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Los Mundiales de Diego

Se perdió el 78, lo expulsaron en el 82, brilló en el 86, lloró en el 90, le cortaron las piernas en el 94, lo comentó en el 98, no llegó en el 2002, arengó en el 2006 y ahora le tocó dirigir. Maradona y las Copas, para repasar con emoción.

Por Redacción EG ·

02 de agosto de 2010
Nota publicada en la edición junio 2010 de la revista El Gráfico

Imagen EN ESPAÑA 1982, su debut en Mundiales, convirtió los primeros 2 de sus 8 goles y sufrió su primera y única expulsión.
EN ESPAÑA 1982, su debut en Mundiales, convirtió los primeros 2 de sus 8 goles y sufrió su primera y única expulsión.
LOS MUNDIALES de Maradona tienen ese qué sé yo, viste, entonaría un tanguero de ley en su Balada para un Diego, que podría ser Balada para un Genio y por qué no, Balada para un Loco, el título original. Para alabarlo, para destrozarlo, para tenerlo siempre como eje del debate, la “maradonitis” es una enfermedad incurable de origen argentino y proyección mundial, que encontrará en Sudáfrica una nuevo capítulo. Mientras tanto, es una buena oportunidad para repasar los anteriores...

LA VEIA VENIR. El viernes 19 de mayo de 1978 llovía en José C. Paz, localidad donde se concentraba la Selección. A 13 días del pitazo inicial, Menotti debía dar los 3 nombres que se quedarían sin Copa de los 25 que integraban el plantel. Maradona sumaba un año y monedas en la Primera de Argentinos, ya insinuaba su potencial, pero no había piquetes en la AFA clamando por su presencia. Sí había una gran presión por convocar al Beto Alonso.

“Los que salen son Bravo, Maradona y Bottaniz”, anunció Menotti, según destaca la crónica de El Gráfico. Passarella le pidió a Menotti que dejara a los tres quedarse hasta el final. Maradona lloró en su pieza y quería hablar a su casa para que lo fueran a buscar. La elección de Menotti no acarreó placa roja de Crónica, pero sí un encuentro propiciado por El Gráfico entre Enrique Omar Sívori y Diego. Allí, el Cabezón le entregaba unas palabras de consuelo: “Escuchame pibe... vos tenés la verdad del fútbol adentro y toda una vida para mostrarla”.

Las sensaciones de Maradona se pueden leer en su biografía. Ahí cuenta: “Podría haber jugado en el Mundial 78. Estaba afilado como nunca. Lloré mucho, lo sentí como una injusticia. A Menotti no lo perdoné ni lo voy a perdonar nunca por aquello, pero nunca lo odié. (...) Yo me la veía venir. El plantel tenía cinco que jugábamos de diez: Villa, Alonso, Valencia, Bochini y yo. El que más le gustaba al Flaco era Valencia, porque lo había descubierto él. El día anterior había ido a visitarme Francis (Cornejo) y me encontró llorando en la pieza... Por eso digo que me la veía venir. Cuando se conoció la noticia se me acercaron algunos a consolarme: Luque, un gran tipo, el Tolo Gallego... Y ninguno más. En ese momento eran demasiado grandes como para gastar una palabra en un pibe. (...) Lo peor fue cuando volví a mi casa. Parecía un velorio. Lloraba mi vieja, mi viejo, mis hermanos... Ese día, el más triste de mi carrera, juré que iría por la revancha. Fue la desilusión más grande de mi vida, me marcó para siempre”.

Conocidos los 22, Bottaniz se quedó con el grupo durante el Mundial pero Diego no quiso saber nada y usando la bronca como motor, dos días después metió dos goles en el 5-0 a Chacarita y fue calificado con “10” por El Gráfico. Como si no le alcanzara, a pesar de no haber jugado buen parte de ese Metropolitano, terminó goleador del torneo, con 21, junto a Luis Andreuchi. De todos modos, Diego no se mostró despechado y mandó un telegrama deseando suerte y luego fue al Monumental a ver los partidos contra Italia y Holanda. Tras el 3-1 en la final, salió con la furgoneta de su suegro a festejar por Buenos Aires.

ABURGUESAMIENTO CONTAGIOSO. El plantel del 82 era más rico que el del 78. A la base de los campeones conformada por Passarella, Kempes, Fillol, Gallego y Bertoni se sumaban los jóvenes que habían descollado en el Juvenil 79: Maradona y Ramón Díaz. Diego ya había conmovido al pueblo boquense dando la vuelta olímpica en 1981 y, unos meses antes de iniciado el Mundial de España pasó al Barcelona en 8 millones de dólares. Pero, al igual que con Messi 24 años después, su primera Copa tuvo un sabor amargo. Disputó los primeros 5 de sus 21 partidos mundialistas, convirtió los primeros 2 de sus 8 goles y sufrió su primera y única expulsión. El balance no fue bueno: ganó 2 partidos y perdió 3.

