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El chico ya está listo

A los 18 años está en el punto clave de su carrera: se convenció de que puede ser un jugador de elite, pero debe demostrar entre los grandes las cosas que lo llevaron a ser una esperanza del tenis argentino.

Por Redacción EG ·

31 de marzo de 2009
SU GESTO IMPONE RESPETO. Su manera de correr la cancha denota garantía. Su técnica no admite excesivas objeciones y su rápida lectura comprensiva del juego colabora con su crecimiento. Asimila conceptos más rápido que la mayoría de los chicos de su edad. Cerca de cumplir 19 años, Guido Pella figura en fluorescente en la carpeta de recambio generacional del tenis argentino. Si de superficies se trata, sus preferidas son el cemento, donde se crió, y el polvo de ladrillo, su amante. “Cuando estoy prendido, juego lindo. Mi marca registrada es el revés cruzado. Además, defiendo bien, me hacen pocos tiros ganadores fantásticos y me gusta jugar con drop y angulito”, se presenta con 1,85 de altura y 79 kilos de peso.

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La versión 2009 no será una más dentro de su biografía. Consumada su despedida del ambiente Junior, varía el espectro. Su primera temporada entre los mayores demandará una lógica adaptación, materia de análisis para un adolescente que figura debajo del puesto 500 de ATP. “Mi etapa como juvenil fue increíble. Dejé una buena imagen, aunque ya me sentía fuera de la categoría el año pasado. Ahora se perdonan menos pelotas y hay que armarse de paciencia para pasarlas. Los Futures se ganan corriendo y metiendo; en cambio, los Challengers son distintos porque se ve el verdadero tenis. Es ahí donde necesito agarrar continuidad”, adelanta. 

–¿A qué le apuntás?
–Busco estar lo más rápido posible entre los mejores 300 del mundo, para ingresar directo en los Challengers. Si bien me faltan los puntos, estoy en ese nivel de juego. La idea es subir al top 250 en agosto para disputar la qualy del US Open. No me bancaría otro año entre los 550.
–¿Desespera el top 100?
–Todavía está lejos. Sería una presión al cohete.

LA IMAGEN BRINDO LA OFRENDA. Aquella foto añeja, proveniente de las arcas de su familia en su Bahía Blanca natal, cobra un valor agregado al momento de desglosar su recorrido. El primer hijo del matrimonio compuesto por Carlos Pella y María del Rosario Fernández, ambos de vínculo estrecho con el tenis, posó de bebé para el deleite familiar con un detalle: mini raqueta de madera en su mano derecha, guiño de ojo del futuro que lo vería plantado de zurdo. Producto genuino de una tradición arrastrada desde su bisabuela materna, comenzó a forjar su estilo en el Club Atlético Liniers. “Más allá de que mi familia lo practicó, me inicié en el tenis por mi viejo. Sin presiones, mejoré, gané torneos y me mantuve entre los primeros tres del ranking nacional en las diferentes categorías. Y eso que jugué al básquet durante un año y medio en Bahiense del Norte. Tenía entre 11 y 12 años, corría por los costados y anotaba bastantes puntos”, reconoce sin acordarse de su puesto en la cancha. Luego de una pausa, prosigue: “Me quedé con el tenis, por mi familia. A esa edad, no entendía nada. Me decía 'Loco'. Estaba sacado de la cabeza, pero cuando entraba en la cancha se veía que no iba a perder. Tenía un tenis vistoso. Claro que cuando me agarraba la locura no había forma de que ganara. Perdía un set y tiraba el partido". 

Su vida dio un giro en abril de 2004. Con 14 años, se trasladó a Buenos Aires atraído por un sponsor que insinuaba deseos de tenerlo en sus filas. Los magnates del negocio aceptaron que se quedara a trabajar en la Academia de Fabián Blengino, su actual entrenador, que guió a Guillermo Coria y Agustín Calleri, entre otros. “Hice el click. Sabía que ya no había escuela, inglés, ni nada; sólo tenis”, sostiene.

