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Se pronuncia crack

Pablo Mouche está en la línea de largada de los nuevos cracks de la Argentina. No se desespera por ser titular en Boca, pero cada día se ilusiona más.

Por Redacción EG ·

31 de marzo de 2009
Irrumpió en el Ascenso a los 15 años. A pura gambeta, cautivó a Boca y a la selección juvenil. Una grave lesión casi lo deja sin nada, pero resurgió y fue clave en el último título. Bianchi lo afrancesó, pero en cualquier idioma la rompe. Esta es la historia del mejor alumno del “Melli” Guillermo Barros Schelotto.

EN UN MUNDO FASCINADO con la globalización, fútbol y explosión mediática edificaron una relación siamesa. En ese contexto, la camiseta de Boca es el talle exacto de una pantalla líder: caliente, sólida, con mística ganadora y, aun así, ambiciosa. Lógicamente, la grilla de popularidad está dominada por figuras que son sinónimo de éxito pero, cada día, hay más lugar para las promesas que trepan en el rating a la velocidad de la luz.
Imagen PERFIL BIEN BOQUENSE, por más que quieran afrancesarlo. En la cancha, habla claro.
PERFIL BIEN BOQUENSE, por más que quieran afrancesarlo. En la cancha, habla claro.


Una de esas esperanzas es Pablo Mouche, sinónimo de gambeta y de gol, un formato que ya despierta inquietudes y cajas fuertes en Europa. Aunque, se sabe; y lo sabe este zurdo de 21 años: para recibirse con honores y garantías de la escuela “Xeneize”, el examen hay que aprobarlo “minuto a minuto”.
La historia de Pablo tiene cuna en San Martín, pero infancia y corazón en Santos Lugares; con los cordones de la calle Patricios como testigos de sus primeras travesuras. “De chico, hice dos y hasta tres deportes a la vez, como básquet o taekwondo, pero iban despareciendo de a poco y siempre me quedaba con el fútbol, mi verdadera pasión”, remarca.

Amistad y Ameghino fueron los clubes de papi que se dividieron sus sueños con la pelota. “De Amistad, recuerdo los clásicos contra Alianza y El Triunfo. Eran partidos que se jugaban a muerte. La cancha explotaba. Se vivían como finales. Ameghino era más tranquilo, pero con Escalada había una linda rivalidad, y contra Santa Clara se daban partidos picantes”, recapitula.

El talento de Pablo era una marca registrada en el barrio, al extremo de que, pese a haberse mudado a Los Cardales, su DT –el "Colorado Oscar”, padre de uno de sus mejores amigos- lo pasaba a buscar antes de los partidos. “Jugaba de 3, porque arrancaba desde atrás y le metía para adelante como loco. Era de pasar la mitad de la cancha y pegarle al arco. De delantero no me gustaba, porque tenía poco espacio”, ilustra el hijo de Santiago y de Mónica, ambos profesores de educación física.

El manual de picardías que Mouche desparrama en Primera, forma parte de su ADN, pero tuvo en el Colorado, al maestro perfecto. “Me enseñó muchas mañas, cómo usar los brazos, simular un poquito y hacer calentar al contrario. De grande, lo vas puliendo. Hace poco, un rival me agarraba de la camiseta todo el tiempo; hasta cuando la pelota no estaba en juego. Entonces, en un momento le dije: “Si tanto te gusta, después del partido te la doy (risas)”, confiesa el zurdo, admirador del holandés Robben.
Esas diabluras también grabaron su versión en la escuela de turno. “Era quilombero. Si te digo lo contrario, te miento. Pasé por millones de lugares. Los volvía locos a todos. A mis compañeros les tiraba chicles;  y a mis profesoras, también. Pero no lo hacía de malo, eh. Ah, ¡Tengo una anécdota que es terrible!
-Contala…
-Primer grado. Clase de Lengua. Estaba insoportable y la maestra me mandó toda la hora al rincón, en penitencia. Yo tenía una de las paletas que se me estaba por caer, y estaba recaliente. Yo soy recalentón, pero mal. La profesora me hizo poner de espaldas a mis compañeros y ahí exploté. Me agarró tanta bronca que me arranqué la paleta y llena de sangre se la tiré y le dije: “Tomá, profe, para vos (carcajadas)" ¡Para qué! Me cagó a pedos, me mandó a la dirección y llamaron a mis viejos. Lo más gracioso fue que tuvimos que ir al dentista de urgencia, je.
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La cancha de once vistió a ese Mouche de recreo full time con un traje más sereno, un cambio posicional y una visión. “Me fui a probar a la Novena de Estudiantes de Caseros, por intermedio de un amigo. En cancha grande me hice delantero, porque siempre miraba cómo jugaba Guille (Barros Schelotto). También me gustaba mucho Saviolita, a pesar de que es de River. Los dos tienen gol, van por afuera, tienen gambeta y son desequilibrantes. En esos momentos, empecé a ver al fútbol como mi futuro”, informa.

