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Mario Benedetti y el tablón

El Gráfico recuerda al escritor uruguayo fallecido con una nota publicada en marzo de 1999. Sus recuerdos, sus pasiones, sus ídolos y su pasado como arquero en una charla entrañable y enriquecedora.

Por Redacción EG ·

18 de mayo de 2009
Nota publicada en la edición de marzo de 1999.

"Con esta obra, busco que el músculo y el pensamiento se miren con menos desconfianza”, escribe Jorge Valdano en el prólogo de su libro “Cuentos de Fútbol”. Así, el ex jugador intenta echar por la borda una añeja teoría popular. Esa que, sin fundamentos, argumenta que el deporte que conmueve multitudes y la literatura jamás podrán ir juntos, viejo preconcepto que pone de manifiesto una supuesta diferencia intelectual entre ambos mundos. La pelota por un lado, la cultura por el otro. En la obra participan varias de las plumas contemporáneas más distinguidas. Entre ellas se destaca la de Mario Benedetti, autor del cuento “El césped”.

“Como en cualquier otra profesión, en el fútbol hay jugadores que leen y otros que no. A veces escucho a varios de ellos en reportajes haciendo mención a distintos libros. No tienen por qué no leer. Otro lugar común es que a los escritores no les interesa el fútbol. Y a mí me ha gustado mucho desde siempre”. Si leerlo es un placer, escucharlo es un privilegio. El que habla es el genial y talentoso escritor uruguayo Mario Orlando Brenno Hamlet Hardy Benedetti Farrugia, tal cual consta en el documento su nombre completo. Habla de fútbol. Se apasiona ante cada tema, piensa con detenimiento cada respuesta y, con sus inverosímiles 78 años, deja en claro que no es ningún novato en la materia.
–¿Le gusta escribir sobre fútbol?
–Por supuesto. He escrito varios cuentos, como en el libro de Jorge Valdano. Además, allá por los años ’40, fui cronista de un diario de Montevideo. Iba todos los fines de semana al estadio a ver partidos de Nacional y Peñarol, después regresaba a la redacción y hacía crónicas humorísticas sobre los encuentros.
–¿Sigue yendo a la cancha?
–Ya no, prefiero ver los partidos en mi casa, por televisión. A mi edad vetusta no me veo rodando por las escaleras del estadio Centenario. Recuerdo que en una oportunidad fuimos con mi padre a ver el clásico Peñarol-Nacional. Siempre nos íbamos quince minutos antes de que finalizaran los partidos para evitar el tumulto del final, pero esa vez el encuentro estaba muy reñido y decidimos quedarnos hasta el último minuto. Debimos salir en medio de una gran avalancha. Yo me caí y la gente rodaba por encima de mí, apretándome e impidiéndome respirar. ¡Y eso que se trataba de mi propia hinchada, la de Nacional!
–¿Entonces decidió no regresar nunca más a un estadio?
–Dije basta. Y eso que a mí, el fútbol me ha gustado desde siempre. Pero me molestan mucho dos cosas. Primero, la violencia, de la que fueron precursores los hooligans ingleses. Ahuyenta de los estadios a mucha gente, que ya tiene miedo de ir a ver un partido de fútbol. Encima la violencia de afuera se traslada adentro del campo de juego, con patadas y acciones antideportivas. Es como una vocación de violencia que no entiendo. La segunda cosa que me fastidia es el factor mercantil de este deporte, la excesiva publicidad, las disparatadas cifras de dinero que se manejan. Por suerte ya no está más Havelange. Antes que nada hay que pensar que esto es un juego y merece ser disfrutado como tal.

Por más que hable de temas que lo irriten y le produzcan bronca, Benedetti nunca cambia el tono suave de su voz. A su edad y con su larga experiencia de vida, nada parece alterarlo. Opina serio, con mesura y sin apuro. Hasta que una pregunta le arranca la primera sonrisa de la nota.
–¿Jugaba al fútbol cuando era joven?
–Sí, era golero, aunque muy malo. Me gustaba jugar en ese puesto, porque representa una figura especial dentro del equipo. Aunque con razón, muchos dicen que es el peor de los puestos. Cuando los compañeros meten un gol el arquero no puede festejarlo con ellos porque está muy lejos, y cuando le convierten uno está resignado a soportarlo en soledad.
–¿Nunca probó en otra posición?
–No, porque por más que fuera el puesto más ingrato, yo era golero por vocación. O tal vez porque era asmático, como el Che Guevara. Una vez, el padre del Che me contó que su hijo también era golero y que solía tener dentro del arco, junto a uno de los palos, un inhalador. Entonces, después de una atajada, corría hacia el aparato y se daba unos bombazos. Lo de él también era vocacional.
–¿Cuáles son sus jugadores preferidos?
–He visto jugar a los grandes. Recuerdo a Scarone, Petrone, al argentino Atilio García, Mamucho Martino... Pero en especial, me deleitaba Pepe Schiaffino, aunque lamentablemente era de la contra, porque jugaba para Peñarol. Iba a la cancha sólo para verlo a él. Me gustaba observarlo cuando no tenía la pelota, por sus movimientos y las órdenes que impartía a sus compañeros.
–¿Y de Nacional, su equipo?
–Elijo aquel equipo del quinquenio, porque también nosotros ganamos alguna vez cinco títulos consecutivos (relata con una pícara sonrisa, refiriéndose a la última seguidilla de campeonatos conquistados por Peñarol). Allí se destacaba el triángulo final. La defensa que componían García, Nasazzi y Domingos da Guía. Estuvieron una rueda y media sin recibir goles.
–Hábleme del Maracanazo...
–Más allá de la gran alegría que generó en todos los uruguayos el campeonato del mundo ganado en Brasil, recuerdo con tristeza los sufrimientos que debió padecer después de esa final el arquero brasileño Barbosa. Por los dos goles que le hicieron, el Maracaná y el país entero lo culparon por la derrota. Vivió tan atormentado que hasta debió retirarse del fútbol antes de tiempo. Salvando las diferencias, se me viene ahora a la mente aquél defensor colombiano, de quien no recuerdo su nombre (N. de la R.: Andrés Escobar), que fue asesinado por meter un gol en contra en el Mundial de los Estados Unidos. A veces el fútbol genera pasiones desmedidas, imposibles de controlar.
–¿Pelé o Maradona?
–Los dos han sido grandes jugadores. Aunque me parece que Pelé supo comportarse mejor fuera de la cancha. Ahora bien, dentro del campo, los dos fueron geniales.

Tan geniales como Mario Benedetti lo es en la literatura. Este uruguayo de Paso de los Toros, departamento de Tacuarembó, lo prueba con sus más de 70 obras. Esta vez, la pelota y la escritura chocaron por su culpa. El fútbol se lo agradece. Es hora de que el músculo y el pensamiento empiecen a entrar en confianza.