“Después de cuatro meses de concentración –admitió Diego en su libro- llegamos a España con la idea de que ya habíamos ganado la Copa. Creímos que ya estábamos hechos, que era fácil. La preparación física fue nefasta. Yo llegué sobreentrenado, muerto. (...) El fútbol es contagio: si vos tocás, tocás y tocás, la toca hasta el más burro. Y el aburrimiento, el aburguesamiento, también se contagia. Nosotros estábamos en Villajoyosa, un lugar espectacular... Nos creíamos los mejores, ¡y no habíamos jugado todavía!”. La patada en los testículos al brasileño Batista, confiesa, era en realidad para Falcao, porque sintió que lo estaban cargando. La roja cerró una Copa frustrante para Diego, pero el muchacho de Fiorito comenzaba a cargar combustible para la siguiente.

Imagen EN MÉXICO 86, con la cinta de capitán y la Copa en alto. Una postal que esperábamos ver en Sudáfrica.
EN MÉXICO 86, con la cinta de capitán y la Copa en alto. Una postal que esperábamos ver en Sudáfrica.
VENGANZA PERFECTA. Hay una anécdota que Maradona evoca con emoción y puede verse como el punto de partida del ciclo que lo llevaría a lo más alto. Ocurrió en enero de 1983, en Lloret del Mar, en la Costa Brava española.Recuperándose de la hepatitis, estaba por salir a trotar por la playa cuando el DT de la Selección asomó su nariz y le pidió un buzo para acompañarlo. Allí le comunicó que iba a ser su capitán. “Me quedé duro y me largué a llorar. Y llorando se lo conté a la Claudia, a mi vieja, a todos”, repasaría Diego. “Me sentía, por fin, el patrón de Bilardo, como antes Passarella se había sentido el patrón de Menotti“, explicó. En la concentración del América de México, Diego compartió la habitación con Pasculli y cobraba 25 dólares de viáticos por día como el resto.

De aquella gesta han quedado hitos. El 22 de junio es una de ellas. “Para nosotros, el partido con Inglaterra era como ganarle a un país, no a un equipo de fútbol. Si bien decíamos que el fútbol no tenía nada que ver con Malvinas, sabíamos que a muchos pibes argentinos los habían matado como a pajaritos y esto era una revancha, era... recuperar algo de Las Malvinas. ¡Un carajo que iba a ser un partido más!”. De los goles que metió se habló muchísimo, aunque hay un detalle que muestra que el Diez estaba en todo: “Cuando vi que el juez de línea corría hacia el centro de la cancha, encaré para el lugar de la tribuna donde estaba mi papá, mi suegro, para gritárselo a ellos”.

Contra Alemania jamás dudó de la victoria, aun después del 2-2: “No me asusté. Cuando volvimos a la mitad de la cancha para sacar, aplasté la pelota contra el piso, lo miré a Burru y le dije: Dale que están muertos, ya no pueden correr. Vamos a mover la pelotita que los liquidamos antes del alargue”. Así fue.

TODAS EN CONTRA. “La Copa del Mundo me la van a tener que arrancar de las manos”, declamaba en la previa de Italia 90. No le faltaba razón. Con 29 años, Maradona vivió el Mundial como un calvario. Arrancó con una gripe que le intoxicó su cuerpo con antibióticos y luego la uña del dedo gordo lo volvió loco. La salida de Valdano le pegó duro. “La pasé muy mal y estuve a punto de pedirle permiso a Carlos para volverme a Nápoles. Por eso hice viajar a Claudia con las nenas“, contó. La relación con el DT no pasaba por su mejor momento: “Bilardo ni siquiera lo quería poner a Caniggia, que era mi pollo. Y le di un ultimátum: si lo sacaba a Caniggia, yo no jugaba el Mundial”.

Diego tenía a su papá que le preparaba asados y a sus dos Ferrari estacionadas en la concentración de Trigoria. El presidente Carlos Menem lo nombró embajador deportivo y unas horas más tarde Argentina perdió con Camerún. En la conferencia de prensa, Diego se despachó irónico: “El único placer de esta noche fue descubrir que gracias a mí los italianos de Milán dejaron de ser racistas: hoy, por primera vez, apoyaron a los africanos”.

