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La Gran Willy, retrato de un grande

Repasamos una nota de 2002 cuando Guillermo Vilas pasó por Buenos Aires y habló de su vida, sus rencores, sus pasiones y de cómo llevaba los 50 años.

Por Redacción EG ·

14 de agosto de 2009



AHORA ESTA DE MODA EL VALE TODO, me dice. Entonces aclara que no está hablando de la sociedad en general, que se refiere al Vale Todo como espectáculo. “Lo vi por la televisión en los Estados Unidos y me compré todos los videos que había. Hace poco fuimos a ver uno en Lanús, ¿no, Tony? –pregunta, dirigiéndose a Tony Pena, que termina de sentarse a la mesa–. Sí, fue en Lanús, preguntale a él, que es un fana”, dice.

Guillermo Vilas está bañado en transpiración, pues termina de jugar durante más de una hora al rayazo del sol, como lo ha hecho a lo largo de toda su vida. Tiene un pañuelo negro con pequeños motivos blancos que usa como una vincha. Tiene una remera negra con una inscripción que dice Topper en el pecho. Tiene shorts negros. O sea que está vestido igual que hace casi un mes, cuando primero nos dijo “no doy notas”, para decir al ratito que “igual no voy a estar en el país, porque viajo en dos días” y para concluir con un “dame tu tarjeta, estás en la lista después de Goycochea: si puedo, hacemos la interviú”.

Tony Pena está entusiasmado porque, según él, el Vale Todo es un espectáculo tremendo, en donde, obvio, vale todo. “Un boxeador en serio duró 20 segundos, porque esto es otra cosa –dice Tony Pena–, está prohibido morder, por ejemplo”.
Imagen GANADOR. En su carrera ganó 62 títulos en singles y 16 en dobles.
GANADOR. En su carrera ganó 62 títulos en singles y 16 en dobles.








“Esto es moderno –dice Vilas–, muy moderno. Las peleas de boxeo eran cuestión de honor, pero en la calle te agarra un tipo sin reglas y te mata, entonces se volvió todo un despelote. Ojo, que hay que tener escuela también, no creas, ¿eh? Además, vos sabés, a mí me gusta mucho el boxeo, muchísimo, pero esto es otra cosa. Corre la adrenalina por todos lados y hay que contener a la gente, la gente se pone muy loca con eso. Vi peleas fantásticas, de verdad. Hace poco vi una nota sobre eso en ese programa, ¿cómo se llama? Doc Punto o...”

–“Punto Doc”, confirma Pena.
–Ah, sí, bueno, pero había cosas que no estaban bien, llamé al canal para opinar, pero no me dieron bola.

–A lo mejor cuando decís que habla Guillermo Vilas el que atiende no te cree.
–Ah, eso es cierto: un día llamé a mi tía Rola, y como no atendió ella un tipo me dijo: “Andá a cagar, qué vas a ser Vilas vos”. Hasta que llamaron a mi tía y entonces me creyeron. Pobre tía, ya murió.

–Cuando llamaste a casa diciendo que era para arreglar la nota confieso que supe que no era una broma porque dijiste “interviú”.
–Es cierto, muchos me preguntan lo mismo: ¿sos vos? ¿Ves? –muestra un pequeño celular plateado–, lo atiendo yo, no tengo secretario, nada. En una época me acompañaba Tiriac...

–Pero era otra cosa, digo. Un profesional.
–Eso, Tiriac era el profesional.

–No pensé que fueras a llamar personalmente.
–Pero yo te dije que te iba a llamar, te dije que estaban Goycochea y vos. Ah, y el lunes tengo que ver a Luis Hernández (Lucho, para todos, histórico cronista de tenis de El Gráfico). Bueno, bah, le di una nota a Salata (por Guillermo Salatino, otro especialista histórico), aunque fue porque tenía que viajar y no tenía más tiempo, pero yo te dije que te la daba...

TODO EMPEZO EL MIERCOLES 4 de diciembre. Fuimos al Vilas Racket Club para concertar una nota. Estaba en la terraza del bar, haciendo sociales. Al otro día lo agasajaban por sus 25 años como mejor del mundo. No fue, por cierto, el momento más cómodo. Estaba ligeramente tensionado. “No va a funcionar –dijo, refiriéndose a la fiesta–, estamos en la Argentina.”
–A veces pienso que ciertas empresas no me quieren –dice ahora, mientras le sirve Coca-Cola a su pareja tailandesa, que lee un libro en su idioma natal, que abandonará dentro de un rato para irse a cortar el pasto con el jardinero del club–. Siento que no me quieren. A ver, ¿alguna vez me escuchaste hacer comentarios de tenis por radio o por televisión?

