Las Entrevistas de El Gráfico

Sebastián Blanco, el aliado de la magia

Típico producto de la factoría granate, deslumbra por la simplicidad para organizar juego. Tiene club de fans y su hobby es aconsejar a los chicos de su club de baby.

Por Redacción EG ·

12 de junio de 2009

Nota publicada en la edición de mayo de 2009.

ES UN PIBE COMÚN que se viste como un pibe común: remera, jeans y zapatillas.

Es un pibe común que vive como un pibe común: con sus viejos y sus hermanos en Lomas de Zamora, donde se crió sin privaciones ni estridencias, más o menos como Dios manda.

Es un pibe común que se mueve como un pibe común: hace la cola para pagar el ticket del estacionamiento, se trepa a un Volkswagen Fox standart y se ajusta el cinturón sabiendo que el caótico tránsito de Buenos Aires le hará fumarse una hora de trayecto para llegar a un destino que, fuera del horario pico, se haría en menos de 30 minutos...

Pero es un pibe común a quien el destino le deparó un privilegio fuera de lo común: juega al fútbol con la magia de los elegidos, es el enganche de Lanús, Maradona lo nominó para la Selección y los principales clubes de Europa ya monitorean sus actuaciones a la espera del momento justo para descerrajar la oferta que lo hará cruzar el Atlántico.

Imagen Sebastián Blanco, 21 años, debutó en Lanús en 2006.
Sebastián Blanco, 21 años, debutó en Lanús en 2006.
“No me siento famoso, sino conocido”, remarca Sebastián Blanco desde la picardía con que su sonrisa suele barnizarse cada vez que suelta una definición ocurrente. “Lo que me está sucediendo es muy raro, me cuesta caer. Trato de vivirlo con tranquilidad, siendo consciente de que la notoriedad de hoy no la voy a tener mañana. Pero al cariño de la gente hay que disfrutarlo y también respetarlo. Es un cariño que genera compromiso. Por más que estés cansado, tenés que pararte a firmar y sacarte una foto. Lo entiendo como una parte del trabajo”, remata con seriedad, la misma que irradia cuando asevera que el tránsito a la notoriedad no le recortó las alas a su vida habitual: “De chiquito tuve claro que un deportista profesional debe respetar tiempos de descanso y alimentación. Varios sábados me quedé a dormir mientras mis amigos se iban a bailar; pero me quedé convencido, sin hacerme mala sangre. Se puede salir en otros horarios, es cuestión de amoldarse para no privarse de nada”.

La mixtura de sus condiciones futbolísticas con su carita de buen chico derivó en un fenómeno de admiración que se plasmó a través de un club de fans que ya cuenta con 195 socios. “Je, sí, lo armaron dos chicas de Lanús. Ojo, es un club de fans a nivel futbolístico, no como el de Luis Miguel. Se formó hace dos años, cuando no tenía tanta exposición. Para mí, son dos locas lindas a las que se les dio por esto, pero lo tomo con satisfacción, es un reconocimiento. Y me encanta que lo integren no sólo hinchas de Lanús, sino también de otros equipos, a quienes les gusta cómo juego”.

Blanco dibujó sus primeros garabatos futboleros con la camiseta blanquiazul de 11 de Agosto, el club de baby cercano a su casa de Lomas. Entró a los 4 años y ya parecía un distinto, dominaba la pelota con una habilidad propia de un chico más grande. Y a los 9, tentado por un conocido, pisó Lanús y quedó flasheado: “Fui a ver cómo era, sin demasiadas expectativas, porque ni siquiera había competido en infantiles, pero me enganché rápido con los pibes y resulta que hoy somos seis o siete de aquel día los que estamos juntos en Primera. Parece mentira, pero pasaron 12 años, una vida”.

Blanco y Lanús crecieron de la mano en esa docena de años. “Para tener la real dimensión del desarrollo de Lanús había que estar adentro como estuvimos nosotros. Se expandió social, deportiva e institucionalmente, logró su primer título local y hoy vive su momento de mayor esplendor”, dice Seba, que supo articular la carrera futbolística con el colegio, siempre respaldado por la pasión que motorizaba su familia. “Mi mamá siempre decía que el fútbol son 22 tontos corriendo detrás de una pelota, pero hoy es una fanática tremenda”, remarca al referirse a Sandra, de profesión diseñadora de modas, casada con Alberto, corredor de cereales, y también madre de Damián y Germán, sus hermanos mayores. “Ellos me siguieron siempre, incluso por el Interior. Nunca hubiera llegado sin el impulso que me dieron”, diagnostica Blanco, que heredó la pasión de su padre, un tipo “que siempre miró fútbol de cualquier parte por la tele. Yo soy igual. Veo todo: Primera, ligas de Europa, B Nacional… Te sirve para incorporar cosas y para estudiar rivales”.

El Blanco de blazer y guardapolvo fue tan crack como el Blanco con camiseta granate. “Sin ser un traga –se ataja–, fui un muy buen alumno. Terminé la secundaria con 8,50 de promedio y jamás me llevé una materia. Me gustaba estudiar y en casa me exigían que lo hiciera, aunque mis viejos no fueron de los padres que te amenazaban con sacarte el fútbol si te iba mal en el cole. El estudio te abre la cabeza y es un trampolín para el día después, porque algo hay que hacer cuando se acabe el fútbol. Llegué a anotarme en Administración de Empresas, pero justo me tocó la primera pretemporada y no me dieron los tiempos. De puro vago, todavía no aprendí inglés, pero arranco en cualquier momento. Siempre hay tiempo para estudiar”.

