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Turco compensatorio

Como jugador ganó todo pero la carrera le duró apenas cuatro años. Omar Asad volcó esa pasión trunca como entrenador y amenaza con convertirse en un alumno ejemplar de Bianchi.

Por Diego Borinsky ·

26 de abril de 2010
“Si tuviera que resumir mi vida futbolística, diría que todo me llegó muy rápido y que todo se me fue también muy rápido”.
 
Omar Asad, otra víctima del Sindicato de Colocadores Perezosos de Apodos (lo bautizaron Turco apenas asomó en Primera porque era primo de Julio “El Turco” Asad, figura de Vélez en los años 70), se confesaba así hace unos días en las 100 preguntas que verán la calle en la próxima edición de El Gráfico.
 
Con claridad y sin rebusques, características que en apariencia definen su estilo como entrenador del mismo modo que lo hacían con su gran mentor, Carlos Bianchi, ponía en palabras sencillas el particular derrotero de su carrera. Veamos: tras probarse en 18 clubes (no hay error en la cifra), recaló en la cuarta división de Vélez donde jugó menos de un año, saltó a la Primera con Eduardo Manera a fines de 1992 y definitivamente se ganó un lugar con Bianchi en 1993. A los 23 años (nació el 9 de abril de 1971) ya era campeón de América y del mundo, con goles incluidos en ambas finales ante el San Pablo y frente al Milan. No es poco, considerando que a algunos les lleva toda una existencia (y a otros, la gran mayoría, ni siquiera) alcanzar semejantes logros.
 
Su vida útil como profesional, que en futbolista promedio ronda los 15 años, se desarrolló en menos de cuatro años. Repasemos: todo el 93, todo el 94, casi todo el 95 (se rompió los ligamentos cruzados en octubre de ese año) y casi todo el 97, ya que volvió a jugar a fines del 96 y lo hizo durante un año, aunque sin el ritmo y la continuidad que anteriormente. Tras cuatro operaciones y cinco años de lucha incesante en los que no pudo volver a pisar un campo de juego como futbolista, decidió retirarse. La ficha realmente le cayó en 2003, cuando tomó la sexta división de Vélez Sarsfield.
 
El Turco, un tipo noble y más puro que el agua, “que nunca anduvo en nada raro, muy sano”, como lo definió Bianchi hace unos meses, que se crió en los monoblocks de Ciudad Evita pero que a diferencia de unos cuantos de su banda de amigos que terminaron muertos o tras las rejas le escapó a la droga al punto de ni siquiera fumar jamás un cigarrillo común (Caruso le pifió por mucho), volcó toda la frustración por esa carrera trunca en su formación como entrenador.
 
Tras sorprender a los que siguen de cerca el mundo de las inferiores por su audacia y el feeling que logró desarrollar con los chicos, apareció de repente dirigiendo a un Godoy Cruz en promoción y, de buenas a primeras, con un equipo sin nombres ni figuras asoma su ñata en la línea de llegada a tres fechas del final con importantes chances de ser campeón.
 
Si la ley de las compensaciones funciona, el destino quizás le esté dando al bueno del Gordo Asad (de 120 kilos no baja) el puntapié inicial de una formidable carrera como entrenador.