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Las Vegas, ciudad de boxeo y pecado

La ciudad que nunca duerme mantiene un viejo idilio con el boxeo. Una historia en la que se mezclan la mafia, las canciones de Frank, los nocauts de Tyson y la sonrisa de Oscar. Un recorrido a la intimidad de un mundo diferente, donde el lujo y la sofisticación les dan marco a los gladiadores modernos.

Por Redacción EG ·

18 de abril de 2011
Nota publicada en la edición de marzo 2011 de la revista El Gráfico.

Imagen Manny Pacquiao, 32 años, actual campeón Welter de la OMB
Manny Pacquiao, 32 años, actual campeón Welter de la OMB
"Lo que ocurrió en Las Vegas, se queda en Las Vegas”, rezan los carteles en el aeropuerto McCarran, un monstruo que -además de albergar 1.234 máquinas tragamonedas-, recibe y despacha unos 53 millones de pasajeros anuales. Cifras que no son definitivas, porque se está construyendo una nueva terminal, la tercera, que para el 2012, y a un costo de 1.600 millones de dólares, agregará 14 salas de embarque, lo que aumentará el número total a 117.

Cuando el pasajero llega en época de una gran pelea –especialmente en el otoño y la primavera del hemisferio norte- siempre será recibido por el ruido de las maquinitas y por una o más gigantografías anunciando el combate. Aunque Las Vegas podría vivir sin el boxeo, la actividad es una de las favoritas de la Ciudad del Pecado, por lo que el boxeo no podría vivir sin Las Vegas.

Pongamos un ejemplo concreto, y muy cercano: la pelea a la que viajamos en diciembre pasado, en la que nuestro Marcos El Chino Maidana enfrentó a Amir Khan. Ya mientras esperábamos las valijas, estaban los enormes carteles anunciado el combate que fue programado en el Mandalay Bay. Este hotel se recorta en el horizonte y se divisa desde el avión, porque está muy cerca del aeropuerto. Parece estar hecho de oro y en su estructura de 39 pisos figura el exclusivo Four Seasons. Con sus 3.309 habitaciones a lo largo de 13.000 metros cuadrados, posee un mar artificial con olas y uno de los acuarios más completos del mundo.

Eso no es todo, porque además, posee un estadio con capacidad para 12 mil personas. Hoy es uno de los grandes centros del boxeo de Las Vegas. Y quien hasta hace poco tiempo se encargaba de llenar el estadio con los guantes puestos hoy también lo hace, pero como promotor; estamos hablando, claro, de Oscar de la Hoya y de su empresa: Golden Boy Promotions.

Imagen La noche en la que Tyson le mordió la oreja a Holyfield
La noche en la que Tyson le mordió la oreja a Holyfield
Las Vegas fue durante años el reducto de señores adinerados y que además de jugarse compulsivamente grandes fortunas, entretenían sus ratos libres con hermosas señoritas. Este cliché incluye al sombrío Sonny Liston entrenándose en el hotel Thunderbird. Contaba el comediante Shecky Green: “Cuando Sonny Liston peleó con Floyd Patterson, fui en taxi al Convention Center y le dije al taxista que dejara el reloj andando, porque iba a regresar enseguida”. Efectivamente, Sonny necesitó de dos minutos y 10 segundos para despachar a Floyd... En ese tiempo -estamos hablando del 22 de julio de 1963-, el ring side costaba 100 dólares; asistieron 7.816 espectadores.

Fue aquella, también, la época en la que Frank, junto a sus amigotes –estamos hablando de Dino o Sammy-, formaron el “Rat Pack” del Dunes. Si usted necesita los apellidos, o es muy joven o no leyó nunca sobre Frank Sinatra, Dean Martín o Sammy Davis junior. De hecho, Frank interpretó “Ocean’s Eleven” casi 40 años antes que Clooney, Pitt & Co. Se dice que Sinatra, como accionista importante del Dunes, cantaba allí para llevar más clientela.

Aquella Las Vegas, construida por gangsters como Bugsy Siegel, siempre se llevó bien con el boxeo. En el Convention Center, en los años 60, cayó la esperanza argentina de Jorge Fernández frente a Emile Griffith. Por el Sahara Hotel pasó, como huésped ilustre, el gran Sugar Ray Robinson –ya retirado- para dar algunas clases públicas de boxeo. Eso de “huésped ilustre” es un burdo eufemismo. Por el color de su piel, Sugar Ray no pudo alojarse en el hotel que lo había invitado...

