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Billetes y arbolitos

El uso del rand, la moneda que da orígen a este segmento, tiene características muy particulares. Tan particulares como los personajes que ofrecen cambio.

Por Elías Perugino ·

07 de junio de 2010
PRETORIA, Sudáfrica (Enviados especiales).- El rand es la moneda vigente en Sudáfrica. Imposible establecer con certeza a cuánto está el cambio. Sube y baja a diario, con fluctuaciones que provocarían terror en la Argentina. Treinta centavos para arriba, cuarenta para abajo, diez más para abajo… ¡Lo qué sería la City porteña en una situación así! Variación más, monedita menos, podría decirse que el promedio es de 7,50 rand por dólar. Pero no lo tomen muy en serio. Lo aconsejable es cambiar en los bancos, que funcionan desde las 9 AM. No conviene aventurarse con un “arbolito”, porque parece que un pícaro falsificó unos lindos billetes de 200. Igual, entre los enviados argentinos hay un “arbolito” oficial. No podemos revelar más datos porque sería una infidencia imperdonable, sólo que no pertenece al grupo de El Gráfico. Pero el tipo en cuestión va al cajero, saca unos cuantos miles con su tarjeta y luego los cambia por dólares a unos aceptables 7,50. Por ahora, le faltan clientes. Pero con el correr de la cobertura, cuando no haya tiempo para nada, pueden incrementarse sus operaciones.
 
El rand es rand así, a secas, en todos los casos. Un rand y mil rand. No tiene plural. Sorprende –aunque no debería- que se los anversos o reversos de los billetes  no aparezcan próceres, grandes figuras de la historia del país. No, señor. No hay billetes con la cara de Mandela o de Paul Kruger. Ni ahí. En los billetes de rand hay… ¡animales! Un leopardo en los de 200, un búfalo –o un pariente muy cercano- en los de 100 y el rinoceronte en los de 10. El león será el rey de la selva, pero en este reparto no se le reconocen poderes plenipotenciarios: con suerte ligó los billetes de 50. Las monedas no modifican la ecuación: cebúes (5 rand), ciervos (2) y gacelas (1) tintinean en los bolsillos de los sudafricanos.
 
Las moneditas vienen bien para satisfacer las exigencias de los “trapitos”. Una de 5 es suficiente para abonar el parking de unas tres o cuatro horitas sobre cualquier vereda de Pretoria, anchas como son, y con cordones que, salvo rarísimas excepciones en un tramo determinado, son aptos para la subida de un auto.
 
El rand es fundamental para cargar combustible. Ningún surtidor acepta tarjetas de crédito o dólares. Sólo los billetes locales habilitan para cargar diesel y nafta sin plomo, las dos modalidades más usuales en las estaciones de servicio.
 
Los cajeros automáticos abundan en los centros comerciales y también en sectores abiertos. Estos últimos tienen una particularidad: a cada lado del display principal cuentan con dos mínimos espejos retrovisores, que permiten advertir si alguien se acerca por atrás con malas intenciones.
 
A la hora de pedir la cuenta en un restaurante, el mozo trae la adición con una lapicera. Debajo del total, hay un renglón vacío para que cada cliente determine el monto que deja de propina. Cualquier cifra es bienvenida y agradecida con una sonrisa. Puede ser el convencional 10%, pero también un 5%. Sólo se quejan los trapitos. Si se les deposita en la mano una cifra menor a los 5 rand, la reacción es inmediata: “¡Short, short!”
 
 El “arbolito” argentino, en cambio, no altera su humor, espera con paciencia a sus presas. Hoy se le ríen en la cara, no paran de cargarlo, pero él sabe que dentro de diez días, cuando la cotización oficial sea endeble por la avidez de los turistas, le pedirán cambio de rodillas. Y ahí se verá quién se ríe de quién...