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Un crack ya pronto serás

Fabián Monzón se probó en Boca a los 18 y en tres años se ganó un lugar en Primera. La perseverante historia de un chico que todavía se va a entrenar en el 159.

Por Redacción EG ·

18 de diciembre de 2008
Nota publicada en la edición Julio de 2008 de la revista El Gráfico.
Un tipo simple. Que se despereza tempranito en Quilmes, en la casa de su novia, y camina dos cuadras debajo del paraguas que lo inmuniza de la lluvia helada del invierno.

Un tipo simple. Que hace la fila del 159 con las manos en los bolsillos, viaja apretado como cientos de laburantes y se baja silbando bajito en la avenida Almirante Brown, a dos cuadras de su “fábrica”, en Casa Amarilla.

Un tipo simple. Que lleva los cosméticos mínimos en el botinero, se pone la pilcha de trabajo en dos segundos y aún no puede creer que en su cuadrilla le hayan tocado obreros calificados como Román, Palacio o Palermo.

Un tipo simple. Que no pierde de vista la palmada cómplice del destino –“Si mirara un año para atrás, me vería cortando el césped en el fondo de mi casa”– ni quiere encandilarse con este presente perfecto: figura creciente en Boca, número puesto para los Juegos Olímpicos, proyecto en observación permanente para la Selección mayor.

Un tipo simple. Luciano Fabián Monzón, según los documentos. Monchi para los amigos. “El tres nuevo” para los hinchas que ya lo identifican por la velocidad para surcar el carril, la desfachatez para asociarse en el toque con los cracks consagrados y la desinhibición para jugar en cualquier cancha, así sea la Bombonera o el Mineirao.

Un tipo simple. Que cuenta su historia a media voz, pero con mucho orgullo de haber tenido los pies bien metidos en el barro…
“Nací en Granadero Baigorría, pero me crié en Parque Casas, un barrio de Rosario. Tuve una infancia como la de cualquiera, aunque con algunos problemas de falta de plata y poca comida, como pasa en los barrios humildes, donde no sobra nada. Somos una familia numerosa: mi papá Rodolfo, mi mamá Adelaida y ocho hermanos, cinco mujeres (Patricia, Silvia, Roxana, Silvana y Silvina) y tres varones (Rodolfo, Hernán y yo). Y a eso sumale mis cuñados y todos mis sobrinos, que son una banda. No me alcanzan los dedos para contarlos, son como 17. Y todos de Boca, fanáticos.

“Nosotros somos gente de pelearle a la vida. Cuando arranqué en el colegio y maduré un poco, entendí que había que dar una mano para parar la olla. Entonces trabajaba con mi abuelo en la gomería o iba de ayudante de albañil con un cuñado. Y si había que faltar a la escuela, faltaba. El asunto era sumar algo. Igual terminé la primaria sin problema. El secundario y computación lo empecé en Boca por obligación, aunque después largué porque los tiempos no me daban.

“Mi papá era barrendero en la municipalidad. Se levantaba a las cinco de la mañana y volvía a la tarde. Yo desayunaba con él y a veces lo acompañaba con el carrito, aunque no se podía. Se jubiló hace poco, lo operaron cinco veces de la rodilla, tiene puesta una prótesis. Se lastimó laburando y se le hizo una artrosis que le comió la rodilla. Estuvo muy mal durante dos años. Decía que si le tocaba quedarse en una silla de ruedas, prefería morirse. Pero la peleó y salió. Ya te dije: somos de pelearla, nosotros…
“Aunque nunca nos sobró nada, mis viejos y mis hermanos me enseñaron a ser derecho, a no meterme en cosas raras. Siempre me aconsejaron que no fumara, que el cigarrillo y la bebida son malas para un deportista. Dicen que en los boliches hay de todo, yo no sé porque ni voy.

“Hoy mis viejos no están pasando frío, estamos buscando una casa para comprarles. En un día como los de ahora, caía agua de los techos y se nos mojaban las camas. Eso ya pasó, ya es tiempo de que estén tranquilos.

“Empecé a jugar al fútbol en el baby de Defensores de América, el club de enfrente de mi casa. Bah, ahí en el barrio jugábamos todos, hasta mis hermanas y mi vieja, que iba al arco en el campito. Y en el club tuve a una mujer como entrenadora, Mónica Caruso. Como seis años la tuve. El otro día volví al barrio para el Día del Padre y me la crucé, se puso recontenta por lo que me está pasando. Sabía de fútbol, ¿eh? Nosotros éramos muy chicos y ella nos daba ánimo, pero también indicaciones. Quería que nos divirtiéramos, que jugáramos sin dramas. Tengo un gran recuerdo de Mónica, nos cuidaba mucho cuando viajábamos, nos trataba como una madre.

“En cancha de once arranqué en Argentino de Rosario. Ahí estuve dos años. Jugaba de volante izquierdo o de tres. Y fui enganche cuando faltaba el titular. Me hubiese gustado ser enganche, es lindo. Después pasé a Agua y Energía, también de la Liga Rosarina, porque quería jugar con mi hermano Hernán. Y me di el gusto: coincidimos en un partido. Pero en el club había problemas de plata y largué durante dos meses; me fui a mi casa sin saber qué sería de mí.