–No, bah, no que yo me acuerde.
–¿Y no te preguntaste por qué?

–No, si me preguntas, yo... es raro, pero...
–Me ofreció ESPN, pero yo recién largaba el tenis, estaba muy pirucho entonces. No podía. Tardé mucho en volver a jugar, en volver a una cancha.

–Bueno, ¿y por qué no te dieron trabajo en la tele?
–No sé, averiguá, no me quieren.

–¿No será que, a lo mejor, sos muy caro?
–Para saber si soy caro tenés que preguntar, ¿no?

–¿Y qué hacés ahora?
–Ahora estoy con la música. Y mis cosas. Tomo mis cosas y las guardo. Estoy armando mi museo; estoy verificando todas mis cosas. Voy clasificando mis videos. Tengo todo. La ropa, las botas blancas de la época de la disco, todo, estoy armando mi museo.

–Si tendrás cosas...
–Tengo muchas, muchas. Vos sabés: el tenis es mundial. Yo no dependo de la venia de nadie. Adonde voy puedo ir al palco de honor. Los que ganamos los grandes torneos podemos ir ahí, somos dueños del torneo de por vida. Yo gané como 7 veces el Río de la Plata y, sin embargo, acá es distinto.

–¿Cómo es lo del museo?
–Yo en mi casa tengo tres habitaciones con cosas. Tengo un montón de cosas en dos piezas. Me mandaron videos de súper 8, me han mandado raquetas viejas, pero me quedan pocas.

–O sea que vivís acá.
–¿En dónde querés que viva? Todo el mundo dice que vivo afuera.

–Es que da la sensación de que vivís afuera. Vos mismo me dijiste que te ibas hace tres semanas.
–Es cierto, pero vivo acá. Hubo un tiempo en el que te aplicaban una pena económica si vivías acá. No era cuestión de impuestos, porque he pagado más impuestos afuera que adentro. Bueno, el asunto es que vivo acá. Y de acá me afanaron, ¿sabés cuántas? 600 raquetas. Yo sólo tiré dos raquetas en mi vida, una cuando gané el Abierto de los Estados Unidos, que se la tiré a la tribuna, y otra en el campeonato de Maestros. Siempre guardé las demás, eran 600. Y me las afanaron. Creo que ahora me quedan 30.

–¿Y cómo se hace para afanar 600 raquetas? Necesitás un container.
–Sí, pero si ponés un camión y afanás varias por día, listo.

–¿Y adónde te vas a ir ahora?
–No sé, no sé adónde.

–¿Cómo no sabés?
–Bueno, bah, sí, sé: me voy a Bangkok; no, mejor dicho: me voy a Bangkok, aunque primero paso por París. Será en unas dos semanas.

–O sea que decís que vivís acá, pero...
–Sí, pero pensá que hay lógica en la triangulación: Buenos Aires, de ahí a París y después Bangkok, queda todo en camino.

–A ver, ¿dónde tenés departamentos?
–Tengo uno en Nueva York desde hace dos años. Y otro en París, que es muy chiquito. Y uno en Montecarlo. Pero ojo, a mí me gustan las culturas, esa es la historia; yo adonde voy vivo como vive la gente de ese país, de esa cultura, soy el Perfecto Viajero.

–¿De dónde venías cuando llegaste acá?
–Venía de Miami, estuve un mes.




Imagen US OPEN. Levantando el trofeo en 1977, cuando se impuso en la final a Jimmy Connors.
US OPEN. Levantando el trofeo en 1977, cuando se impuso en la final a Jimmy Connors.












NO ES TAN FACIL COMO PARECE TOMAR APUNTES Y SEGUIRLE EL RITMO. La amiga tailandesa arregla el jardín, Vilas bebe agua con gas, Tony Pena se mudó de mesa, el celular casi no suena. Por suerte, en el comedor hay aire acondicionado.

–¿Cómo ves el país?
–Aaah, los argentinos... Antes había un tipo que hablaba y listo. Si los partidos no se unen... Son como los presidentes de los clubes de tenis, ¿entendés? Si no se unen y entienden a la gente, sonamos. A la libertad no hay que decirla, hay que emplearla. Si vos usás mal la libertad... si usás tu libertad para hacer macanas y no vas preso, no hay armonía, ¿entendés? Si la democracia se convierte en un viva la Pepa, estamos listos. Si la gente, los partidos, no tienen un líder que los represente, todo se convierte en una lucha de perros. El tema es que con los que hay no hay demasiado para elegir, entonces no es democrático. Hace falta buena gente, buenas ondas, buenas intenciones.

