Las Entrevistas de El Gráfico

Barovero: "Es duro ser suplente"

No necesitó de voladas espasmódicas para abrirse paso en el fútbol y garantizar la seguridad del arco de Vélez. De personalidad subterránea, aprendió los secretos del puesto con tres grandes arqueros -Carlos Goyén, Ubaldo Fillol y Angel Comizzo- y se instaló en la elite en base a serenidad y eficacia.

Por Redacción EG ·

23 de diciembre de 2010

Nota publicada en la edición diciembre 2010 de la revista El Gráfico

Imagen LA SOBRIEDAD es la característica técnica de Barovero. Resuelve las jugadas con sencillez.
LA SOBRIEDAD es la característica técnica de Barovero. Resuelve las jugadas con sencillez.
EL ARCO DE VELEZ, nunca tan pequeño como cuando era defendido por la ferocidad de José Luis Chilavert, el paraguayo que no atajaba con las manos sino con las garras, quedó ahora bajo la custodia zen de Marcelo Barovero, un muchacho amable del interior de Córdoba, que traslada a la cancha un carácter tan bonachón que  no habría que sorprenderse si, tras su próxima reacción de felino, le pide disculpas al delantero rival. Barovero, el monje, sería una antítesis perfecta de Chilavert, el guerrero, si no fuera que su misión es continuar la obra faraónica del paraguayo en Liniers: el bull dog con guantes dio nueve vueltas olímpicas entre 1994 y 1998 y, aunque nunca alcanzará su bronce, el arquero silencioso ya tiene en su currículum el Clausura 2009 y espera sumar su segundo festejo, el primero como titular, en la recta final del Apertura 2010.

Si pudiera, Barovero atajaría con camisa y corbata: pertenece a la cofradía de los arqueros sobrios que cuentan su historia sin arabescos ni alfombras rojas. Ni siquiera recuerda por qué empezó a atajar en la canchita sin tribunas de Porteña, un pueblo que podría migrar entero hasta el José Amalfitani y apenas se notaría: sus 5.500 habitantes de sangre piamontesa no cubren más del 10% del templo de Liniers. “Mi primer partido en el arco fue en Porteña Asociación Deportiva Cultural, que juega en la Liga Regional de San Francisco. Yo era muy chiquito, me llevó el hijo del panadero, quedó un lugar libre como arquero y terminé ahí”, explica Marcelo, el hijo del verdulero José y la ama de casa Esther. Porteña, que le debe su nombre a La Porteña, una estancia aislada en el precipicio del siglo XIX, se esparce en la cuenca lechera de Córdoba y Santa Fe, a 10 kilómetros de la frontera provincial, por lo que resultó natural que Barovero terminara bajo el ojo investigador de los caza talentos de los clubes rosarinos, ese Gran Hermano futbolero que todo lo mira.

-Tenía 11 años y me surgió una chance para ir a Newell’s, pero no quise: Rosario quedaba demasiado lejos. Después, a los 14, cuando un amigo, Nicolás Molinero, consiguió una prueba en Atlético Rafaela, acepté y viajé. Eran 80 kilómetros que, al comienzo, hacía dos veces por semana. Después ya me quedé a vivir en la pensión.

En 1999, Barovero se revolcaba en la Séptima de Atlético Rafaela cuando recibió uno de esos llamados que, de tan insólitos, parecen una broma. Las Inferiores del equipo santafesino todavía no se habían sumado a los torneos de la AFA –sólo participaban en las ligas regionales- y, sin que nadie pudiera siquiera sospecharlo, Marcelo fue citado para entrenarse con las selecciones argentinas juveniles en Ezeiza: el hallazgo de aquel arquero de 15 años en las profundidades de un club del Ascenso sólo se explica en el rastrillaje maníaco de José Pekerman y Hugo Tocalli por todas las canchas del país. Y aquel pibe tímido de Porteña tuvo que viajar a Buenos Aires, una experiencia que en soledad podría haber sido perturbadora, pero que resultó más sosegada en la compañía de Carlos Goyén, el uruguayo campeón del mundo del mundo con Independiente en 1984 que, por entonces, se había reciclado en entrenador de arqueros de Rafaela.

-Goyén vivía en la Capital algunos días de la semana, pero viernes y sábado volvía a Rafaela, donde nos enseñaba a nosotros, así que me fui con él en su auto para Buenos Aires. Nunca voy a olvidar ese día: fue el 1º de octubre de 1999.