Pero, aquella innata rebeldía, también regó positivamente su versión futbolera. Con un 10 en desfachatez, Pablo hizo su presentación en sociedad antes de la primera afeitada.

–¿Cómo fue debutar en Primera tan joven?
–Tenía apenas 15 años y 4 meses. Recibí la noticia con una alegría enorme, pero no sé si estaba tan sorprendido. Giunta me había subido a Primera y me aconsejó de una manera tan buena que no le di importancia a la edad. Eso y haberme recomendado a Boca, son cosas que le voy a agradecer de por vida. Igualmente, el día del debut estaba bastante nervioso, eh. Mucha gente no lo sabe, pero en la B Metropolitana es muy difícil jugar. Se pega mucho, se juegan la vida; y no están las cámaras de la televisión para protegerte.

Y así fue. Pablo no miente. Aquel 13 de junio de 2003, Mouche reemplazaba a Pablo Rojas, no le ponía luz de giro a sus gambetas y el rigor y la bravuconada firmaban planilla como Di Martino, el 2 de Talleres de Remedios de Escalada. “Uh, cuando vio que la pisaba, me dijo: 'Pendejo, la c… de tu madre, no te pases de vivo que te rompo todo'. Yo me reía. No sé si de nervios o de qué. No habían pasado ni cinco minutos desde que había debutado ¿Si me pegó? ¡Qué no! Todavía me duele, je, pero son experiencias que te sirven para cuando jugás en un nivel superior”, advierte.

Paralelamente al crecimiento en el Pincha, el estudio se transformaba en un stopper insuperable que le cobró a futuro cinco materias, pero le dejó un guiño del destino. Casualidades o no, el último abrazo de Pablo con los libros fue en el turno noche de una escuela de Caseros ¿Cuál? La 12…

VOLVER A EMPEZAR
Mouche tenía rendimiento de titular, pero la falta de abriles obligaba a Giunta a hacerlo ingresar recién cuando los rivales tenían los tobillos erosionados por los quiebres de cintura de Ezequiel Lavezzi. Así, en puchitos de tiempo, como un tercer delantero cuando el resultado en contra lo convocaba, o como cuarto volante si había que ponerle candado a la victoria, Pablo fue conquistando miradas top: Boca, y Hugo Tocalli, el entrenador principal de las selecciones juveniles.

Sin embargo, las presuntas alegrías encerraban aprendizajes que Mouche se había salteado. Hacer inferiores luego de debutar en Primera; algo así como aprender a correr antes de saber caminar.
“Lo tomé bien, porque sabía que llegaba al club más grande. Obviamente, tuve que pagar derechos de piso, hacerme de nuevos amigos. Además, ganarme un puesto no fue nada fácil, porque había chicos que ya tenían un nombre en Reserva y pintaban para grandes cosas, como Boselli, Trejo o Mondaini. Afortunadamente, Alves, el DT, me fue dando confianza y, a los seis meses, con 17 años, ya estaba haciendo mi primera pretemporada con el plantel profesional”, detalla.

Así como sufrió por la clásica “rapada” por culpa de Palermo e Ibarra; o cuando el Chelo Delgado jugaba a dejarlo afuera de la habitación por llegar tarde, a Pablo se le inunda de sonrisas el rostro al momento de recordar su avant premiere; 45 minutos (los del segundo tiempo), con Salta como escenario, Racing como rival y Alfio Basile encargado de la puesta en escena.
Imagen ESTAMPA DE CRACK. La zurda bien pegada a la pelota y toda la pinta de crack que lo caracteriza.
ESTAMPA DE CRACK. La zurda bien pegada a la pelota y toda la pinta de crack que lo caracteriza.


