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Abebe Bikila: el héroe descalzo

El maratonista etíope ganó dos medallas de oro olímpicas: la primera vez, en Roma 1960, corrió con los pies desnudos. Dio otra lección de coraje en Tokio 64, recién operado de apendicitis. Cinco años después, sufrió un accidente que lo dejó parapléjico.

Por Alejandra Altamirano Halle ·

06 de enero de 2011





 

Imagen A PURA PLANTA DEL PIE, como se entrenaba en su pueblo, Bikila corre por la Vía Appia.
A PURA PLANTA DEL PIE, como se entrenaba en su pueblo, Bikila corre por la Vía Appia.
“Abebe, eres un verdadero héroe
 Abebe, eres la gloria de Etiopía,
 Abebe eres la sonrisa del país,
 Abebe eres el hijo de la patria,
 Abebe, eres la flor que crece”…

Eso es lo que repetían a coro los más de 500 mil etíopes que se concentraban sobre los 18 kilómetros que separan el aeródromo del palacio imperial de Addis Adeba, capital del país, para recibir a su héroe nacional. No aclamaban al emperador Haile Selassie I, sino al nuevo astro del atletismo: Abebe Bikila, que llegaba a su homenaje en un camión pintado de blanco, bajo pétalos de rosa y papel picado. Lo escoltaba un león de 2 años y 10 kilos, símbolo de Etiopía, y emblema de la Guardia Imperial que lo precedía. Él luce su medalla de oro colgada del cuello.

Esa multitud recitaba los versos que componían la melodía de un himno en honor al mayor maratonista de todos los tiempos y le brindaban una recepción histórica para felicitarlo por su gran hazaña: recorrer descalzo los 42.190 metros de la maratón de los Juegos Olímpicos de Roma en 2h 15’ 16’’2/10. La historia de Abebe Bikila, el hombre que conquistó Roma en 1960.

Nació el 7 de agosto de 1932, en una población llamada Jato, a unos 130 km de Addis Abeba, la capital etíope. Su familia era muy pobre y él comenzó a trabajar de pastor para ayudar a sus padres. Completó varios años de estudio, cuando decidió alistarse en la Guardia Imperial de su país para escapar de la miseria.

A sus 19 años, mientras contemplaba un desfile de atletas que en 1956 representarían a la nación en los Juegos de Melbourne, conoció al entrenador sueco Onni Niskaken. Este hombre finés nacionalizado sueco había sido contratado por el gobierno etíope para preparar a los potenciales atletas del país. En poco tiempo, vio talento en Bikila y lo convocó a una prueba. Se anotó en la competencia, en la que participaba el ídolo de su país: Wani Biratu. Abebe ganó, probablemente sin saber que por esa actuación tomaría el avión a Roma a último momento, porque Biratu se había lesionado un tobillo en un partido de fútbol. Así, el ignoto Bikila fue integrante de la delegación etíope.

Imagen EN LAS OLIMPIADAS de Roma 1960, Bikila corre descalzo. Atrás, queda el marroquí Rhadi.
EN LAS OLIMPIADAS de Roma 1960, Bikila corre descalzo. Atrás, queda el marroquí Rhadi.
El día de la prueba, Bikila salió a probarse el calzado de Adidas, el sponsor oficial de la competencia. Quedaban pocos pares y no conseguía su medida. Entonces, antes de quedarse con unas que le fueran incómodas, prefirió salir con los pies desnudos. Sí. Descalzo, como se entrenaba en su pueblo. Antes de salir a la pista, su capitán le anticipó que los mejores corredores serían el ruso Sergei Popov, la estrella del concurso, y un marroquí; además, le hizo memorizar los números que llevarían en sus pecheras todos los candidatos.

Partió del Campidoglio entre los primeros, junto a Popov, el receptor de todas las miradas. A mitad de carrera, se puso a la cabeza recordando los números que había incorporado, cuando de repente el 185, lo alcanzó y lo pasó. Adebe lo dejó, porque no lo consideraba una amenaza. No estaba en la “lista peligrosa”. El rival aceleró el paso, se dio vuelta y lo miró raro. El etíope siguió corriendo para no perderle pisada. De repente, el 185 se dio vuelta y lo escupió. Bikila consideró que no debía responder al agravio porque estaba en una misión distinta, debía representar a su país. Pensativo se dio cuenta de que Rhadi no estaba usando el 26, sino el 185, para confundir a sus rivales. Se limpió el escupitajo de la cara e inició otra etapa de la carrera: la del honor.

