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Salven a las vuvuzelas

Amadas y odidas, las cornetitas se convirtieron en tema de conversación permanente entre los extranjeros que llegan al Mundial.

Por Martín Mazur ·

14 de junio de 2010
Imagen BUUUUUUUUUUUUUUUUUU. Mejor vuvuzela en mano que cien sonando (Alejandro Del Bosco)
BUUUUUUUUUUUUUUUUUU. Mejor vuvuzela en mano que cien sonando (Alejandro Del Bosco)
PRETORIA, Sudáfrica (Enviado especial).- Estamos todos de acuerdo. No nos gustan ni un poquito. Ni en la cancha ni en las calles. Son molestas y bobas. Suenan hasta dentro de los restaurantes. Pretenden usarse para alentar al propio equipo, para achicar a los rivales, para contagiar el espíritu mundialista y para vaya a saber qué más. Pero la sensación es que no sirven para nada. Porque el ruido que sale es monótono, desangelado, insufrible. Si Argentina 78 fue el Mundial de los papelitos, Sudáfrica 2010 es el Mundial de las vuvuzelas, esas nefastas/alegres/simpáticas/insoportables [tache según corresponda] cornetitas que no paran de sonar ni un minuto. Son una pasión inexplicable.

La primera del día se escucha a las 6.30, apenas unos minutos después del alba. “Cagamos, ya empezaron”, dice Del Bosco, el madrugador del grupo, mientras completa su primera tanda de abdominales matutinos. La última, imposible decirlo, pero este cronista confirma que a eso de las 2 de la madrugada aún están sonando, firmes.

A la hora de hacer un regalo para el sobrinito o la hijita de un matrimonio amigo, la regla implícita dice que nunca, jamás, hay que entregarles objetos que hagan ruido. Pero acá, con las vuvuzelas tampoco existe tal regla. “Elíjanse una cada uno, vamos, vamos”, anima una madre que orilla los 40 a sus dos nenitos tan rubios como ella. La señora ni siquiera terminó de pagar que los chicos ya están testeando las mini vuvuzelas, las que seguramente le perforarán los tímpanos por el próximo mes. La vendedora, la madre y los nenes sonríen. “Es imposible de entender, habría que medir el nivel de sordera en este país”, reflexiona Perugino, pero Del Bosco no lo escucha, también sonríe, seguramente encantado por la vivacidad de los chiquitos con vuvuzela nueva/por la sonrisa que le regala la madre de los nenes [tache según corresponda].

Por la calle la situación no es muy distinta. “Me hacen acordar a los perros cuando vas caminando por Ituzaingó. Basta que te ladre uno desde algún portón para que de ahí en más te empiecen a ladrar todos los de las otras casas por cuadras y cuadras. Esto es igual. Basta que sople uno para que después sople el que está más cerca. Y así se arma la cadena. Me preocupa, me preocupa mucho que esto pueda llegar a Argentina”, filosofa Del Bosco.

En el restorán nocturno, buscando un poco de paz para poder cantarle el feliz cumpleaños a Del Bosco, un sudafricano hace sonar la vuvuzela con el primer gol de Alemania. Y lo mismo en el segundo. Y en alguna atajada, también. Con el 3-0, el ambiente ya está pesado. Desde una mesa de hinchas argentinos ya le dijeron que se callara. Y desde otra, también de argentinos, se lamentan porque no haya pan en las mesas. Si no, ya estarían preparando bolitas para propiciar el ataque.

Lo cierto es que si los argentinos se caracterizan por aniquilar la ola mexicana en las tribunas, ante las vuvuzelas no saben qué hacer. “Es un ruido que tapa todo. Contra Nigeria yo veía que cantaban, pero no se escuchaba, no se escuchaba nada”, confirma un fotógrafo amigo, el uruguayo Silva. “¿Notaron que a los mexicanos se las hacían sonar todavía más fuerte en los tiros libres a favor que en los tiros libres en contra, como para amedrentarlos?”, pregunta Perugino. 

Quizás a nuestros oídos suenen todas iguales, pero a los de ellos, haya distintos sonidos, como los cantos de las ballenas. Sea como sea, nos cae como un cornetazo en el tímpano cuando leemos las declaraciones de Danny Jordaan, el capo del Comité Organizador del Mundial, que así, sin anestesia, le anunció a la BBC: “Si hay que prohibirlas, se hará”. Confirma que están evaluando la posibilidad de suprimir las cornetas, por las continuas quejas recibidas. Asegura que son los cantos, y no las vuvuzelas, los que generan un ambiente maravilloso. Y hasta se anima a trazar un paralelismo con los días de lucha contra el apartheid: “Cantábamos y no soplábamos. Marchábamos y cantábamos”.

Prohibir las vuvuzelas sería un cataclismo para toda esta gente que disfruta con esa melodía persistente. Sería una injusticia tremenda. Salven a las vuvuzelas, coincidimos en la sobremesa, abrazándonos a esa causa de integración y éxtasis nacional. Y cuando llega el cuarto gol de Alemania, inmediatamente volvemos a odiarlas.