–¿Te meterías en política?
–No, acá no te podés meter, acá el que viene se queda, se agarra y no se va más. En los Estados Unidos los líderes de los partidos no se pueden presentar de nuevo. Hubo muy pocos casos, Nixon, Roosevelt, pero fueron pocos, muy pocos. Allá las provincias son muy importantes, ¿entendés? Y son independientes. Hay provincias como California, que soy muy fuertes. De ahí salieron Nixon o Reagan, en cambio de acá, de Buenos Aires, históricamente nunca salió uno. Viene un ilustre desconocido que habla para que vos le creas, o sea, miente. Vienen del interior, de provincias chicas, y vienen y te mienten. ¿Dónde carajo está?

Mientras habla, busca en unas bolsitas de nailon. En las bolsitas, transparentes, hay papeles, muchos papeles. Ha buscado en el bolso grande, en la cartera de la chica tailandesa, ahora busca en las bolsitas. “¿No será esto?”, preguntamos, poniéndole la punta del índice derecho en una cajita de Skoal que se ve entre los papeles.
–Sí, es esto –dice.
Skoal es un tabaco de mascar que viene en latitas redondas y que usan mucho los beisbolistas. Esta se llama Wintergreen y tiene sabor a menta. Abre la cajita, saca un poco.
–Esta es buena, no hace falta escupir ni nada –revela–. Se pone un poco en la encía superior. ¿Ves? Así queda y listo. Esta es nueva; yo uso el tabaco de Suecia, es muy bueno. La otra vez llamé al presidente de Head, que es una compañía sueca, y le dije: “Loco, mandame más”. El me mandaba mucho de Inglaterra. Es muy bueno.

–¿Te tranquiliza o... ?
–Yo soy muy tranquilo, muy tranquilo. Parezco nervioso, pero soy tranquilo; cuando jugás quedás del tomate, cuando jugás estás muy acelerado; aunque no ahora, soy una computadora con 64 k; soy muy ordenado, será la vejez, pero ¿ves? Pongo todo en bolsitas y me ordeno todo lo que tengo que hacer.

–Y supongo que te gusta estar solo...
–Sí, no me gusta que me rompan las bolas, necesito estar solo; no es soledad, que es otra cosa.

–¿Leés mucho?
–Soy de consultar, mi padre era igual. Consulto muchos libros. Consulto mucho. Como los videos: tengo muchos videos. Tengo como 3.000 videos, y de ésos tendré unos 30 de boxeo. Guardo todo.

–Me imagino que cuando eras chico y desinformado...
–Nunca fui desinformado, leo kilos de información, siempre me informé. Descubrí que hay gente ilustrada en el mundo, súper bochos que intercambian la gran información para que no se pierda.

Imagen WILLY. Le gusta la lectura, el boxeo y hasta incursionó en la música.
WILLY. Le gusta la lectura, el boxeo y hasta incursionó en la música.




























TUVE GENTE A MI ALREDEDOR como Federico Peralta Ramos, a quien traté muchas veces. O Tony (por Pena), o Justo Urquiza, o Julio Romero. Y estuve con Guillermo Mordillo, hablo mucho con él. Hablo en francés, en inglés, en portugués y en italiano, claro.
Me gusta guardar papeles, me gusta guardar revistas. Vivo informándome y a veces siento que Internet es muy lenta cuando todo hoy es veloz, rápido.  Por ejemplo mirá el diccionario de Clarín: es lento, es aburrido. Yo vivo deduciendo cosas nuevas, ideas nuevas. No soy del tipo que lee novelas, porque ésa tampoco es mi manera de escribir y, encima, si leo, después me adapto a ellos y copio estilos. Ese fue un toque de atención que tuve hace muchos años. Leo a uno y me le parezco.

–¿Publicaste mucho?
–Nunca tuve entrada para publicar mis libros ni para editar mi música. Mirá, Picasso era muy inteligente: fue visitando a todos sus amigos en Francia, a todos los artistas, y fue captando la esencia de esos estilos. Picasso vivía informándose, y yo hago lo mismo; sé captar las esencias. A mí me pasó igual que a Picasso: si veía a Borg, le sacaba la esencia; lo mismo me pasa con Gibran o Krishnamurti, me encantan esas cosas. Me gusta escribir. Entonces tomo notas, voy uniendo los ingredientes, voy creciendo a medida que veo y escucho.

–¿Ficción?
–No, ficción nada, aunque hice un par de cuentos, pero nada más. A veces, cuando veo la tele, se me ocurre algo, pero veo poco la tele, aunque, eso sí, me veo como dos películas por día, ando siempre con un papel y un lápiz. Anoto todo. Y después lo meto en estas bolsitas.

