susana, la hija del tío Raúl, no hubiera pasado una tardecita por el lugar donde él (o sea el protagonista de esta historia) no hubiera estado parado, quizás no podría haber aprendido a tocar la guitarra. De la misma manera en que si El Chueco Fangio, en un viaje en auto regresando a su Balcarce natal, no hubiera prendido la radio jamás se habría enterado de la existencia de ese chico (que es, por cierto, el mismo protagonista de esta historia). Y, así, si aquel viejo empleado de Racing no se hubiera sentido identificado con aquel chico provinciano (que sigue siendo el mismo, el protagonista de esta historia), ese chico no estaría hoy donde está.

Una cosa trae a la otra y si a usted le parece, estimado lector, que es esta una historia complicada, se equivoca: complicada es la introducción, tanto como para más que confundirlo, entregarle algunas piezas de un rompecabezas que se escribirá a través de los años, entre Balcarce y Avellaneda, entre el rasgueo de guitarras y raros peinados nuevos, entre coincidencias y equívocos, que solamente sirven para comprobar una vez más que la vida es un extraño tramado en donde la más mínima hebra tiene un valor absoluto. Y que hay que tener los ojos atentos para saber en qué tren subirse, porque a veces puede ser el que nos lleve a un Destino que más que saber conseguir, supimos soñar sin soñar, armándolo sin querer, día a día, noche a noche y sueño a sueño.


@fotoD@DANIEL ENRIQUE Bazán nació un 3 de marzo de 1959 en la zona rural de Balcarce, en la provincia de Buenos Aires. Nació en un campo de familia, de la familia Bazán. Don Bazán tuvo tres hijos que se hicieron fuertes trabajando en el campo, contrariando heladas, soportando vientos y despuntando amaneceres. Eran tiempos en que se sembraba de todo, pero era en especial la papa la que se llevaba todo el crédito. De aquellos hermanos, uno de ellos se casó con María Esther. Fue de esa unión que nació Daniel. Se crió amparado por el cielo, apartando vacas, haciendo todas las tareas rurales. Era por las tardes y las nochecitas en que su gran compañero, un aparato de radio, le traía las lejanas aventuras de Hormiga Negra, o Chicote, el Gaucho de la noche, a través de las radionovelas, de la misma manera en que, los domingos por la tarde, El Gordo Muñoz lo hacía temblar con sus relatos futboleros.

La electricidad la generaban molinos de viento y si no, para eso estaban los faroles Sol de Noche o los candiles, esos mecheros que ardían con el kerosén. Por aquel entonces, Daniel era apenas simpatizante de Racing (su tío fue el presidente del Racing Balcarce) y sin saber, acunaba el sueño de cantor. Así, cuando salía al campo, cantaba con toda la voz que tenía, sintiéndose libre y feliz, canciones de la “Nueva Ola”, recuerda, y no como alguien podría suponer, canciones folclóricas. Era su sueño el cantar y el cantar lo hacía vivir en sueños allá, en el medio del campo, en sus momentos de soledad.

El destino le tendió la primera mano una tarde, cuando él estaba armando unos lazos con sogas. De pronto pasó su prima, Susana, la hija del tío Raúl y la tía Elvira. Ellos vivían en la otra punta del campo y tenían un viejo Ford, con las ruedas de rayos de madera. Esa tarde, Susana se iba para Balcarce, con el propósito de empezar a estudiar guitarra con don Girio Smiraglia. Bastó ver la guitarra para que él, aunque apenas tenía siete años, se sentiera enloquecido de deseo y de placer. No fue complicado, porque tanto su madre como su padre consintieron enseguida y como, después de todo, donde una toma clases hay lugar para dos, finalmente los primos empezaron a viajar a Balcarce para aprender.

Desmenuzaron y aprendieron dos temas. Y luego vino la clásica presentación, en el clásico Teatro Municipal de Balcarce. Y ellos, que entre ambos no sumaban ni siquiera 15 años, se pararon allí, frente a un público complaciente y amigo, pero público al fin. El tenía una voz aguda y potente, casi como la de ella. Cantaron, sonrieron, hicieron una reverencia, y cuando estalló el aplauso, él –un chiquilín que apenas andaba por los siete años- sintió en el cuerpo y en el alma una energía tan grande y un orgullo tan dulce en el corazón, que supo que la música iba a acompañarlo toda la vida, porque la música era su vida.

