Memoria emotiva

Ángel Cabrera, maestro de historia

El golfista cordobés se convirtió en el primer jugador latinoamericano que gana el tradicional Masters de Augusta, uno de los cuatro torneos que conforman el Grand Slam. Una conquista que quedará en los libros.

Por Redacción EG ·

29 de mayo de 2009

Nota publicada en la edición de mayo de 2009 de la revista El Gráfico.

CASI NO DURMIO, Angel Cabrera entre el domingo 12 y el lunes 13 de abril. Estaba tan cargado de adrenalina que no conseguía mantener los ojos cerrados ni por un minuto. Imágenes, risas, saludos, pedidos de fotos, sensaciones, abrazos… una tonelada de recuerdos fresquitos, recién amasados, caía sobre la almohada del cordobés para atentar contra la intención de dormir: el putt que le aseguró un lugar en el playoff, el segundo golpe del primer hoyo de desempate que estuvo guiado por un ángel, la definición con el último impacto y la sucesión de felicitaciones en castellano e inglés que parecía no tener fin. Demasiado para unas pocas horas.
Es difícil definir cuándo empezó a gestarse el triunfo de Cabrera en la edición 73 del Masters de Augusta, uno de los cuatro torneos (junto a los Abiertos de los Estados Unidos y de Gran Bretaña y el PGA Championship) que conforman el Grand Slam del golf mundial. Quizás, la manera más sencilla de acercarse al momento fundacional del triunfo sea repasando frases del Pato.

“SI YO LLEGUE, cualquiera puede llegar”, definió el de Villa Allende cuando la gente de su ciudad lo recibió con una fiesta callejera espectacular. A los 39 años, maduro, sabe que los mensajes que puede entregar son recibidos por un montón de gente que lo admira y que lo tiene como ejemplo. Entonces, entiende que debe seguir alimentando la ilusión de quienes siguen cada semana sus performances deportivas.
Treinta años atrás, cuando les llevaba la bolsa a los socios del Córdoba Golf Club para juntar unos pesos y ayudar a su abuela en la economía casera, estaba lejos de soñar con un saco verde. Y ni hablar de cheques por millones de dólares. Pero entendió que el golf le podía dar de comer y ahí puso las pocas fichas que le había dado la vida para apostar. Tardaron en salir los plenos, pero llegaron y por eso el Pato siente que si él lo logró, cualquiera puede hacerlo.
Primero fue el tiempo de los swings improvisados con ramas de árboles que impactaban corchos o cantos rodados. Después, la época de pedir palos prestados para jugar desafíos entre caddies los lunes, cuando el club estaba cerrado. Enseguida, durante la adolescencia, los primeros viajes a Buenos Aires para que empezara a circular el rumor del cordobesito que le pegaba a la pelota como un animal, sin hacer el mínimo esfuerzo. Llegaron los vuelos al exterior para iniciar la conquista del mundo, siempre con la mirada desconfiada, con la sonrisa difícil, al menos en público.
Hoy, después de haber cobrado más de quince millones de dólares en premios en su carrera y otro tanto por contratos de publicidad y por garantías por presentarse en torneos, está seguro de que si él pudo hacerlo, otros pueden seguir su camino. Sigue desconfiando de quienes se acercan al campeón por ser campeón, pero está un poco más suelto para permitir sus brotes de alegría.

“NUNCA ME METÍ en un gimnasio, pero aquí estoy”, reveló en uno de los tantos reportajes radiales que dio desde los Estados Unidos en las horas siguientes a su graduación como Maestro. Para los que no están acostumbrados a seguir los torneos de golf, llama la atención el físico de Cabrera. Sin intención de juzgar su manera de llevar adelante la carrera, queda claro que el Pato no vive para el deporte.
Hace años se dio cuenta de que la mayoría de los golfistas profesionales de primer nivel tienen sus pasos marcados desde chicos. Empiezan a practicar en escuelas y, en cuanto se les detecta el talento necesario para sobresalir, se los rodea de equipos completos para sostener el crecimiento: preparadores físicos, médicos, psicólogos, masajistas, nutricionistas, entrenadores específicos para los diferentes golpes… Lo de Cabrera, como lo de casi todos los jugadores argentinos mayores de treinta años, fue más artesanal, a puro instinto, para dominar ese físico de 1,83 y un peso que oscila entre los 90 y los 95 kilos.
Para los golfistas más chicos, el panorama es diferente. De hecho, algunos pasaron por universidades estadounidenses, en las que mamaron el sistema de armado profesional de los deportistas. Es cierto que nada garantiza el éxito y por eso no es recomendable dictar sentencia sobre la conveniencia de elegir un camino o el otro, pero se supone que si al talento se le suman diferentes elementos, se lo puede aprovechar de manera más eficiente.
La aclaración de Cabrera respecto del gimnasio no es para provocar, sino más bien como una reivindicación de una forma de llevar adelante su vida. También contó que no tiene psicólogo y que con eso le alcanza para haberse convertido en doble ganador de Majors. Lo suyo es confianza natural para sentirse capaz de llevarse al mundo por delante con un palo de golf en las manos.