–Pero... vos publicaste.
–Sí, un libro. Y también hice un CD. ¿Sabés qué?

–No.
–Me lo tuve que pagar yo. El disco lo pagué yo.

–Con El Gráfico hiciste un libro: “Cómo soy y cómo juego”.
–Sí, ¿ves? Tenés razón. Pero cuando hice el disco lo pagué, lo entregué para que lo repartieran y el tipo no los quiso repartir, tengo pilas en mi casa, ahí quedaron. Yo tuve tipos como Felipe Locícero. El hizo un CD. Creo que es el problema cultural en la Argentina; es un país que no tiene casi cultura, hace falta un gran movimiento. En los Estados Unidos hay un sistema que se llama Preservación de la Cultura: vos vas y dejás tu obra, te graban un video y dejás tu obra. Yo encontré cosas de Leal Belly, un gran blusero, o de Ronnie Woods, o de Jimmy Reed, o Keith Richards. Hay una librería, Barnes & Noble, donde encontrás cosas increíbles. Por eso veo mucho Biography o History Channel, porque aparecen cosas increíbles. Ellos guardan todo, ¿ves? Acá es al revés. Yo hice mi CD, tuve que hacer mi sello, que se llamó GV, porque si no tenés un sello tampoco podés editar; les llevé los 5.000 compacts para que los distribuyeran y ni siquiera lo hicieron. Mirá, acá no se guarda nada. Una vez en París encontré una grabación de Borges. Imaginate, Borges hablando en francés. Increíble. En cambio aquí no agarraron mis CD.

–Mencionás seguido a Borges.
–Ah, sí. Un día me cagó, le preguntaron qué opinaba de mí y preguntó si mi apellido se escribía con “s” o sin “s”; era casi como ignorarme, porque yo estaba en mi mejor momento. Aunque la pregunta no estaba mal, porque con “s” el apellido es español. Si hubiera sido sin “s” sería italiano.

–¿Conociste a Borges?
–Sí, pero nunca le hablé. Lo conocí en el hotel Dorá.

–El de Mar del Plata.
–No, el de Buenos Aires, el de Maipú 453. En parte, yo me crié ahí; yo era un chico e iba con mis viejos. Ellos no sabían que yo viví toda la movida que había por allí, estaba el Bar Moderno (Maipú y Charcas) donde se hablaba de la izquierda, se hablaba de Marcuse, de Mao. Yo iba al Instituto Di Tella. Yo conocí a Federico Peralta Ramos. Dicen que un día puso una vaca en la puerta del Instituto Di Tella (una galería que aún existe en Florida entre Paraguay y Charcas y en donde se venden artículos de cuero para turistas...); eran las épocas de Marta Minujin, de los happenings. Federico Peralta Ramos, un tipo extraordinario. Una vez le dieron un premio y para festejarlo armó un happening: hizo una fiesta e invitó a varias parejas de casados y enfrente ¡les puso a los amantes de cada uno! Lo de la vaca fue bárbaro, aunque yo no lo vi. Federico Peralta Ramos se murió justo cuando se murió mi viejo. Tenía un sistema bárbaro. Si tenés frío en invierno, ¿qué hacés? Te sacás la ropa y te acostás, seguís teniendo frío. No, él me enseñó que no: te metés vestido, con zapatos y todo, y a los quince minutos estás perfecto.

–O sea que viviste de pibe una época extraordinaria.
–Claro, mi viejo era admirador de Cabalén, que era todo un señor. Borges, que era un cajetilla, tomaba su copetín o un té en el hotel Dorá y yo lo veía. Esa zona era bárbara. Al Moderno iba el colombiano, el barbudo...

–Gabriel García Márquez.
–Sí, claro, era ahí. En la galería, del lado que da a Maipú, y al lado del Dorá, había uno que te sacaba fotos y las hacía con el color que te gustaba, te hacía fotos todas azules, por ejemplo. Estaba El Agujerito, un lugar de música donde encontrabas las cosas más raras que venían de afuera. Y había picacobres que te hacían pulseras. A los 18 años le di mi primera poesía a un librero de esa galería (creo que la librería se llamaba “Mi Ciudad”) y me dijo: “Es muy buena, siento mucho frío cuando la leo”.

–¿La tenés?
–¿A la poesía?, claro, la tengo.

–Admirás a Borges...
–Es el personaje. Acá en la Argentina te dicen “¿viste la última de Kurosawa?” Y nadie la vio, hablan de cosas que no ven. Mira yo fui al Hotel L’Hotel por una sola razón: ahí vivió Oscar Wilde. Borges también. ¿Viste esa foto de la Cruz del Sur, de Borges mirando el cielo? La hizo Pepe Fernández ahí. Yo iba a ver la pieza de Oscar Wilde. Yo iba a un cementerio a ver a Jim Morrison, a Isadora Duncan...