Pero en la biografía de Barovero, Goyén es mucho más que el chofer de aquella travesía inicial: el mismo uruguayo con pasado de basquetbolista, un especialista en descolgar centros con veneno, fue su primer maestro del arco. En aquellos días de Rafaela, Goyén pedía que llovieran pelotas a traición en el área chica del joven Barovero. Fue como si la Universidad de Harvard abriera una licenciatura en juego aéreo para los arqueros. “Porque una vez que dominás tu área chica, ya tenés confianza en vos y podés salir al área grande con mucha confianza. Goyén me enseñó eso”, agradece.

Imagen VELEZ es el tercer equipo en la carrera profesional de Barovero. Antes atajó en Rafaela y Huracán.
VELEZ es el tercer equipo en la carrera profesional de Barovero. Antes atajó en Rafaela y Huracán.
Ya en Ezeiza, Barovero compartió el vestuario junto a Juan Pablo Carrizo, que por entonces no había llegado a River y todavía atajaba en un club de Empalme Villa Constitución; y Lucas Molina, la promesa de Independiente que moriría a los 20 años. Marcelo nunca llegó a jugar un partido oficial con la Selección pero, además del orgullo por haber pertenecido al VIP de la albiceleste, en Buenos Aires sumó al segundo gurú de su trayectoria: Ubaldo Matildo Fillol. Si Goyén fue un líder de las pelotas bombeadas, el Pato fue el gurú de los fusilamientos bajo los tres palos. La enseñanza de Barovero se completaría algunos años más tarde, aún en las Inferiores de Rafaela, cuando encontró a su tercer referente, esta vez un representante de la raza de los arqueros indómitos: Angel David Comizzo, que llegó al club cuando ascendió a Primera División, en 2003. La trinidad estaba completa: Fillol le enseñó los secretos del área chica; Goyén lo animó a descolgar centros en el área grande; y Comizzo lo convenció de que a veces es necesario ser valiente y salir más allá de los confines del arco.

Con 20 años, los lineamientos básicos ya estaban aprendidos. Y una vez que Rafaela descendió de la Primera A a la B Nacional, Barovero al fin debutó en Primera. Fue con un triunfo, 3-1 contra San Martín de San Juan, y en un día fetiche: un 1º de octubre de 2004, o sea cinco años después de su entrada a la Selección. Tal vez porque hasta entonces había esperado su turno detrás de la Araña Carlos Maciel, Ezequiel Medrán y Comizzo, aquel Barovero tenía pelo largo y vincha. “El corte rollinga me lo hice más tarde”, recuerda quien ahora es, tal vez, el único futbolista con flequillo del fútbol argentino.

Marcelo se convirtió en un Sarmiento del arco: una pulseada ganada contra un profesional curtido -Rodrigo Burela-, 115 partidos consecutivos, tres temporadas como titular, una campaña colectiva granítica en Rafaela y un apellido individual que empezó a repiquetear en la Primera División de nuestro país y en los campeonatos emergentes de Europa. Algo grande se estaba gestando y tuvo una reunión personal con el técnico español Manuel Serra Ferrer, que quiso incorporarlo al AEK de Atenas. No llegó a un acuerdo económico, pero no lo lamentó tanto: su salto a la A ya se había convertido en una cuestión de tiempo, no de la suerte de su equipo. Y fue así como Rafaela perdió la Promoción 2005 contra Argentinos, pero el taquicárdico ascenso de Huracán contra Godoy Cruz en 2007 fue como propio: en la pretemporada siguiente, el técnico del club de Parque Patricios, Antonio Mohamed, pidió como arquero titular a Barovero. Las buenas habían llegado y, al pisar otra vez Buenos Aires, el destino le concedió otro guiño: fue a la inmobiliaria a retirar las llaves del departamento de Caballito en el que viviría y, de repente, se encontró con José Luis Chilavert.“Me saludó y me dio un par de consejos. Fue increíble, yo no supe qué decirle. Me puse tímido y casi no reaccioné”, se avergüenza. Todo eso se parecía al cielo, todo eso era lo que buscaba desde que se puso los guantes en la canchita de Porteña donde imitaba a Oscar Córdoba y al mismo paraguayo, pero su debut en la A fue una tragedia: le hicieron un gol como nunca antes y nunca después se lo volverían a hacer. A los ocho segundos. Tan triste como contar uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y gol. A buscar la pelota adentro.

-Sí, fue a los 8 segundos, contra Arsenal. Y estoy seguro de que fue una jugada preparada de ellos. A Gustavo Alfaro (entonces en su primer ciclo como técnico de Arsenal) lo conozco de Rafaela y suele preparar ese tipo de arranques: movieron de la mitad de la cancha, un par de pases y Sebastián Carreras me hizo el gol.