Imagen El argentino Juan Manuel Roldan en busca del título
El argentino Juan Manuel Roldan en busca del título
Aquella pelea entre Sonny Liston y Floyd Patterson fue la primera en la que se disputó el campeonato mundial de peso pesado en Las Vegas. Pero en el 69 se montó un combate de campeonato mundial en un hotel; fue cuando el magnate Kirk Kerkorian hizo la pelea entre Liston y Leotis Martín en su nuevo hotel International. Aquella noche, en el semifondo, apareció un jovencito, flamante campeón olímpico, llamado George Foreman...

Pero hoy es hoy. Son muchos los hoteles temáticos: en el Paris se reproducen las callecitas de la Rive Gauche, en el New York se consume pizza hecha como en Brooklyn y en el Venetian se puede pasear en góndolas. Afluyen familias de todo el mundo –aunque mucho menos, después del atentado a la torres- y los grandes jugadores ya no son tantos tras la crisis global.

Hoy es hoy. Oscar de la Hoya se codea con los Bob Arum y Don King, pero con un detalle, porque mientras El Pibe de Oro tiene 38 años, los veteranos promotores suman 158 entre los dos, ya que ambos tienen 79... Vestido con un traje gris, camisa blanca, sin corbata, una prolija barba de varios días, Oscar encandila la sala de prensa con su mejor sonrisa. Sabe muy bien que todo lo que toca es oro. Ha incorporado a su empresa la masiva publicidad de cerveza Tecate, es el dueño de la célebre revista “The Ring” y sigue sumando campeones mundiales.

Además habla en dos idiomas con gran fluidez. Flanqueado por Amir Khan y el Chino Maidana, Oscar presenta a ambos como un excelente vendedor que es, pupilo dilecto de Bob Arum, con quien aprendió, seguramente, lo bueno y lo malo del negocio. “Será una gran pelea”, dice Oscar y no se equivoca, claro. Mientras él habla, un breve ejército de jóvenes ejecutivos se mueven a su alrededor. Hoy, una pelea en Las Vegas es medida bajo la lupa del rating de HBO, que pone el dinero básico para montarla. Y la cadena está trabajando muy estrechamente con Golden Boy. De hecho, en el 2006, Golden Boy Promotions quebró el récord de pagar por ver, cuando sumó 2 millones de pantallas.

Imagen Las veladas de Boxeo son una tradición en la ciudad del pecado
Las veladas de Boxeo son una tradición en la ciudad del pecado
Así que a lo que abona la televisión, se suma la recaudación por venta de entradas y lo que suelen pagar los casinos para que las peleas se realicen en sus estadios. “Esto es muy sencillo –nos explica Miguel Díaz, argentino, histórico curaheridas del boxeo- y es así: cuanta más gente ingrese a un hotel para ver una pelea, es más fácil que, cuando termine el show, se quede jugando en el mismo lugar...”.

La sala de prensa del Mandalay está ubicada prácticamente al lado de una de las puertas del estadio. No es demasiado grande, pero es capaz de albergar no solamente a un centenar de periodistas, sino de ofrecerles desayuno, almuerzo y casi cena: hay café todo el tiempo, bebidas sin alcohol, platos calientes y fríos... Todo al alcance de la mano, más dos pantallas con internet, una impresora, boletines de prensa por toneladas, más unos cincuenta pequeños televisores con las imágenes permanentes de ESPN y por lo menos tres o cuatro teléfonos de línea (aunque parezca mentira, todavía se usan).

Los muchachos de la prensa hemos sido famosos siempre por beber y comer sin descanso, como decía Norman Mailer, especialmente cuando es gratis; la gente de Oscar lo sabe muy bien, aunque no son los únicos. Top Rank también es generosa a la hora de la comida, pero se extrañan otros tiempos, cuando además había regalitos extra, como la remera de la pelea, o el poster o, como en el caso de cuando Oscar enfrentó a Macho Camacho, ¡una cámara de fotos descartable, luciendo el poster de la pelea!

La tarima de conferencia de prensa para los boxeadores está ubicada en el lugar justo para que, unos diez metros atrás, se ubiquen cuidadosamente las cámaras de televisión. Nada desentona ni está fuera de lugar. El periodista llega, le toman el nombre y le dan una credencial provisoria, que solamente será reemplazada por la oficial el mismo día del combate. El día anterior se efectúa el pesaje. Un gigantesco telón negro divide el estadio casi en dos y se monta un escenario gigante, de espaldas al telón y de frente a la tribuna donde (entrada libre y gratuita) se ubican los fanáticos.

