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De desilusión también se muere

Perder es una circunstancia, el tema es cómo se pierde. En un duelo de potencias, Alemania pegó primero y después siguió pegando hasta dejar a la Argentina de Maradona nocaut. Ya no hay este u el otro más diez. Ahora, las palabras sobran.

Por Carlos Poggi ·

03 de julio de 2010
Terminó la ilusión. Ya no habrá  final y la espera por la tercera Copa del Mundo de extenderá cuatro años más. Alemania nos dio una lección de fútbol sencillo y contundente. No tenían ni a Mascherano ni a Messi, pero sí a once  que sabían qué hacer con la pelota.  Ocuparon cada metro de la cancha con inteligencia y así van por la semifinal ante España con toda justicia. Para el equipo de Maradona, todo el sabor amargo de haber perdido sin atenuantes y quedarse otra vez en el quinto partido como ya ocurriera hace cuatro años  en el propio terreno germano.

De todas maneras sorprendió el resultado, pero no la derrota. Argentina no tuvo generación fluída de juego frente a México y el partido se le abrió por un grueso error arbitral convalidando el gol de Tevez en clarísimo fura de juego. Mascherano es un rasca que te rasca al que le queda grande la denominación de "cinco" habida cuenta de los grandes que pasaron por la mitad de la cancha argentina con sobrada técn ica para dominar la pelota y entregar pases precisos. Maxi Rodríguez es otro teórico ida y vuelta que suele ir y no siempre volver. El pobre Otamendi es un buen zaguero central devenido en marcador de punta como si ese lugar de la cancha fuera tan sencillo de cubrir sobre todo cuando no se tiene la pelota y el rival se viene con dos o tres para aprovechar los huecos.

Aquella declamación de "Mascherano más diez" no tenia asidero antes y no la tuvo en Sudáfrica. El técnico, hábil declarante, siguió siendo más jugador que entrenador y no admitió fallas que el equipo mostraba a pesar de haber llegado invicto a los cuartos de final.  Otra novela sin final fue el de "Messi más diez" que tituló el presidente de la AFA por su cariño y devoción hacia el genio del Barcelona que no ha podido otra vez ser el mismo con la camiseta nacional.

Mientras el tridente ofensivo tuvo poca oposición rival, las producciones individuales taparon el deficit de juego colectivo que se puso de manifiesto en la última línea defensiva y en la zona de volantes. Nos volvimos a tragar otra galletita después de minimizar a un rival que no es para sorprender por su despliegue, pero tampoco es para subestimar.  Tal vez porque los integrantes de la selección alemana juegan todos en sus campeonatos se haya logrado una coherencia que a la Argentina le ha costado y le cuesta encontrar desde hace mucho tiempo.

Cuatro goles en contra son muchos y muy difíciles de digerir,  anulan cualquier posibilidad de justificación o de excusas. Alemania fue un equipo y Argentina un conjunto de voluntades dispersas y en algunos casos más dispersas que voluntades.

Se ha vuelto a dar un paso atrás. Y lo que se apreció en buena parte de las eliminatorias -el pico máximo de la decepción- reapareció en el momento tal vez menos indicado, pero que demuestra que las cosas son de un solo color por más que se las quiera ver con otro cristal.

Duele, pero hay que seguir trabajando. Pero seguramente habrá que hacerlo con mayor inteligencia y con menor propensión al derroche verbal y a la confrontación mediática.