Se había negado tres veces a tomar la botella que le alcanzaban, tomó la cuarta que le ofrecieron, pero decidió tirarla sin siquiera haberse mojado los labios. El cansancio se hacía notar, y Bilika seguía firme. Ya había pasado toda la vía Appia Antigua y la tumba de Cecilia Metella. De repente, se aproximó al obelisco de Axum, un monumento etíope de 24 metros de altura que fue robado por las tropas romanas al terminar la segunda guerra Italo-Abisiniana y fue erigido en la Piazza di Porta Capena. Al verlo, Bikila sintió que sus piernas cobraban una fuerza especial. Abebe no tenía frenos. Ese emblema lo fogueó y sacó una fuerza interior que ni él sabía que llevaba dentro de su cuerpo. El obelisco lo transportó hacia el arco de Constantino, donde los jueces agitaban los brazos y la mayoría de los espectadores gritaban asombrados, mientras otros lo insultaban. El marroquí había quedado atrás, pero él siguió corriendo unos cuantos metros más, como si hubiera pensado que la llegada estaría un poco lejos. Su rostro no mostraba ni un vestigio de cansancio, al contrario. Aceleró el paso y rechazó a quienes se ponían a su paso para felicitarlo. Hasta que su capitán se le acercó y le dio el veredicto: “Ganaste”. Desconfiado, Bikila le contestó “Seguramente alguien tomó el camino más corto y llegó antes que yo”. Al fin aceptó la verdad de los hechos. Su cuerpo liviano estaba saltando por el aire. Adebe, el nombre que significa la flor que crece, recién empezaba a florecer.

Imagen LOS BRAZOS EN ALTO para celebrar su segunda medalla de oro olímpica. Lo acompañan en el podio: a la izquierda, el inglés Benjamin Heatley (plata) y el japonés Tsuburaya (bronce).
LOS BRAZOS EN ALTO para celebrar su segunda medalla de oro olímpica. Lo acompañan en el podio: a la izquierda, el inglés Benjamin Heatley (plata) y el japonés Tsuburaya (bronce).
Bikila había corrido 40 kilómetros totalmente descalzo. Por un segundo nada más, su marca de 2h15m16s se convierte en el nuevo récord mundial. A los 24 años, este completo desconocido de tez morena, cabello crespo, cabeza pequeña y rostro afilado; piernas eternas, dentadura deslumbrante, ojos negros y brillosos, con una enorme resistencia física asombraba al público romano al convertirse en el primer hombre de raza negra en ganar una medalla de oro en maratón en un Juego Olímpico. Los récords serían lo suyo.

En 1961 corrió maratones en Grecia, Japón y en la ciudad de Kosice, en la ex Checoslovaquia: ganó todas las carreras. El 31 de mayo de 1962, en Malmoe, Suecia, recorrió 20.226 metros exactamente en una hora. Después llegó la segunda parte del show: Bikila inició sus ejercicios de recuperación apenas traspasó la meta. Otros habrían caído rendidos al suelo. Pero él no era un corredor más, era distinto. Bikila no era un trotador, como los fondistas antiguos. Él corría y apuraba el paso, manejando y alternando el ritmo de una manera envidiable por cualquier maratonista.

