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STOP

Mirando al futuro, sin dejar de lado un presente con mucho para discutir.

Por Redacción EG ·

23 de diciembre de 2008
 
 
Inseguridad y desidia para perjuicio del fútbol
 
NOS LLENAMOS la boca hablando de que los torneos de la Argentina son los más competitivos del mundo, los que promueven una expectación sin igual. Pero cuando llega el momento de organizar en serio, empiezan los problemas que suelen echar por tierra todas las frases laudatorias. Desde hace bastante tiempo, en la Primera B Nacional –el certamen más federal de los organizados por la AFA–, los hinchas visitantes no pueden concurrir a los diversos estadios por razones de seguridad. Lo mismo ocurre en los otros campeonatos de ascenso. Es decir, se prohiben los ingresos para que los buenos de la película paguen los platos rotos mientras los vándalos, los verdaderamente malos –por lo general, vinculados al fútbol más por una cuestión de negociados y vida fácil que por interés manifiesto en el juego de la pelota– andan por la calle más sueltos de cuerpo que las chicas de “Bailando por...”. En Primera no ocurre lo mismo, pero también las irregularidades se plantean en cada partido importante, o de alto riesgo como se usa decir ahora cuando ya vivir es un riesgo alto, en una sociedad que vive bajo el signo fatídido del gatillo fácil. Los sabihondos de la seguridad han descubierto que en un estadio con capacidad para 50.000 personas, lo ideal es que concurran la mitad de los posibles espectadores. El miércoles 17 de diciembre en la cancha de Vélez, con motivo del partido entre Tigre y San Lorenzo, la arbitrariedad fue patética. Había más lugares vacíos que ocupados y era cruel comprobar cómo fueron varios los que ingresaron con entradas más truchas que los CD que se venden en muchas veredas. Sin contar que en la cancha de Tigre, en la venta previa, hubo que lamentar incidentes provocados por la puja en conseguir una entrada. Ni las plateas se ocuparon en el Amalfitani, pero eso sí, se derrochó agua para aliviar el calor de quienes estaban apretujados como sardinas, buscando un poco de sombra y algo de aire en medio de tanta y rídicula sofocación provocada.
Pero el colmo tuvo como escenario el estadio de Racing en Avellaneda, donde Boca y San Lorenzo definían un campeonato. Tribunas vacías, desoladas de manera rídicula. De nuevo, entradas truchas en manos de quienes saben dónde buscarlas, que agrandaron el caos. De la capacidad restringida anunciada, se pasó a una aglomeración a la que debió ponerse coto habilitando lugares previamente inhabilitados. Increíble.
De todas maneras, lo más indignante no fue esa dicotomía, sino lo que ocurrió como derivación del lamentable accidente que protagonizaron los jugadores Silvera de San Lorenzo y Forlín de Boca. El joven del equipo de Ischia fue el que llevó la peor parte; y hasta se temió por su vida tras el duro choque de cabezas y el posterior golpe de la nuca contra el piso. La intervención rápida del preparador físico del club de Boedo y del médico xeneize evitó una tragedia. Se esperaba el ingreso de una ambulancia, pero cinco minutos después del incidente solo arribaron un médico y un enfermero portando una camilla del tiempo de ñaupa, para que los jugadores fueran trasladados hacia el exterior en los habituales carritos que se utilizan para atender a los que padecen lesiones menores.
Un gran estadio, una gran final y una gran desorganización. Y el planeta fútbol sigue girando como si tal cosa en nuestra bendita, pero controvertida Argentina l
 
Tensión en Avellaneda. Silvera y Forlín yacen en el piso. La ambulancia jamás llegó al lugar del accidente. Tentar al
diablo.
 

Por Carlos Poggi