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EL ARTE DE ATAJAR, PARTE UNO

Un recorrido impactante por el puesto más extraño, solitario y específico del fútbol. Primera entrega de una radiografía del mundo de los arqueros.

Por Redacción EG ·

17 de noviembre de 2008
Esta nota salió en la revista de abril de 2007.
Nacieron como el daño colateral de un deporte que se presumía imbatible. Bichos raros por naturaleza, los goalkeepers, literalmente guardianes del arco, tuvieron de movida la maldita misión de evitar el objetivo del fútbol mismo: el gol. Y como era de esperar bajo esos parámetros, no comenzaron rompiendo récords de popularidad. Salvo, quizás, por uno: sir Arthur Conan Doyle, famoso por haber creado a Sherlock Holmes, aunque jamás recordado por sus atajadas en el Portsmouth, club del que fue primer arquero oficial, años antes del 1900.

Que quede claro: en ese juego nuevo del football, ser arquero significaba no ser jugador. O sea, literalmente implicaba no jugar. No participar. Mucho menos divertirse. Era un boleto directo al matadero. Al paredón. Una desgracia.

En el primer partido internacional oficial, el Inglaterra-Escocia de 1872, ambos arqueros dieron una clara señal de lo tortuoso que parecía esa misión de defender la meta y pidieron jugar un rato en el segundo tiempo. Intercambiaron con dos compañeros. El partido igual terminó 0-0.

Carlos Bowers, argentino nacido en 1872, a los 16 años ya actuaba todos los domingos en los partidos con los ingleses que se armaban en Buenos Aires. A Bowers le gustaba ir al arco, entonces lo tenían de aquí para allá, incluso lo llevaban hasta Rosario, para que atajara en equipos de los que ni conocía el nombre, porque encontrar arquero era más difícil que encontrar un árbitro.

Y eso que en los primeros años de fútbol, a los arqueros se les permitía tomar la pelota con la mano en cualquier lugar dentro de su propia mitad de campo. Recién en 1912 se introdujo la variante que les restringía ese privilegio al área propia. Y en ese momento los tipos terminaron de quedar confinados a su suerte. A su mala suerte. La de vivir bajo los tres palos.
PELOTA DE HIERRO

¿A quién le gustaba sufrir pudiendo disfrutar? El arquero difícilmente disfrutaba. Mucho menos con ese dudoso privilegio de poder –y tener– que agarrar con la mano esas durísimas pelotas de tiento.
Cuentan las crónicas que el uruguayo Cayetano Saporiti, del Montevideo Wanderers, sorprendió a todos en 1905 cuando, en ocasión de la copa Lipton de Buenos Aires, hizo casi todas sus atajadas con los pies, una técnica kamikaze que le valió muchísimas críticas, y también algunos admiradores de sus virtudes de antihéroe. Como por aquel gol que se comió en el Parque Central en 1915, tras intentar volar a lo karateca en lugar de sacarla con las manos.

Entre tantas muñecas rotas, Juan McKechnie, del histórico Alumni, era admirado por sus increíbles despejes con los puños. Pero según remiten los libros de la época, una vez alguien se le acercó para felicitarlo por esos rechazos y McKechnie, risueño, le mostró una gran llave de metal que ocultaba bajo la manga, el verdadero secreto de sus despejes.

Uno que a puñetazo limpio sí despejaba hasta la mitad de la cancha era el ruso Lev Yashin, la Araña Negra, elegido por la FIFA como mejor arquero del siglo pasado y el único en ganar el Balón de Oro europeo, en 1963. Era tal su obsesión por evitar goles, que cuando le tocó ir al banco en el Dínamo de Moscú, pretendió irse a atajar a un equipo de hóckey sobre hielo.

Como buen profeta del rol, el soviético resumió de maravillas las sensaciones que vive uno que ataja: “Se vive atormentado permanentemente. Los goles sufridos acechan, siempre. Uno no recuerda los que salvó, sino los que le metieron. El arquero que no tenga este tormento interno, entonces no tiene futuro”.

PUESTO UNICO

Resumiendo, un arquero es alguien que vive perseguido por sus propios fantasmas y que rara vez tiene revancha (efímera). Paga por sus errores y por los de sus compañeros. Ni siquiera aparece en los sistemas tácticos, que nunca suman 11 sino 10. Olvidado casi siempre, contadas veces tiene la posibilidad de abrazar al compañero que hace un gol. Y se pasa, según marca un estudio reciente, el 86 por ciento de un partido caminando o parado, sin intervenir en el juego. Pero al mismo tiempo, su concentración no puede tener ni una mínima fisura, y su entrenamiento es más intensivo que el de cualquier jugador de campo. Hasta esto tiene que tolerar un arquero: que no lo consideren un jugador de campo.