NO VAS A GANAR Cosquín en tu puta vida, cuenta que le dijo aquel hombre, aquella noche tardía, más cercana al amanecer que al crespúsculo. Estaban tomando un vino recio, en una mesa de madera tosca. El –el chico de Balcarce–, terminaba de perder en un pre Cosquín. El hombre, semiinclinado sobre la mesa, apoyando los codos y apuntándole con su nariz para lograr mayor confianza, siguió hablando. “No te lo digo para que te enojes, sino para que aprendas, escuchá bien, pibe: vos subís con dos tonos locos, afinás bien y tenés la voz impostada por naturaleza, como el Morocho del Abasto, pero.... Eso no alcanza, para Cosquín no, porque viene un gritón bien armado y te gana”. Ahí, el pibe de Balcarce aprendió que la música –como la vida– es algo más que una partitura, que hay que saber interpretar. El hombre, al que llamaban El Flaco Silva, le enseñó a interpretar y hasta a vestirse, mientras que el Pibe de Balcarce, cuando podía, enfrentaba a los jurados y en lugar de enojarse con ellos, iba y les preguntaba derecho viejo: “Señor, ¿por qué perdí? ¿por qué no me votó? Yo quiero aprender, ¿sabe?”.

Asi fue creciendo el Pibe de Balcarce. Además, escribía, de a ratos, partiendo de un tono, tratando de describir un momento y de expresar sus sentimientos. Aprendió, entre otras cosas, a no mostrar demasiado sus obras, a tenerlas ahí, guardadas para cuando llegara el momento, poder brindárselas solamente a los que sabían más que él, de los que podría aprender.
Hasta que una vez...


@fotoD@EL CHUECO volvía de Buenos Aires a Balcarce, en auto. En realidad, volvía de Europa, y Buenos Aires solamente había sido una escala más en su viaje rumbo al pago. Y fue en ese viaje cuando alguien prendió la radio del auto. Y fue de esa radio de donde surgió, de pronto, una voz juvenil cantando: “Que lindo es volver a verte/mi pueblo, después de un tiempo. / La plaza / un patio de tierra / y un mate bajo el alero”. El Chueco, acomodándose el clásico ponchito con el que se abrigaba los hombros, preguntó: “¿De dónde salió este pibe?”. Desde el parlante, la voz seguía con su canto: “Cuando recorro tus calles / junto al museo me detengo / Gloria eterna de argentinos / Don Juan Manuel vuelve al pueblo...”.
Don Juan Manuel no necesitó hablar más, porque uno de sus grandes amigos, El Negro Barragán, captó el comentario como una orden: había que encontrar al cantor...

El cantor, a todo esto, había escrito la letra y había cantado la canción sin saber el impacto que iba a causar. Como la canción era atractiva, el Gordo Dannunzio –figura preclara del periodismo radial especializado en automovilismo– usó el tema como cortina musical, para promocionar su transmisión de Turismo de Carretera del Automóvil Club de Balcarce. Las transmisiones eran un clásico de radio Necochea y de radio Balcarce y el tema en cuestión, intitulado “Balcarce, cuánto te quiero” venía como suele decirse, como anillo al dedo.

De ahí en más, el Pibe de Balcarce, que estaba trabajando en el Gran Hotel de la ciudad, fue llevado sin dilaciones delante del Chueco, quien de alguna manera lo convirtió en su trovero oficial. “Vos tenés que cantar milongas sureras”, insistía, pero el pibe –o sea Daniel Bazán, o sea el protagonista de esta historia– no quería terminar pegado a un solo estilo.
Además, el pibe también pensaba en conquistar la Gran Urbe, la Gran Metrópoli, como se decía entonces.
No sabía que iba a desembarcar en Avellaneda, donde se quedaría para siempre.