–¿A qué cementerio?
–No sé, es uno... pero la puta, no me acuerdo: está derechito de donde tengo el departamento, en la avenida Foch.

–Debés conocer París mejor que Buenos Aires.
–No sé, de París conozco algo, paré en el Barrio Latino, ahí está la casa donde vivió Rimbaud... ¿Cómo se llama la calle? (Le pregunta a la joven tailandesa, odia olvidarse nombres y se los olvida seguido.)... ¿Cómo se llamaba? ¡Ah, sí, me acordé! Rue Bussy, donde está Les Deux Magots.

–Si te habrás tomado cafés ahí... ¿y en el café De Fiori?
–Sí, claro, ahí paraban todos los grandes. Es más: estuve en la Bodeguita, en Cuba, donde paraba Hemingway. Me llevaron a una isla secreta que tenía Hemingway, hay que esperar a que baje la marea y podés ir caminando, era su lugar secreto. Bueno, así me dijeron allá…

HABLA COMO CUANDO JUGABA. Corre todas las pelotas. Cambia los ángulos. Pega –responde– con efectos. Eso sin contar que está tan entrenado para las interviús como para entrar en el court. Una llamada telefónica cortará la charla unos minutos. Y el tema, vaya a saber por qué, se va para otro lado.
–Encontré un DAT (Digital Audio Tape) que toqué con Pappo y el batero de Riff (Michel Peyronel): canté con ellos dos o tres veces. ¿Sabés que no me acuerdo cómo se llamaba el cementerio de París? ¿Será la vejez? Tony se acuerda, a ver...
Tony, que ha vuelto a la mesa, no se acuerda. Le muestra, en cambio, un video de Althea Gibson, la primera ganadora negra de Wimbledon.
–Fijate que esta mujer, cuando jugaba el US Open, se tenía que cambiar en la cocina, dice.
Tony Pena se ríe de nuestro diálogo desordenado. Son muy amigos. Empezaron cuando tenían 15 años, allá por 1968.
–Dejame que ésta la cuente yo –pide. Y Guillermo accede.
–Fuimos a España, yo tenía 17 años y él 18 –relata.
–Sí, le gusta decir que es más joven que yo –agrega Vilas.
–Sí, un año. Bueno, teníamos 6 días de entrenamiento por semana, llegábamos muertos. El único día libre que tenemos me dice: “Vamos a la Alhambra, que quizás no volvemos nunca más”. El tipo éste –dice Tony, y lo señala con el dedo– era y es incansable, el día franco se levantaba a las 6 de la mañana para ver cosas que a lo mejor no veía más.
–Sí, y te llevé a Marruecos, al Bazar, y te llevé a un montón de lados –se ríe Vilas.

–¿Qué lugares del mundo no conocés?
–Qué sé yo. ¿Vos decís que no conozco y me gustaría ir?

–Por ejemplo.
–A ver... Etiopía... Bora Bora... ¡Ah, esperá, me acordé del cementerio donde está Morrison! Père Lachaise, lo que pasa es que yo hago asociaciones, ¿entendés? Entonces me salía Le Marais, pero no era... Bueno, a ver: me gustaría ir a un lugar que se llama Pipi Island (todavía no sabemos si es una broma al cronista o no, pero lo dice muy serio) y tampoco conozco... a ver... Noronha, una isla de Brasil.

–Me hablaste de París. Deberás conocer muy bien Nueva York.
–Sí, claro.

–¿Adónde vas ahí?
–Y... al Soho. ¿Sabés por qué se llama así?

–No.
–Bueno, Nueva York fue colonizada por los holandeses. Entonces ellos tienen una calle que se llama Houston, pero que no se pronuncia como en inglés (jiúston) sino “jaúston”. Y Soho significa o al South of Houston o al North of Houston, ¿entendés? Ahí paro yo.

–¿Qué sentiste cuando atentaron contra las Torres Gemelas?
–Yo estaba en Roland Garros, entrenando con Pioline y otros. Nos fuimos a verlo en una tele. No sentí nada. Miré eso y me fui a mi casa. Me hice de comer. Me encerré en el living. Eran algo así como las dos de la tarde, por la diferencia horaria. Yo tengo un televisorcito en el balcón. Sabía que el mundo iba a cambiar. La democracia es libertad, pero, a veces, se puede usar para el bien o para el mal. La ley protege al criminal. En todo el mundo la gente lee la ley para ver hasta dónde puede llegar. Por eso no siempre hay justicia. La ley se aplica para condenar al inocente. ¿No viste que se dice que es mejor un mal arreglo que un buen juicio? La gente se debe cuidar mucho. La ley no protege a uno contra otro. Generalmente, pierde el honesto. Uno tiene que demostrar que es inocente. Hay que tratar de que la identidad propia no se pierda por este tipo de temores. Mi casa es como Disneylandia, un mundo fantasioso, donde todo es para adentro. Mirá, te cuento un cuento real.

