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Abebe Bikila: el héroe descalzo
El maratonista etíope ganó dos medallas de oro olímpicas: la primera vez, en Roma 1960, corrió con los pies desnudos. Dio otra lección de coraje en Tokio 64, recién operado de apendicitis. Cinco años después, sufrió un accidente que lo dejó parapléjico.
A PURA PLANTA DEL PIE, como se entrenaba en su pueblo, Bikila corre por la Vía Appia.
Abebe, eres la gloria de Etiopía,
Abebe eres la sonrisa del país,
Abebe eres el hijo de la patria,
Abebe, eres la flor que crece”…
Eso es lo que repetían a coro los más de 500 mil etíopes que se concentraban sobre los 18 kilómetros que separan el aeródromo del palacio imperial de Addis Adeba, capital del país, para recibir a su héroe nacional. No aclamaban al emperador Haile Selassie I, sino al nuevo astro del atletismo: Abebe Bikila, que llegaba a su homenaje en un camión pintado de blanco, bajo pétalos de rosa y papel picado. Lo escoltaba un león de 2 años y 10 kilos, símbolo de Etiopía, y emblema de la Guardia Imperial que lo precedía. Él luce su medalla de oro colgada del cuello.
Esa multitud recitaba los versos que componían la melodía de un himno en honor al mayor maratonista de todos los tiempos y le brindaban una recepción histórica para felicitarlo por su gran hazaña: recorrer descalzo los 42.190 metros de la maratón de los Juegos Olímpicos de Roma en 2h 15’ 16’’2/10. La historia de Abebe Bikila, el hombre que conquistó Roma en 1960.
Nació el 7 de agosto de 1932, en una población llamada Jato, a unos 130 km de Addis Abeba, la capital etíope. Su familia era muy pobre y él comenzó a trabajar de pastor para ayudar a sus padres. Completó varios años de estudio, cuando decidió alistarse en la Guardia Imperial de su país para escapar de la miseria.
A sus 19 años, mientras contemplaba un desfile de atletas que en 1956 representarían a la nación en los Juegos de Melbourne, conoció al entrenador sueco Onni Niskaken. Este hombre finés nacionalizado sueco había sido contratado por el gobierno etíope para preparar a los potenciales atletas del país. En poco tiempo, vio talento en Bikila y lo convocó a una prueba. Se anotó en la competencia, en la que participaba el ídolo de su país: Wani Biratu. Abebe ganó, probablemente sin saber que por esa actuación tomaría el avión a Roma a último momento, porque Biratu se había lesionado un tobillo en un partido de fútbol. Así, el ignoto Bikila fue integrante de la delegación etíope.
EN LAS OLIMPIADAS de Roma 1960, Bikila corre descalzo. Atrás, queda el marroquí Rhadi.
Partió del Campidoglio entre los primeros, junto a Popov, el receptor de todas las miradas. A mitad de carrera, se puso a la cabeza recordando los números que había incorporado, cuando de repente el 185, lo alcanzó y lo pasó. Adebe lo dejó, porque no lo consideraba una amenaza. No estaba en la “lista peligrosa”. El rival aceleró el paso, se dio vuelta y lo miró raro. El etíope siguió corriendo para no perderle pisada. De repente, el 185 se dio vuelta y lo escupió. Bikila consideró que no debía responder al agravio porque estaba en una misión distinta, debía representar a su país. Pensativo se dio cuenta de que Rhadi no estaba usando el 26, sino el 185, para confundir a sus rivales. Se limpió el escupitajo de la cara e inició otra etapa de la carrera: la del honor.