“El Coco es un fenómeno, otra palabra no hay. Quizás no charlaba mucho con los jugadores, pero te transmitía algo: ganar. Era confianza pura; salías a la cancha creyéndote que eras el mejor“, sintetiza.
Ofreciendo varios años de ventaja, el zurdo creció junto a la camada que ganó el mundial sub 20 en Holanda 2005, desde los botines de Messi. Sin embargo, sabía que su cita de gala con la celeste y blanca estaba reservada para Canadá 2007; y trabajó para eso. Pablo fue un baluarte de la clasificación para el mundial de la categoría y para los Juegos Olímpicos 08. Una actuación digna de póster ante Venezuela (3 goles), lo tatuó a la titularidad hasta el final del certamen. Pero…

“Cuando terminó el Sudamericano, Hugo Tocalli, con quien tengo una relación increíble, me sugirió que agarrara continuidad para llegar bien al Mundial. En mi posición, había mucha competencia; estaban el Kun, Piatti y Mauro Zárate, que es un gran amigo. Y, en Boca, era muy difícil jugar seguido”, ilustra el hermano de Fernando, que está a prueba en Almirante Brown.

Miguel Ángel Russo entendió su posición. La noticia se hizo pública y el chaparrón de ofertas lo ganó Arsenal. El entonces DT del Viaducto, Gustavo Alfaro, había comentado el Sudamericano para un medio colombiano; y Mouche estaba subrayado en su lista de deseos.

El “verdadero” debut de Pablo en la elite fue en Mataderos, con la camiseta del Arse y convirtiendo su primer gol en Primera, nada menos que al Mono Navarro Montoya. “Caí en el micro, cuando mis compañeros me chicaneaban con eso. Tengo recuerdos muy lindos de Arsenal, desde la sabiduría de Alfaro, a quien le estoy muy agradecido, hasta la amistad que forjé con el Papu Gómez o lo que me hacía matar de risa Cristian Castillo”, destaca.

Sin embargo, cuando Mouche encaraba y trituraba rivales como un pacman, y dejaba de ser chamuyo para convertirse en realidad, se rompió los ligamentos cruzados en una práctica. La lesión arrojo un diagnóstico impiadoso: entre 6 y 7 meses de recuperación. Quedaban 60 días para Canadá 2007. Pablo se perdía el Mundial con el que tanto había soñado.

“La etapa de la lesión me la banqué con mi familia y amigos como Agustín. También fueron muy importantes mi representante, José Luis, que es otro papá para mí; mi tío y los llamados de la gente de la Selección, de los utileros y los médicos de Boca, o de compañeros como Krupoviesa”.

LA CONSOLIDACION

Luego de una escala en el país del ¿qué será de la vida de…? Mouche volvió a explotar en en el Apertura 08, con goles, participaciones claves, y una versión de juego mucho más completa: de aquel wing que enviaba centros como un corresponsal en la frontera, a un delantero que surfea todo el frente de ataque, especialista en diagonales y en ganar espaldas rivales. Por si faltaba algo, la rompió en el verano, especialmente contra River.

“La llegada de Ischia fue muy importante; nos dio mucha confianza. Eso, sumado al respaldo que nos dan los grandes del plantel, como Palermo, Battaglia o Ibarra, vale doble. Después, depende del nivel y de la personalidad de cada uno”, pondera.

–¿Cómo preparás la mente, sabiendo que las oportunidades son escasas?
–Es complicado. No solamente por la jerarquía de los jugadores, sino porque gente como Palermo y Palacio ganaron muchos títulos; y eso también cuenta. Lo principal es darse cuenta de que, cada oportunidad, hay que aprovecharla como si fuera la última.
–¿Qué pasa si esta frecuencia de juego se mantiene mucho tiempo más?
–Y… si a los 23 estoy igual, no sé. No descartaría otro préstamo a algún equipo de la Argentina, porque acá te ve todo el mundo y se abren muchas puertas; hasta para volver a Boca. La carrera es corta y nunca sabés lo que puede ocurrirte. En Arsenal, pasé de mi mejor momento a estar siete meses parado, así que…
–Antes del arranque del torneo, llegaron varias ofertas, ¿qué importancia les diste?
–Hubo sondeos de España y algo concreto de Grecia. Las escuché, porque el futuro de la familia es algo muy importante. Igualmente, para poner un ejemplo: si me ofrecen 10 de Rusia y 5 de España, me voy a España. Lo que a mí me mueve es jugar al fútbol.
–Si te dieran a elegir un deseo futbolero, sin límites y egoísta, ¿cuál sería?
–Triunfar en Boca, porque si vos triunfás acá, después triunfás en cualquier lado.

Pablo Mouche, con acento francés. Y mucho más.

Por Matías Muzio.
Fotos Jorge Dominelli.