–A ver.
–Mirá cómo la gente se acuerda de Dios. Un día en Punta del Este me encuentro a un bañero que estaba vendiendo loterías. ¿Te acordás de mí?, me pregunta. Sí, le digo. ¿Qué hacés ahora? Un día salvé a un tipo que se estaba ahogando en La Brava, me dice. Fue difícil, hasta tuve que darle una piña para desmayarlo. El tipo se reanima y empieza a gritar que tuvo suerte, que se había sacado la lotería, que había nacido de nuevo, se gastó un montón de guita en la lotería y casi ni me dio las gracias, ¡Entonces largué todo y me puse a vender lotería!

–...
–El tipo decía: “Es mi suerte”, pero el que lo había salvado era otro. Acá pasan cosas así. En la Argentina se odian las cosas que más se aman, porque les deben traer malos recuerdos: es volver al propio infierno. La constante de un ser humano es su propio ser. Acá dicen que Milanesio es el Vilas del básquet, pero es un des-homenaje, porque él es él, y yo soy yo, punto. Por eso protejo tanto mis cosas. Mis cosas. ¿Sabés qué fue mi primer sonajero?

–No.
–Una raqueta de tenis azul. ¿Y sabés que cuando gané mi primer Roland Garros yo usé una raqueta azul? Guardo mi primer equipo de video, mi primera heladera, de 1969, con los burletes y todo.

–¿Y los walkman?
–Sí, claro, andaba con ellos todo el tiempo. Me acuerdo de que venía de Miami a Buenos Aires y escuchaba un disco que de un lado tenía a Hendrix roqueando “Can you see me”. Guardo todo. Mi vieja es igual, ella también guarda todo: por eso pudo traerme mi primer sonajero. ¿Sabés qué tengo? Tengo los zuecos, yo andaba mucho con esos zuecos. Me dolía mucho la espalda y los usaba porque eran ortopédicos. Compré mi primer auto, un MG, y todavía lo tengo. Con él conocí a Perón.

–A ver...
–Yo venía con el auto por Cabildo, que fue la primera que tuvo onda verde: podías ir sin parar un montón de cuadras con todos los semáforos en verde. Y en eso se me sale la rosca; y se me sale la goma del auto, que era toda de rayos. Todo un lío. La rosca quedó como dos semáforos para atrás. Y la goma siguió corriendo como dos semáforos para adelante. Paré y pensé: “La rosca es más jodida de conseguir”. Así que primero busqué la rosca –que además había que encontrarla porque era chiquita– y después agarré la goma. Estoy con el crique y, en eso, aparece un auto y un tipo. Yo estaba cerca de la casa de la calle Gaspar Campos. Apareció Perón por la ventanilla y me preguntó: –¿Qué te pasó, hijo?

Imagen COPA DAVIS. Festejo en Buenos Aires tras un triunfo en la Davis.
COPA DAVIS. Festejo en Buenos Aires tras un triunfo en la Davis.
























































HAY UN TEMA A INSTALAR, UNA NEGOCIACION sutil que arrancamos en cuanto se descuida o, mejor dicho: en cuanto él hace una pausa, porque no se descuida nunca. Saluda a alguien, y con Alejandro Chaskielberg hablamos de un tema clave. Las fotos. “¿No me hiciste fotos mientras jugaba?”, pregunta. La respuesta es no. Que las únicas fotos que valen son las que podemos obtener en su casa, sabiendo que la respuesta también será no, en mi casa no, mi casa no. Retroceso elegante:

–¿Fue la única vez que trataste a Perón?
–No, un día estuvimos con Reutemann. Había mucha gente y entró el General. “Como nadie dice nada, saludo yo”, arrancó. Y después lo agarró a Reutemann y lo cargó: “La próxima vez comprate nafta, hijo”, le dijo. A Perón le gustaba el básquet.
Como las frases van y vienen, también los temas. Dice que “este país no tiene la historia que debería. Imaginate si yo fuera paraguayo o De Vicenzo, de Bolivia; yo sería el más grande de Paraguay, y don Roberto, de Bolivia; pero como no nos drogamos aquí da todo igual”.

