Las Entrevistas de El Gráfico

Lázzaro, bonus de confesiones

Si te quedaste con las ganas de leer un poco más sobre el delantero de Tigre, no te pierdas este compacto de frases en las que repasa sus mejores anécdotas y vivencias.

Por Redacción EG ·

01 de octubre de 2009
La nota original salió publicada en la edición de El Gráfico Octubre 2009. A continuación, un complemento exclusivo para nuestros lectores web.

El himno del Liverpool es impresionante. Lo tengo en un CD, lo escucho en el auto. Te pone la piel de gallina. Acá hay canciones muy lindas, mucha pasión, pero como ese himno, que lo canta toda la cancha, no hay ninguno. Te emociona.

Cagna es tan tranquilo como se lo ve. Es una persona muy abierta, hacés lo que te dice él, pero se puede hablar, se puede discutir, si se tiene que cambiar algo, se cambia. Tenemos una relación bárbara, pero no sólo conmigo, que somos casi de la misma edad, sino con los chicos de 18 también. Está en el lote de los técnicos de más futuro, y muy bien puesto.  

El técnico del Slovan Liberec era un personaje. Me venía a ver con el traductor al hotel. Muy interesado en tratar de llegarme, de explicarme cosas. Igual, el traductor puede servir hasta para los entrenamientos, pero en la cancha no tenés traductor. Y eso a veces te da impotencia. ¿Sudamericanos? Cero. Los que no eran checos, eran eslovacos. Te sentís raro en el vestuario, todos te miran a vos, sentís que todos hablan de vos, y no entendés nada.

Otra que Caruso. Después de la cena, me llevaron a un boliche. A la salida del restorán había una fila de taxis impresionante. Eran para todo el plantel. A mí me retaron por haber ido en mi auto. “Pero si yo no tomo, para qué iba a venir en taxi”, les decía yo. Cuando entro veo al técnico. Reculé. “Uy, estamos muertos”, pensé. Me ve y me grita: “Leooo, vení, vení”. Estaba en el medio de la pista, bailando como loco. Yo no lo podía creer. Pero allá casi no hay prensa, tienen esa ventaja, como mucho te dan los goles por tele y nada más.

En el Adriático, la piadina es impresionante. Cualquiera que vaya la tiene que probar. No es un pan, no es un panqueque, es algo distinto, muy rico.

En Italia, la pizza es una por persona. Si tenés ocho invitados, son ocho pizzas, cada uno pide la que quiere. La masa es más suave, ni la sentís.

A mi hija le festejamos los cumpleaños por cámara. Estábamos en Italia, nos sentábamos de frente a la computadora, poníamos la torta, y en Argentina se juntaban todos los familiares. Así eran los cumples por Internet. Llegó un momento que la nena me dijo que quería volver. Venía acá y estaba con los abuelos, le hablaban en castellano, la pasaba mucho mejor. Y nos volvimos.

Imagen DE ENTRECASA. Lázzaro posa desde el sillón de su living para el fotógrafo de El Gráfico.
DE ENTRECASA. Lázzaro posa desde el sillón de su living para el fotógrafo de El Gráfico.
Tuve ofertas de Austria, Alemania… económicamente era mucho mejor para mí. Pero el presidente del Liberec me tenía siempre agarrado. “Te quedás acá”, me decía. Tenía 3 años y medio de contrato. Al final, aflojó.

El desayuno, en el bar. Es otra costumbre italiana. En casa, nunca. Pero allá hay un bar cada 50 metros y acá se dificulta.

El esquí te da una fortaleza bárbara. Te trabaja todo, abdominales, hombros, piernas, cuello. Allá lo tienen siempre, es natural, a cualquier hora. De hecho, con mi mujer y unos amigos, salíamos a esquiar a las 12 de la noche. Hermoso.

En República Checa, la cultura se vive de otra manera. Con mi mujer, Gisela, nos dedicamos a ver ópera, ballet, o coros que cantaban en distintos castillos. Al principio me fui solo, después volví, me casé con ella y ya nos fuimos los dos. Nos conocíamos desde siempre. Nuestras familias eran amigas, yo estuve en el casamiento de sus padres, la vi nacer, estábamos todo el tiempo juntos… y bueno, je, acá estamos.
 