“TRABAJE MUCHO en los últimos tiempos con Charlie Epps y los resultados llegaron”, explicó cuando le preguntaron cuál había sido la clave de su juego para alcanzar el éxito en Augusta National.
Queda claro que no todo pasa por apoyarse en lo que se trae de cuna. A Cabrera siempre se le destacó la potencia para pegar bombazos difíciles de copiar, pero nunca se lo consideró un gran jugador sobre el green. Esta vez, en el Masters, dio una lección de juego corto, apoyado en todo lo que estuvo practicando con Epps, un especialista en putts. Acompañado por su instructor, Mariano Bartolomé, el Pato se puso en manos del estadounidense para ajustar sus toques decisivos. Así, se lo vio tranquilo cuando tenía un putt comprometido en el primer hoyo de desempate; lo metió, le tiró toda la presión encima a un Kenny Perry que ya se veía calzándose el saco verde y que tuvo que encarar un nuevo hoyo con la desilusión de haber estado tan cerca del objetivo. En definitiva, en la siguiente salida, el cordobés se sintió tan convencido del triunfo que se dedicó a jugar con los errores de su rival.

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“ESTOY IGUAL que en el US Open de 2007”, sintetizó cuando lo consultaron acerca de sus sensaciones después de la segunda ronda. El viernes había terminado a un golpe de los dos líderes, Perry y Chad Campbell. Sus tarjetas marcaban dos vueltas de 68 impactos para una cancha que nunca perdona los errores.
La referencia para el Abierto de los Estados Unidos de hace dos temporadas tenía que ver con que aquella había sido su primera victoria en un Major. En Oakmont, en 2007, convivió con los nervios y con la ansiedad. Esta vez era diferente porque Cabrera ya conocía –y reconocía– la sensación de confianza absoluta frente a una lista de competidores que podía asustar a cualquiera. En el golf, se sabe, la cabeza es fundamental para no desconectarse, porque el que pierde el rumbo por unos segundos, puede derrumbar todo lo construido. “Estoy bien y creo que ganaré”, se atrevió a anunciar el sábado a la noche, cuando todavía le quedaba por delante una jornada histórica.
Al Pato no le pasó eso de desenchufarse. Ni siquiera en la ronda final, cuando no estuvo completamente fino en los nueve hoyos de ida, porque entre el hoyo 10 y el 18 sacó conejos de la galera como si fuera un mago en un cumpleaños infantil, para asegurarse su lugar en el desempate junto a Perry y a Campbell. Y mantuvo la mira ajustada para cerrar un triunfo sensacional.

"ESTOY ACOSTUMBRADO a jugar entre los árboles, así que en el primer hoyo del desempate sabía que tenía que hacer cuatro como fuera", explicó con una naturalidad increíble. Cabrera se refería a un golpe que parecía perdido y que hubiera significado el final del sueño. Su salida quedó metida en un bosquecito y sólo con un tiro imposible habría sobrevida. Y la hubo porque el Pato consiguió que su pelota rebotara en un árbol para acomodarse en el fairway y dejarse una nueva oportunidad. Hizo lo que hizo porque estaba iluminado. Son golpes que –cuando terminan con el campeonato ganado– pasan a ser emblemáticos. El cordobés ya tiene el tiro de su vida.

"NO QUIERO hacer comparaciones entre el US Open y el Masters", avisó. El primero lo puso en una lista de elegidos, la de los 197 ganadores de al menos un Major en la historia del golf. Con el Masters ya es uno de los 76 golfistas que repitieron triunfos en torneos de Grand Slam. Y se puso como objetivo quedar entre los 18 hombres que lograron acumular cinco triunfos en Majors. En un desafío consigo mismo, seguramente lanzado al aire en un momento de máxima felicidad, pero queda claro que no se trata de una locura o una frase descolocada.
Cabrera tardó en animarse a desafiar a los mejores, porque durante muchos años prefirió jugar el circuito europeo, en el que se sentía más cómodo que en el PGA Tour. Hoy, él es uno de los mejores, tiene todo para seguir festejando y solamente depende de su voluntad.

POR: JUAN MANUEL DURRUTY / FOTOS: AFP