Imagen EL OTRO SHOW de Bikila. Apenas cruza la meta del Estadio Olímpico de Tokio, realiza ejercicios de estiramiento y recuperación. Pura entrega.
EL OTRO SHOW de Bikila. Apenas cruza la meta del Estadio Olímpico de Tokio, realiza ejercicios de estiramiento y recuperación. Pura entrega.
Llegó a los Juegos Olímpicos de Tokio 1964 en pleno proceso de recuperación de una apendicitis por la que había sido operado seis semanas atrás. Durante las noches que había estado internado, salía a correr por los patios del hospital. El 21 de octubre, día de la competencia, decidió usar medias y zapatillas ante la insistencia de la marca deportiva Puma. Utilizó la misma estrategia que en 1960, se mantuvo con los líderes hasta el kilómetro 20, luego apretó el paso lentamente. En el kilómetro 15 sólo lo acompañaban el australiano Ron Clarke y Jim Hogan de Irlanda, a los 30 kilómetros Bikila le sacaba 40 segundos de ventaja a Hogan y dos minutos al japonés Kokichi Tsuburaya que llegó tercero. Hasta tuvo tiempo para tomar una bebida que le ofrecieron. Cuatro años atrás, había rechazado hasta el agua. Esta vez, tenía mucho más margen de superioridad. Cuando entró en el Estadio Olímpico, más de 75 mil personas aclamaron su nombre. Había recorrido 2hs12min11seg. Otra vez, rompe el récord mundial. Se hizo tiempo para saludar, posar para los fotógrafos, pero no hubo relajación. Era un atleta incansable. Tras la carrera dijo que podría haber corrido unos 10 kilómetros más, y no mentía. Unos pocos metros después de la meta, comenzó a realizar una rutina de estiramientos y gimnasia de recuperación por más de 10 minutos, en los que realizó abdominales y ejercicios de expansión pulmonar. El público enloqueció de admiración por el muchacho etíope que había ganado dos oros olímpicos de manera consecutiva, algo inédito hasta el momento. Bikila había ido mucho más allá de lo normal.

De la guardia imperial

“Pertenezco a la guardia imperial desde seis años antes de mi iniciación en actividades atléticas. Además, cuando en 1957 intenté hacerme corredor de fondo, hacía ya un año que era sargento, después de llevar varios años como soldado, y ya sabía que, para 1960 sería alférez y, en 1964, teniente. Incluso sin esas victorias, habría conseguido esas graduaciones”, explicaba en amhárico -la lengua oficial de Etiopía y la única en la que se expresaba- casi justificándose de sus ascensos con la milicia.

Después de su caída en México 1968, donde abandonó en el kilómetro 17 porque arrastraba una lesión en su rodilla derecha, ascendió a capitán, en el tiempo militarmente previsto. Mientras que algunas versiones decían que el emperador Haule Seleasie lo había nombrado por el estrecho vínculo que los unía.






Imagen EN FAMILIA. Bikila se acomoda el uniforme de la Guardia Imperial, mientras que su esposa sostiene en brazos a su hija Teege de 18 meses.
EN FAMILIA. Bikila se acomoda el uniforme de la Guardia Imperial, mientras que su esposa sostiene en brazos a su hija Teege de 18 meses.
También cuestionaron su auto, un Cadillac negro que le fue regalado por el ejército, y sus reuniones con la sociedad más encumbrada de Etiopía. Él no hacía caso a esos dichos y se refugiaba en el cariño de su esposa y sus dos hijos: David y Teege.

En 1969, sufrió una tragedia. Manejaba su Cadillac, cuando giró bruscamente para evitar un grupo de estudiantes que participaban de una protesta, perdió el control del auto. Bikila resultó cuadripléjico del accidente, condición que superó tras una operación en el Stoke Mandeville de Inglaterra, quedó parapléjico. El héroe de la nación etíope nunca había asegurado sus piernas contra posibles riesgos y jamás se había prestado para hacer publicidades comerciales, porque se consideraba un auténtico amateur.

Su mentor, Niskanen, lo convenció de participar en pruebas para atletas parapléjicos. Abebe no se resignó con tristeza a su estado físico. “Voy a ganar otra medalla olímpica en maratón, iré con mi silla de ruedas”, bromeó haciendo referencia a los Juegos de Münich 72. Y allí estuvo, al costado de la pista, como invitado especial. 

A los 41 años, el 25 de octubre de 1973, falleció de un derrame cerebral, en el hospital de la capital de su país. Allí, el cuerpo de Bikila se rindió ante una enfermedad que lo había carcomido físicamente durante el último tiempo.

Adebe fue despedido por una multitud. Fue la gloria. Hoy es el héroe nacional de Etiopía.


Por Alejandra Altamirano Halle
Fotos: Archivo El Gráfico