“En la época de Argentino me probé en Central, pero no me quedé porque me daban muchas vueltas. Me hacían entrenar dos veces por semana y no me fichaban nunca, eso no me gustaba para nada. A mi viejo tampoco le convencía el asunto, así que no fui más. Me vinieron a buscar varias veces y mi viejo les decía que yo no quería saber nada. En realidad, el más interesado en que no fuera era él, que es rebostero. ‘Vos vas a jugar en Boca‘, me decía, y yo me le mataba de risa en la cara. ‘Qué voy a jugar en Boca si estoy acá y no me conoce nadie‘, le contestaba. Y mirá hoy.

“Cuando se armó el lío de Agua y Energía, Sergio Cejas, un amigo, me llevó a una prueba en San Jerónimo, un equipo de campo de la Liga de Cañada de Gómez. Fuimos cuatro o cinco pibes y quedamos. A las dos semanas, me dijeron de una prueba en Boca y no les creí. ‘Me están boludeando por lo que dice mi viejo‘, pensé. Y como no me gusta el boludeo, me fui dos días a la casa de una hermana, ni aparecí por el club. En eso vino uno de mis hermanos y me levantó en peso, me dijo si estaba de la cabeza o qué miércoles me pasaba. Cuando fui a mi casa estaban todos: el técnico del club, el preparador físico, los dirigentes… Me estaban buscando como locos, la prueba en Boca era verdad.

“Almada fue el técnico que me vio. Jugué un amistoso para la Quinta, en Ezeiza, no me acuerdo si contra un equipo de Chile o de Italia. Encima jugué de dos. Nunca lo había hecho en ese puesto, pero sabía que faltaban defensores y me tiré el lance. ‘Ya quedaste, te vamos a ver un mes entero‘, me dijeron, y me mandaron para la pensión. Yo pensé que jugaba y volvía a mi casa, así que no tenía nada encima, no sabía para dónde agarrar.

“En la pensión me encontré con un montón de pibes del interior que estaban en la misma, buscándose un futuro. La vida de pensión es dura y linda a la vez. Todos nos ayudamos, se arma una unidad hermosa entre gente que ni se conocía un rato antes. Al tiempo de estar me quedé fijo en una habitación con Scoppa, el chaqueño Morel y Roncaglia. Ellos estaban en Reserva y yo ni siquiera jugaba en Quinta. Hacían una picadita y me cargaban. ‘Esta es comida solo para los de Reserva‘, decían, y yo me envenenaba. Son las bromas que sirven para unir. Con ellos nos hicimos muy amigos. Varias veces me faltó plata para llamar por teléfono a mis viejos y ellos me la dieron, igual que alguna ropa para salir.

“Al mes de llegar nos fuimos de gira a Japón, impresionante. Después ligué un viaje a España por la Copa Villarreal, pero me perdí otro a Alemania por un problema de meniscos. Quería viajar igual y los médicos no me dejaron. Me agarré una bronca…

“En Quinta jugaba de seis, pero Marcelo Romano me pasó de tres. Volví a ser seis en Cuarta, hasta que el Chueco Alves me vio más condiciones para el lateral y así llegué a Primera. Todo el baby había jugado de tres, así que fue una emoción que me ubicaran ahí otra vez. Me gusta pasar al ataque, participar de la jugada, servir centros, probar de afuera. Es la función que más me llena.

“Llegar a la Primera de Boca no es fácil. En inferiores me bajoneé muchas veces cuando me entrenaba y no jugaba los fines de semana. Veía a mis compañeros por Boca TV y yo nunca estaba. Pero después me mentalicé de otra manera, cambié la actitud. Me dije que no había llegado a Boca para quedarme solo en eso. Seguí peleándola porque no era posible que tanto sacrificio no sirviera de nada. Se me tenía que dar, no podía tirarme abajo después de haberle hecho gastar plata a mi familia durante tanto tiempo. Me dije que atrás mío venía el sacrificio de mucha gente y que debía triunfar por mí y para recompensarlos a ellos cuando me fuera mejor. Y la seguí peleando, porque nosotros somos de pelearla“.
Cuando asomo la nariz en Primera, Boca lo extirpó de la pensión y le facilitó un departamento en Caballito, compartido con otro chico que llegó al club de grande y viene pidiendo pista: Ricardo Noir. Pero Monzón encontró el amor en la bufetera del club y hoy pasa más tiempo jugando “de visitante” en Quilmes, a la espera de un departamento propio que le está tramitando su representante. “Ella me conoce de cuando no era nadie ni tenía nada. Es una excelente persona, la amo mucho”, dice con soltura, orgulloso.

Aunque no reniega de los colectivos de la línea 159, en el portadocumentos ya tiene un registro de conducir recién horneado. “Me puse más nervioso que en un partido”, confiesa antes de detallar: “Fui a dar la prueba con el Audi de mi representante, un auto que se maneja solo, pero se me complicó un poco. Para adelante, todo bien. Pero para atrás me costó y tuve que intentar dos veces. Qué querés… El último auto que había manejado era el Renault 12 de mi hermano, allá en Rosario. Lo tenés que patear para que acelere. Y esta nave se mueve con solo rozarla. Pero bueno, el registro ya está, ahora falta el auto.