Se había negado tres veces a tomar la botella que le alcanzaban, tomó la cuarta que le ofrecieron, pero decidió tirarla sin siquiera haberse mojado los labios. El cansancio se hacía notar, y Bilika seguía firme. Ya había pasado toda la vía Appia Antigua y la tumba de Cecilia Metella. De repente, se aproximó al obelisco de Axum, un monumento etíope de 24 metros de altura que fue robado por las tropas romanas al terminar la segunda guerra Italo-Abisiniana y fue erigido en la Piazza di Porta Capena. Al verlo, Bikila sintió que sus piernas cobraban una fuerza especial. Abebe no tenía frenos. Ese emblema lo fogueó y sacó una fuerza interior que ni él sabía que llevaba dentro de su cuerpo. El obelisco lo transportó hacia el arco de Constantino, donde los jueces agitaban los brazos y la mayoría de los espectadores gritaban asombrados, mientras otros lo insultaban. El marroquí había quedado atrás, pero él siguió corriendo unos cuantos metros más, como si hubiera pensado que la llegada estaría un poco lejos. Su rostro no mostraba ni un vestigio de cansancio, al contrario. Aceleró el paso y rechazó a quienes se ponían a su paso para felicitarlo. Hasta que su capitán se le acercó y le dio el veredicto: “Ganaste”. Desconfiado, Bikila le contestó “Seguramente alguien tomó el camino más corto y llegó antes que yo”. Al fin aceptó la verdad de los hechos. Su cuerpo liviano estaba saltando por el aire. Adebe, el nombre que significa la flor que crece, recién empezaba a florecer.
LOS BRAZOS EN ALTO para celebrar su segunda medalla de oro olímpica. Lo acompañan en el podio: a la izquierda, el inglés Benjamin Heatley (plata) y el japonés Tsuburaya (bronce).
En 1961 corrió maratones en Grecia, Japón y en la ciudad de Kosice, en la ex Checoslovaquia: ganó todas las carreras. El 31 de mayo de 1962, en Malmoe, Suecia, recorrió 20.226 metros exactamente en una hora. Después llegó la segunda parte del show: Bikila inició sus ejercicios de recuperación apenas traspasó la meta. Otros habrían caído rendidos al suelo. Pero él no era un corredor más, era distinto. Bikila no era un trotador, como los fondistas antiguos. Él corría y apuraba el paso, manejando y alternando el ritmo de una manera envidiable por cualquier maratonista.
EL OTRO SHOW de Bikila. Apenas cruza la meta del Estadio Olímpico de Tokio, realiza ejercicios de estiramiento y recuperación. Pura entrega.
De la guardia imperial
“Pertenezco a la guardia imperial desde seis años antes de mi iniciación en actividades atléticas. Además, cuando en 1957 intenté hacerme corredor de fondo, hacía ya un año que era sargento, después de llevar varios años como soldado, y ya sabía que, para 1960 sería alférez y, en 1964, teniente. Incluso sin esas victorias, habría conseguido esas graduaciones”, explicaba en amhárico -la lengua oficial de Etiopía y la única en la que se expresaba- casi justificándose de sus ascensos con la milicia.
Después de su caída en México 1968, donde abandonó en el kilómetro 17 porque arrastraba una lesión en su rodilla derecha, ascendió a capitán, en el tiempo militarmente previsto. Mientras que algunas versiones decían que el emperador Haule Seleasie lo había nombrado por el estrecho vínculo que los unía.
EN FAMILIA. Bikila se acomoda el uniforme de la Guardia Imperial, mientras que su esposa sostiene en brazos a su hija Teege de 18 meses.
En 1969, sufrió una tragedia. Manejaba su Cadillac, cuando giró bruscamente para evitar un grupo de estudiantes que participaban de una protesta, perdió el control del auto. Bikila resultó cuadripléjico del accidente, condición que superó tras una operación en el Stoke Mandeville de Inglaterra, quedó parapléjico. El héroe de la nación etíope nunca había asegurado sus piernas contra posibles riesgos y jamás se había prestado para hacer publicidades comerciales, porque se consideraba un auténtico amateur.
Su mentor, Niskanen, lo convenció de participar en pruebas para atletas parapléjicos. Abebe no se resignó con tristeza a su estado físico. “Voy a ganar otra medalla olímpica en maratón, iré con mi silla de ruedas”, bromeó haciendo referencia a los Juegos de Münich 72. Y allí estuvo, al costado de la pista, como invitado especial.
A los 41 años, el 25 de octubre de 1973, falleció de un derrame cerebral, en el hospital de la capital de su país. Allí, el cuerpo de Bikila se rindió ante una enfermedad que lo había carcomido físicamente durante el último tiempo.
Adebe fue despedido por una multitud. Fue la gloria. Hoy es el héroe nacional de Etiopía.
Por Alejandra Altamirano Halle
Fotos: Archivo El Gráfico