Mientras repasa la época de hacer los palotes en Inferiores, no puede evitar un reconocimiento cálido hacia sus maestros. “Siempre lo nombro a Carlos Lodico, a quien tuve en los primeros cuatro años, que son claves para formar la personalidad del jugador. Pero también saqué cosas de Enrique, Acuña, Carrizo, Romero… Si sabés escuchar, todos te dejan algo, incluso los profes del baby. Y Cabrero me dio el último golpe de horno, el empujón que me faltaba para subir.” Hoy lo dice con gratitud, aunque en el trayecto le floreció alguna rabieta: “Yo estaba enloquecido por llegar a Primera, pero él me llevaba de a poco. Ahora entiendo que me subió en el momento justo, por entonces no me entraba en la cabeza. Quería jugar ya mismo. Ramón me hizo esperar más de un año y tuvo razón”.

Sin despegarse de su esencia de organizador de juego, supo navegar por otras funciones. “En infantiles me moví como volante por izquierda, y entre Reserva y Primera me amoldé a jugar por el carril y a pararme como doble cinco, pero sin perder la característica de enganche”, dice el pibe que, extrañamente, registra escasos antecedentes en las selecciones juveniles: “No jugué ningún torneo, sólo un amistoso contra Australia en el Sub 17. En mi puesto había fenómenos como Buonanotte, Formica y Papu Gómez, así que optaron por ellos”. ¿Complejo por el físico pequeño? Ni ahí. Los talentosos en pequeña escala venían avanzando en bandadas, a ritmo de aplanadora: “En Lanús teníamos un equipazo de petisitos y fuimos escalando juntos. Eso nos ayudó, además de estar en un club donde se privilegia la buena técnica. Es probable que hoy nos hubiera costado progresar, porque ahora la mayoría elige pibes altos, más preparados para soportar la fricción. Nosotros nos salvamos”.

EN REALIDAD, se salvó Lanús. Los chicos jugaron un fútbol de grandes, lo coronaron con la vuelta olímpica en el Apertura 07, reafirman la identidad a cada paso y van por más. “Que seamos todos amigos de pibes y que estemos juntos en Primera es algo espectacular. Jugar con gente que querés te da un plus. Se genera un vestuario con mucho humor y alegría, muy unido, y eso provoca que todo sea más suelto y descontracturado, tanto dentro como fuera de la cancha”, detalla Blanco, que también tiene claro cómo es posible que un equipo tan joven funcione aceitadamente con un técnico tan joven como Luis Zubeldía. “Se puede con alguien de mucha personalidad. Luis la tiene y la demuestra cada día. Es un tipo con mucho carácter, un obsesivo del trabajo. Intenta sacar lo mejor del jugador y plantea una competencia sana dentro del grupo. No son muchos los que pueden mantener un plantel unido y motivado. Que él obtenga ese respeto también es un mérito del grupo. Los jugadores más grandes, que lo superan en edad, le respetan el rol de liderazgo y nos inspiran a los más chicos para seguir ese camino. Luis podrá ser de nuestra generación, pero los roles están claros y nadie los mezcla. El mérito es de todos”.

De cara a la recta decisiva del Clausura, se imagina “un final con varios equipos en pocos puntos” y que se lo va a llevar “el más regular, porque la regularidad es el valor más difícil de conseguir”. A diferencia de Vélez y Colón –otros dos integrantes del ramillete de aspirantes–, Lanús acumula la experiencia de un título reciente: “La diferencia es que esta vez peleamos arriba desde el arranque, mientras que en el 2007 vinimos de abajo, que es más sencillo. Arriba hay más presión, pero la receta es la misma: entender que hay 90 minutos para ganar, manejar los nervios y la ansiedad”.

Nervios y ansiedad, justamente, parecieron devorarse al mismo Lanús en el campo internacional. Todavía duele el cachetazo de la eliminación en la Libertadores… “Pagamos caro la inexperiencia. De visitante sentís la localía, los árbitros siempre pitan la dudosa para el rival. Si Lanús entra seguido a las copas, será respetado como dentro del país. Entre el torneo local y las copas hay un escalón de diferencia y lo tenemos que subir”, admite el chico que sintió un “cosquilleo especial” cuando vio su nombre en la lista de Maradona, nominación que evalúa como “un premio al esfuerzo”. Y también como un guiño de Dios. “Soy muy creyente, apostólico. Desde que nací, voy con mi familia a la Iglesia los miércoles y domingos. Estoy convencido de que esto me llega, en parte, por mi dedicación, pero también porque Dios lo permitió”.

ES UN PIBE COMÚN al que le encanta ayudar a los pibes comunes. Por eso cada tarde se da una vuelta por el club 11 de Agosto, donde es espejo para chicos que son lo que alguna vez fue él: diamantes en bruto. “Durante seis años dirigí un par de categorías. Ahora no puedo, pero igual estoy involucrado: voy a las prácticas, charlo con ellos… Es mi hobby y sé que a los chicos les hace bien”, cuenta el “ex entrenador”, que se dio el lujo de ganar varios campeonatos, “aunque eso no es lo importante en esas categorías. Mi primer mensaje es que se diviertan, que jueguen con alegría. Y que no escuchen a nadie, porque hoy los padres son terribles, los presionan demasiado. Ya van a tener tiempo para presiones cuando sean grandes, yo no lo entendí hasta que llegué a Primera. Por eso les digo siempre lo mismo: diviértanse”.

Sebastián Blanco, un pibe común con un privilegio fuera de lo común: juega al fútbol con la magia de los elegidos.

Por Elías Perugino