(sin categoría)

Sub-20 minimizado

Desde las declaraciones de su técnico, todo indica que habrá que resignarse a una Selección que juegue mal mientras espera alguna genialidad de Iturbe.

Por Martín Mazur ·

07 de febrero de 2011
Este mes, Eduardo Sacheri -en su segundo texto exclusivo para El Gráfico- se metió de lleno en el universo de los equipos Sub 20. No adelanto nada salvo que su nota vale mucho la pena, y que la palabra "cornisa" se transforma en un eje central del recorrido.

A este plantel argentino lo dirige un técnico que también transita por la cornisa. Uno no termina de saber qué tan claras tiene las ideas Walter Perazzo. Tampoco cuáles han sido sus méritos en el ámbito juvenil para llegar al lugar que ocupa. Pero seguramente, los ha hecho, sólo que en estos tiempos, las carpetas (como la que en su momento presentó José Pekerman) se dejaron de usar, por este tema de la ecología y el cuidado del papel...

Escenario obligado: 1) Los juveniles son juveniles y -al contrario de otros años- muchos de ellos aún no se han insertado en el ámbito de la Primera. 2) El Sub-20 (de Batista) también viene de un fracaso rotundo como lo es la no clasificación a un Mundial de la categoría en la que Argentina lidera el conteo global de títulos.

Pero aquel cachetazo parece no haber replanteado un cambio en las estructuras o un proyecto más minucioso. Muchas veces incluso se ha discutido la importancia de esos títulos del Sub-20, no por desmerecer a las victorias, sino en pos de un plan coherente e integral que les permitiera a esos chicos integrarse en la Selección Mayor y obtener resultados similares. En ese sentido, por la falta de esto último, se han visto minimizadas las acciones de Pekerman y Tocalli. Que, repetimos, no deben basarse en los títulos, sino en lo inspirador de sus equipos y las promociones de jugadores que lograron.

A años luz de entonces, hoy la Selección que dirige Walter Perazzo deja sobre la mesa una única virtud: la de no perder la cabeza ni la intensidad ante la abrumadora falta de ideas colectivas. El técnico señaló en diversas entrevistas que no estaban los jugadores para proponer otro tipo de juego y que por lo tanto íbamos a toparnos con un equipo más directo, más vertical. Si en lugar de "equipo" hubiera dicho "Iturbe", poco habría cambiado. Argentina no juega a ser Argentina ni tampoco se permite soñar con serlo. "Esos jugadores no están", dijo el otro día Humberto Grondona en TyC Sports, como para dejar bien claro que esta Argentina nunca iba a jugar bien.

Mientras nos cansamos de escuchar que la Selección Mayor intenta reflejarse en el juego del Barcelona, para rodear a Messi de toques similares a los que producen Xavi, Iniesta o Pedro, más un Batista que desde afuera intenta manejarse a lo Guardiola, nos topamos con este otro cachetazo. Viene desde el peldaño inferior al de la aparente copia en carbónico del mejor equipo del mundo. Pertence a la misma estructura (Bilardo, Humberto Grondona, Batista) y obliga a que dejemos de hablar del modelo catalán. Porque si algo se desprende de la estructura del Barcelona, es el trabajo de base para que los jugadores que lleguen, sepan jugar al made in Barça. Cualquier profesor de La Masía se agarraría la cabeza al ver qué lejos está la Selección Sub-20 de apostar a un estilo, de transmitir un concepto.

El equipo de Perazzo juega horrible y no hay vuelta que darle. Lejos de ser reprimido, el pelotazo parece ser el núcleo de las acciones de ataque. Las malas entregas sólo sirven para destacar la capacidad de recuperación de pelota de la mayoría de los jugadores en campo. El pase corto, la movilidad, la rotación y el control de juego no aparecen en la agenda inmediata del técnico, cosa que se traslada directamente al chip de prioridades de los jugadores. Si siguen teniendo tanta descomunal suerte, hasta corren el riesgo de toparse con algunos títulos de ésos que confunden, con palabras como "mística", "garra", "corazón" o "heroísmo". 

Brasil, con 10 durante todo el partido, los superó de manera notoria. Pero con la naturalidad digna de un equipo que no prepotea. Sin querer la pelota, Argentina nunca evaluó otra posibilidad que no fuera la de ser superado. Si algo ha logrado transmitir Perazzo a este equipo es un complejo de inferioridad. Pareció ser la Selección la que jugaba con dos menos. 

Perazzo no heredó la categoría 90 de un club argentino a mitad de temporada. Tiene la posibilidad de elegir a los jugadores, armar un plantel y también, transmitirles una idea y aportarles conocimientos. Potenciarlos. Mejorarlos. Honestamente, es difícil pensar que la categoría 90 del Barcelona juegue horrible. O que los Sub-20 del Arsenal intenten jugar al long-ball como en la época de George Graham, antecesor de Arsene Wenger y su fútbol champagne. Quizás no tengan un número 10 como Riquelme o Aimar. Ni un volante con la visión de Cesc. Pero la virtud del juego asociado consiste sobre todo en no depender de un crack para tomar las riendas de un partido, controlar las acciones, manejar la pelota, llegar tocando y abrir caminos al arco rival. Los jugadores para intentar ese fútbol están. El resto es pereza. O Perazzo.