En la segunda cita esperaba la Unión Soviética. Con el partido 0-0, Diego metió su segunda mano de Dios, esta vez en la línea y salvó la segura caída de su arco, la segura expulsión y la casi segura eliminación. Tras clasificar por la ventana ante Rumani, se fue de la concentración hasta el día siguiente. Estaba caliente. Necesitaba aire. Su tobillo izquierdo ya era una pelota de fútbol y antes de enfrentar a Brasil salió a mostrarlo, por eso atendió a la prensa en ojotas. “Creo en los milagros y nuestra victoria sería exactamente eso”, declaraba.

El milagro se produjo con una habilitación genial a Caniggia, luego Argentina sufrió con Yugoslavia (Maradona erró su penal) y la semi contra una Italia que no había recibido goles en 5 partidos y, nada menos que en Nápoles, ambientó un duelo de ingredientes únicos. Antes del choque con Italia, arrancaron la bandera argentina de la concentración y Maradona pidió la intervención de la embajada.
Tras eliminar a Italia y escuchar los silbidos al himno, Diego insultó para que lo vieran todos por la pantalla gigante. Luego de la derrota, lloró y Bilardo mandó a Goycochea para taparlo. Al momento de recibir la medalla le esquivó el saludo a Havelange, presidente de la FIFA. Y en su libro, unos años más tarde, desnudó su verdad: “Eramos carne de cañón porque habíamos sacado a Italia. No nos iban a perdonar eso, les habíamos arruinado el negocio de la final contra Alemania (...). El día que fuimos a reconocer el estadio antes de la final, Grondona me comentó que tenía un mal presentimiento, que ya estábamos afuera. Me recalenté con Julio, no podía creer que me dijera eso”.

DE JUGADOR A COMENTARISTA. Su último Mundial en cancha duró apenas dos partidos. Se peleó y amigó con Basile (“El Coco se emborrachó con dos Copas Américas”), padeció el 0-5 de las Eliminatorias con Colombia en la platea, volvió para disputar el repechaje ante Australia sin control antidoping, bajó de 89 a 76 kilos, aterrizó en USA sin ritmo de competencia pero metió un gol de flipper a Grecia, lo gritó desencajado a las cámaras, le hizo caso a Daniel Cerrini, tomó Ripped Fuel en vez de Ripped Fast, la efedrina le saltó en el antidoping y lo suspendieron por un año y medio. Selló su final con una frase que hizo historia: “Me cortaron las piernas”.

Casualmente Grecia y Nigeria, rivales al que le metió el último gol y frente al que jugó su último partido, serán rivales en Sudáfrica. “Sentía que había jugado un partidazo, estaba feliz. Vino esa enfermera a buscarme y no sospeché nada. Lo único que hice fue mirarla a la Claudia, que estaba en la tribuna, y le hice un gesto como diciéndole: ‘¿Y esta quién es?’. Yo estaba tranquilo porque me había hecho controles antes y durante el Mundial y todos daban bien”.

Cuando supo la noticia, se encerró en su habitación y le dio piñas a la pared. Al día siguiente fue entrevistado en la cama de su habitación. La nota salió al aire mientras pasaban el himno en Argentina-Bulgaria. Para el choque contra Rumania, estaba instalado en el palco de prensa y comentó el partido para la TV. Increíble.

También lo comentó ante Holanda, cuatro años después, en una nueva eliminación. Diego estaba enfrentado con Passarella. “El Mundial extrañará a Maradona, nadie le llega a los talones”, le había tirado una flor el DT antes de partir a Francia, pero no encontró la respuesta deseada. Diego no estuvo durante toda la Copa, aterrizó en Marsella un día antes del partido con Holanda y lo analizó para América 2 con Varsky, Simón y Cappa. Unos minutos antes, le confesó a El Gráfico: “Para empezar te voy a decir que quiero ser el técnico de la Selección”. Comenzaba su campaña proselitista.

Con la derrota consumada, no escatimó palos al DT, mientras salvaba a los futbolistas: “Lo que más bronca me dio es que no se jugó a la argentina. Nos disfrazamos de Alemania y quedamos fuera del Mundial. Estos jugadores se pueden quedar muy tranquilos en lo anímico. Perdimos por el planteo táctico”. Y continuó probándose el buzo: “Con otro tipo en el banco, yo hubiera estado dentro de la cancha o al costado, brindando mi experiencia. Estoy caliente porque Passarella le negó a 35 millones de argentinos la presencia de Caniggia y de Redondo”.