Está claro que a Monzón se le despliegan las alas de una vida nueva, aunque él prefiera los pies sobre la tierra y no volar tanto…

“No hay que cambiar la forma de ser por tener unos pesos más en el bolsillo. No voy a ser más ni menos que nadie por eso. Me manejo igual que siempre, como corresponde.

“Cuando debuté en Primera, me llamaron como veinte representantes, tipos que ni conocía ni sé de dónde aparecieron. Pero no le di bola a nadie. Sigo con el mismo representante de siempre, un muchacho de Rosario que no es muy conocido pero a mí me dio lo que necesitaba, y no solamente cosas materiales. Cuando yo no existía y no se sabía si iba a existir para el fútbol, necesité plata para la enfermedad de mi viejo y él me la dio. Cuando no era nadie y no jugaba, me habló muy bien y me ayudó a superarme. Entonces, hoy tiene que estar conmigo.

“Russo me subió a entrenar con la Primera, pero no alcanzó a darme la oportunidad de debutar. Ischia me tuvo fe desde el primer día. Dijo que le habían hablado de mí, me llevó a la pretemporada y me largó a la cancha. Antes del debut me agarró en el vestuario y me dijo que hiciera de cuenta que era una práctica: ‘Jugá a la pelota como vos sabés, que por algo estás en Boca‘. Te habla claro, en buen tono y nunca te mete presión de más.

“A veces me quedo solo en la pieza de la concentración y me parece mentira lo que estoy viviendo. Me emociona que tipos de la trayectoria de Román, Palermo, Morel o Fabi Vargas, mi compañero de habitación, se preocupen tanto por aconsejarme. Son cosas que valoro mucho. Ellos son figuras de selección, yo no les llego ni al tobillo, pero igual me ayudan una barbaridad.

“De chico miraba a todos los tres y me gustaban varios: Mac Allister, Arruabarrena, Sorín, Chamot. Trataba de copiarles movimientos, cómo se perfilaban para marcar. Por la pegada y la velocidad, el que más me deslumbró fue Roberto Carlos. Hoy me gusta Morel, un compañero y un amigo. Algunos me ven cosas de Heinze y puede ser. El otro día me mostraron un video y me vi parecido en los movimientos. También tenemos características para ser centrales o laterales, pero para compararme todavía tengo que meter unos cuantos goles y ganar varios títulos.

“Mi principal virtud es la velocidad. A veces siento que soy más rápido que algunos, pero tampoco una luz. Tengo buen salto para el juego aéreo y soy bastante fuerte para ir al choque. Me gustaría mejorar la pegada. Por ahora, le doy más fuerte que preciso.

“Muchos me dicen que se sorprenden porque juego tranquilo. Debe ser la sensación que doy. Uno a veces está nervioso y no se nota. Pero soy bastante frío para eso, entro a la cancha y me olvido de la gente, hago mi partido.

“El Mineirao me encantó. Me sorprendió la dimensión, pero no me asustó. En un campo así pude explotar mi juego. Me sentí distinto, mejor que siempre, me solté más que en otros partidos.
“De mi primer Boca-River no me olvido más. Alquilé una combi para que viniera toda mi familia de Rosario; los quería tener cerca en un momento tan lindo. Para el resto de los partidos vienen en tandas, porque si no me fundo. Pero ese día no faltó nadie.

“Me dio un poco de bronca que no se lograran títulos en el primer semestre. Pero no me quedé triste porque dimos todo y la gente reconoció el sacrificio y el fútbol del equipo. Ya se nos va a dar.

“No soy de mirar mucho fútbol. Salí a mi viejo, que solo veía los partidos de Boca. Miro más reportajes o programas de fútbol que partidos enteros. Pero los muchachos me dicen que es bueno mirar partidos, me sirve para progresar, así que me voy a poner las pilas”.
Apenas 20 partidos en Boca le alcanzaron para que Coco Basile lo definiera como “un pichón interesante” y lo agendara para la Selección. Checho Batista lo incluyó en la nómina potencial para los Juegos Olímpicos de Pekín. Riquelme dijo que juega como “un veterano de 30 años”. Y Maradona puso fichas para que le den una chance en la Mayor…

“Es increíble que gente tan conocida, fenómenos del fútbol, hablen tan bien de mí. Nunca pensé estar en el pensamiento de nadie, menos de ellos, me llega mucho. Si miro un año para atrás, me veo en mi casa cortando el pasto.

“¿Quién no se ilusiona con la Selección? Escuché comentarios y me lo dicen los periodistas. Conmigo no habló nadie, así que no me hago el bocho. Pero sería bárbaro para alguien como yo, que la peleó desde abajo y la va a seguir peleando, porque nosotros somos de pelearla”.
Luciano Fabián Monzon. Un tipo simple.

Por Elías Perugino