Había que tener el temple y la guapeza de un superhéroe para recuperarse, y Barovero lo demostró. Aquel Huracán primero al mando de Mohamed y después de Osvaldo Ardiles sumó 30 puntos en el Apertura, respaldado en un arquero que en pocas fechas revirtió un debut de espanto y esculpió la mejor imagen a la que puede acceder un arquero: la de confiabilidad, la de inspirar seguridad entre sus compañeros y sus hinchas. En el Clausura 2008 confirmó que era un arquero de Primera en una tarde contra Boca, en la cancha de Argentinos, en la que los dioses le dieron otras dos manos: fue un 0-0 en el que frustró hasta el delirio al delantero más incisivo que enfrentó en su vida, Rodrigo Palacio, y al día siguiente todos los diarios lo calificaron con 10 puntos.

Huracán no pudo renovar su préstamo, y Barovero fue a Vélez. En el Apertura 2008 otra vez tuvo a Tocalli como entrenador, pero las 10 primeras fechas fue suplente de Germán Montoya. Que haya sido titular en los últimos nueve partidos de ese torneo sólo fue un paréntesis: a fin de ese año asumió Ricardo Gareca y el Tigre también le dio la prioridad al ex arquero de Belgrano. Fue así como Barovero vio desde el banco los 19 partidos en que Vélez salió campeón. “Es muy duro ser suplente para un arquero. En Huracán venía de atajar las 38 fechas, y en Vélez me pasó lo contrario. Pedí que me vendieran, pero en el club nunca me dejaron. La pasé mal, sufría en mi casa, y los lunes me costaba volver a arrancar”, se lamenta.

Imagen EL FLACO Barovero se lleva bárbaro con su competidor en el puesto, Germán Montoya. Viven en el mismo edificio y viajan juntos a entrenarse.
EL FLACO Barovero se lleva bárbaro con su competidor en el puesto, Germán Montoya. Viven en el mismo edificio y viajan juntos a entrenarse.
Pero la participación de Vélez en la Copa Libertadores de este año abrió la rotación y Barovero, al menos, pudo atajar en 11 de las 38 fechas de la temporada 2009/2010. Parece poco, pero fue determinante para que, ante un golpe traicionero que Montoya sufrió en un riñón en el último partido del Clausura 2010 –contra Rosario Central–, Gareca no entrara en pánico ni buscara alternativas en otros clubes. Mientras el arquero cordobés de la capital provincial se recuperaba, su comprovinciano de la frontera con Santa Fe empezó a descolgar centros y tirarse de un lugar para el otro en los amistosos de la pretemporada. Y, sorpresivamente o no, el entrenador descubrió que Barovero era tan o más confiable que Montoya: “Es muy raro lo que nos pasa con Germán: peleamos el puesto, pero como vivimos en el mismo edificio, en Caballito, venimos a entrenarnos juntos y nos llevamos realmente muy bien. Nos ayudamos mucho”.

Barovero fue titular en el debut de este Apertura, contra Independiente, pero se desgarró en el entrenamiento siguiente y faltó contra All Boys, Argentinos y Boca, partidos en los que atajó Montoya. Tres semanas después, ya recuperado, Gareca eligió otra vez al arquero que ya desplazó a Damián Akerman, el goleador histórico de Morón, como el futbolista más ilustre de Porteña. Por supuesto, Barovero nunca hablará de ese tipo de reconocimientos: cultiva un perfil tan subterráneo que su representante le pide que vuele en las atajadas, aunque no sea necesario, para agregarles un poco de espectacularidad a sus actuaciones sobrias, como si fuera realmente un arquero de camisa y corbata.
Llegó el día en que Vélez pelea el título con un anti-Chilavert en el arco.

UNA DE PSICOLOGOS

MARCELO BAROVERO dice que Vélez es el paraíso y, entre otras razones, menciona el trabajo del psicólogo del club, Marcelo Márquez: “Me gusta mucho hablar con él en la semana. Trabajamos juntos cómo enfrentar la ansiedad y la tensión de los partidos. Hay rivales que te llegan muy poco y por momentos te desconcentran, te sacan de foco. Lo que me pide Marcelo es que, dentro de lo posible, use algunos momentos favorables, como por ejemplo, un corner a favor, para permitirme relajarme un poco más. Lo terrible es cuando te pasa lo que me pasó contra Banfield: me tiraron dos veces y me hicieron dos golazos al ángulo. Esa noche me dieron ganas de que el psicólogo estuviera al lado del palo para poder hablar con él”.

Por Andrés Burgo / Fotos: Jorge Dominelli.