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Messi tiene que ser Messi, no Maradona

Aunque falta mucho, el Mundial ya se juega. Y al margen del sorteo y de los rivales de turno, debe decidirse ya una línea de juego, acomodar bien las fichas y no hacer más “Lio“.

Por Redacción EG ·

01 de diciembre de 2009
Ya esta, aunque todavía nos estemos secando el sudor de la frente, la Selección integra la lista de 32 que nutren el calendario del Mundial de Sudáfrica. Mucha agua corrió bajo los puentes tendidos entre el cuerpo técnico y buena parte de los periodistas, pero tal vez eso no sea lo más importante sino que las discusiones, los intercambios de opiniones y el derecho a decir lo que uno piensa sin condicionamientos y sin estar atado a ningún prejuicio, sirva de verdad para que se modifique un rumbo que hasta acá no ha seguido, ni mucho menos, una línea enmarcada en el criterio y el sentido común.

Se ha comenzado a desandar el camino que debe conducir, no cabe pedir otra cosa para un equipo de semejante potencial, al partido final de la cita más importante del planeta fútbol. Sin embargo, ya sin la mentada presión de la Eliminatoria, el paso por Madrid, para enfrentar a España, no dejó ningún margen para el optimismo porque resultó más de lo mismo y es allí donde debe ponerse el acento y cambiar el norte de la brújula. Sin conducción, sin una idea clara acerca de cómo debe plantarse el equipo y qué estrategia va a utilizar, no se puede pretender una buena calificación. Tampoco es lógico, a esta altura, poner las fichas únicamente en el andar de Lionel Messi. Más bien, debería resolverse en qué lugar de la cancha debe moverse el joven que es pieza clave en Barcelona y que es considerado el mejor de futbolista de 2009. También debe tenerse claro y razonado cabalmente que España juega como Barcelona, rindiendo culto a la producción colectiva, usando lo mejor de cada jugador y no dependiendo de una sola figura para imponer una superioridad manifiesta.

En el Barsa, Messi avanza y ataca. En la Selección retrocede y no lastima porque debe recorrer muchísimos metros para sortear muchos obstáculos antes de llegar a la línea de fuego. En el conjunto de Guardiola nadie le pide que conduzca sino que se complemente y desequilibre en el último tramo de la cancha. Criterio aferrado a la más elemental lógica futbolera. Además, hasta el hartazgo, se trata de poner a Messi en el mismo lugar del Maradona modelo 1986. Primero y principal las comparaciones, en la vida y en el fútbol, son odiosas, porque nadie se puede parecer ni ser un calco. Será mejor o peor, pero nunca igual. Sí diferente. Maradona en el 86, en su mejor nivel, conducía sobre la base del talento y la entrega, pero también tenía socios de sumo valor como Valdano, el Negro Enrique, Burruchaga, Batista. Era un tema estrictamente futbolero, por más que se siga hablando de cábalas, de visitas a la Virgen y demás apelaciones al incentivo extradeportivo. Ahora, ya consumada la difícil clasificación, y agotadas las trifulcas verbales, se suele apelar al esoterismo, al meter al 86 en el 2010. La camiseta tiende a parecerse aunque la marca no sea la misma, y hasta se ha vuelto a poner en uso la número 10 que estaba reservada a la veneración del hombre que, nadie osaría ponerlo en duda, fue pieza fundamental para que Argentina consiguiera el último mundial de mayores. Cuando se esté jugando en tierra africana, habrán pasado 24 años, o seis mundiales para ser más graficos, de continuas frustraciones. Pero nada justifica apartarse del sentido común. Porque puede ser muy gracioso ponerle rulos a Messi para convertirlo en aquel Maradona extraordinario, pero es poco serio pretender maradonear a un jugador que deslumbra en todas partes menos cuando tiene que salir a la cancha luciendo la celeste y blanca. Messi tiene que ser Messi y Maradona debe entender de una vez por todas en qué posición Lio rinde más.

Por Carlos Poggi.