–Bueno, ya cumpliste 50 años. ¿Cómo convivís con ellos?
–Envejecer es una cagada, pero yo no siento nada. Estoy fenómeno. La que envejeció bien fue Tita Merello; vi cómo la aplaudían en el cementerio, hasta bailaron unos tangos, eso es un signo de salud, un tributo en serio, hasta un soldado patricio tocó silencio. Ella era impagable. Era una barrera contra las caras de orto. Un día apareció en la tele, mostró una pierna y dijo “imagínese lo que era a los 20...”.

Cuenta que los amigos toman lo que les sirve. Y dice que a veces recibe de ellos los peores regalos. “Odio los pulóveres, no aguanto los pulóveres y de vez en cuando alguien me regala uno.” Cuenta que su tía Rola amaba los jazmines. “Un día me dijo: tenés mil camisas negras, ahora te voy a regalar otra. Y la pegó, era hermosa, ahora me visto mucho de negro, me gusta ¿entendés?”

–¿Y de dónde era la camisa?
–De Ona Sáez.

Admite que no le gustan los reportajes porque, entre otras cosas, a veces los periodistas no escuchan con atención lo que dice.
–Por ahí creen que lo de mi gusto por lo oriental es verdura para hacerme el distinto y no es así. A propósito: hay un monumento a Khalil Gibran en la calle República de la India...

–Por ahí vivía Bonavena, cerca del Botánico.
–No, entonces no... cerca de Gelly y Obes, donde estaba Canal 9.

–Hablando de boxeadores... contame de Monzón.
–Un día me crucé con él, estaba entrenando, creo que tenía que pelear con Valdez. Le pregunté cómo andaba y me dijo: “Me estoy entrenando para que no me mate”. Una vez, en una fiesta de los Olimpia, yo estaba nervioso, porque pensaba que a lo mejor ganaba el de oro. El estaba sentado a mi lado, tenía un yeso porque había sufrido un choque y no va y me dice: “No digas boludeces, lo vas a ganar vos”; y me dio un manotazo con el yeso, me rompió el brazo y tuve que levantar el Olimpia con la derecha. Ojo, era muy inteligente. Sabía responder. Un día lo encontré y le pregunté si era cierto que iba a dejar de boxear, si era cierto que había largado. Entonces mostrándome el cigarrillo me dijo: ¿No ves que estoy fumando?

–Era leonino, como vos: él, del 7 de agosto, vos del 17.
–¿Ah sí? Somos un montón: Wilander, Sampras, Laver, Connors, que es del 17 de agosto como yo. ¿Así que también Monzón?

–Hablame de Lectoure.
–Yo jugué en el Luna Park. Y, cada vez que lo veo, le digo a Tito que tiene que volver a hacer boxeo, y él me mira y se sonríe, no dice nada...

–Estás hablando en tiempo presente.
–Sí, claro.

–¿No sabías entonces?
–¿Qué?

–Tito Lectoure... murió, fue el primero de marzo.
–¿En serio? Yo debería estar en Tailandia, por la fecha... ¡Qué cosa! No sé por qué en lugar de mandarme tantas boludeces por Internet, no me cuentan las noticias importantes. La verdad, me cuesta creerlo... Era joven.

–Sí, 65 años.
–Sí, era joven...
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Hay que cambiar el tema. Así que le tiramos el nombre de Galíndez. Cuenta que una vez se encontró con él en un boliche de Bariloche.
–Yo estaba abajo, eran como siete pisos, en un lugar que se llama Grisú o algo así. Y él bajó los siete pisos nada más que para saludarme. Así que cuando se retiró le mandé una carta; le escribí que no tenía que retirarse tan pronto, que todavía había cosas para hacer. Y él volvió y lo dijo: “Volví porque Vilas me escribió una carta”.

–¿Viste boxeo en Las Vegas?
–Poco, iba al Showboat, que es un casino chico. Yo jugué en el MGM, ¿sabés? Como me gusta calcular todo, cambié 100 dólares en moneditas de 25 centavos y probé cuánto tiempo se podía estar jugando en todas las máquinas: empleé una hora con 45 minutos, hasta que se acabaron.

–Es curioso, tenés memoria para estas cosas y a veces te olvidás de otras más cotidianas. ¿Sabés qué día es hoy?
–No... a ver... jueves; no, viernes. ¡Qué sé yo! Un día me olvidé de mi cumpleaños, y en cambio me acuerdo de que gané el Abierto de los Estados Unidos el 11 de septiembre. Yo no memorizo como un loro.

–Eso puede ser. Cuando te vimos haciendo una clínica de tu escuela, en el Cenard, notamos que a cada pibe le preguntabas la fecha de nacimiento, pero enseguida preguntabas en qué mes estamos.
–Lo del mes es para saber el signo, los de Leo, como yo, los de Virgo, los de Cáncer, son los mejores.