El día del festival, que generalmente es a eso de las 18.30, las puertas de abren a las 14.30: no asiste casi nadie, pero mientras los boxeadores pelean en medio de un tremendo silencio, las 10 cámaras promedio terminan de ajustar sus ángulos y luces, ensayando para cuando llegue el momento.

Y mientras tanto, en los quioscos las remeras de la pelea se podrán conseguir a 30 dólares cada una y se formarán filas de curiosos cerca del estadio para ver a las celebridades. Generalmente los hoteles invitan a las estrellas para que les ofrezcan más glamour, por lo cual es muy posible –y posible en serio: a nosotros nos pasó- viajar en un ascensor con Jack Nicholson o compartir la piscina con Chuck Norris, como si tal cosa. De la Hoya aparece y desaparece, siempre precedido de su sonrisa. Da la impresión de que está harto de dar notas, pero las da igual, con cortesía y humildad.

Imagen Hagler venció a Duran en 15 asaltos; De la Hoya noqueó a Vargas
Hagler venció a Duran en 15 asaltos; De la Hoya noqueó a Vargas
Algunos de sus ex rivales ahora, además, son sus socios, como Bernard Hopkins, quien lo noqueó en el MGM; o Shane Mosley, que le ganó dos veces. Su perfil se agranda aún más allá del límite del Río Grande: a través de HBO plus ha montado un ciclo de Boxeo Latino que se realiza en diferentes países. Su asociado directo es el promotor argentino Mario Arano, quien maneja a Lucas Matthysse, uno de los boxeadores argentinos con mayor proyección internacional, de la misma manera en que Golden Boy tiene la firma del Chino Maidana, quien aunque fue derrotado por Amir Khan, sigue en plena carrera.

Las espesas alfombras, el ruido permanente de las maquinitas, la semi media luz, la falta de relojes y de ventanales (hay siempre un tiempo sin tiempo en los casinos) se suma al folclore ya tradicional: bebidas gratis a los que están jugando, mucha música de rock en las confiterías, comidas que pueden variar desde unos 30 dólares para pizza y cerveza hasta los 2.100 dólares (propina de 300 ya cargada en la cuenta) en una cena para 8 personas en el Bartolotta del Wynn (eso sí, con champán francés). El Wynn, un hotel de 5 diamantes, es uno de los más exclusivos de Las Vegas. Entre otras delicadezas, posee un bar que se llama “Lago de los Sueños”, porque da a un lago artificial que incluye una cascada. De todas maneras, un café espresso puede rondar no más allá de los diez dólares...

Cuando se habla de grandes peleas –la presencia de Mike Tyson o de Oscar de la Hoya, por ejemplo, fuese cual fuese el rival de turno- se habla también de una electricidad especial que genera el combate. Y eso se siente en el aire, todo el tiempo... Hablando del tema: una leyenda dice que se inyectan tremendos chorros de oxígeno puro en el aire acondicionado, para que el sueño sea más reparador, más profundo y, sobre todo, más breve, así los pasajeros tienen más tiempo para seguir jugando.

Cuando peleaba Tyson, los pasillos de su hotel favorito, el MGM (30 pisos, 5.044 habitaciones en su edificio principal y un casino de 16 mil metros cuadrados) se convertían en un hormiguero humano. Imposible caminar rápido. Curiosos de todos los hoteles afluían a través del monorriel (un tren automático que une a varios hoteles a razón de 5 dólares el pasaje) o caminando, como fuera. A veces, había tanta gente o más afuera del estadio (15.000 personas aproximadamente) que adentro. El día que Tyson le mordió la oreja a Evander Holyfield, se produjeron grandes incidentes y en la estampida de la gente (sonaron algunos balazos) dieron vuelta algunas mesas de juego.

Así como hoy Manny Pacquiao mueve multitudes, Tyson encendió a la gente quizás como nadie antes.
Tal vez la magia sea ahora menos intensa, pero renace cada vez que Michael Buffer anuncia "Let´s get ready to the ruummmmmmblee!". Y luego, cuando todo ya terminó, se despachó el anteúltimo whisky y llega el momento de la partida... Entonces el avión emprende vuelo y a través de las ventanillas se divisa aquella masa de cemento, desierto, luces, colores y extravagancia. Y el viajero dirá para sí mismo: “Hasta la próxima, Las Vegas...”

Por Carlos Irusta