Suena casi a sadomasoquismo, sí. Pero también alrededor del arquero siempre giró una espesa bruma de fantasía, por lo misterioso del puesto más raro e individual. “El arquero es individualista, es como un tenista. Tiene que tener ego, eso es fundamental”, dice Hugo Gatti, uno de los grandes exponentes que a lo largo de los años transformaron ese nicho casi mortuorio en un refugio para los sueños de muchos. Qué mejor para un niño que la posibilidad de sentirse un superhéroe, volando hasta sacar esa bola imposible, peleando solo contra todo y contra todos, sintiéndose indestructible tras un par de tapadas. “Es un puesto muy delicado, pero también es el más bonito de todos, porque cuando aciertas y tienes una tarde buena, el campo se vuelca y oyes los aplausos y la gente te vitorea, y eso enorgullece, satisface el ego”, fue la forma en que lo resumió el gran español Ricardo Zamora, cuyo apellido hoy significa el premio al arquero menos vencido de la liga española. El proverbio en los años 30 lo decía todo: “1-0, Zamora de portero”.

¿Y cuándo las cosas no van bien? “Uno está solo y tiene que ganarse respeto por todos los medios: mirada agresiva, posición dominante, muchos músculos y look temible”, es la idea de Toni Schumacher, el de aquella brutal acción contra el francés Battiston en el Mundial 82. Pose agresiva bajo los que se enrolan nombres como los de Peter Schmeichel, José Luis Chilavert u Oliver Kahn, ayudados por sus físicos. También está la columna de los que desdramatizan con más agilidad y menos fortaleza, y en lugar de los colores sobrios eligen los payasescos.
ECUACIONES MAS REFLEJOS

El inglés Gordon Banks le hizo una atajada histórica a Pelé en el Mundial del 70. Bob Wilson, preparador de arqueros del Arsenal, realizó un estudio sobre los distintos escenarios que tuvo que analizar Banks en esa fracción de segundo. Según él, fueron seis los puntos que inconscientemente conjugó Banks para formar el password milagroso que le permitiera sacar ese cabezazo.

Pero no es que en lugar de jugadores y pelotas los arqueros vean bisectrices y logaritmos, como si se trataran del Neo de Matrix. Bah, algunos sí, como el escocés Harry Rennie, que a principios del siglo pasado, sí trazó en papel todas las opciones posibles de disparo con sus respectivas formas de resolverlas. “Dominar los ángulos de cobertura es dominar a los delanteros”, pensaba. Hoy suena gracioso, pero a través de esos garabatos, comenzó a establecer lo que ahora se considera como ortodoxia en el puesto. Manual que quizá se rompe en un solo segundo, como le pasó a Islas, en ese gol de Francovic de arco a arco en 1987.
LAS DOS ESCUELAS

La brillante Hungría que ganó los Juegos Olímpicos y perdió la final del Mundial 54 marcó el comienzo de una revolución táctica, el 4-2-4, que tuvo un apartado especial para su hombre más retrasado. Como Gyula Grosics tenía un estado atlético distinto a los de la media, le agregaron la tarea de hacer de líbero y mantenerse atento para cortar fuera del área.

En la Argentina, Carrizo, Errea y Gatti fueron los pioneros de esa escuela que pasaría a ser reconocida como netamente sudamericana, y que años más tarde representarían Higuita, Navarro Montoya y tantos más.

Del otro lado del mostrador quedaron los atajadores, más ortodoxos y, según Gatti, solucionadores de los propios problemas que se creaban por no salir. “Acá se confundió mucho a la gente. El objetivo principal del arquero es que la pelota no entre en el arco. El estilo es un accesorio”, es la opinión de Fillol.

En Europa, los holandeses fueron los que intentaron transformar al arquero en un jugador más, haciéndolo usar el pie antes de los cambios en el reglamento. “En el fútbol actual, el delantero es el primer defensor, pero el arquero también es el primer atacante”, puntualizó alguna vez Johan Cruyff. Claro, la liga holandesa es tan despareja que los equipos grandes se pasan el 70 por ciento de un partido en campo contrario y con la posesión de la pelota. Y el arquero mira y la toca cada tanto, aunque nunca menos veces que Gordon Banks ante Malta, en 1971: fueron cuatro y por pases de sus compañeros. Imposible no aburrirse.

“A estos los estamos recontra peloteando”, habrá pensado el arquero inglés que en 1953, bajo una densa niebla londinense que le impedía ver más allá de 10 metros, no sentía a los rivales ni cerca. A sus compañeros, tampoco. Y claro, el partido se había suspendido hacía 15 minutos y nadie le había avisado. Estaban todos en los vestuarios. El mismo caso, calcado, se repetiría casi 50 años después con otro inglés, Richard Siddall, pero en una división menor.