–Pero preguntabas en qué mes estamos.
–Porque me pasa. Hago asociación de ideas, no memorizo. Hay una parte del Himno que no la sé. A veces no sé dónde estoy. Pero soy ordenado. Anoto todo en papelitos y los pongo en un escritorio en mi casa, ya te voy a mostrar (15-0: dio por entendido que iremos a su casa), y después los guardo en bolsitas. Cuando viajo, agarro las bolsitas y tengo todo adentro, está todo muy ordenado.
Está llegando la hora de ir a casa. Phiang Phathu le da palmadas fuertes en el hombro.

–¿Dónde la conociste?
–En Bangkok. Estaba comiendo una gallina hervida y apareció ella, de esto hará un año más o menos.

–¿Te cuidás con la comida?
–Siempre me cuidé.

–¿Cuánto pesas ahora, por ejemplo?
–No sé.

–¿Cuánto pesabas en el 77?
–Unos 71,700. Cuando mi padre estuvo internado y yo estaba en Las Vegas aumenté como diez kilos. Me pasé comiendo ananá como tres semanas y bajé, pero ojo: ese tipo de regímenes hay que hacerlos con cuidado.

Dice que vio la película Memento como 700 veces, que Wayne’s World sólo 4 o 5, que le encantó Una Mente Brillante, que le gustó Mad Max y admite, casi con candidez, que nunca vio Scarface, con Al Pacino. “No puede ser”, le dice Ariel Ruiz, uno de sus amigos. “Bueno –responde–, pero no la vi.”
Cuenta que cuando su padre estaba en coma, él le hablaba bajito diciéndole que iban a ir juntos a París. “No le decía, dale papá, ponete bien, como una orden. Le hablaba despacio. Hasta el médico lloraba. Un día mi padre se despertó y le dijo: ‘Estoy en París’. O sea que, estando en coma –no sé qué mierda de número, hay muchos números para el estado de coma– él me escuchaba, yo le hablaba y le subían las pulsa

Un reconocimiento merecido

A 25 años de su mejor temporada y después de ser agasajado en Francia y en los Estados Unidos, Vilas tuvo su fiesta en Buenos Aires. Le molestó que se pensara que organizó su propia celebración, pero terminó gozando.

En los días previos al homenaje que le hicieron en su club, el Vilas Racket, en diciembre, por los 25 años de su mejor temporada profesional, Guillermo estaba nervioso. Tenía miedo de que algo saliera mal. Ahora  sólo tiene buenos recuerdos para la fiesta que le hicieron.
Todo salió bien. Los mejores tenistas argentinos del momento estuvieron ahí y hasta Gabriela Sabatini pasó a saludarlo y conversó un rato con él.
–Un día antes estaba tenso, porque pensé que no iba a estar bien, además tenía miedo de que pensaran que lo estaba organizando yo. Que Maradona se haga su propio partido está bien, pero: ¿no es importante el que le hagan? ¿Acaso tenés que morirte para que te reconozcan? A Tita Merello nunca le dieron un Martín Fierro. En los Estados Unidos, cuando es así, te lo dan como un reconocimiento especial. Acá es distinto. Tener un Olimpia de Oro no es nada, es casi insignificante. Yo gané, no uno, tres de oro, pensé que era un toque de distinción, pero no sirvió para nada. Fijate si no lo que pasó cuando hubo que elegir el Olimpia de Platino... Acá me eligieron embajador de la carne, pero cuando hubo que elegir una embajadora de los Juegos Olímpicos la eligieron a Mirta Massa. Borg me llamó por teléfono para preguntarme qué había ganado Massa. Yo puedo ser un referente, pero no te toman como una referencia. Acá te putean en público y después te llaman para pedirte disculpas en privado, como cuando firmaron la solicitada por la Copa Davis.

–¿Sentís que te envidian?
–Creo que Ron Wood fue el que dijo que el mayor honor y el mayor halago es la envidia. Siento que puede existir una envidia sana, pero en general es de la otra. Un día tocó Pappo y vino uno a decir: “Lástima que de segunda guitarra estaba Corcho Rodríguez”. O sea, siempre ven el lado oscuro. Un día Borges dijo que como escritor yo era el número uno del ranking de tenis. Yo fui el número uno antes de la computadora, la computadora empezó después de mí; en 1978 yo tuve el récord de torneos ganados: 16. Entre abril y noviembre hubo apenas 24 semanas –sacando 4 de Copa Davis– y en tan poco tiempo gané trece finales.

por carlos irusta / foto: alejandro chaskielberg