Imagen AUNQUE la formalidad de la platea VIP que visitaba exhibiera otras costumbres, no tuvo ningún prurito en gritar como desaforado los goles y revolear la camiseta en Alemania 06.
AUNQUE la formalidad de la platea VIP que visitaba exhibiera otras costumbres, no tuvo ningún prurito en gritar como desaforado los goles y revolear la camiseta en Alemania 06.
LAS ULTIMAS DOS. En 2002 no pudo viajar a Japón porque le negaron la visa. Diego estaba en Cuba recuperándose, pero un día después de la derrota con Inglaterra le levantaron la veda. Ya era tarde. Maradona mandó una carta de aliento al plantel, con el que tenía muy buena onda por haber compartido unos meses antes su partido de despedida en la Bombonera. “Queridos muchachos. Para qué negarlo, la derrota con los ingleses me pegó tanto como a ustedes. Estuve triste y lloré mucho. Pero ya está. Es la hora de poner el corazón y salir adelante”.

Con Ortega calzándose la 10 que la AFA pretendió sacar de circulación, el equipo de Bielsa fue eliminado ante Suecia. Y Diego escribió para el diario suizo Blick, en el que era columnista:  “Me rompió el corazón ver a la Selección eliminada (...). Durante el partido con Suecia no paré de preguntarme por qué no había viajado a Japón para alentar a mi equipo. (...) Respeto mucho a Marcelo Bielsa. Es un técnico que logró que Argentina dominara las Eliminatorias y que jugara en forma notable (...). La derrota me duele porque siempre me sentí muy cerca de este equipo. Mucho más que en la época de Passarella, quien ponía a los jugadores por cómo usaban el pelo de largo (...). Quiero decirles a los jugadores que siempre hay revancha y que un día Argentina estará otra vez arriba de todo”.

También fue columnista en Alemania 06, pero en esta ocasión, ya recuperado y de buen talante, analizó el Mundial para Cadena 4 de la TV española. La única condición que puso es que le dieran flexibilidad con los horarios: la prioridad para él era ver los partidos de Argentina. Faltó sin aviso al homenaje que la FIFA les hizo a todos los campeones mundiales y luego llegó tarde a la ceremonia inaugural para no cruzarse con Pelé. Con traje, anteojos negros y un habano en la mano, apareció en la mitad de Alemania-Costa Rica con Claudia y Gianinna.

Luego de pasar por el vestuario antes del debut frente a Costa de Marfil y arengar a la tropa, repitió el rito en cada presentación del equipo de Pekerman. Para los futbolistas fue una sorpresa. Y muy grata. “Tengo la suerte de que Diego me quiera mucho. Fue una linda sorpresa tenerlo ahí. Igual, sabemos que siempre está con nosotros”. Lo afirmó orgulloso uno de los futbolistas del plantel. ¿Quién? El mismo que le obsequió la “10” tras el debut. Juan Román Riquelme.

Con camiseta argentina de Le Coq Sportif (la marca que lo inmortalizó en México 86) y una credencial colgada en el cuello al mejor estilo periodista, no tuvo ningún prurito en gritar como desaforado los goles y revolear la camiseta, aunque la formalidad de la platea VIP que visitaba exhibiera otras costumbres. Nunca quiso ir al palco oficial. La costumbre se cortó en cuartos contra Alemania: Diego no llegó a tiempo al vestuario y tampoco pudo ingresar al estadio por una escaramuza de unos controles con unos amigos suyos. Entonces volvió al hotel y allí sufrió con la eliminación argentina.

Por esos días repetía, cada vez con más firmeza y sustento, que aspiraba a ser el DT de la Selección. Y nombraba a Mancuso, Enrique y Brown como sus posibles ayudantes. Ya iba a toda velocidad hacia el banco y por eso lo multaron con 95 euros por andar a 140 por hora. Se quedó muy caliente con los alemanes, porque cuando superaron a Argentina, el pianista del hotel se puso a tocar “Don’t cry for me Argentina”, con él y los jugadores de la Selección alojados allí mismo. Entonces, el día posterior a la victoria italiana sobre los locales, se puso anteojos, se calzó la gorrita y salió a caminar por Munich, “a gastarlos un poquito”. Con los italianos mantuvo un contacto fluido, habló un par de veces con Cannavaro, con Totti y también con Camoranesi, a quien le anticipó que serían campeones. Por eso, ya consagrados, los tanos cantaron en el vestuario el hit napolitano de los 80: “¡Oh, mamma, mamma, mamma, ho visto Maradona”.

En el avión de regreso, dejó algunas definiciones ante los periodistas de Olé: “La selección llegó y hubo festejos. ¿Qué pasa? ¿Nos está cambiando el paladar que ahora festejamos haber llegado a los cuartos de final?”; “Yo hubiera hecho otros cambios”; “A Messi me quedé con ganas de verlo un poco más. Si lo ponés ahí arriba a Messi, para que les haga el 2-0, Alemania se queda peleando por el sexto puesto”.

Cuatro años después, Diego Maradona tendrá la oportunidad de tomar todas las decisiones.

Por Diego Borinsky / Fotos: Archivo El Gráfico