UNA COSA trajo la otra. Resumamos esta historia, diciendo que el Pibe partió para Avellaneda pero antes, por consejo de sus padres y por aquello de que “Del arte no se vive”, decidió aprender un oficio, y ese oficio fue el de peluquero, y que la Academia estaba en Mar del Plata y que si estudió en Mar del Plata fue porque le gustaba el mar y porque como le gustaba cantar, pensaba que, después de todo, un peluquero es un fígaro, que se puede cantar y ganar plata y cortar el pelo ayuda. Así que un día, cuando había ya pasado su servicio militar obligatorio y cuando había logrado comprar la peluquería de un viejo profesional ya retirado, tomó una valija y se fue para Buenos Aires.

Mejor, dicho, quiso irse a Buenos Aires y recaló en Avellaneda, porque por consejo de un amigo suyo, Atilio,“Avellaneda tiene algo de provincia, Buenos Aires te devora, acá te vas a sentir mejor, acordate de lo que te digo”. Y efectivamente, no solamente se acordó y se acuerda de lo que le aconsejaron. Porque la primera mañana se fue a la Capital a buscar hotel. Y la segunda noche durmió en Avellaneda. Y apenas un par de días después, como quien no quiere la cosa, recaló en el Racing Club, sin saber que el Destino volvía a estar esperándolo.

@fotoD@CAMINANDO casi sin rumbo, recaló en la sede social del club. Un par de hombres en la puerta lo atendieron cortésmente, pero sin dejar de ponerle algún límite, así que cuando dijo que quería conocer la sala de los trofeos, lo atajaron con un “Hay reunión de Comisión Directiva, pibe, no se puede”. ¿No se podía? Sí, claro que se podía, según con quién y cómo. Uno de esos hombres, un uruguayo llamado Juan Carlos Ceballos, le preguntó de dónde era. “Vengo de Balcarce, señor, llegué hace poco”. Aquella frase actuó como un talismán, porque el hombre entonces le dijo que “Después de todo, si me acompañás, podés ver todo, pero ojo, calladito la boca”.

Subieron las escaleras, pasaron por el salón de trofeos, siguieron luego un piso más arriba... “¿Querés ver un Quinquela Martín?”, preguntó. Le dijo que sí, que claro...
“¿Y a qué venís vos a Buenos Aires?”. “Y... vengo a probar suerte con la música, aunque también soy peluquero”, respondió.
“¿Peluquero? Y no te gustaría trabajar aquí, en el club?”. “Oiga, don, ¿usted me está cargando? Sí, me gustaría, pero...”.
“Aquí no hay que poner peros, porque yo soy el Intendente del Club, así que en ciertas cosas hago lo que yo quiero, venite la semana que viene y hablamos. ¿Sabés? Yo soy uruguayo, y cuando vine de allá, gracias a que me atendieron bien, llegué a esto, así que esta es una forma de devolverle atenciones a la vida”.

Una semana más tarde, el Pibe de Balcarce, Daniel Bazán, era el peluquero de Racing. Cuando asumió De Stefano fue a verlo: “Sé que va a haber muchos cambios, por eso quiero entregarle la llave de mi peluquería, para que usted disponga”. El presidente lo miró: “¿Qué te pasa, nene? ¿Sabés la gente que me habló de vos y me habló muy bien? ¿Cómo te voy a rajar? Al contrario, vos te quedás...”.
Y así fue como la peluquería se mudó a la cancha de Racing, donde hoy, el Pibe de Balcarce, Daniel Bazán, sienta sus reales.

@fotoD@SU PRIMER corte fue al propio intendente del club. Su primer jugador, El Piojo López, quien por entonces tenía el pelo largo... Y también pasaron por sus manos Mostaza Merlo, o Pizzuti, el Bocha Maschio, Pablo Lugüercio... De todos ellos y de muchos más guarda un mechón de pelo, con la esperanza de algún dia poner sus fotos y sus cabellos. Recuerda que las cosas cambiaron con los jugadores cuando apareció El Turco García con su melena al viento o Sergio Goycochea con sus nuevos peinados. Los clientes ahora vienen y piden cortes “Como Migliore” o “Como Palermo”, para dar dos ejemplos.