–¿Cuáles fueron las ventajas y las desventajas?
–La madurez que adquirís es clave. Si estás en la alta competencia de chico, aprendés a tomar al tenis como un trabajo. Y las contras, dos: adaptarme a los entrenamientos porque los chicos eran más grandes y luego mis amigos. Cuando chateo los sábados a la noche, ellos están preparados para salir y yo, solo como un perro. No me quejo. Hago lo que me gusta. Pero da rabia.

EN 2006, ROMPIO los protocolos y comenzó a circular con mayor peso específico en el ambiente gracias a su racha de 10 títulos en la gira sudamericana, los cuatro en la europea y la medalla dorada en dobles en los Juegos Odesur. “Fue el mejor año. Me impuse en muchos partidos gratis. Tiraba la camiseta y listo. Jugué bárbaro y lo disfruté al máximo. Lideré todos los rankings e hice mis primeros puntos de ATP”, afirma. La construcción de su camino al éxito continuó en 2007, cuando en febrero su año ya estaba pago. Alberto Mancini, capitán argentino de Copa Davis en ese entonces, lo convocó para ser sparring del equipo que enfrentó a Austria, en Linz; antes de su trepada del puesto 1373 al 586 del ranking. “Convivir con profesionales es diferente. El clima de Davis, fabuloso. Ya te vas preparando por si el día de mañana te toca. Me marcó. Después de ver eso, ya nada te sorprende. Vas a un Future y te parece que son todos malos por más que te ganen”, argumenta.

El 2008 también lo tuvo en ganador. Obtuvo su primer Future, el Torneo Bonfiglio -una especie de Masters Series Sub 18 al que arribó desde la qualy-, polemizó con la Asociación Argentina de Tenis y escaló hasta las semifinales en Roland Garros, con un registro de 15 partidos invicto. “Supe leer los encuentros y jugué un pedazo. Estaba afilado de la cabeza. Bonfiglio fue importante, pero Roland Garros es especial. Nadie me felicitó por ganar el torneo italiano, y sí por lo que hice en París. Ahí se me escapó por poco. Bajé al australiano (Bernard) Tomic (venía de ganar el Abierto de Australia). Pero en semifinales me desconcentré. Me tocó un polaco (Jerzy Janowicz) que nunca me dio chances. Sacaba fuerte y no había peloteos”, admite.

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–Ahora, ¿en qué se modificó tu juego?
–En pocas cosas. Arrastro un tenis agresivo, pero aprendí a subir a la red y también a jugar de fondo. El revés es el mismo, aunque busco que sea más de peloteo. Trabajo la derecha pesada, porque soy zurdo.
–Gracias a esa característica, ¿hubo figuras que quisieron entrenarse con vos?
–Lo hice con Nicolás Almagro y David Ferrer. En Roland Garros, tenía chances de practicar con Federer. La final era cantada: él ante Nadal, otro zurdo. Pero no se dio. Si me llamaba Roger, no la metía en el club de los nervios. Es impresionante la presencia que impone. 

–De los argentinos, ¿a quién admirás?
–No tengo un ídolo. Me gusta mucho David Nalbandian. Es un espectáculo. Uno de los pocos por los que pagaría una entrada para ir a ver.
–¿Qué atributos debe tener un jugador para estar en el equipo de Copa Davis?
–Ganas de ganar. Por eso, me fascina Diego Maradona. No va a haber un tipo en la historia que quiera tanto al país como él. Ni Nalbandian ni nadie. Lo que alienta es increíble, sin importar qué deporte sea. Me encanta que dirija a la Selección porque se merecía una oportunidad.
–Cuando escuchás que sos la promesa del tenis argentino, ¿qué te genera?
–En un momento, me presionaba más de la cuenta. Al regreso de Roland Garros, fui a los Futures sabiendo que debía jugar perfecto e hice un papelón. Ahora aprendí a sobrellevarlo.
–¿Cuáles son tus sueños?
–Ser top ten, jugar Copa Davis, ganar algún Grand Slam y quedarme con el Torneo de Maestros, que indicaría que fui el mejor del mundo durante ese año sin fijarme el puesto que ocupe en el ranking.

Por Darío Gurevich.
Fotos Jorge Dominelli.