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Un día se fue

Partió Carlos Poggi, un periodista con mayúsculas, un laburante como pocos, un compañero generoso y entrañable.

Por Elías Perugino ·

29 de diciembre de 2010
Un día se fue y nadie -ni Carlitos Poggi, ni nosotros- imaginaba que sería el último. Sacó fuerza desde las tripas para saludar con el énfasis de siempre, porque le gustaba saludar con la voz encendida a Carlitos, y enfiló hacia la puerta con el presagio amargo de un paso endeble, herido como ya estaba, aunque no lo supiera.
Un día se fue y en la mochila imaginaria llevaba la pasión florecida por el periodismo, la adrenalina sabrosa de los cierres con el reloj tirando el pressing, el generoso espíritu docente, la gigantesca cultura del laburo, la magia para sacar el título ingenioso en la medida indicada y el sanguíneo deleite por el fútbol.
Un día se fue y se llevó ese brillo en los ojos cada vez que descubría algún pasante con la pasta de los periodistas gráficos de antes, la humildad para “remar” en la redacción codo a codo con los novatos, el chiste al ángulo cuando le dejaban una pelota picando, el vozarrón aporteñado, un tanguito silbado a media voz y la ilusión de la próxima cena con los amigos de siempre.
Un día se fue y no hizo falta que nos recordara la nueva dimensión emocional en la que había aterrizado gracias a la llegada de sus nietos; ni el amor incondicional por Mirta, su mujer; ni el corazón tibio por Carla, su hija; ni el orgullo infinito porque Guillermo, su otro hijo, le había salido obrero del palo, sacándole más brillo al apellido que él supo edificarle un gigantesco cimiento de respeto dentro del medio periodístico.
Un día se fue sin tomar el mate del estribo que le cebaba la Coneja, sin recordarle a Juan que archivara los diarios, sin preguntarle a Irusta como venía con la nota, sin elegir una foto para poster con Del Bosco, sin chequear con Mazur la clave del administrador de textos, sin pedirle que pruebe otra apertura de nota a De Majo, sin bancarse una cargada más de Glucksmann porque su San Lorenzo querido no daba pie con bola, sin charlar un rato de fútbol con Borinsky y sin chusmear un poco la pauta de la edición siguiente, porque el instinto y la raza le tiraban con la fuerza del primer día, pese a que la jubilación ya le había propuesto un tenue respiro.
Un día se fue y nadie –ni Carlitos Poggi, ni nosotros- sabía que en los pulmones se le había enquistado un enemigo virulento e impiadoso, devastador e inclaudicable, que lo noqueó en apenas tres meses sin darle la mínima chance de pelear, justo a él, que nunca se achicaba a la hora de nadar contra la corriente.
Un día se fue y nos dejó ese dolor desgarrador que oprime el pecho cuando se va un buen tipo, un gran compañero, un manantial de anécdotas, un consejero sincero, un señor de ésos a los que siempre se quiere abrazar con el alma.
Pero un día se fue Carlitos Poggi. Era el último y no lo sabíamos. Era el último y nos quedó pendiente ese abrazo. Se lo daremos cada día, intentando trabajar con el entusiasmo y la honestidad que cultivó e inculcó. Se lo daremos algún día, allá en el destino común.
Un día se fue Carlitos Poggi, pero, paradójicamente, se empezó a quedar en el corazón y en la memoria de todos los que supo conquistar.