Siente que podría haber trasladado su histórico sillón a algún lugar más coqueto de Palermo, pero siente también que no quiere estar atado a su profesión porque es, ante todo, un cantante, un cantor, un músico, empleado de la Municipalidad de Avellaneda.
Entonces, sigue siendo un peluquero de barrio, como él mismo dice. Brian Lluy y Pablito Lugüercio a veces solamente se cortan las puntas (no se sabe si por cábala o coquetería), de la misma manera que El Chango Cárdenas a veces, como lo hace Russo, pasa simplemente a tomar un matecito, a charlar de la vida...Recuerda que lo peló a Jorge De Olivera, igual que a Aveldaño. El entrenador de arqueros, Gustavo Piñero, lo eligió antes de irse al Mundial. Una vez el Cholo Simeone le pidió que fuera a cantar antes de un clásico con Independiente. “Opté por no ir: si llegábamos a perder.... ¿Me entendés, no?”.

Cuenta que aconsejó al Cholo, como al pibe Giovanni cuando tuvo la fractura, que Néstor Kirchner lo abrazó cuando se cruzaron y que solía pasarse las tardes hablando con Tita, que era una madre espiritual de muchos jugadores. Que ella tenía el equipo completo del 66 y que cuando murió, desapareció todo eso y siente que no ha habido un real y merecido homenaje a semejante mujer.
Recuerda los primeros tiempos de Mostaza Merlo, “cuando todos lo puteaban y a veces, casi refugiado en mi peluquería, yo lo atendía con toda mi buena onda, sobre todo porque los más veteranos le habían tomado algo de bronca, y él nunca se olvidó de eso, al contrario, siguió viniendo cada vez que pudo”.

EN EL AMBITO, mínimo, se escucha música y hay cuadros, cuadritos, banderines, recuerdos, fotos, láminas de El Gráfico... Y hay dos butacas de las viejas plateas de Racing, butacas pintadas de celeste, que el recogió de un galpón, olvidadas y casi ocultas entre tanto objeto sin uso. “Son de la antigua cancha de madera –explica- y llevan el número 288 y 196 la otra. Yo quería ponerle césped sintético al piso de mi peluquería, como si fuera una cancha, y luego poner las sillas, para que pareciera una platea. Pedí sillas actuales, pero cuando logré encontrar estas... que son reliquias... ahí están, ¿no son preciosas?”. Tiene también una parte importante de una bandera que le obsequió la Guardia Imperial, ya que como él mismo dice, siente que es amigo de todos. Así, posó con Diego, rescató una vieja pelota de tientos, halló sitio para un cuadrito de Perinetti y sabe que en él, sea como sea, se puede confiar siempre.

@fotoD@Atrás quedaron los primeros días en los que se pasaba gran parte del día esperando porque no había clientes, porque la promoción mejor es el boca a boca. Hoy, celular mediante, no tiene horarios y arregla con los jugadores o con quien quiera, incluyendo periodistas. Habla con todos, pero su boca está sellada, porque sabe que lo que se dice en su reino pertenece solamente a quienes han pronunciado las palabras. Así, tomando mate con Giovanni, fue ayudándolo a superar su problema; de la misma forma en que hace ya unos años escuchaba deleitado las anécdotas del doctor Roberto Paladino, médico de grandes campeones del boxeo, deporte que él también practicó allá en Balcarce.

Un corte de pelo cuesta 15 pesos. Está casi todos los días y sabe muy bien cuál es el horario mejor para los jugadores, para evitarles aquello de que los hinchas les pidan de todo (su peluquería está muy cerca del gran playón de estacionamiento, cerca de la entrada, al lado de la puerta 3).
Tiene un par de guantes que le regaló Migliore. Recuerda con emoción la época en la que el Gato Sessa también se arrimaba. “Los arqueros son distintos, hay que entenderlos. Están allá, en el fondo, quietos y de pronto, se les viene un malón encima...”.
Carmelo fue el otro, el anterior, el famoso, el grande. A él lo llamaban “El Carmelo Chiquitito”, hasta que hoy ya es, simplemente, él, o sea el “Pelu” o “Peluca”.
Y vuelve a emocionarse cuando recuerda que De Stefano le dijo que sí, que seguía en Racing, que la remodelación era otra cosa. "¿O acaso vos no querés seguir en Racing?”.
“Es que Racing es mi casa”, le contestó.


Por Carlos Irusta / Foto: Emiliano Lasalvia