Mi representante en República Checa hablaba español. Pero sabía tantos idiomas que a veces me llamaba y quizás venía de hablar con uno en alemán. Y me decía todo en alemán a mí. Yo: “Pará, pará, soy Leandro, no te entiendo nada”. Ahí retomaba en castellano cinco palabras y después volvía al alemán.

En general duermo bien después de los partidos. Después de tantos años, te vas acostumbrando a desenchufarte. Igual todavía cuesta. El otro día con Central, que la tiré para el otro lado y vino el gol de ellos, me quedé mal, preocupado.

El hockey es potencia. Por lejos, en República Checa es el deporte más popular y potencia a nivel mundial. En la calle, los ven jugar al hockey. Y en invierno, van al lago congelado. Yo los veía a los pibitos y pensaba: “Estos están todos locos”.

Cuando estás solo es más fácil, agarrás la mochila, cerrás la llave de la casa que te dieron y te vas. Con la familia ya es más difícil.

Con los chicos de Chicago todavía tengo muy buena relación. Con los de la 74 nos juntamos seguido. Salimos campeones invictos en 5ta, en 4ta y en Reserva y teníamos un lindo grupo. Algunos se fueron, otros quedaron libres, en Primera llegué a jugar sólo yo.

Volví a Tigre porque sentía que me necesitaba, y en Estudiantes quizás no iba a tener tantas posibilidades de jugar. Ahí lo que digo del destino: terminé peleando el campeonato con Tigre. Estuvimos muy cerquita de lograrlo.

Tigre me hace acordar a Napoli con el tema de ir a la cancha en moto. Para ir a jugar con Chacarita, nos seguían en caravana. Quizás les toca jugar en Racing y van todos igual, y por la Panamericana ves chicos con un scooter 50, que se les van quedando, pero siguen igual, lo dejan tirado y se suben al de atrás. Impresionante.

En República Checa no la entendieron nunca. Allá hay un nombre y un apellido, basta, nada más. Y veían Leandro Hernán Lazzaro Liuni y se hacían unos líos bárbaros. Me decían Leandro Liuni, Hernán Lazzaro… La vez que me dieron la camiseta con mi nombre por primera vez, para jugar la UEFA, la doy vuelta y veo que decía “Liuni”. “No, pero cómo Liuni, yo soy Lazzaro”, les digo. Y ellos: “No, no, vos te llamás Leandro Hernán Lazzaro, y el apellido Liuni, ¿no es así?”. Ya las habían vendido, en la cancha había varios con esa.

Una vez estábamos todos comiendo en casa, sentimos algo raro, y después se cayó el vaso de coca de mi hija. “Azul, tiraste la coca…”, le dije. Y ella se quedó: “Papá, yo no tiré nada”. “Pero cómo, mirá, no ves que se ca…”. Ahí se empezó a mover todo mal y se cortó toda la luz. Salimos corriendo en pijama para afuera, pero en realidad ya era tarde. Si el edificio se caía, se caía en ese momento. A la primera señal, como fue la de la coca, ya tenés que haber salido, porque no te da tiempo a nada.

Terminé volviendo porque mi hija ya no quería estar más en Italia. Y acá estaban todos los equipos ya completos. Hablé con la gente de Chicago, de Platense, de Chacarita y con Caruso. Todos tenían el cupo completo, faltaba una semana para empezar el campeonato. Pero Caruso me hizo el favor, aunque en Tigre había 7 delanteros y 29 jugadores. “Venite y vemos qué hacemos”, me dijo. Le dije que el sueldo no era lo importante, que era para tirar hasta diciembre aunque sea. Debuté en la fecha 8, con Unión. Entré e hice el gol. A la siguiente fecha, jugué de titular e hice un gol. Y ahí arrancó la cosa.

En los últimos años tuve como 18 mudanzas. Te estresa, pero también psicológicamente te va quedando eso de moverte, de buscar otras cosas, renovarte. Ahora hace 3 años que estoy en la misma casa y ya me quiero mudar.

Por Martín Mazur/ Fotos: Jorge Dominelli.

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